Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Lo elegante:
un anhelado equilibrio entre la ética y la estética
Manfredo Teicher

1- En el siglo IV A.C. vivía en Grecia una hermosa cortesana llamada Friné. Friné era amante de Praxíteles, a quien sirvió de modelo para la estatua de Afrodita, diosa griega del amor. Según la historia, Friné fue acusada y llevada a juicio. Agotados todos los argumentos que dejaban imperturbables a los jueces, su abogado defensor la hizo desnudar. Impactados y encandilados por su belleza, los jueces la absolvieron.

El juicio de Friné ilustra las consecuencias del impacto estético, que es el estímulo que surge de un objeto significativo por poseer determinados atributos que producen, despiertan o fortalecen el deseo de poseerlo. Surgido de las profundidades del tiempo, cuando la vida, en su evolución, creó las diferencias de los sexos e impuso nuevos conflictos a las criaturas que creaba a su paso: la necesidad de ser el objeto deseado del otro, a su vez deseado, poseído en exclusividad. La unión con ese otro concretaría la ilusión de completud.

Del poder de un impacto estético surge el deseo de posesión exclusiva. Pero no es fácil poseer ese objeto tan deseado. Y no es sólo el cuerpo joven y hermoso al que se desea poseer. Están todos los objetos, sean naturales o producidos por una sofisticada tecnología, de la que sólo el animal humano puede hacer un orgulloso alarde, los que también despiertan el deseo de posesión. Objetos presentados con ingeniosos, sutiles y originales atributos estéticos, siguiendo pautas que la cultura logra desarrollar según una caprichosa moda defendida por el consenso social. Cuanto mas difíciles de adquirir, mas importancia obtienen para fascinar, encandilando con su belleza. Estos objetos aumentarían los atributos estéticos de su feliz poseedor. Cuanto más raros y difíciles, más poder de seducción.

Adquirir los adornos del poder de seducción, es un deporte que apasiona al sujeto social, alentando una competencia que logra fácilmente ser despiadada, en lo que hemos llamado la sociedad de consumo, valioso logro del desarrollo de la cultura humana.

Todos deseamos competir para ganar y tomar posesión.

2- El psicoanálisis me enseñó que hay, dentro de cada uno de nosotros, una criatura caprichosa que entiende que así debe ser: lo que le gusta debe ser suyo, le pertenece por su origen divino, lo que le otorga un derecho divino. Y su deseo se orienta hacia lo que el consenso dictamina valioso, importante. Una criatura en la que cristaliza un narcisismo a ultranza, arcaico y eficaz, que no cesa de presionar, reclamando la satisfacción de sus pretensiones, ingenuas e imposibles. Su frustración condensa la energía vital del sujeto en odio destructivo, peligroso producto de ilusiones que demandan su satisfacción.

Albergamos una criatura insaciable que haría imposible la convivencia social, a su vez imprescindible. Solo en el grupo humano están los objetos que despiertan el deseo de poseerlos. El reconocimiento positivo del grupo de pares y el reconocimiento como objeto deseado del objeto significativo, se traduce como felicidad.

La criatura arrogante e insaciable pretende poseer a todos los objetos que despiertan su deseo. Tanto los rivales como los que se niegan a satisfacer sus caprichos no merecen ninguna consideración.

Por temor al rechazo, al desprecio y a la soledad, aprendimos a controlar las pretensiones desmedidas de esa criatura. Así inventamos la ética, que intenta ponerle límites. En la ética buscamos una convivencia racional y justa para la sociedad humana. Elaboramos lo que en psicoanálisis se denomina Complejo de Edipo. Queda como heredero el Superyo que pretende imponer al sujeto la Ley (lo ético) derivada de la prohibición del incesto, del homicidio y del canibalismo, normas culturales para una supuesta convivencia armónica de la sociedad humana que la familia, como intermediaria y representante de la cultura se encarga de transmitir al nuevo miembro de la comunidad.

El miedo al rechazo también alienta una dramática competencia en la cual la criatura insaciable lucha por adquirir suficiente poder para imponer la sumisión del objeto deseado y defender la conquista frente a los rivales. Dominio y sometimiento que desprecia el dudoso esfuerzo de tener que seducirlo. El poder convence con el miedo al poder. Etica sutil, pero convincente.

La violencia de la lucha por el poder debe ser controlada si se pretende la supervivencia del grupo social. Pero si bien las ansias de poder a veces se disuelven en el grupo de pertenencia, la violencia destructiva de la lucha por el poder entre grupos nos puede llevar al invierno nuclear de la Tercera Guerra Mundial mientras el desprecio al semejante convierte al planeta en un peligroso reservorio de desechos, insalubre para sus privilegiados habitantes.

La humanidad, con la evolución de la cultura, ha llegado a elaborar curiosos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, ideales éticos que honran la inteligencia humana. La aparición esporádica de eternas ilusiones como la comuna de los anarquistas, o un gobierno mundial, o el socialismo utópico y otros, no hacen más que acentuar, justamente por ser utópicos, lo perverso (lo anti-ético) que se destaca de la naturaleza humana.

La humanidad se encuentra en una encrucijada que apunta melancólicamente a un callejón sin salida. Aunque la extraordinaria inteligencia humana ha desarrollado una asombrosa tecnología, continúa vigente lo que enfatizó el celebre pensador griego: mientras haya arados los esclavos serán imprescindibles, lo cual, hoy no parece demasiado ético.

Los llamados trabajadores de cuello de acero -los robots- podrían deparar a la especie humana una época de bienestar asombrosa si ese poder estuviera supeditado a una ética que contemple una justicia social para toda la especie humana. En cambio, estamos en condiciones de lograr lo inaudito del poder humano: la autodestrucción de la especie y quizás de toda vida orgánica en este planeta.

La lucha de clases y la guerra son fenómenos de patología social, transacciones dialécticas de la cultura que inquietan nuestra conciencia si nos vemos obligados a reflexionar sobre ella, transgresiones de una ética que encierra las nobles intenciones de una orgullosa cultura humana.

3- La frustración del deseo, al alimentar una agresividad peligrosamente destructiva, pone en peligro la convivencia social imprescindible para satisfacer ese deseo. El objeto deseado no está siempre dispuesto a satisfacer mi capricho. Tampoco es fácil adquirir esos adornos tan codiciados para una honrosa competencia.

Recurrimos entonces a la ética de una Ley, intentando controlar la hostilidad antisocial, reglamentando el deseo y la hostilidad surgida y fortalecida por la frustración del deseo.

Alienante frustración inevitable y necesaria.

El desarrollo que ilustra la historia de la hija dilecta del raciocinio humano es el intento cultural de encontrar las normas de convivencia para todos los miembros de la sociedad. Los resultados transaccionales dialécticos son las momentáneas síntesis del eterno conflicto entre la necesidad de convivir en sociedad con otros semejantes y el deseo de imponerse a esos otros para usarlos a su antojo, derecho de posesión que es un deseo compartido por todos, pero imposible de ser satisfecho por todos. Su producto: la lucha de clases. De los que pueden y de los que deben, de los que mandan y de los que obedecen.

Todos queremos a los demás, siempre y cuando sean nuestros esclavos, y estén felices de servir nuestro capricho, sea como objeto sexual o como sumiso trabajador. La criatura caprichosa, mas o menos oculta en el fondo del alma humana, pretende poseer todo lo que se le antoja, y en exclusividad.

Gracias a la educación, o sea, a lo que llamamos la elaboración del Complejo de Edipo, formamos en nuestra personalidad un aspecto adulto, maduro, que orgullosamente exhibimos a los demás y que intenta controlar y poner frenos a los caprichos de la criatura insaciable y soberbia, al aspecto infantil de nuestra personalidad.

La parte adulta de nuestra naturaleza humana está dispuesta a hacer los esfuerzos necesarios, dentro de la ley, sometiéndose a una ética que valora y respeta para disfrutar de lo que sus posibilidades y las del otro, le permiten. Se adapta, pretende hacerlo, a la necesidad de compartir y colaborar con los otros, a los que respeta y teme, reconociendo su dependencia.

4- Los seres humanos somos seres divididos, en un aspecto infantil, oculto pero eficaz, y un aspecto adulto, oficialmente presente. Una vez satisfechas las necesidades básicas de autoconservación, es la estética, la belleza de las formas la que hace tambalear el edificio que la ética intenta construir, dando energía y un peligroso poder a la criatura caprichosa. El impacto estético despierta el deseo de posesión del sujeto. Su aspecto infantil clama por sus derechos divinos de posesión caprichosa y exclusiva que la parte adulta intenta someter a la ética de la Ley. La frustración al deseo produce tal dolor, que el furioso estallido de rabia es, para la criatura, su defensa ampliamente justificada. La historia de la humanidad, que ilustra las vicisitudes de la naturaleza humana, insiste en señalar las limitaciones de la ética que pretende controlar a la criatura.

La humanidad civilizada debe tolerar, a pesar de numerosas manifestaciones en contra, licencias culturales que cuestionan severamente sus ideales éticos. Lo estético, lo hermoso de aquellos objetos que logramos poseer componen momentos muy felices de la existencia humana, la vida sin ellos sería demasiado gris.

Saboteando y destruyendo todo intento de adaptación, la frustración del deseo fortalece a la criatura rebelde que no confía en promesas demagógicas -como sería postergar el placer hasta recibir un supuesto premio tras el trabajo personal- insistiendo en su afán de imponerse porque sí, tomando lo que entiende que le pertenece, simplemente porque le apetece.

La envidia, exponente molesto del odio, da fuerza al deseo de venganza, dispuesto a destruir aquello que no posee, descargas de una poderosa fuerza destructiva que denuncia las dificultades de la criatura humana para convivir con sus semejantes. Por otro lado, la cultura se esfuerza por perfeccionar y embellecer, erotizando, las formas de todos los instrumentos útiles en el quehacer cotidiano, haciéndolos cada vez mas apetecibles, aumentando las tentaciones que excitan el deseo de posesión. Cualidad y habilidad de la tecnología humana que es digna del mejor aplauso. Al aumentar el atractivo de los felices poseedores, embellecen su vida. El triunfo de la estética.

La cultura también inventó la propiedad privada y una ley que la reglamenta. La propiedad privada es un premio al trabajo productivo, lo que es ético, y por lo tanto, justo. Pero también es un premio para aquél que logra imponer su posesión de cualquier modo, dejando de lado lo molesto de la ética. Los atentados contra la propiedad son severamente castigados cuando el criminal es débil y ha tenido la mala suerte de irritar fuerzas poderosas que casualmente han encendido las llamas de la justicia clamando por la ética. El mas poderoso impone la ley, pero no es su víctima.

La ética se refiere a la justicia, lo que es justo, lo que está bien y lo que está mal, normas éticas de convivencia social. Que todos tengan por lo menos la misma oportunidad para ser desiguales por su propio esfuerzo.

Pero la naturaleza no conoce la ética, un invento de la cultura. Hay leyes que regulan las relaciones humanas. Es justo, está bien todo aquello que contribuye a una mejor convivencia, ésa es la finalidad. Esa debería ser la finalidad. La ley se impone por la fuerza. El poder de la ley reside en el poder del que tenga la fuerza para imponerla. El poder impone la ley. ¿Quién impone la ley al poder? El juego consiste en adquirir suficiente poder para transgredir la ley que se impone a los mas débiles.

No hay duda de que la ley ayuda a una mejor convivencia dentro del grupo social. ¿Cuál grupo? ¿La sociedad humana? ¿Toda la sociedad humana? ¿Significaría eso evitar la lucha de clases? Una hermosa utopía imposible. Así lo señala la historia.

Cualquier guerra, y la guerra es una cruel burla a la ética, comienza con más voluntarios que desertores. ¿Eliminar la guerra? La naturaleza humana no está dispuesta a renunciar a su deporte favorito. Debo renunciar a mis caprichos, respetar, compartir y colaborar con los semejantes dentro del grupo, pues entonces

"No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural mas pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilizacion de los extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para manifestarles la agresión"

Ese seria el mal menor: aceptar la transacción entre el individuo que pretende imponerse a todos y la sociedad, que pretende igualar a todos: Acepto la igualdad y la justicia entre nosotros, pero ellos, los otros, serán los objetos despreciados que quedan para el uso y abuso de los señores, que somos nosotros. Renunciando al abuso de poder dentro del grupo, cosa que a veces logramos, compensamos la renuncia a nuestros caprichos y recuperamos el poder (el derecho divino) para el grupo de pertenencia a expensas de otros, lo que es una de las licencias culturales. Las excusas que justifican ese derecho serán pequeñas o grandes diferencias entre los miembros de cada grupo. El color de la piel, distintos hábitos culturales, religión, raza, situación económica, nacionalidad, región geográfica, sexo, serán suficiente excusa para despreciarlos, porque no coinciden con lo mío. En realidad, porque sí.

Parecería que esas diferencias cuestionan seriamente lo que es propio, ofensa imperdonable que convierte a los otros en molestos y despreciables objetos, criminales que no merecen otra cosa que su uso y abuso por parte de los señores (nosotros). Freud llamó a este fenómeno el narcisismo de las diferencias. Es la excusa que pretende justificar la lucha de clases, la guerra y todos los genocidios que ensucian la historia. En los grupos humanos, los conflictos de intereses, canalizando la hostilidad fortalecida y convertida en poder destructivo por las frustraciones cotidianas inevitables, superan abrumadoramente los intentos éticos de suavizar la convivencia. Los argumentos más absurdos, ilustrando la fuerza irracional que los domina, justifican una patología social imposible de superar.

¿Dónde quedó la ética en la lucha de clases, dentro de las comunidades humanas? ¿Dónde quedó la ética en la lucha de clases entre las naciones? El conflicto norte-sur produjo naciones ricas y naciones pobres. Una realidad lamentable obliga a la inanición de algunos mientras otros gastan fortunas en sofisticadas dietas para adelgazar.

Los cambios que se producen en los países de la órbita socialista están alimentando la idea de un supuesto fracaso de la ideología socialista frente a las ventajas de la libre empresa capitalista. De ser cierto, significaria que, lamentablemente, la inteligencia humana no es capaz de encontrar e imponer normas de convivencia racionales, o sea, justas para la especie humana.

Un tratado de Ginebra pretende reglamentar lo absurdo de la guerra. Hay armas prohibidas, por lo tanto hay otras permitidas. No se deben matar civiles, ancianos, mujeres, ni niños. Sí, se deben matar soldados, lógicamente, enemigos. Y no parece haber remedio conocido para esta patología social.

Ingenuamente, la ilusión de muchos intelectuales (yo, entre ellos) era llegar al siglo XXI habiendo erradicado el militarismo, los nacionalismos y la religión. Pues deberemos agregar: la droga, el hacinamiento de las grandes ciudades, los desastres ecológicos y un posible desastroso empleo de la ingeniería genética, paradigmática ilustración del poder de la inteligencia humana.

Dentro del grupo, como ya vimos, intentaremos obtener el mayor poder posible para satisfacer los caprichos de la criatura que no cede en sus pretensiones desmedidas, absurdas, imposibles, pero cálidamente observadas con simpatía que no es agradable confesar. Una vez que obtenemos suficiente poder, permitimos que esa criatura disfrute a sus anchas del uso y abuso del resto, sometido. Otra licencia cultural consensualmente compartida. Entre los grupos, amparados en el poder grupal, lo irracional (la pretensión de que, por derecho divino, los demás deberían ser esclavos "nuestros" y muy felices por ello) surge con tanta o mas fuerza. Denunciamos esa patología, nos oponemos a su abuso cuando no tenemos suficiente poder.

Chomsky dijo que el hecho de que EEUU esté involucrado en muchos mas actos de agresión internacional que, por ejemplo, Luxemburgo, no significa que los habitantes de Luxemburgo tengan una moral mas elevada, sino que, simplemente, los habitantes de Luxemburgo tienen menos poder.

5- Pero mencionar estos aspectos de la naturaleza humana, dolorosos y desagradables por mas reales que sean, no es muy amable. Armando Chulak, en el diccionario del disidente, sostenía que la verdad es un obstáculo con el que se tropieza a veces, pero generalmente uno se levanta y sigue su camino.

En una simpática propaganda, una niña reflexiona: "¿Quién entiende a los adultos? Te insisten en que hay que decir la verdad y de repente te salen con que ¡esas cosas no se dicen!"

No es de buen gusto reflexionar sobre determinados aspectos humanos. La dulce mentira es mucho mas cálida y agradable que la amarga verdad. Surge entonces la elegancia.

Según el diccionario, lo elegante se refiere al buen gusto, lo agradable, lo armonioso, sin afectación, distinguido en el porte y modales, bien proporcionado, gracioso, airoso de movimientos. Dícese de la persona que se ajusta a la moda y también de los trajes y cosas relacionadas con ella.

¿Qué es entonces lo elegante? Lo que permite ocultar lo feo y lo prohibido realzando lo lindo, insinuando lo permitido, un adecuado equilibrio entre:-los atributos que estimulan el deseo de ser poseído (una estética eficaz)-y el control de ese estimulo, una ética que no molesta, despierta admiración, evitando la envidia; no lastima, no ofende. Mostrar, decir y hacer lo adecuado para seducir amablemente.

Es de buen gusto (elegante) callar determinadas cosas en determinados momentos. No es elegante señalar las contradicciones del sistema social cuando en las mismas páginas de un diario vemos la miseria humana resignada alrededor de una olla popular, la cola de los jubilados unas horas antes de que los bancos abran, al lado de una hermosa doncella que nos invita a un viaje de placer por el oriente, previo pago de unos miles de dolares.

Sí, es elegante, en cambio, recortar espacios de la realidad para hacer posibles felices momentos de armónica convivencia social, familiar, institucional, comunitaria, y mantener alejados de los sentidos todo aquello que incomode esa felicidad.

La función social de nuestro quehacer cotidiano está determinada por el sistema socio-económico en cuyo ambiente el sujeto intenta conquistar un respetable espacio para sí. Como sujeto humano, no podrá dejar de competir buscando una adaptación activa que modifique la transacción entre el propio deseo narcisista y el de los otros, intentando recortar elegantes espacios que eviten pensar en la amarga inevitabilidad de la lucha de clases. Amarga si se pierde, pero muy dulce si se gana.

Adquirir el mérito de la elegancia es suficiente logro. La dificultad de alcanzarla desplaza convenientemente la exigencia de una ética universal, absoluta, descalificándola por imposible.

Frente a las carencias éticas que se acompañan del dolor amargo de la verdad, resulta cálidamente terapéutico la elegancia, que incluye la dulce mentira en una ilusión imposible.

RESUMEN

Impacto estético, es el estímulo que surge de un objeto significativo por poseer determinados atributos que producen, despiertan o fortalecen el deseo de poseerlo. Estos objetos aumentarían los atributos estéticos de su feliz poseedor. Cuanto más raros y difíciles, más poder de seducción

El psicoanálisis me enseñó que hay, dentro de cada uno de nosotros, una criatura caprichosa que entiende que así debe ser: lo que le gusta debe ser suyo, le pertenece por su origen divino, lo que le otorga un derecho divino

Su frustración condensa la energía vital del sujeto en odio destructivo

Por temor al rechazo, al desprecio y a la soledad, aprendimos a controlar las pretensiones desmedidas de esa criatura. Así inventamos la ética, que intenta ponerle límites. En la ética buscamos una convivencia racional y justa para la sociedad humana.

El miedo al rechazo también alienta una dramática competencia en la cual la criatura insaciable lucha por adquirir suficiente poder para imponer la sumisión del objeto deseado y defender la conquista frente a los rivales. Dominio y sometimiento que desprecia el dudoso esfuerzo de tener que seducirlo. El poder convence con el miedo al poder. Etica sutil, pero convincente.

Aunque la extraordinaria inteligencia humana ha desarrollado una asombrosa tecnología, continúa vigente lo que enfatizó el celebre pensador griego: mientras haya arados los esclavos serán imprescindibles, lo cual, hoy no parece demasiado ético.

Todos queremos a los demás, siempre y cuando sean nuestros esclavos, y estén felices de servir nuestro capricho, sea como objeto sexual o como sumiso trabajador. La criatura caprichosa, mas o menos oculta en el fondo del alma humana, pretende poseer todo lo que se le antoja, y en exclusividad.

Los seres humanos somos seres divididos, en un aspecto infantil, oculto pero eficaz, y un aspecto adulto, oficialmente presente. Una vez satisfechas las necesidades básicas de autoconservación, es la estética, la belleza de las formas la que hace tambalear el edificio que la ética intenta construir, dando energía y un peligroso poder a la criatura caprichosa.

La naturaleza no conoce la ética, un invento de la cultura. Hay leyes que regulan las relaciones humanas. Es justo, está bien todo aquello que contribuye a una mejor convivencia, ésa es la finalidad. Esa debería ser la finalidad. La ley se impone por la fuerza. El poder de la ley reside en el poder del que tenga la fuerza para imponerla. El poder impone la ley. ¿Quién impone la ley al poder? El juego consiste en adquirir suficiente poder para transgredir la ley que se impone a los mas débiles.

El mal menor sería aceptar la transacción entre el individuo que pretende imponerse a todos y la sociedad, que pretende igualar a todos: Acepto la igualdad y la justicia entre nosotros, pero ellos, los otros, serán los objetos despreciados que quedan para el uso y abuso de los señores, que somos nosotros.

¿Dónde quedó la ética en la lucha de clases, dentro de las comunidades humanas? ¿Dónde quedó la ética en la lucha de clases entre las naciones?

Un tratado de Ginebra pretende reglamentar lo absurdo de la guerra. Hay armas prohibidas, por lo tanto hay otras permitidas. No se deben matar civiles, ancianos, mujeres, ni niños. Sí, se deben matar soldados, lógicamente, enemigos. Y no parece haber remedio conocido para esta patología social.

Pero mencionar estos aspectos de la naturaleza humana, dolorosos y desagradables por mas reales que sean, no es muy amable.

No es de buen gusto reflexionar sobre determinados aspectos humanos. La dulce mentira es mucho mas cálida y agradable que la amarga verdad. Surge entonces la elegancia que permite ocultar lo feo y lo prohibido realzando lo lindo, insinuando lo permitido; un adecuado equilibrio entre los atributos que estimulan el deseo de ser poseído (una estética eficaz) y el control de ese estimulo, una ética que no molesta. Despierta admiración, evitando la envidia; no lastima, no ofende. Mostrar, decir y hacer lo adecuado para seducir amablemente.

Notas

(1) No es muy difícil reconocer aquí la ideología fascista (los privilegios de una minoría, en última instancia reducida al sujeto, a expensas del resto). Normalmente, la ética se esfuerza en mantenerla encerrada en el Ello .

(2) Lo que ubica en el Yo alguna versión de la ideología socialista, origen de nuestros ideales éticos. Suele llegar al altruismo, otro extremo ingenuo de nuestro psiquismo.

(3) Son contadas las personas que pueden darse el lujo de recibir el premio de la valoración social (acceder a la fama) con su habilidad y su inteligencia, debiendo conformarse con su símbolo, el dinero, que la mayoría ya quisiera. El impacto estético de la juventud recién se valora al perderlo. Las ilusiones superan ampliamente las posibilidades reales. Por lo que es la frustración la que ocupa principalmente el escenario, lo que complica seriamente el control conveniente de la criatura caprichosa e impaciente que presiona sin cesar dentro nuestro.

(4) Freud 1930 El malestar en la cultura AE T XXI pág 111

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 7 - Julio 1998
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