Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Conferencia de Miller
Mariela López Ayala

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En un Coliseo tenuemente iluminado y lleno de gente -1700 personas según se destacó varias veces durante la disertación- se presentó Jacques-Alain Miller en Buenos Aires.

El título de la conferencia, o mejor dicho, la ausencia de título de la conferencia, fue el disparador de las palabras que ocuparían a orador y oyentes durante las cuatro horas siguientes.

La falta de ocurrencia, el "blanco", que acompañó a J. A. Miller desde el momento en que fue requerido para nominar la conferencia que ahora nos ocupa, fue lo que, según el reconocido psicoanalista, iría a suscitar una suerte de autoanálisis público. El orador tomó así desde el comienzo y explícitamente, la posición de analizante.

Aprés-coup se podrá situar el tema de la nominación, o en todo caso del nombre propio, emergiendo como privilegiado en la extensa exposición.

En vez de esquivar la pregunta que suscitaba ese "pequeño fenómeno mental" de resistencia y zanjar la cuestión echando mano a algún tema del repertorio psicoanalítico clásico, dijo Miller, prefirió elegir la opción que le resultaba más interesante como analista y propuso sostener el pequeño gap y dilucidarlo públicamente. Aludió así a la Traumdeutung, a la osadía freudiana de presentar y publicar la interpretación de sus propios sueños. Remarcó que, para un analista, "analizarse en público tiene sus letras de nobleza".

Junto con dicho hueco se instaura un "no sé" que permite el quiebre del discurso consciente, de la supuesta voluntad y comando del yo para con el pensar y brinda a Miller la posibilidad de introducir el orden inconsciente. Cada uno, cada persona -dirá- "aloja" un inconsciente, y esto equivale a decir que su pensamiento le domina. Incluso utilizar el adjetivo posesivo "su" sería ya invertir el asunto, en tanto que es el pensamiento quien tiene siervo al sujeto y no al revés.

Así llega entonces al determinismo absoluto que fundamenta el psicoanálisis y que podría traducirse en un postulado fundamental "no es por azar".

Este "no es por azar", a su vez, remite a la cuestión del sujeto supuesto saber, en tanto que se pueda decir "aunque yo no lo sepa, alguien sabe".

A partir de aquí J.A. Miller expondrá cuatro formas distintas de instauración o anclaje del sujeto supuesto saber según la estructura clínica que competa en cada caso.

Si bien todo psicoanálisis comporta cierto clima o atmósfera paranoica, en el sentido de la apertura a la interpretación, solo en el caso de que el sujeto supuesto saber pase de ser semblante analítico a ser interpretado como del orden de lo real, se originará, según Miller, un verdadero delirio interpretativo. La paranoia, con dicho delirio característico, da cuenta de que todo "accidente" ha pasado a convertirse en señal intencional. No hace falta mucho más -nos dice el orador- para dar otro paso y entender que un otro o unos otros han arreglado o dispuesto las cosas de tal modo.

En el síntoma obsesivo la persona experimenta el sometimiento al pensamiento pero, en cambio, no los refiere a un otro maligno. Esto caracteriza a las neurosis y delimita la diferencia con el paso a lo real del sujeto supuesto saber que se da en la paranoia.

En la histeria, por su parte, el sujeto supuesto saber pasa al cuerpo, no real, sino al cuerpo hablante. Esto -según Miller-da a dicha estructura un semblante de locura y sería el motivo por el cual por tanto tiempo se ha tendido a confundir al histérico con el histriónico.

Por último, en la perversión, se encontraría la identificación al sujeto supuesto saber en tanto que sujeto supuesto saber cómo gozar.

En este punto se retoma el motivo del "blanco" en relación al tema de la conferencia y Miller comenta que frente a un público informe, público distinto al correspondiente -por ejemplo- a un congreso donde se llevan registros, público no definido por más especificaciones quizá que "gente de la ciudad de buenos aires y sus alrededores", frente a dicha masa informe -dice- él se encontraba en posición de ser causa de deseo del Otro pero sin saber qué objeto era. El organizador de la conferencia, colega y amigo, habría hecho un suerte de interpretación de su deseo: ¿podría hacer gozar a los demás con su palabra tal como él (J.A.Miller) suponía -sin saberlo- que podía hacerlo ?

La posición aludida -comenta Miller- es una posición eminente de angustia. Pero, según supo confesar, no fue dicho afecto el que surgió en esta ocasión, sino solamente aquel mentado "blanco", expresado como un "no se me ocurre nada".

Así, ese pequeño fenómeno mental, le parece poder explicarse como del orden del menos phi, de la castración imaginaria, siendo éste el equivalente de una impotencia.

Seguramente -se dijo a sí mismo y al auditorio- si bien la ciudad de Buenos Aires le era extremadamente familiar - ya que la había visitado en numerosas oportunidades- sin embargo, hacía siete años que no pisaba tierra porteña, e intuía cierta hostilidad hacia él debido a aquel motivo. A esto se añadía la vicisitud de que, por esos mismos momentos, encontrábase también muy preocupado por saber si una ex paciente porteña sentía o no hostilidad hacia él.

Miller entonces pone en acto con su conferencia y la decisión de dejar a la misma intitulada una forma de vérselas con dicha encrucijada. La solución encontrada será - como comprobará el auditorio instantes después- por el lado del nombre propio.

Resumamos la secuencia repasada. Se ha dicho: Hubo un pedido, una demanda: dar título a la conferencia. Frente a esto surge un "blanco" acompañado de un "no sé". Frente a este "no sé" se responde con el ya mencionado postulado fundamental "no es por azar". Se asume, entonces, que una serie de pensamientos deben esconderse tras dicho "blanco". Se los asocia. Hasta aquí hemos llegado. Y comprobamos que Miller va armando y poniendo en acto con la secuencia de su exposición algo de la lógica de un psicoanálisis. Ahora toca la solución. El concluir.

Dicha solución es dejar la conferencia sin título, más no sin nombre. El nombre que ha dejado -destaca- es solo, y ni más ni menos, que su nombre propio. Así salta a la vista que es a "tal" (en este caso él) a quién se ha ido a escuchar a la conferencia y no a un tema cualquiera. Esta es su respuesta a la demanda provocadora de asumir el papel de causa de deseo. Demanda aceptada, pero con la salvedad de hacerlo sin situarse en el lugar de objeto sino en función del nombre propio. Hace pasar, en consecuencia, el menos phi en el Otro del público revelando la castración del mismo.

El "blanco" -dirá- era, entonces, "el resorte de mi falicización", la "transformación en falo".

Así -subraya Miller- aparece la dimensión erótica de las conferencias, dimensión que queda más o menos velada en tanto la misma conlleva un tema, adquiere cierta regularidad o forma parte, por ejemplo, de un ciclo más amplio de charlas o congreso.

Las preguntas del público al final de la exposición, lejos de motivarse en un deseo informativo no serían otra cosa más que un modo de recuperación del valor fálico por parte de la audiencia.

La demanda de título para la conferencia y en última instancia la conferencia misma, suscitaba el desafío de poner a prueba su poder de convocatoria, poner a prueba su nombre propio luego de siete años de ausencia, se habría instaurado así "una competencia entre yo y mi nombre propio".

Juzgando por la cantidad de gente presente en el teatro y algunas anécdotas simpáticas que no hacían más que ratificar lo conocido de su presencia en la ciudad, supo concluir "mi nombre tiene vida propia en Buenos Aires"

Pero no todo terminaba aquí.

Es que sin lugar a dudas, para todos los allí presentes así como también para algunos ausentes (tal el conserje del hotel en el cual se alojaba, quien supo confundirlo de nombre más de una vez durante una conversación telefónica) su nombre remitía a su vez a otro nombre propio, y ese no era otro que el de Jacques Lacan.

Por eso, y para no dejar el asunto en una mera referencia a su nombre propio se propuso, luego de un breve intervalo, hablar de aquel otro.

Entonces habló de Lacan. Remarcó, destacando algunos detalles biográficos, que no había sido aquel un hombre que quisiera atraer la atención hacia sí mismo. Había sido, incluso, un "late bloomer", publicando solo unos pocos trabajos hasta los cincuenta y dos años. Tampoco había sentido afinidad por las conferencias ni a hablar para muchas personas. No daba charlas en teatros. Había comenzado a enseñar en su casa y hasta el año sesenta y cuatro no asistían más de 100 personas a su seminario. Su ruptura con la Asociación Psicoanalítica de París lo había obligado a enseñar públicamente. Y cuando así lo hacía solía disculparse, como si presentarse detentando un saber tuviera algo de obsceno. Se disculpaba por llamar sobre sí y sobre su obra la atención. Lacan hablaba sobre todo para sus discípulos, para sus analizantes y para los que controlaban con él.

Después de hacer algunas menciones al pase y a la relación comunicante entre la posición del analista y analizante, Miller llega a la idea de que Lacan era el "analizante de sus analizantes".

Lacan proponía la continuación de su análisis por otros medios. Su enseñanza oral era tal y su Otro -sostuvo el orador-aquel hubiera querido que fuera sus propios analizantes. Con respecto al analista de Escuela, agregó, se trataría también de proseguir el análisis y analizarse con la Escuela y a la Escuela.

Así, ya casi llegando a su fin la conferencia, Miller llegó a su vez en su disertación a los momentos finales de la vida de quién fue a un mismo tiempo su maestro y suegro. El punto común de arribo que se destacará en ambos será: los nudos.

"El momento de concluir", le habría dicho Lacan, iba a ser el nombre del último seminario. Según supo contar Miller, el gran psicoanalista estaba inmerso en sus dibujos en el pizarrón, casi no hablaba y era muy difícil seguirlo. De dichos encuentros solo quedaron fragmentos con los cuales -anuncia oportunamente- ha logrado recomponer algo, una suerte de artículo que figurará como anexo del seminario 25 y aparecerá el próximo año.

Con los nudos, Dirá Miller, es como si Lacan hubiera querido elaborar para el psicoanálisis una ciencia de lo real. El síntoma será abordado en tanto lo que de él o del goce queda una vez analizado el mensaje que porta y atravesado el fantasma.

El síntoma desnudo, o el síntoma nudo, es lo que representa la masa del ser. Los seres hablantes no saben comportarse salvo en tanto que síntoma. Los cuerpos se unen unos a otros en relación al síntoma.

Por lo tanto, hay un saber en lo real. Un saber de cómo relacionarse los cuerpos. Los nudos podrían dar ese saber. Se prestan a encarnar lo real. Son "un punto de huida sobre la perspectiva de Lacan sobre el psicoanálisis. Sobre su interpretación del análisis".

Cada analista interpreta qué es el psicoanálisis. Lacan lo habría pensado como una experiencia y como una deducción lógica, pero al final parece, dice Miller, como si hubiera querido hacer dudar de lo que ya había interpretado. Como si hubiera querido "Limpiar la escena" antes de irse, hacer una suerte de "toilette del Otro".

Su última versión sería, entonces, que los seres hablantes estamos hechos, no como supo decir el poeta, de la madera de nuestros sueños, sino más bien, que estamos hechos de la madera de nuestros síntomas. Y esto no sin dejar entrever que puede o podemos ser también el síntoma de otro u otros.

Quizá, concluye Miller, él mismo no sea más que uno que ha deseado ser un síntoma de Lacan.

Nota

Reseña de la conferencia dictada por Jacques-Alain Miller el 26 de abril de 2008 en el Teatro Coliseo, Buenos Aires, Argentina. Puede verse el video completo de la misma en la siguiente dirección: http://www.wapol.org/es/global/destacados/Template.asp?Archivo=jam_08-04-26.html (ese video ha sido subido también a Youtube y pueden accederse a los diferentes fragmentos desde http://www.taringa.net/posts/videos/1634006/Psicoan%C3%A1lisis,Jacques-A-Miller,conferencia--abril-2008,-BsA.html )

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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