Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Identidades: verso y reverso
Salander y Blomkvist
Ana María González - Anahí Bisio

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Resumen

La determinación genérica de la cultura patriarcal impone modelos rígidos de subjetivación tanto para las mujeres como para los hombres, que, entre otras cosas, están en la base de la violencia de género . Lisbeth Salander, la protagonista de la Trilogía Millenium (Larsson:2008-2009), se sale de este modelo, y muestra una posición activa contra la violencia ejercida hacia ella y otras mujeres. Es otra forma de ser mujer, sobre la que se reflexiona en este texto.

PALABRAS CLAVE: activo/pasivo; subjetividad femenina; violencia de género; cultura patriarcal.

 

Identities: verse and reverse

The patriarchal cultural system imposes a model of subjectivity development characterized by a rigid gender construction, for women as well as for men, which, among other things, lies at the root of gender violence. Lisbeth Salander, the main character in the Millenium trilogy, departs from the patriarchal gender model and actively opposes violence against herself as well as other women. She represents another type of woman representation, which is the focus of our analysis in this article.

KEY WORDS: active/passive; female subjectivity; gender violence; patriarchal cultural.

 

"El dieciocho por ciento de las mujeres de Suecia han sido amenazadas en alguna ocasión por un hombre."
Larsson (2008:15)

Lisbeth Salander: otra manera de subjetividad femenina

En la trilogía Millennium, de Larsson, S (2008;2009), sorprende, en primer lugar, la fuerza del personaje de Lisbeth Salander, por especial y diferente. Es una mujer joven que impacta por lo agresivo de la imagen con que se presenta, adornada con varios piercings y tatuajes (un dragón, una avispa) y una marcada actitud defensiva. Distante y hostil, cercana en cierto modo a la estética denominada "gótica", de colores oscuros y cuero, aunque sin ningún símbolo (como cruces o esqueletos) asociados directamente a la muerte. Mujer de una inteligencia excepcional, hacker profesional, que trabaja para una empresa de seguridad dedicada también a la venta de informaciones producto de espionajes. Es capaz de entrar a cualquier ordenador y hacerse con toda la información que contiene. Respecto a los estereotipos de género es marcadamente masculina, dentro del perfil de jóvenes explícitamente provocadores y violentos. Bisexual en sus relaciones, lo que destaca es su posición activa en ellas, tomando habitualmente la iniciativa, lo que trastoca sustancialmente los roles clásicos.

Y es en lo activo de su posición en lo que queremos pararnos a reflexionar. En toda la obra del autor está presente el maltrato y la violencia contra las mujeres, y resulta llamativo el planteamiento de cómo se sitúa este personaje al respecto.

Al final del primer volumen de la trilogía (Larsson 2008), Lisbeth Salander mantiene un diálogo con Mikael Blomskvit. Acaba de morir uno de los personajes, Henry Vanger, asesino múltiple de mujeres a las que torturaba y vejaba sexualmente con una crueldad extrema. Él se despeña conduciendo su coche, cuando era perseguido por Lisbeth, después de torturar, e intentar matar, a Mikael Blomksvit. Ella le salva, y es en la persecución a Henri, que él cae en su coche por un precipicio. Lisbeth se acerca, él está vivo, y le pide auxilio, pero ella se aleja, el coche se incendia, y él muere.

Mikael Blomksvit: ¿Cómo murió?
Lisbeth Salander: Quemado.
M. B. : ¿Pudiste sacarlo?
L.S. : Sí.
M.B. : Pero no lo hiciste.
L.S.: No.
M.B. : Por dios, Lisbeth. Su padre le enseñó a ser un asesino desde que tenía 16 años. Cualquiera se vuelve un desequilibrado con un padre así.
L.S. : No hables de él como si fuera una víctima, por poco te mata. Mataba y violaba por puro placer. Tuvo las mismas oportunidades que todos. Uno elige quien quiere ser. Era un cabrón hijo de puta que odiaba a las mujeres.

Si bien se corresponde con el viejo esquema bíblico del antiguo Testamento, la Ley del Talión, "ojo por ojo, diente por diente", sustituido posteriormente por las leyes promulgadas por los estados para regular la convivencia social, es interesante como acto que devuelve la responsabilidad al sujeto ante las cosas que vive. Y plantea una subjetividad femenina que no se resigna a la pasividad normativa, tanto de su rol social genérico, como de su identidad psíquica.

En las sociedades desarrolladas y democráticas, en los privilegiados países ricos (toda la novela transcurre en Suecia), este fenómeno del maltrato a las mujeres está presente, con una frecuencia alarmante, llegando al extremo, en algunos casos, del asesinato de estas a manos de sus parejas. Algunos psicoanalistas, estudiosos de esta violencia, hablan de una patología del vínculo, definido por una estructura sadomasoquista, en la que se da una enfermiza dependencia de cada miembro de la pareja respecto al otro. Es sobradamente conocido el que se producen un número pequeño de denuncias en relación a los casos que se dan, muchos de los cuales no se destapan hasta que se produce la muerte de la mujer, asesinada por su pareja o su "ex" pareja masculina. En eso s casos, en las posiciones de la relación sadomasoquista, se da una persistencia en el papel activo (masculino) ejercido por el hombre, y del pasivo (femenino) 1, que se reproduce sistemáticamente, al menos si consideramos exclusivamente la violencia física.

Solanas, V. (2002) dice:

En esencia todos somos arrogantes y dulces, fuertes y tímidos, luchadores e inertes. Por supuesto, podemos serlo todo en proporciones diferentes, pero insistir, al referirse al hecho de ser hombres o mujeres, en que sólo podemos ser hombre o sólo mujer, es haber deslizado una horrorosa y venenosa mentira en la mente humana, es haber logrado que los hombres y las mujeres vivan con miedo, con la idea de padecer una secreta enfermedad en caso de que él experimente el deseo de ser pasivo, y ella la necesidad de afirmarse.

Hélène Cixous (1995) ha realizado magníficos trabajos de escritura, reflexionando en este sentido, sobre qué es lo que determinan los significados del ser mujer a través de la historia, y de la determinación de género en su asunción de la posición pasiva. Y argumenta una esperanza de cambio:

Estar poseído no es deseable para un imaginario masculino, que lo sentiría como pasividad, como actitud femenina peligrosa. Cierto que una cierta receptividad es "femenina". Por supuesto, se puede sacar partido, como la Historia ha hecho siempre, de la recepción femenina como alineación. Por su abertura, una mujer es susceptible de ser "poseída", es decir, desposeída de sí misma.

Pero estoy hablando de la feminidad como conservante en vida del otro que se confía a ella, que la visita, al que ella puede amar en calidad de otro. Amarle por ser otro, un otro, sin que eso suponga necesariamente la sumisión del mismo, de ella misma.

En cuanto a la pasividad, en su extremo, está ligada a la muerte. Pero existe un no-cierre que no es una sumisión, que es una confianza, y una comprensión; que no es motivo de una destrucción, sino de una maravillosa extensión.

Catorce años después de estas consideraciones de H. Cixous, sigue quedando mucho camino por andar aún en el deseable cambio que ella plantea. Por eso aún nos concierne ensayar recorridos diferentes. En este sentido, la particularidad de Lisbeth Salander es que, ante la violencia ejercida sobre ella, responde activamente, con lo que consigue no "entrar" en ese círculo vicioso de las víctimas de malos tratos, arrastradas a una repetición sin fin de la escena de la vejación y el maltrato. No condenada a la "pasividad" del eterno femenino, de la imposición social determinada por los patrones culturales de la sociedad patriarcal ( en la que seguimos viviendo ) encuentra una salida "particular" a su identidad subjetiva, conservando intacta su capacidad intelectual para competir, incluso sobresaliendo notablemente, en el mundo de la Informática, realizando investigaciones para una empresa de seguridad. "Ni puta ni sumisa", [parafraseando el título de un conocido libro de Amara, F (2004).) ], ni imprescindiblemente madre. Lisbeth Salander representa otra forma de subjetividad femenina, cuyo personaje se configura socialmente como una heroína, dado el fenómeno a nivel mundial del elevadísimo número de lectores y lectoras que está teniendo esta trilogía, destacado best seller.

J.Lacan, siguiendo a Freud, ya había abierto el discurso del psicoanálisis a otras posibilidades de subjetivación, que no tenían que corresponderse con la rígida normativa de las identidades masculina y femenina. En esta línea, Gilles Deleuze (1986), apuntaba también líneas más abiertas en relación a los procesos de subjetivación:

La lucha por una subjetividad moderna pasa por una resistencia a las dos formas actuales de sometimiento, una que consiste en individuarnos según las exigencias del poder, otra que consiste en ligar a cada sujeto a una identidad sabida y conocida, determinada de una vez por todas. La lucha por la subjetividad se presenta, pues, como derecho a la diferencia y derecho a la variación, a la metamorfosis.

Y Rosi Braidotti (2004), que trabaja y tiene como referencia vital la defensa de la identidad como nómada, contingente, no esencial, sigue la teoría a este respecto de G. Deleuze , que sitúa lo perdurable en el proceso vital, en la vida misma, no en los individuos:

Tal como yo entiendo la teoría de la diferencia sexual (Braidotti, 1991), como toda práctica feminista, disloca la creencia en los fundamentos "naturales" de las diferencias codificadas e impuestas socialmente, y del sistema de valores y de representación que conllevan. [ ... ]

Contra la tendencia del psicoanálisis freudiano de fijar las estructuras psíquicas mediante referencias biológicas, los teóricos de las diferencia sexual siguen a Lacan en su problematización de la cuestión de cómo los varones y las mujeres morfológicos se conectan culturalmente con los códigos de los roles masculinos y femeninos.

Traemos a colación las aportaciones de estos autores, por entender que abren una posibilidad de lectura alternativa a un análisis clínico más determinista del proceso de constitución psíquica, en relación a los traumas vividos por Lisbeth Salander. Es decir, que eludimos premeditadamente el análisis de la subjetividad de esta mujer desde un modelo clínico, con la intención de no contaminar nuestras reflexiones con ninguna alusión a posibles patologías subyacentes, dado que ellas tenderían a descalificar una opción identitaria que puede ser valiosa, cara a reflexionar sobre modelos distintos de ser mujer en las sociedades actuales y futuras. Hay que permitirse cambiar, dejar de temer abrirse a reflexiones distintas, sobretodo cuando estamos ante un fenómeno literario con la sorprendente capacidad de esta trilogía de convertirse en best seller, y, por tanto, de llegar a tanta gente, que tenderá a identificarse con este personaje, perfil narrativo cuyo trasfondo temático es el de la violencia contra las mujeres, y una forma muy particular de abordarla individual y socialmente.

En sociedades y culturas milenarias regidas por la dominación masculina, parece una tarea imposible un cambio en el fondo, no sólo en las formas. Y en el tema que nos ocupa, la violencia contra las mujeres, Pierre Bordieu (2000) aporta claves importantes que nos ayudan a comprender el fenómeno:

... la virilidad es un concepto eminentemente relacional 2 , construido ante y para los restantes hombres y contra la feminidad, en una especie de miedo 3 de lo femenino, y en primer lugar en sí mismo.

Y cómo se construye socialmente la dominación masculina:

Muchos ritos de institución, especialmente los escolares o los militares, exigen auténticas pruebas de virilidad orientadas hacia el reforzamiento de las sociedades viriles. Prácticas como algunas violaciones colectivas de las bandas de adolescentes-variante marginal de la visita colectiva al burdel, tan presente en las memorias de adolescentes burgueses-tienen por objetivo obligar a los que se ponen a prueba a afirmar delante de los demás su virilidad en su manifestación como violencia, es decir, al margen de todas las ternuras y de todas las benevolencias desvirilizadoras del amor, y manifiestan de manera evidente la heteronomia de todas las afirmaciones de la virilidad, su dependencia respecto a la valoración del grupo viril.

Pierre Bordieu plantea, como conclusión del libro citado, que los sucesivos caminos hacia el cambio que se han producido en las relaciones de género, y siguen produciéndose en la Historia, son asimilados por las estructuras de poder, dejándolos veladamente aparcados nada más en los aspectos formales, en las apariencias, sin que afecte la inalterabilidad de su trasfondo.

A este respecto oigamos a Hélène Cixous (1995):

... la historia, como historia del falocentrismo, sólo se desplaza para repetirse. "Con una diferencia", como dice Joyce. Siempre la misma, con otro disfraz.

 

Una heroína en contra del odio a las mujeres

En un mundo que hace de la agresividad violencia institucionalizada y patrón relacional, surge una heroína. En los libros de los que estamos hablando, las que aparecen sistemáticamente violentadas son las mujeres, y el personaje heroico es también una mujer.

Nombraba Vargas Llosa (2009), hablando de este personaje, a Amadís, Tirante y el Quijote. Justicieros civiles que frenan los abusos y crueldades de la sociedad cuando las instituciones fracasan o se corrompen. Son caballeros andantes.

Y podemos compararlo también con el tipo de héroe de los westerns americanos de los años 50 y 60, como el paradigmático John Wayne. Personajes solitarios, por encima de los representantes de la ley débiles o corruptos. Con criterio propio (un exacerbado concepto de la justicia) y carisma. Que matan, en escenas de una auténtica orgía de tiros y muertes. Porque la vida de "los malos" no merece la pena, sobra.

Aunque estos héroes no tenían fallos, no se cuestionaba su salud mental. El héroe era superior. Dentro de los patrones de la masculinidad ideal, no tenía fisuras, ya que el paradigma de las conductas masculinas pasaba por la competitividad y la potencia, sin "falta". La particularidad de Lisbeth Salander es ser una mujer, y además muy pequeña (1,50 m.) y muy delgada, o sea, con poca fuerza. Su poder parte de otras bases, en lo físico una gran agilidad y rapidez de movimientos, así como la capacidad de anticiparse a las intenciones del contrario; más astucia e inteligencia compensando su fragilidad física. Aunque, a diferencia del héroe, sí tiene "faltas": una sospecha sobre su salud mental, incluso un posible diagnóstico, el síndrome de Aspergen. Lejos, por tanto, de los personajes que protagonizó John Wayne en sus famosos westerns, hombres siempre "cabales", a los que se les permitía, incluso, emborracharse, sin que en su imagen perdieran nada de su admirable fuerza y personalidad. En ambos, tanto en Lisbeth como en John, se da una omnipotencia poco realista ( lo que define en sí a los héroes), pero hay algunas diferencias significativas en la justificación de sus motivos. Por ejemplo: en el caso del héroe americano su afán justiciero se presenta como "natural", como si se tratase de un rasgo innato de su personalidad, sin más; en cambio, en el caso de Lisbeth Salander hay detrás una historia muy traumática, que es la que la lleva a reaccionar activamente en su defensa. Heroína, no obstante, creada en la ficción por un hombre, el escritor sueco Stieg Larsson.

En la actualidad, algunos hombres empiezan a cuestionarse los malestares a los que les llevan los mandatos de las normas de género de la sociedad patriarcal. Así, el psicoanalista Luis Bonino (2001) trabaja con grupos de hombres el tema de la identidad masculina, en un reconocimiento de que algo hay de cuestionable en los patrones tan omnipotentes a los que los hombres deben responder:

La subjetividad (masculina) aún hoy se conforma principalmente alrededor de la idea de que ser varón es poseer una masculinidad racional autosuficiente y defensiva-controladora que se define contra y a costa del otr@, dentro de una jerarquía masculina y con la mujer como sujeto en menos, generando además una lógica dicotómica del uno u otro, del todo o nada (donde la diversidad y los matices no existen)...

... Los estudios de las relaciones de género han contribuido enormemente a comprender el sufrimiento femenino, a estudiar sus trastornos de género y a despatologizar/despsiquiatrizar a las mujeres. Y esto ha sido posible porque la "anormalidad" femenina ha sido entendida como una construcción de la cultura patriarcal inferiorizante para las mujeres, que puede/debe ser deconstruida/reconstruida en lo simbólico de la cultura y de cada sujeto desde una propuesta de igualdad de trato entre los géneros.

Algunas personas pensamos que del mismo modo se debe/puede utilizar dichos Estudios, así como lo Estudios (auto) críticos de varones de ellos derivados, para comenzar a problematizar y deconstruir la ilusoria normalidad masculina, nombrar lo patológico silenciado.

... En los últimos años algunos pocos autores empiezan a ocuparse de la Salud Mental masculina, y en la tarea de deconstrucción de la "normalidad" de los varones. Apoyados en el concepto de riesgo se empieza a hablar de las altas tasas de suicidio masculino, de los abusos de sustancias y del estrés del desempleado, de los costes del ejercicio del rol masculino tradicional, de los jóvenes varones como grupo vulnerable, y de los "maltratadores".

Y, en este caso, también está hablando un hombre.

Resulta esperanzador que también algunos hombres empiecen a sumarse a los análisis y las praxis que el movimiento feminista lleva planteando desde el siglo pasado, pues los cambios deben producirse tanto en las mujeres como en los hombres, es la única posibilidad de que sean siginificativos y perdurables. Aunque, lógicamente, como en todo par dialéctico dominador/dominad@, quien llevará la iniciativa será el que padece pasivamente, principal afectado para desear cambios en su posición. Pero no podemos olvidar que quienes detentan el poder y los privilegios-aún cuando, como estamos viendo, se vuelvan en su contra- no renuncian fácilmente a ellos. Y es por esta razón por la que todas las aportaciones del movimiento feminista, tanto a nivel de pensamiento como de reivindicaciones sociales, viene siendo descalificado sistemáticamente por todos los mecanismos del poder, con la clara intención de neutralizarlo. Y afectan tanto a hombres como a mujeres, pues el sistema siempre recurre a todos los recursos a su alcance para conseguir la alineación de los oprimid@s. Es significativa la deriva que ha ido llevando en el discurso social la ridiculización y descrédito de las feministas, siendo tachadas de lesbianas-como insulto- (por cuestionar los patrones culturales de dominación sexual masculina), fálicas (por tener la osadía de desear ocupar puestos de poder y representación social), reprimidas (por atreverse a marcar los ritmos de su deseo), feas (condenadas a su rabia, se supone, por no ser deseadas por los hombres). De este discurso son cómplices muchísimas mujeres, alienadas para no pensar en su propio deseo, temerosas de verse marginadas por los hombres, y a verse "marcadas" como masculinizadas y no deseables.

Ante la prevalencia de siglos de un mismo esquema, es esperanzador ver la influencia que el personaje de Lisbeth Salander está teniendo a nivel mundial, pues abre otra vía de pensar como modificar los patrones culturales tan legitimados del sufrimiento pasivo ante la violencia masculina.

 

Un héroe – ¿pasivo?- "que se deja querer"

El protagonista masculino de esta trilogía, Mikael Blomkvist, es también un personaje que, como Lisbeth Salander se sale, en cierto modo, de los estereotipos de los cánones literarios de la cultura patriarcal. Coincide además con ella en la denuncia de la violencia ejercida sobre las mujeres. En un momento de la novela dice:

"esta historia no va de espías y sectas estatales, sino de la violencia que se comete habitualmente contra las mujeres y de los hombres que lo hacen posible".

En el desarrollo del relato de las tres novelas que componen Millenium, Mikael es el personaje masculino con el que la protagonista femenina, Lisbeth Salander, comienza a mantener relaciones sexuales, avanzando en una progresiva complicidad y confianza, que tiene que ver con lo que en nuestra cultura llamamos amor. Ello apunta a un deseo de vínculo, por parte de Lisbeth, pero Mikael no establece relaciones exclusivas, y cuando ella descubre la que tiene con Erika, se siente herida, y se aleja de él sin dar explicaciones.

Periodista de investigación, es un hombre lleno de energía, optimista, sociable e idealista, muy comprometido con un arraigado sentido de la ética profesional y de la justicia social, que le llevan a involucrarse profundamente en las historias que investiga. Su meta es llegar siempre hasta el final en los asuntos que investiga, aunque, para ello, deba enfrentarse al riesgo extremo de perder la vida. O, en el mejor de los casos, exponerse él, y también su entorno, a ser dañados.

Enrique Gil Calvo (2006), define a los héroes como :

Aquellos hombres que se comprometen a trabajar por los demás con esfuerzo arriesgado....y han de demostrar su competencia superando adversidades, resolviendo problemas y midiéndose con sus rivales.

El personaje de Mikael parece ajustarse a esta definic ión, su vida gira en torno a un solo objetivo: desenmascarar a los corruptos y hacer justicia. Alter ego del autor de la trilogía, Stieg Larsson, "encarna las aspiraciones de los grandes medios de comunicación. Un periodista capaz de desenterrar el lado oscuro del mundo empresarial y evidenciar las prácticas de abuso corporativo"4.

Así como Lisbeth Salander no se corresponde con el ideal femenino de la sociedad patriarcal vigente en el mundo occidental, tampoco Mikael se ajusta al estereotipo masculino dominante. Frente a esta mujer fuerte, segura e independiente, la reacción del personaje masculino no es la de intentar dominarla, controlarla, sino por el contrario se nos presenta un hombre sin miedo frente a esta mujer nueva, dejándose ir con placer y cariño, capaz de sentirla compañera, y no un peligro para su posición masculina.

En la sociedad posmoderna actual, la subjetividad masculina está en pleno proceso de cambio, se está transformando, y van variando los lugares que los hombres ocupaban en la relación hombre-mujer, lo que obliga a los hombres a adaptarse. Así, ya no es exclusivo su rol de proveedor, de autoridad, de pareja única para la mujer.

Mikael es un personaje que, siguiendo a Sergio Sinay (2006) , forma parte de esa:

Minoría silenciosa de varones que conservan o cultivan en sí los atributos más fértiles, nutricios y trascendentes de la hombría y que procuran un mundo diferente, mejor, compasivo, solidario, cooperativo, diverso y fecundo y lo hacen con verdadero coraje, con empatía, con constancia, con compromiso, con pasión y compasión, sin vergüenza ni arrepentimiento por su condición de varones.

A lo largo de la lectura de la trilogía constatamos que este personaje se hace, en cierto modo, al margen de lo que la Historia y la Cultura le han legado en cuanto a su pertenencia al género masculino. No parece tener cabida en la llamada "masculinidad hegemónica", que sitúa a los varones en una posición social superior a las mujeres, dejando a éstas dos posibles papeles: idealizada (madre) o denigrada (puta), complementaria en todo caso del varón, centro alrededor del cual giraría.

Estos mitos sociales-naturalizados como "esencia masculina" y en principio externos al varón que acaba de nacer-,constituyen la llamada "masculinidad hegemónica" (MH). Esta masculinidad define una posición social "superior" para los varones y actúa como un conjunto de mandatos sociales propuestos como modelos de ser, estar y hacer que las figuras de socialización transmiten intergeneracionalmente, convirtiéndose en creencias matrices organizadoras de la subjetividad . Y lo hacen porque se internalizan como ideales intrasubjetivos de "verdadera" y "adecuada" masculinidad que guían , como mandatos prescriptivos y proscriptivos la construcción de dicha subjetividad. Luis Bonino (2004)

Sabemos lo complicado y difícil de un cambio en este modelo masculino, transmitido de generación en generación; de padres y madres a sus hijos e hijas. Tradicionalmente son las mujeres, guardianas culturales, las que han jugado un papel fundamental en la transmisión de valores dentro de la familia y la sociedad. Valores que han jugado en contra de la igualdad entre los sexos, quedando el papel de la mujer siempre supeditado al del hombre, manteniendo una jerarquía "natural" subordinada al varón.

Las mujeres, alienadas de su propio deseo, han aceptado y enseñado a través de la crianza y sociabilización de los hijos varones esta jerarquía, sin cuestionarla, cumpliendo fielmente el modelo que se le impone para aceptarla socialmente. Es interesante, por tanto, este personaje de Mikael en relación a su posición con respecto a las mujeres, en cuanto permite confiar en que es posible un cambio en los modelos de dominación de género vigentes, que tantas patologías genera.

Sheldrake5 dice:

Cuando una conducta es sostenida durante suficiente tiempo y por una suficiente cantidad de individuos, se constituye un campo mórfico, un espacio virtual y sincrónico en el cual se acumulan y conforman todas las experiencias precias de la especie que, de ahí en más, actuará naturalmente de esta manera y ya no necesitará aprenderlo. La novedad será heredada de manera natural por las próximas generaciones.

Y Sinay (2006) concluye que, para cambiar el paradigma de la masculinidad tóxica, se requiere de la repetición de ciertas conductas de modo sostenido y creciente.

Y si analizamos un poco la relación que se establece entre Mikael y Lisbeth, podemos afirmar que es particular. Ante una mujer muy inteligente, sin "aditamentos" en su arreglo personal (tradicionalmente vinculados a la seducción femenina en la heterosexualidad) él no sólo no muestra distancia ni rechazo, sino que se siente atraído por ella, la respeta personal y profesionalmente y confía en ella. Establece un vínculo de continuidad, aunque para él este no incluya la exclusividad amorosa. Y es ahí, en ese no sentirse única (paradigma del sufrimiento de celos), relación de apego en la que ella se involucra un poco más, cuando nuestra heroína se hace humana, marcada por la falta. Toma conciencia de que para Mikael fue una relación no exclusiva, y dice de él en un momento "...no es capaz de ver cuanto daño les puede hacer a las mujeres que lo consideran algo más que un ligue ocasional". Y ella, como antídoto a su debilidad, se aleja, desaparece sin dejar rastro para Mikael. Es su manera, su forma de conjurar el sufrimiento.

Él, sin embargo, mucho menos comprometido en su vida amorosa que en la profesional, es un divorciado, padre de una hija, a quien su mujer abandona también por no serle fiel. Precisamente con la única que constituirá una excepción en la perdurabilidad de sus relaciones amorosas, su socia Erika, con la que mantiene una relación desde hace 20 años, aún siendo ella una mujer casada. Esta relación es conocida y aceptada por el marido de Erika. Larsson, de nuevo, nos plantea que las relaciones pueden darse, satisfactoriamente, de otras maneras distintas a las normativizadas. Y no idealiza, hay gente que sufre y busca otros caminos, sí, como la mujer de Mikael o la misma Lisbeth. El mismo M. Blomkvist tiene que soportar el alejamiento de L. Salander, sin comprender qué ha pasado.

Y sin embargo él no se aleja, la busca, se interesa por ella, y cuando descubre que está en peligro, la protege y la ayuda. No la abandona, parece que él sí puede mantener más de un vínculo amoroso. Ambos, por otra parte, mantienen otras relaciones sexuales intrascendentes. El final de la trilogía deja abierto un abanico de posibilidades de continuación de esta relación entre ambos protagonistas, sin cerrar tampoco las puertas a las relaciones que cada uno de ellos pueda establecer o mantener con otras personas, como Mikael con Erika, y Lisbeth con Mirian Wu.

Ni una ni otro se ajustan a los vínculos clásicos entre seres humanos en lo referente al amor y la sexualidad. Lisbeth se mueve entre relaciones homo y heterosexuales, mostrando, sin complejos ni simulaciones, la posición activa de su deseo. Mikael, por su parte, parece claramente heterosexual en sus elecciones amorosas, y se muestra independiente y seguro de sí mismo, aún adoptando sin problemas una posición pasiva en la seducción sexual. Se produce un encuentro entre ellos fuera de los rígidos roles clásicos de los géneros, donde, además, no prima como fin en los encuentros sexuales la reproducción.

Relación posible, con fisuras también, y con inevitables malestares, pero sin la determinación insostenible de los vínculos de sometimiento.

Notas

1 Uno de los pares antitéticos fundamentales de la vida psíquica, según Freud.

2 Cursiva del autor

3 Ibidem

4 Jorge Torres, El Universal, 19 de febrero de 2009

5 Biólogo citado por S. Sinay en La masculinidad toxica. Cap. 11

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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SINAY, S. (2006) La masculinidad tóxica. Editorial B. Grupo Z, cap. 11

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Número 26 - Octubre 2010
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