Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Palabras al viento
Ricardo Landeira

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Las formaciones de los analistas

Nos pasamos dándole forma al analista, formándolo, y eso por si no anda.

Recuerdo una historia del filósofo hindú contemporáneo Siniti Kunar Chatterji:

"Los cinco hombres son ciegos y tocan a un elefante. Cada uno, claro está, pone las manos en un pedazo diferente. Cada uno queda convencido de haber tocado aquello de que lo informan sus manos. Así uno cree que hay una columna, otro una serpiente, otro una piedra pulida, el cuarto una pared y el quinto un cepillo con mango flexible, según hayan palpado la pata, la trompa, el colmillo, el cuerpo y la cola del elefante".

¿Será más difícil reconocer a un analista?, ¿quién no sabe como es un analista al tenerlo a mano?

Para eso está la intuitio, esa con la que apriorizamos una estética a través de nuestra mirada, y desde donde certiz-ficamos quienes se "acomodan" a lo que hay que ser.

Esto nos lleva a los juegos de prestancia y a su consecuencia la "invidia"; porque la forma siempre plena con la que podemos reconocer al otro y hacernos reconocer, tiene como consecuencia un amor-odio sin límite. Con el desesperado amor de transferencia que forma al analista, ahí donde lo imposible del discurso no se soporta: "un analista es. . . ."

En esta línea de pensamiento, seguramente: ". . .lo que otro"; con lo que el aparecer en defecto de alguien que llena la condición no es otra cosa que insertarnos como minusválidos en una serie donde alguien figura su razón. Caída del lugar esa figura, pondremos alguna otra, que nos permita seguir seria(l)mente tras una buena formación.

Pienso que cuando Lacan nos dijo en "Sobre la experiencia del pase": "Habría que saber reparar en las cosas de las que no hablo: nunca hablé de formación analítica, hablé de formaciones del inconsciente. No hay formación analítica" apuntó a sacudir nuestro pre-juicio: ya que eso con que nos hizo seña –cuando antes nos habló efectivamente de formación analítica- en realidad se trataba de formaciones del inconsciente: porque si sólo nos hubiera hablado de formaciones del inconsciente, nuestra buena forma nos hubiera tapado la oreja, y no llegaríamos a escuchar que implicaba al analista.

Lo que dije, esto no camina y hace síntoma, también en las formaciones de los analistas.

Sabemos que la transmisión del psicoanálisis tiene otras dimensiones. Esto generalmente lo "sabemos" un poco después, y además corremos el riesgo de olvidarnos, al menos así es mi experiencia. Este olvido del que hablo es muy especial, ya que al trabajar con otros analistas nos engrupimos, en eso que llaman los efectos de grupo.

Las instituciones

Pero decíamos que hay otras dimensiones en torno a la transmisión, y la cuestión es ¿qué es lo que predomina en cada momento en una institución?, ¿cómo articular los efectos que planteábamos –que por otra parte no se pueden domeñar totalmente- con la realización de una extensión del psicoanálisis que siga produciendo a partir de nuestros(s) análisis?

El llamado psicoanálisis en extensión se extiende en el tiempo de manera tal que para cada uno de nosotros hay tiempos de conclusión, de precipitación –oral y escrita- y esos tiempos, que son lógicos, se dan a su vez en instituciones que tienen también sus tiempos lógicos para crear discursivamente espacios que posibiliten la efectivización de los primeros.

Y en este lapsus, el malentendido marca lo que no tiene cabida; que va a reaparecer como pueda, generalmente lo hace como incremento de la demanda, de amor-odio por supuesto, de reconocimiento ante alguien que no es cualquiera; de cualquier forma la consecuencia es el malestar de la cultura analítica. Que se incrementa cuando el que figura como maestro acepta la demanda y reparte certificados.

Creo que no hay que formar al analista, se trata de anudar.

Es de sutura y de empalme de lo que se trata en un análisis, nos dice Lacan en "Le Sinthome", en donde el deseo del analista en juego en cada cura es lo que sostiene a los tres, y lo hace el tiempo necesario mientras se produce la escritura, la transmutación del significante en letra, la letra litoralizando el goce.

Si el análisis despierta el hombre es porque lo lleva a su cita con la falta, y esta falta de objeto que causa el deseo la produce el analista al escribir con su decir. El analista anuda al escribir en la clínica.

Y en la institución, en la transferencia que sostenemos con los otros analistas, nos remite al encuentro con una letra que nos implica, y que también guarda para nosotros una cierta familiaridad…

Así construimos una institución, transferencialmente. No hay otro modo, y estas transferencias dicen de los análisis que las posibilitan. Si Lacan insistía en el pase institucional, es porque debemos estar advertidos de qué modo un analista está enredado en su síntoma, de qué manera produjo su letra, su anudamiento.

Sólo esta escritura al hacerse transmisible va a articular de un modo diferente las transferencias en juego.

Tiempo de una letra, que la institución debe posibilitar, para que no sea insoportable la relación entre analistas. Gramática que no es cualquiera, y que por tener que ver con nuestro deseo, como corresponde, éticamente vamos de defender.

La "Frérocité"

Y en este punto no nos tenemos que olvidar lo que la psicoanalista francesa Marie-Magdeleine Chatel logró plasmar en un neologismo la "frérocité". Condensación de hermano y ferocidad. Esto que ella presenta en 1990, cuando la prensa parisina en vista de lo que sucedía entre los analistas llamó "un odio fratricida entre psicoanalistas" por lo que sucedía una vez muerto Lacan.

Esta "frérocité", la ferocidad en la relación fratricida, que surge ahí mismo donde el otro, ese semejante, o falso semejante, nos recuerda el rasgo común, a la vez que lo que me falta. Ahí mismo, donde surge el lugar imaginario del deseo, como dice Lacan en el seminario "La identificación": cuando habla de la imagen del otro como estructurante, "ese es el punto de nacimiento del deseo: es mi imagen en el sentido donde la imagen de que se trata es fundadora de mi deseo" (reunión del 14.3.62)

Ahí donde basculamos entre la prueba de la intrusión del otro a la chance de la rivalidad, modulando el odio destructivo en agresividad competitiva.

Y lo que quiero destacar es que es que el goce de los celos, la "Jalouissance" como dice Lacan en "Encore", que me atrevo a traducir como "goceloso" experimentada a la vista del hermano, no es vivida sólo en tiempos de la infancia, en los tiempos donde se constituye el Yo. Ella vuelve de manera privilegiada para cada uno a través de encuentros donde el deseo es visto en el otro bajo la figura del traidor, o también aquella de la otra dama como plantea M-M Chatel.

Les hablo de situaciones donde este goce hace barrera al deseo propio. Y los hermanos de los que hablo, se extiende a otros "hermanos", los hermanos de fe, de armas, de raza, de piel, los colegas, para no olvidarnos de lo que nos pasa.

¿Porqué nos sucede esto?

Porque el goceloso es una resonancia de la suposición del goce del otro, un goce que mata. La cuestión es ¿cómo buscar una salida de esta paranoia con "los hermanos", que no sea dándoles un golpe?

Cuando aparece la "frérocité", no hay ninguna duda de que ella es la consecuencia de una certeza. Ahí donde la falta está en función de lo que goza el otro y además, creemos nos pertenece. Nos falta lo que el otro tiene, ahí tienen en su máxima potencia a la envidia. Porque pensamos que el otro finalmente nos ha sacado el lugar que teníamos ante el amor del Otro, y porque no, ya que he tenido muchos casos en este sentido, también ante el odio del Otro. Está en juego el reconocimiento, mejor aún, los reconocimientos que se producen en la red transferencial.

Quiero acá hacer una puntualización importante que no he encontrado en los textos de Lacan, ante la pregunta ¿qué es un hermano?, no hay una respuesta automática, desencadenada sólo por la presencia del otro, sino que la clave, la respuesta a esta tan importante pregunta, nunca deja de venir desde el lugar del Otro. Por lo que planteo que la relación entre hermanos nunca es dual, salvo en la locura, pues desde el Otro, siempre se nos ubica o desubica de ese lugar que tenemos. Buscamos entonces en el Otro, la respuesta a ¿qué es un hermano? La respuesta que recibamos no va a ser sin consecuencias. Y esto nos puede suceder, aún cuando esto no lo hayamos vivido con nuestros hermanos y luego desplazado a otros, porque también por identificación podemos realizarlo.

Los monos y los hermanos

Les voy a contar una experiencia que se realizó. La conozco como "Los monos y las bananas", pero bien podría ser "los monos y los hermanos". Al principio me divirtió conocerla, luego le encontré algo siniestro.

Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo.

Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.

Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y finalmente, el último de los veteranos fue sustituido.

Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas.

Si fuese posible preguntar a alguno de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería: "No sé, las cosas siempre se han hecho así, aquí. . ."

¿Les parece conocido?, como dijo Albert Einstein, "Es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto". O en nuestro idioma lacaniano, repetimos por identificación la matriz en la cual está inserto el Otro.

Punto de encuentro con lo que vemos en el otro, y una identificación a ese rasgo. Entonces, la "frérocité" también se trasmite, sin palabras, cuando aquel que ubicamos como el Otro y nos identificamos, es tomado en su rasgo de "hermano feroz".

La escuela

Los analistas también intercambiamos la letra del psicoanálisis, y esto hace a la transmisión.

No hay LA institución, hay instituciones que, con sus diferencias, se las arreglan como pueden.

Digo que ellas son irremediables, y en esto, valen a la vez, todos los sentidos de esta palabra.

Un analista, cotidianamente, necesita decir qué clínica es la que soporta, y se lo dice a otros analistas, eso hace al objeto de una institución.

Ahora bien, que tengamos una institución no quiere decir que haya escuela. Aunque así nominemos a la institución.

Cuando Lacan vino a América a ver lo que se transmitió por lo escrito, había algo que él ya sabía: sabía que eso se transmite por lo escrito. Y lo sabía por el mismo, acaso ¿el texto de Freud no fue un ámbito discursivo que para Lacan hizo escuela? ¿O es que creemos que los límites de una institución marcan los límites de lo que hace escuela? Preguntémonos esto de otra manera: ¿cuál es el adentro y el afuera de una institución?

Les digo rápidamente lo que pienso: si un análisis es el ámbito donde se produce un analista, y sólo ahí, razón por la que un análisis es didáctico, me atrevo a plantear, basado en mi experiencia, que sólo el escrito hace escuela, aún cuando sus consecuencias se paseen por las instituciones.

Esto tampoco es nuevo, interroguémonos en nuestro propio decir: al nominarnos freudianos o lacanianos, y al hacerlo también con nuestras instituciones, habiendo sigo nuestra relación a Freud y a Lacan a través de sus textos ¿no estamos afirmando que para hacer escuela, entre analistas, basta el escrito?

Lo que no quita que con el autor se nos antojen otras relaciones.

Este significante que recogimos, el de lacanoamericanos, fue pensado como metáfora de lectores, porque como lectores nos ubicamos ante el texto del maestro, y porque éste así lo reconoció, nombrándonos.

Esto es así, somos lectores; no vamos a encontrar dentro de las instituciones por diferentes que sean otra cosa que analistas lectores, por la misma posición ante los textos que hacen escuela. Y si en la institución la cosa funciona, marcha bien, estos analistas también escriben.

Ahí es cuando nos damos cuenta de que no todo escrito hace escuela.

Si la lengua sólo es eficaz cuando pasa al escrito, y se aceptamos también que éste tiene que tener determinadas características para hacer escuela, no podemos sino concluir que lo que hace escuela no tiene necesidad de tutores, ni de jerarquías que lo gobiernen, ya que se va a producir allí donde pueda.

Muerto Lacan, el maestro, estamos en el tiempo en que florecen instituciones que parodian escuelas, y maestros que juran encarnar la verdad de un texto, el que, además, es de otro.

Al ente le sigue siendo necesario el tiempo de hacerse para ser.

Destaco al Lacan que dijo: "no soy un poeta, sino un poema, y que se escribe, aunque lleve trazas de ser sujeto", posición ética que digo a mi manera: no hay que formar al analista, se trata de no ceder en la producción de nuestra letra, esa es la apuesta.

Lo que el analista desea

Para ello está lo que el analista desea. Eso que es consecuencia de su análisis. Pienso que en esto no deja de estar en juego el anudamiento del deseo en la estructura y lo que es la experiencia de sostén del deseo para su realización.

El deseo puede operar al anudar no como sostén de la estructura sino como enlace, y al hacerse lazo con los otros, mantenerse, a la vez que nombrarse. Es un abrochamiento del deseo. Ahí donde el otro viabiliza. Ahí donde el deseo logra hacer lazo social, y donde va a estar en juego para el sujeto un nombre, ahí es donde el otro, no es necesariamente un obstáculo. Mi experiencia me indica que cuando un analista tiene dificultad de sostener su deseo, otro analista pasa a ocupar el lugar del obstáculo.

Por ello decimos que es en este lazo, en que el deseante va a tomar al otro, al semejante, justamente para poder realizar su deseo, o en caso de obstáculo, lo va a eludir. Porque si bien el otro no es el sostén de su deseo, ayuda a viabilizarlo. Y lo hace al integrarse dentro de los objetivos del deseo. Entrando en la fantasía, o formando parte del señuelo amoroso a través del cual se busca la realización. En estas instancias el deseo logra una consistencia en la estructura y su anudamiento le permite una permanencia.

Este "deseoenlace" adquiere una persistencia, una fijeza estructural por su propio anudamiento, allí donde el sujeto se ve llevado a seguir su camino. Es cuando alguien se "autoriza" a realizar su deseo, para tomar un término lacaniano, y a hacer ligazón con los otros. Autorizarse a elevar su deseo a la dignidad de un anudamiento. De otro anillo, ya no suplente, sino otra manera de sostener una posición que partiendo de una falta, en su meta, logra repetir su existencia. Observen que una y otra vez, la falta tiene lugar, y el sujeto deseante pasa a tener una dirección sobre la misma.

¿Y cómo se realiza esto en el análisis? Justo allí, cuando a partir de la ocurrencia de las castraciones del Otro, esa falta y ese objeto, se transfiere.

Repetimos el trou-matisme:

". . .todos sabemos porque todos inventamos un truco para llenar el agujero (trou) en lo Real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce "troumatismo" (troumatisme) Uno inventa. Uno inventa lo que puede, por supuesto. Hay saberes más inteligentemente inventados" (Seminario "los no incautos yerran". Clase 8, del 19.2.74)

Inventamos un lugar, creamos un saber, que nos lleve todo el tiempo a encontrarnos con el trou-matisme. Podemos decir que el deseo nos produce un trou-matisme, somos traumados de la falta, ahí donde la castración está en juego.

En este tiempo, no cesar en la consecución del deseo, deja ya de ser una ética, una guía para la dirección de la cura, para convertirse en realización que no puede dejar de hacerse.

Hemos conseguido un enlace estructural, a condición de reproducir en lo que sostiene el discurso, aquello que hace a su causa. Por ello, entre otras, la posición del analista, a través de su deseo, se pasa recreando y atestiguando que "no hay relación sexual", y que el objeto a es una pura falta. Si nos disponemos a sostener el lugar del analista, el deseo del analista será al mismo tiempo, la posibilidad de nuestra función, a la vez que el límite ético de la misma.

Finalizo con una frase de Lacan de "Kant con Sade":

"El deseo, lo que se llama el deseo, basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde"

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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