Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Sublimación y poetización yoica
o "La novela del héroe que sublima"
Lidia Matus

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El presente trabajo es el armado y la composición de un recorrido generado por mi interés acerca del “enigma” de la sublimación.  Los invito a acompañarme.

Hace tiempo que el tema de la sublimación se me presentaba como respuesta enigmática a diferentes preguntas que surgían no sólo a partir de la clínica, sino también en la contemplación de las producciones artísticas y en la observación de los sujetos que llevan a cabo la tarea que fuera con un interés o quizás sea más exacto decir, con una pasión particular.  En todas esas ocasiones se me presentaba la siguiente frase: “esto es sublimación” y acto seguido un pensamiento: “esto no es estéril”
Así las cosas, llegó a mis manos una película que me impactó de un modo particular.  La llamé “la novela del héroe que sublima”.  En ese nombre se prefiguró un saber que  hoy es causa ordenadora de este recorrido.
Describiré el itinerario:
Comenzaremos con las preguntas, que constituyen la prehistoria del escrito, luego propondré una definición de los conceptos que nos serán necesarios para una aproximación a las respuestas, y entonces partiendo de “la novela del héroe que sublima”, arribaremos a la formulación de algunas conclusiones.

Las preguntas:
-¿cuál es esa operación que realizó el artista para que se produzca la sensación de suspensión de las coordenadas habituales? -¿porqué esa sensación simultánea de realidad e irrealidad?
-¿qué es ese entusiasmo por ver plasmada la obra, hacerla “visible”, palpable, reconocible, semejante a la expectativa de la llegada de un nuevo ser: “¿a quién se va a parecer?” (parecer, parir)
-¿porqué esa pasión, entusiasmo, concentración sostenida, ese “ir hacia” contra viento y marea, puede ponerse” en acto”? ¿porqué se detiene? ¿porqué parece tan ajeno a la voluntad y sin embargo la produce?
Esta última pregunta nos acerca directamente a las consideraciones más clínicas:
-¿qué es lo que impide a un sujeto “pasar” y en ese sentido “seguir” con su vida, imprimiendo el sello de su presencia? O por el contrario: ¿qué es lo que hace que no pueda detenerse en un raíd sacrificial o cuando menos improductivo, con las mismas consecuencias de insatisfacción y pérdida que en la detención antedicha?

Las definiciones
Sublimación

Freud:
La definición freudiana sobre “sublimación”, parcial, fragmentaria e inacabada, es no obstante precisa en los siguientes puntos:
-Se trata de uno de los destinos de la pulsión, es decir, uno de los modos en que ésta se ve impedida en su flujo irrestricto. 
-Conjuntamente con la represión, es un destino disponible secundariamente a que se establezcan los circuitos pulsionales, por haberse cumplido los dos destinos primeros: la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo
-la sublimación supone la desexualización de la pulsión
-implica un cambio de meta, es decir: las pulsiones quedan inhibidas en su fin, pero no se trata del mecanismo de la formación reactiva
-no hay represión de la pulsión
-se alcanza la satisfacción por otras vías

Las definiciones freudianas sobre sublimación se han prestado a lecturas de un tenor equivalente a las teorías sexuales infantiles, quiero decir con esto que, desconociendo la insuficiencia de las mismas para dar cuenta de la operación de sublimación, han sido tomadas como una forma de reencuentro con el paraíso perdido, libre de re-presiones y sin el peso de la molesta sexualidad que no cesa de enfrentarnos con la falta de saber y con lo que descompleta.  Mientras simultáneamente, continúa resonando el halo mítico del escrito freudiano prometido, que nunca podrá leerse

Lacan:
Veamos ahora algunas consideraciones lacanianas de modo que podamos abrir otras vías de entrada para aproximarnos al concepto de sublimación.
Dice Lacan en el Seminario XI de los “Cuatro conceptos”: “tenemos ante nosotros un sistema en el que todo se acomoda y alcanza su propia clase de satisfacción.  Nos entrometemos en ello porque pensamos que hay otras vías, más cortas…a nivel de la pulsión, el estado de satisfacción debe ser rectificado…”
La rectificación a la que se refiere implica una relación a la operación sublimatoria, así como una redefinición de los elementos de la pulsión (objeto, meta, fuente y presión).  Para Lacan, el objeto no es tomado de la realidad sino que se configura en el cierre del circuito pulsional como faltante, y la fuente no es el orificio corporal sino el borde que se produce en el encuentro entre el empuje pulsional y la respuesta del Otro.  Y así como en Freud podemos ubicar la constitución del narcisismo y del Yo recién a partir de la armadura de los circuitos pulsionales luego de la vuelta sobre sí mismo y la transformación en lo contrario, en Lacan también nos encontramos con ese momento instituyente que se plasma en el Estadío del Espejo, donde recién podría hablarse de un Yo, al cual consideraremos entonces contemporáneo de la constitución del objeto pulsional (como perdido).  La caracterización del niño como perverso polimorfo implica que en ese tiempo aún no se han organizado las diferentes pulsiones entre sí y se satisfacen de manera independiente y autoerótica.  ¿cuál es el punto de llegada al que se supone deberían aspirar las pulsiones para dejar de ser “desorganizadas”? Aquí volvemos a remarcar una diferencia con los dichos freudianos.  No se trata de que confluyan en la “pulsión genital”  en aras de la (saludable) procreación, sino que se organizan en el fantasma, que tomará a su cargo la articulación parcial de las satisfacciones heterogéneas, sellando la orientación del deseo.  Llamaremos fantasma a la relación del sujeto con el objeto que se supone ser en el deseo del Otro, y ese objeto del cual ya dispone por las operaciones antedichas, tendrá la función de representar al sujeto en el campo de la Demanda del Otro. Que el fantasma orienta el deseo del sujeto, quiere decir  que organiza la referencia del mundo, lo que llamamos “realidad”, así como también que organiza un “cuerpo”. (en el sentido del ensamble de los circuitos pulsionales, que han sido construidos a partir del estilo que demarcó la relación a la Demanda del Otro).
Ubicaremos la constitución del fantasma, en ese tiempo en el cual se presenta la posibilidad de la procreación, y que determina que el sujeto sea considerado como potente, léase: que sus actos tienen consecuencias.  Hablar de fantasma entonces es considerar que a partir de allí, el sujeto recorre un circuito que al mismo tiempo que lo orienta, nunca cierra del todo.  La satisfacción de las pulsiones a partir de esa constitución, implicará un rodeo por ese circuito que lo mantendrá a una distancia prudencial del objeto, suficientemente lejos como para no abismarse en el vacío de la “Cosa” (objeto nunca reencontrado de la satisfacción) y suficientemente cerca como para no caerse de la escena del Otro (del mundo, de la realidad)
Rectificar el estado de satisfacción, implicaría salir de la repetición incesante del recorrido fantasmático, de ese rodeo circular en el que a pesar de estar presente lo que no cierra, mantiene esa hiancia obturada por las distintas formaciones sintomáticas que funcionan de puente para que se continúe el recorrido.
La sublimación, considerando lo antedicho, tendría que ver con la creación de una salida de esa repetición, un desvío del circuito (meta inhibida querría decir en estos términos, inhibición del recorrido) y por lo tanto, también una operación  con el objeto (creado y enmarcado por el circuito) (1).

En este punto habrá que ubicar lo que llamamos “desexualización”.
Veamos.  Dice Freud: lo que se sublima son las pulsiones parciales.  Estas se caracterizan por ser autoeróticas, y por satisfacerse de manera independiente unas de otras, es decir en relación a la fuente que las determina.  Se hace evidente aquí la referencia  la sexualidad infantil.  Extraigamos entonces las consecuencias que esta afirmación puede iluminar en relación a lo que llamamos “desvío” del recorrido determinado y estabilizado por el fantasma.  Si la sexualidad (infantil) es autoerótica y, si el contorno de ese circuito constituye el objeto que representa al sujeto en el campo del Otro, ese objeto ofrece al sujeto a través de un rodeo, un modo alternativo de continuar en relación a sí mismo, es decir: de autoerotismo.  Desexualización entonces implicará que en el movimiento del desvío de ese circuito, se perderá el relleno fantasmático que hacía las veces de autorreferencia y con ello el autoerotismo.

Recordemos ahora que dijimos que, tanto Freud como Lacan, ubican la constitución de ese objeto como contemporánea de la constitución del Yo y por ende del narcisismo.  Aquí es preciso que hagamos una aclaración.  No se trata del Yo en general, sino más específicamente del Yo Ideal, aquel que ha heredado los atributos agalmáticos de His Magesty the Baby que le fueran transmitidos y tomados como respuesta a la pregunta del “Che Vuoi? “,  enmarcado con los significantes recibidos por la Demanda del Otro, obturando la angustia que la falta de un significante que lo nombre desencadenaría.  Ahora bien, podríamos preguntarnos el porqué de esa insistente repetición del recorrido, ¿qué lo causa? ¿Qué busca y no encuentra?  Podríamos respondernos: busca el objeto perdido e imposible, de la huella primera de satisfacción y ese circuito es lo más parecido al objeto (retroactivamente) perdido con lo que podrá contar.  Lacan llama a ese objeto imposible: la Cosa.  El objeto de la pulsión no es la Cosa.  También dice Lacan (Seminario VII: “La ética…”): “sublimar es elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”.  Claramente se perfila ya, que decir “objeto” es nombrar un concepto de una complejidad tal, que no podríamos adentrarnos en los vericuetos de la  operación sublimatoria que se efectúa con el objeto, sin apreciar los desniveles que implica, menos aún si justamente llamaremos objeto también al producto de esa operación. 

Sigamos entonces el recorrido del objeto:
Me voy a referir aquí a la lectura que hace Lacan en el Seminario de la Etica, del Proyecto freudiano), Das Ding, la Cosa, excluída en el interior ¿en el interior de qué?  del Real-Ich, primer esbozo de organización significante, dominado por las vorstellung representanz.  Das Ding es ese objeto que se busca reencontrar sin que lo haya precedido la existencia, real último e hipotético de la organización psíquica.
En cambio, el objeto que resulta de la decepción por el fracaso de una correlación entre un orden simbólico esperado y la respuesta de lo real, es decir, la dialéctica de la frustración, no tiene estatuto real sino imaginario.  Ese objeto, que sufrirá los avatares de los intercambios con el Otro, representará al Yo Ideal en el complejo de Edipo y más tarde,  por la vía de la identificación a un rasgo “preferido”,  dará entrada al Ideal (del Yo), volviendo al sujeto dependiente de esa imagen idealizada, pero ya desasido de los objetos incestuosos.  Tanto el Yo ideal como el Ideal del Yo, son ambos representantes del narcisismo.
Para Lacan, la sobrevaloración del objeto en la sublimación implica una diferencia esencial con lo antedicho, retoma la afirmación de Freud acerca de que no se trataría de libido narcisista sino objetal, no se trata de la economía de la sustitución por la que se satisfacen las pulsiones en la represión, economía en la que el síntoma sería el retorno vía sustitución significante, de la meta.  De lo que se trata en la sublimación es de “la revelación de la Cosa más allá del objeto”, más allá de un objeto común, que valga por su “cosidad” y que funcione como vacío alrededor del cual el sujeto modelará el significante.  Para ello es necesario que ese objeto haya perdido su consistencia de relleno fantasmatico, es decir, que ya no esté al servicio de exaltar los valores del Yo, y por  lo tanto haya perdido su valor de objeto reintegrable a la Demanda del Otro.  Este cambio en el estatuto del objeto, no es sin el pasaje por la privación (una de las formas de la falta)  Son necesarias esas condiciones, para que el objeto se convierte en apto para velar la Cosa, que sólo existe o mejor dicho, es creada por su velamiento. 

Acto
Concluyendo ahora la exposición teórica, haré una mínima mención de los tres niveles del acto: acto sexual, acto analítico y acto sublimatorio (2).

El acto sexual: implica una inhibición en la meta (inhibición de lo incestuoso de la Cosa) y una paradoja: sin la vecindad de ese núcleo arcaico incestuoso, sin esa angustiosa atracción, tampoco hay allí acto.
En el comienzo hay un vacío, alguna encarnación de la castración centrada en los órganos genitales, y el acto culmina en el velamiento del vacío. de un modo análogo a la risa desencadenada que vela la verdad en el chiste.  Pero a diferencia de éste, la ganancia de placer toma todo el cuerpo antes del éxtasis (ir hacia afuera)
El acto analítico: al igual que el acto sexual parte de una carencia, pero la culminación no la vela, la repite elaborándola. 
En la sublimación, a la vez dentro y fuera del análisis, habrá un hacer del automatismo de repetición un automatismo de invención.
Invención no es realización de deseo (que implicaría el automatismo de repetición y el rehallazgo (sustitutivo) del objeto.  Se trata de “dar forma” a una obra, en los dos sentidos: el de ser un “hecho” (hacer una obra) y el de ser un “poder” (por obra y gracia de)
Se trata del paso incesante de la productividad al producto.  Dos momentos que nunca se recubren.
En la invención, un sujeto inmerso en la indeterminación de una repetición que vacila, “decide” (apuesta) pegar el salto dejando atrás las determinaciones conocidas, poniendo entre paréntesis lo que aprendió, centrándose en los detalles, obrando desde lo formal y no desde el sentido. 
El sujeto que crea pone en marcha la función negatriz (tacha, corta, descarta) de la pulsión de muerte en el sentido de la voluntad de comenzar de cero.
Es esta función negratriz, la que corta los lazos de sentido, prepara el terreno para el cambio de escena y de escenario, otro espacio, otra “realidad”.

Retomemos ahora la promesa inicial:

La Novela del Héroe que Sublima

La película a la que me refiero se llama “Vitus”.De ella haré un brevísimo relato a los fines de hacer “visible” la estructura que quiero transmitirles, y que me ha llevado a la enunciación de su predicado: “Vitus, la novela del héroe que sublima”
El relato está ubicado en la perspectiva del pequeño protagonista.

Vitus es un niño prodigio que toca el piano de maravillas, no sólo sabe ya leer  a los cuatro años, sino que posee una curiosidad implacable que busca saciar preguntando sin descanso, escuchando a hurtadillas  y cotejando en los libros.  Se aburre el jardín de infantes.  Hijo único de unos padres amorosos, cuenta también con un abuelo muy presente y de perfil bajo y una tía astróloga que le vaticina un gran futuro.  Su padre, al contrario de Vitus, tiene un aspecto de infantil inocencia.  Es inventor y le muestra a su hijo su invento maravilloso: un audífono superpotente al que bautizan con el nombre de “oído de murciélago”.  Este servirá a Vitus para escuchar las conversaciones de sus padres. El abuelo, artesano en maderas, le confiesa que le habría gustado ser piloto.  Vitus no tiene amigos en el colegio y se burla incisivamente de sus profesores, con lo cual elegantemente las autoridades escolares les piden a sus padres que lo hagan rendir libre la escolaridad. Contratan entonces una niñera púber para que lo cuide y como era de esperar, se enamora perdidamente de ella. De inmediato su madre decide dejar el trabajo para cuidar ella misma a su hijo, quien por primera vez se niega a satisfacerla en sus exigencias de encaminarse llevado de su mano hacia el futuro prometedor, hasta que finalmente Vitus se lanza desde el balcón de su casa con las alas de murciélago que su abuelo le fabricara.  Sufre una conmoción que se lleva puesta su superioridad. Por fin Vitus es normal, tiene amigos, toca el piano como cualquier aprendiz, etc, hasta que el abuelo descubre su secreto: Vitus ocultaba brillantemente su brillantez.  Entretanto el padre, luego de haber triunfado con su invento, comienza un declive tan meteórico como lo había sido su ascenso.  Entonces entre el nieto y el abuelo, uniendo recursos, crean un personaje fantasma al que llaman Wolff, que actuando exitosamente en el mercado financiero, posibilita a cada uno llevar a la práctica sus sueños.. Vitus vuelve a buscar a la niñera para ofrecerle matrimonio (a los 13 años) recibiendo como cariñosa respuesta: “ya verás como puedes vivir sin mí”, su abuelo, luego de ayudar a que Vitus  devuelva a su padre el honor perdido, cumple el sueño de volar, pero se accidenta, y revela el secreto de su nieto que había prometer guardar “mientras viva” y fallece.  Vitus retorna  a “su” normalidad.
La película comienza y termina con la misma escena. 
En el comienzo vemos a un niño que entra a hurtadillas a un hangar, sube a un avión y lo enciente para volar.  Todos los espectadores, incluido el operario de aviones, tememos el peor desenlace de lo que parece un pasaje al acto.
En el final, vemos a Vitus, el héroe de siempre, entrando a un hangar a hurtadillas, siguiendo las instrucciones que le diera su abuelo para volar, como lo está haciendo, en un día de sol. 

Las Conclusiones
¿porqué “el héroe que sublima? 
Este pequeño y vital personaje, recorre, a mi entender, los avatares ineludibles del drama edípico, de un modo que pone de relieve la ganancia de satisfacción que resulta de atravesar esos momentos apostando al acto y a la invención.  Vitus se reinventa a sí mismo, abandona el brillo fálico apostando al lazo social, regalándonos una hermosa historia de poetización yoica que lo ubica como el héroe que reivindica a los padres afectados ya por la caída de su lugar de ideal.  Transita por el camino de la invención y con otros. Inventa al niño “normal”, inventa a señor Wolf… y en los intersticios de la novela nos entrega los rastros de la prehistoria.
Seguiremos sus pistas
¿Porqué el murciélago? ¿porqué el salto? 
La función atemperada que cumple el murciélago en la película, no deja de estar acompañada del valor imaginario que lo conecta con la voracidad anfibígena del encuentro de demandas en la etapa oral (demanda de ser alimentado y demanda de alimentar) (3) y resulta apto para representar el fantasma de vampirismo que se acrecienta cuando la cercanía materna demanda “eso”, es decir, una demanda perentoria que atrae hacia el vértigo del abismo, figurado en Vitus en la escena del “balcón”.  El murciélago atraviesa el marco.  Si es posible decir que el abismo y su correlato de vértigo anuncian la cercanía de la Cosa, o dicho de otro modo, si la cercanía de la Cosa es la constatación de la falta de un significante que responda al “che vuoi” para enmarcar al menos una demanda, el sujeto se puede ver compelido a responder con su propio ser (en un pasaje al acto).  El murciélago que sale junto con Vitus, funciona en el plano simbólico, revestido del rasgo que lo incluye en una genealogía (el oído de murciélago inventado por el padre, las alas de murciélago fabricadas por el abuelo).
¿cuál es la falta a velar?
Podemos ubicar la falta que hubo que operar allí.  Vitus tuvo que prescindir de su omnipotente oído, ya que en el circuito de la pulsión invocante había quedado atrapado como pura voz para los oídos de su madre, a riesgo de perder su propio deseo.  
Recordemos que la fobia se instaura cuando se conjugan la constatatión de la privación materna y su pasión por la apropiación del brillo fálico del hijo, en desmedro del deseo del mismo. El deseo de Vitus por su niñera, primera sustitución de la madre, es quitada inmediatamente del medio.   Vitus es valorado como objeto y no como sujeto, y el padre está demasiado ocupado con su propio brillo fálico, como para privar a la madre.  Algo había que inventar…
Si no vemos manifestado aquí el momento de pasaje por la fobia, es porque empezamos por el final.  Nos encontramos de entrada con el producto logrado del trabajo de velamiento de la falta.

 ¿porqué “el héroe que sublima?”
La historia está contada desde la perspectiva del protagonista., es decir, del Yo.  
En “El poeta y la fantasía” Freud nos dice que el juego del niño es reemplazado por la ensoñación diurna, pero que a diferencia de la producción del artista, el relato de esas ensoñaciones nos resultaría obsceno o indiferente.  El contenido de las mismas no tiene  muchas variaciones y esconde mal su valor compensatorio de las carencias vividas.  Dice que el artista, a diferencia del que sueña despierto, logra sobornarnos con las técnicas formales, borrando las huellas del autoerotismo y habilitando a que cada uno proyecte su propio yo en el exitoso protagonista.  Así se presenta Vitus, como un héroe (un Yo) que no teme enfrentar las pruebas más difíciles, y lo hace de un modo decidido.

¿porqué nos inquieta y fascina su actitud decidida?
Dice Lacan que el sujeto que crea pone en marcha la función negatriz, pulsión de muerte como voluntad de recomenzar de cero.  Esa voluntad está en la mirada de Vitus.
Tenemos la primera escena, y tenemos la última.  Asistimos al recorrido de un circuito.  Entre la primera escena y la última ha aparecido un sujeto, esa vuelta de más que hace caer el objeto y constituye una modalidad deseante.  Antes veíamos a un niño que parecía lanzado al  abismo por los ideales paternos imposibles, ahora vemos a Vitus satisfecho por la ganancia de placer que en el arrojo de su acto consiguiera.
Para Lacan, en la sublimación, la satisfacción lograda en la creación, es una satisfacción “que no le pide nada a nadie”, desasida de la Demanda del Otro, “porque es, y al mismo tiempo no es…la Cosa”.

Y bien, quién hubiese imaginado que hasta el lugar de llegada, nos acompañaría un murciélago?  

Notas

(1) MERONI, M del Carmen: “PULSIONES Y DESTINOS después de LACAN”  Lacano 2001

(2) RITVO, Juan: “EL LUGAR DE LA SUBLIMACIÓN” Imago Agenda N° 141, Julio/2010

(3) LACAN, Jacques: “SEMINARIO VIII “LA TRANSFERENCIA” Caps 14 y 15.  Paidós

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 28 - Febrero 2014
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