Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La familia Ingalls en los tribunales
Roberto V. Saunier

I.-DOS FAMILIAS - DOS HISTORIAS

Charles Ingalls es un hombre joven, robusto, sano, lim-pio, prolijo, buen mozo, hábil, honesto, leal, trabajador y practicante religioso.

Antonio, aunque todavía es joven, aparenta ser un hom-bre mayor. Su piel está curtida por el sol, el frío y un hábito de higiene que no siempre puede satisfacerse. Sufre de dolores en la columna producto de esfuerzos realizados en su época de estibador. No anda bien del estómago ya que su dieta no es muy equilibrada y medio escasa. Por otro lado, más alcohol que sólidos, han ido produciendo sus efectos. Antonio es torpe en sus movimientos y rudo en sus expresiones. Es honesto, leal y trabajador, cuando consigue ocupación.

Caroline es discretamente bella, delgada, joven, sana, blanca, rubia, prolija, habilidosa.

Quien ve a Rosa no puede imaginar que alguna vez haya sido más joven o siquiera mínimamente atractiva. Es morocha y su tez oscura denuncia antepasados indígenas. Su gordura habla de mucho pan, galleta y pastas; entre otras cosas por constituir una dieta blanda imprescindible ante la falta de casi to-das las piezas dentales.

Charles es fiel esposo, padre amante, buen amigo, ciu-dadano responsable, vecino solidario.

Antonio ve poco a su mujer ya que las changas de ambos no coinciden en los horarios. La educación de sus hijos la confía a la madre aunque disfruta cuando va al potrero del barrio con los varones o se inquieta y emociona cuando se da cuenta que las niñas han crecido y ya son señoritas. Es amigo de sus vecinos, y respeta y responde a los códigos de la villa.

Caroline Ingalls, siempre impecable, se ocupa de socorrer a cuanta persona requiera de alguna ayuda; se hace cargo de la escuela cuando no hay maestra y colabora con el sacerdote en los quehaceres de la Iglesia. En ningún momento descuida su hogar cosiéndose sus propios vestidos, peinando a las niñas, haciendo cortinas para la sala o cocinando manjares para la comida familiar.

Rosa es solidaria con sus comadres a quienes también recurre en los momentos de más desesperanza. Va a la escuela de sus hijos cuando la llaman reiteradamente ya que el día que no trabaja, no cobra. A veces va a la Iglesia y con más frecuencia al culto que un pastor instaló en el centro de la villa. Su ropa conoció épocas más felices cuando era lucida por sus originales dueñas, las patronas de Rosa. Como puede arregla alguna prenda que, ya gastada y sin botones, le dieron para la más chiquita. La cocina no le lleva mucho tiempo ya que, por lo general, es poco lo que hay para cocinar.

De la consagración del matrimonio de los Ingalls nacieron Mary, Laura y Carrie, años más tarde, Grace; la familia toda, en otro momento, adoptará a Albert.

El hijo mayor de Rosa es de una unión que tuvo a los 16 años; el gestor la abandonó cuando supo del embarazo. Los tres siguientes son de Antonio y la más chica fue producto de una violación a la que la sometieron cuando salía a la madrugada para ir a trabajar mientras Antonio estaba en Jujuy por la agonía y muerte de la madre. Antonio reconoció a todos, aún a los que no eran de él.

Con ellos vive también una hija de una medio hermana de Antonio con su crío.

Las casas de las dos familias tienen cosas parecidas y otras muy distintas. Ninguno tiene agua corriente, pero los Ingalls siempre están pulcros e impecables. Por supuesto que no existe red cloacal ni instalaciones de gas. Los Ingalls cocinan con la leña que Charles recoge y hacha cuando llega de sus ocupaciones o cuando alegremente está disfrutando del merecido descanso semanal... después de haber ido a misa. Antonio y Rosa cocinan poco, en una garrafa de gas con la que también calefaccionan la casilla en la que viven.

Las dos familias han migrado de sus tierras natales. Los Ingalls han construido una hermosa casita de madera en la pradera. Rosa y Antonio armaron una casilla de chapas en unos terrenos fiscales. Los Ingalls han armado una pequeña quinta para el propio consumo; Rosa y Antonio tienen una gallina.

Charles nunca le levantó, siquiera, la voz a Caroline y ésta nunca desafió la mirada firme y cariñosa de su marido.

Antonio le pegó a su mujer alguna vez. La última fue cuando volvió a su casa, sin un peso, después de que lo echaran de la construcción. Rosa le había reclamado, gritando, que necesitaba plata para hacerle unos estudios en el hospital a la hija de la sobrina.

Los Ingalls son de la época en la que con poca azúcar se endulzaba un tazón de leche recién ordeñada. Rosa y Antonio son del tiempo en el que Charlie canta "La sal no sala y el azúcar no endulza".

II.- JUGANDO A MAMA Y PAPA

La Lic. Elena Cohen Imach refiere en un trabajo que presentara hace unos años en la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires la existencia de un mito propio de las islas An-daman. Este diría que "la vida futura será la repetición de la vida terrenal, salvo que todo el mundo permanecerá joven, se desconocerá la enfermedad y la muerte, y nadie se casará ni será entregado en matrimonio".

Así este mito parece equiparar la enfermedad y la muerte con otro mal, el matrimonio. Curiosa manera de echar por tierra el "bienestar familiar", prototípico de la familia Ingalls; bienestar prometido por la humanidad desde el inicio de los tiempos. Este mito anticipa una feliz vida futura en la que estarían abolidas, al decir de Cohen Imach, "las penurias terrenales".

Bienestar y felicidad a encontrar en el seno de la familia, que el mito Ingalls cristaliza como para hacerlo más auténtico.

Una de las primeras dificultades con las que nos encontramos frente a estas cuestiones es la de definir qué es una familia?.

Pretenciosa interrogación que nos tienta a caer en po-sicionamientos ideológicos que nos alivien de tamaña empresa. Pregunta que no resulta ajena al espacio judicial en el que se ventilan algunas cuestiones "familiares". Después de todo re-cordemos que hay "Juzgados de Familia" y, por consiguiente, Jueces de Familia.

Dice Lacan en "La Familia":

"(...) la familia humana es una institución. El análisis psicológico debe adaptarse a esta estructura compleja y no tiene nada que ver con los intentos filosóficos que se pro-ponen reducir a la familia humana a un hecho biológico o a un elemento teórico de la sociedad.

Podríamos intentar, sin embargo, algunas aproximaciones a la definición. En principio, y según sea donde uno se pare, se inclinará a privilegiar, como lo enuncia Lacan, el lazo sanguíneo o el compromiso civil. Al respecto resaltemos que éste último adquiere el valor de un rito que recrea un mito.

Por lo general, en nuestra cultura, el vínculo sanguíneo va de la mano con el lazo civil, aún cuando el ejemplo de Rosa y Antonio indicarían lo contrario; por otro lado esta particularidad, por sí, no parece alcanzar para constituir un vínculo familiar. Así es como se supone, en principio, que padre es el marido de la mujer que dio a luz una criatura o aquél hombre que, dándole el apellido al niño, lo reconoce como hijo. Tal es el caso de Antonio.

En realidad la correspondencia entre la "familia biológica" y la cultural es sólo numérica.

Dice J. Lacan en "La Familia":

"En efecto, la familia humana permite comprobar en las primerísimas fases de las funciones maternas, por ejemplo, algunos rasgos de comportamiento instintivo, identificables con los de la familia biológica; (...) en este campo las instancias sociales dominan a las naturales: hasta un punto tal que no se pueden considerar como paradójicos los ca-sos en los que las reemplaza, como por ejemplo en la adopción."

III.- LAS REGLAS DEL JUEGO

Lo que resulta indiscutible es que nada del lazo amoroso puede estar determinado por la regla.

Regla que sin embargo sí regula, además de las vinculaciones socio culturales, las relaciones internas propias del grupo.

Regla que sin duda reconoce su matriz en la universalidad de la Prohibición del Incesto como modelo que impulsa a la exogamia haciendo que nadie sea hermano de su hijo, padre de su nieto o hijo de su hermano.

Regla que al mismo tiempo instaura, en lo intrapsíquico, la marca de una falta, de la incompletud, de la castración simbólica. Regla que entonces abrirá al sujeto así constituido al juego del deseo.

IV.- LA PATERNIDAD NO ES UN JUEGO

J. Lacan introduce, en relación con el Edipo, el concepto de función. Y de ahí que planteará que lo relevante en esta dramática no lo constituye que Antonio sea o no el padre biológico y genitor del primer hijo de su mujer; que ni siquiera es importante, en la trama de la individualidad, el dar formalmente un apellido si tal acto concluye en eso. Explicará Lacan que lo que adquiere importancia es el cumplimiento de la función paterna.

Magistralmente este psicoanalista dirá en el Capítulo "La Carretera Principal" del Seminario III:

" (...) copular con una mujer, que ella lleve luego en su vientre algo durante un tiempo, que ese producto termine siendo eyectado - jamás logrará constituir la noción de qué es ser padre."

En otro lado del mismo capítulo dirá Lacan que no exis-ten "animales humanos tan brutos que no se den cuenta de que, cuando uno quiere tener críos, tiene que copular", y al res-pecto nos advierte:

"Un efecto retroactivo es necesario para que el hecho de copular reciba para el hombre el sentido que realmente tiene (...) que el niño sea tan de él como de la madre."

Y para que esta posesividad tenga lugar es necesario que se dé una doble vertiente. Por un lado que haya un hombre que se interponga entre el niño y la madre ("no copularás con tu madre") y que al mismo tiempo prohiba a la mujer el acceso indiferenciado e irrestricto a su hijo ("no reintegrarás tu producto"). Por otro lado que haya una madre que respete esta normativa y que dirija su mirada deseante hacia afuera.

Si bien el dar el apellido es sinónimo de reconocimiento, lo es en la medida en que algo de esa posesión filial opere como contrapartida de este don. Freud recuerda en El Malestar en la Cultura que la renuncia pulsional que le imponemos a nuestros niños resulta efectiva toda vez que, a cambio, ofrecemos amor.

Y la ley de los códigos parece bordear algo de esta cuestión. Si Rosa hubiera quedado preñada de su primera relación hoy, tal vez se hubiera podido forzar al genitor, exámenes de histocompatibilidad mediante, a que inscribiera como hijo a esa criatura. Pero nada del don está en juego en este acto. No es la mera inscripción ante el Registro Civil la que adquiere validez psíquica; después de todo todos llevamos un apellido que nos remite, de una u otra manera, a nuestros orígenes. En este sentido también podríamos decir que todos hemos tenido un padre.

Y esto también es cierto en todos los terrenos. Desde lo biológico no caben dudas, por lo menos por ahora. Desde lo social el Patronato de Estado se postula como suplencia allí donde aquél falta; desde lo intrapsíquico siempre habrá por lo menos uno que diga que no, o, en el peor de los casos estará forcluído y resultará una psicosis.

Y este fenómeno ocurrido dentro de la estructura familiar cobra relevante valor, más allá de lo intrapsíquico toda vez que tiene consecuencias, en tanto simbólico, en el orden de la cultura.

Volvamos a Lacan:

"Entre todos los grupos humanos, la familia desempeña un papel primordial en la transmisión de la cultura."

V.- DEL AMOR Y LA JUSTICIA

Y qué espacio hay en el seno de la familia para que el aparato judicial se entrometa?. Ya antes anticipamos que la regla no tiene cabida en el terreno amatorio.

Por otro lado parece indudable pensar que cuando una familia, o uno de sus miembros, llega a los estrados judiciales, es que algo de la dinámica interna está fallando en su operatoria.

Referimos antes que algo del orden del amor daba sostén a la palabra parental toda vez que ésta se postulaba como prohibidora. Es lo que Freud ha llamado imperativo categórico. Así es como resulta que nada de esta operatoria será exitosa sin esta variable que, sin duda alguna, escapa al Poder jurisdiccional. De allí que el control de las pulsiones ejercido desde el órgano de Justicia adquiera entonces el valor de pura venganza a los ojos de los miembros de la familia.

Cuesta creer que los Ingalls llegaran a pasar por un Tribunal, salvo en caso de carga pública. Quién puede imaginar a Laura vagabundeando lejos de la mirada paterna?; quién puede pensar que Charles y Caroline llegaran a divorciarse?; y si así fuera quién podría aventurar que lo harían de manera controvertida?. Más allá de ciertos parámetros ideológicos que tiñen a los gestores de los Ingalls, es indudable que si hay un mensaje que transmiten es el del amor.

Si la pregunta a lo social es ¿cómo vivir con el otro? parece que, para responder, es suficiente con echar mano al orden del mundo, simbólico, inmutable y más o menos universal suando la respuesta es enunciada desde el discurso del poder. Este se compone de una complicada mezcla de procedimientos científicos, técnicos y teóricos articulados desde una posición de presunto saber y de pretendido poder.

Pero si, como vimos, lo que se instaura en la subjetividad del cada uno es algo del orden del deseo, ¿qué poder cree tener el tribunal para corregir, reparar, educar o suplir esta carencia de amor?. ¿Qué dictamen puede firmar un Juez para que un padre ame a su hijo?.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 5 - Julio 1997
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