Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Las memorias de los analizantes
¿Qué representa el psicoanalista?

Néstor Braunstein

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Todos cuantos nos dedicamos a este benemérito métier del psicoanálisis —y no somos analfabetos, como a veces se da el caso— recordamos haber leído, una vez por lo menos, los cinco historiales de Freud y muchas o todas sus viñetas clínicas que se eslabonan desde 1893 hasta 1937. Inútil hacer el catálogo. Más escasas son nuestras lecturas de los testimonios escritos por los analizantes de Freud que publicaron las memorias de sus análisis y a los que casi nunca recordamos o discutimos. Los diarios y relatos de Abram Kardiner, Smiley Blanton, Joseph Wortis y H. D. (Hilda Doolittle) y en particular las cartas que esta última escribía día por día de su análisis con Freud, documentos vivientes de la práctica freudiana, son verdaderas curiosidades editoriales carentes (casi) de una bibliografía secundaria 1. Menos aún nos acordamos de los demás analizados (antes de que Lacan los bautizara como "analizantes") con las excepciones, quizás, de El hombre de los lobos por el hombre de los lobos, las Memorias de Schreber (que no fue analizado) y el relato de Margaret Little sobre su análisis con Winnicott. En abierto contraste, se pueden reunir volúmenes enteros de comentarios psicoanalíticos a cada uno de los cinco casos transmitidos por el fundador de la disciplina.

Dora, Juanito y especialmente Serguéi Pankéiev recordaron aspectos de sus análisis que son bastante poco halagüeñas para nuestra imagen de Sigmund Freud. Las expresiones de Kardiner, analizado en 1921-1922, nos llevan a preocuparnos por las consecuencias concretas para la práctica a partir de la genealogía de todos los analistas que remiten su formación a esos análisis pedagógicos más que didácticos conducidos por Freud; esos análisis de los que todos o casi todos procedemos o debiéramos derivar a partir de la institucionalización del "didáctico ". La opinión general es que el fundador llevaba a cabo, a partir de 1920 por lo menos, una práctica que bien podría llamarse salvaje y transgresiva de sus propios "consejos al médico".

Cuenta Kardiner:

"En cuanto a la evaluación de Freud como analista, en esa época estaba muy cercana la experiencia para valorar lo que había ocurrido. En una ocasión le pregunté a Freud qué pensaba de él mismo como analista. ‘Me da gusto que me lo pregunte, porque francamente no tengo gran interés en problemas terapéuticos. En la actualidad soy muy impaciente. Tengo muchas cosas que me descalifican como gran analista. Una de ellas es que soy mucho "el padre". Segundo, estoy muy ocupado todo el tiempo con problemas teóricos, de modo que cuando tengo la oportunidad, trabajo en ellos. Tercero, no tengo la paciencia para trabajar con la gente por largo tiempo. Me canso de ellos y quiero extender mi influencia"; tal vez por eso sólo trabajaba con la gente por períodos cortos".

Sea por las razones que fuere todos los testimonios sobre la práctica analítica de Freud a partir de la llegada de los discípulos de Estados Unidos, terminada la Primera Guerra Mundial, coinciden en señalarlo como muy reacio a recorrer los caminos que indicaba a sus seguidores. La actitud de fría objetividad con relación al deseo del analizante le era ajena. No tenía como modelo ni al cirujano ni al frío espejo; manifestaba sin ambages su curiosidad, se entremetía en las vidas de sus pacientes, era directivo, platicador, le daba de comer al hombre de las ratas si tenía hambre, publicaba el caso del hombre de los lobos y le dedicaba un ejemplar del libro que había escrito sobre él, opinaba de todo y de todos, chismorreaba incluso, discutía con Havelock Ellis a través de sus pacientes que conocían al sexólogo inglés (Wortis y H. D.), hacía de Yofi, su perra, un personaje importante del análisis en los años `30, exhibía su colección de antigüedades, mostraba ansiedad por las noticias del día, daba consejos sobre la vida de los familiares de sus pacientes, su propia familia (incluyendo a Dorothy Burlingham, la inglesa amiga o, según dicen, amante de su hija Anna que vivía en el segundo piso de Bregase 19) estaba de una u otra manera presente ante los analizantes 2, se molestaba cuando — como, por ejemplo, Wortis— manifestaba opiniones sobre la homosexualidad que diferían de las suyas, etc.

Jung no escribió un solo historial clínico describiendo a sus pacientes y lo que hacía con ellos, al igual que tampoco lo hizo Lacan. Los psicoanalistas de niños (pregunta reiterada: ¿— Existe el psicoanálisis de niños?) se han mostrado un poco más dispuestos a hablar de su práctica, quizás porque es más fácil mantener el anonimato de sus pacientes. De todos modos, si uno busca y rebusca en los anales de la bibliografía internacional encuentra desde pequeñas ilustraciones clínicas hasta gruesos volúmenes de informes de casos tratados por nuestros colegas de todas las tendencias. Alguna paciente de Jung (Catherine Rush Cabot) 3 dejó a su hija, al morir, un grueso expediente de apuntes y cartas escritas durante su prolongado análisis con el suizo disidente 4. Ciertos pacientes de Lacan han publicado libros, en su momento exitosos, sobre el análisis con el maestro y no faltan las compilaciones colectivas en donde se discuten las infinitas variantes de su práctica de la cura 5. Abundan y hasta sobreabundan las anécdotas descontextualizadas a las que se pretende dar valor ejemplar 6. Volúmenes enteros de obras de diferentes autores están dedicados a narrar incidencias y a comentar los sorprendentes cuando no extravagantes modos de proceder de Lacan 7

Entre los múltiples testigos, verdaderos "pacientes" del proceso, hay quienes escriben para mostrar su veneración al analista y también quienes lo hacen para denigrarlo y exhibir su incompetencia o el trato arbitrario al que fueron sometidos. Es frecuente que estos testimonios provengan de analistas practicantes que pasaron "de un analista al otro" y discurren sobre las discrepancias entre los estilos de abordar el inconsciente por cada uno de ellos y cómo la experiencia influyó en sus opciones clínicas y teóricas en el momento de recordar la historia de su didáctico. En las conversaciones entre psicoanalistas es frecuente el intercambio sobre las distintas modalidades e, incluso, el fantasma expresado como pregunta "— ¿Cómo me hubiese ido si en vez de hacer mi análisis de formación con X lo hubiese hecho con Y?" O, como es frecuente y es el caso de este autor, que se comparen los análisis habidos con diferentes analistas en diferentes momentos de la vida: el freudiano "ortodoxo", el kleiniano, el de Winnicott, el lacaniano. En todos los casos se trata de recreaciones après-coup como no podría ser de otra manera pero persiste y es relevante, de todos modos, una diferencia entre el relato escrito años después y el journal. Los informes de los analizantes son siempre recusables pues, como todo testimonio, dependen del público al que se dirigen y están marcados tanto por la transferencia hacia el analista como hacia el auditor o lector imaginarios. El relato del análisis de cada uno forma parte, más que de su autobiografía, de su "heterotanatofonía" 8 y no puede entenderse sin comenzar por analizar la escena misma de la transmisión y la coyuntura histórica y transubjetiva que enmarca al hecho mismo de "dar testimonio", incluso con sus connotaciones jurídicas, puesto que el lector es llamado a intervenir como juez que escucha a un testigo de cargo o de la defensa. La exposición del propio caso es una respuesta al enigmático "deseo del Otro" que funda tanto la emisión como la recepción del testimonio. "— Esto pasó en mi análisis". ¿A quién se le dice y para qué?

No podemos menos que coincidir con Elisabeth Roudinesco 9 (o ella con nuestra lectura del caso de Serguéi Pankéiev) cuando, en un texto poco difundido 10 escribe:

"Al retrazar el itinerario de Margarite Anzieu [el caso Aimée], comprendí que Lacan había recorrido nuevamente el camino de Freud, de Breuer, de Janet. Todos los informes de casos son construidos como ficciones necesarias para la validación de las hipótesis del sabio. El caso sólo tiene valor de verdad por cuanto está redactado como una ficción. En general, se adecua a la nosografía de la época en la que fue escrito. Dicho de otro modo, Anna O., caso princeps de la histeria vienesa de fin de siglo [XIX], no sería en nuestros tiempos considerada como una histérica por lo mucho que ha cambiado la concepción de la histeria con la emergencia del saber freudiano. Pero, sobre todo, cada vez que el paciente real comenta retrospectivamente su propio caso —como lo hizo el ‘Hombre de los lobos’— cuenta una historia muy diferente de la del médico. ¡No, él no se curó; no, él no es quien la ciencia ha hecho de él! Nada quiere saber de su doble y rehúsa los oropeles de la ficción. En síntesis, él ha sido la víctima de un discurso que no es el suyo: fantasma errante y privado de su identidad".

Pocas veces se ha dado el caso de escuchar a la vez el testimonio del analista y el del analizante. Es, en ese sentido y en muchos otros, tan excepcional como ejemplar el mentado caso del Hombre de los Lobos, pese a los muchos elementos de distorsión que intervienen tanto en el historial de Freud ("de una neurosis infantil") como en la "autobiografía" del paciente escrita para satisfacer un pedido de la Asociación Internacional de Psicoanálisis que lo mantenía y sostenía como emblema de los tiempos idos. Las discrepancias entre su relato en el texto "autobiográfico" y en las entrevistas concedidas a periodistas y curiosos que se acercaron a él es flagrante. Otro caso interesante pero del que tenemos sólo vislumbres muy fragmentarios es el de las varias viñetas escritas por Jean-B. Pontalis sobre el caso de Georges Perec y las notas dejadas por el gran escritor acerca de su análisis, muchas veces, como en su "autobiografía" W o el recuerdo de infancia, redactadas de un modo descaradamente ficcional que, por eso mismo, revelan la verdad de la estructura. Se ha llegado incluso a arriesgar la hipótesis de que su obra magna: La vie, mode d’emploi, ese inmenso rompecabezas literario basado en la técnica de hacer y de armar un rompecabezas, es un compte-rendu, un acta velada, de la marcha de su análisis con Pontalis, sesión por sesión.

Supongamos que los dos participantes en la escena, el analista y el paciente, tuviesen que escribir por separado un relato de lo que pasó en el análisis o incluso en una sesión. ¿Coincidirían? ¿Cuál sería el relato más digno de fe? ¿Los dos juntos? ¿Ninguno de los dos? Recurramos a la analogía con la fotografía: ¿utilizarían el mismo ángulo, iluminarían de la misma manera, encuadrarían los mismos objetos en el espacio y en el tiempo, realzarían o suprimirían (reprimirían) lo mismo?, ¿Considerarían valiosos y dignos de ser transmitidos los mismos momentos? Creo que todos coincidimos en que el valor heurístico de esa experiencia imaginaria se vería en el registro de las diferencias entre los relatos que resultarían elevadas a la dignidad del síntoma. El síntoma de ambos. El elocuente desfasaje más que la sospechosa coincidencia.

¿Cómo transmitir esa experiencia inefable en tanto que todas las palabras no hacen más que medio-decir la verdad y que la verdad no puede decirse toda pues las palabras faltan para ello? Lacan consideró que el psicoanálisis estaba amenazado de muerte si no se conseguía develar y hacer público, al menos en el nivel institucional, lo que sucedía en la intimidad del encuentro secreto en el gabinete de psicoanálisis. Es el fundamento de su propuesta "del" pase. El procedimiento de la pase 11 va calladamente contra la tradición de las asociaciones bien o mal llamadas "freudianas" que privilegia la voz del médico por encima de la palabra generalmente considerada no fiable, no preparada, naíf, no instruida, del candidato, del enfermo, pasivo, paciente.

Consideremos como dato esencial y diferencial con el juicio sobre el final del análisis entre la propuesta de Lacan y la vigente en la IPA el hecho de que mientras que en la opción lacaniana se considera secundaria la opinión del analista, es sólo esta úl tima la que se escucha en el informe que el didacta rinde a la Asociación y que permite el pasaje de la condición de candidato a la de miembro adherente y después titular. El pasante lacaniano es un no analista que se dirige a otros no analistas para que controlen el acto analítico sucedido en su psicoanálisis y entre ellos hagan un aporte teórico que enriquezca el saber de todos. Por eso, este número de Acheronta bien podría —lacanianamente— titularse: De un NO analista al Otro.

Lacan es muy preciso, sin embargo, al aclarar que el hecho de ser no analistas es todo lo contrario de suponer que sean no analizados. Sólo el testimonio de un no analista a otros no analistas (pasadores) y de éstos a los analistas miembros de la Escuela que integran el jurado de confirmación (jury d`agrément, escogidos por sorteo entre los analistas que manifiesten su voluntad de integrarlo presenten y no por sus antecedentes o su prestigio) puede autentificar la experiencia de la pase 12 13. En cuanto a los "analistas" mismos, Lacan no esconde su desprecio: "Tienen una producción estancada —sin salidas teóricas fuera de mis esfuerzos por reanimarlas—, de la que habría que medir la regresión conceptual, incluso la involución imaginaria a concebir en su sentido orgánico" (íd.). Esos, los "didactas" de una Asociación, son los únicos habilitados para conferir los grados que equivalen a jerarquías tal como Lacan lo denuncia en "Situación del psicoanálisis en 1956".

La verdad de un análisis no yace en el testimonio de uno u otro, del pe rsonaje en el sillón o del personaje en el diván, sino en la inaudita (literalmente así, nunca escuchada) divergencia entre los dos relatos, ninguno de ellos más confiable que el otro. La verdad de un análisis no se lee en el discurso que lo narra, por detallado que sea, sino en el cambio de la posición subjetiva del analizante en el momento en que opera la destitución del sujeto supuesto saber representado por su analista. En la perspectiva lacaniana la imposible objetividad se aborda mediante el trabajo d e elaboración, verdadero momento del working through, de los pasadores y los testigos del proceso que acabamos por serlo todos (a partir de los efectos). Para que eso suceda hace falta prescindir de los prejuicios sobre la alternancia imaginaria entre la transferencia y la contratransferencia de analista y analizante. Hay un privilegio que subyace a la propuesta de la pase, ciertamente, y ése es el de la palabra del analizante. Quizás por eso Lacan fue tan parco en exponer anécdotas de su práctica y tan explícito en señalar eso que el psicoanálisis no era. Justo al contrario del informe médico de un caso, el historial, equivalente del protocolo científico.

Normalmente, en la vasta literatura del psicoanálisis ("esos establos de Augias") si algo encontramos de lo que sale de las bocas de los pacientes es a través de lo que se dignan comunicarnos sus "terapeutas" que encuentran siempre en esas palabras la confirmación de sus a priori y de sus propuestas 14 teóricas. Freud con el Hombre de los lobos no es el menor de los ejemplos. ¡Como si la idealizada "objetividad" pudiese estar más cerca del diván que del sillón! Conviene recordar que tanto Freud (con H. D.) como Jung (con Mary Briner Ramsey) se opusieron a que sus pacientes escribiesen registros de las sesiones con ellos y mucho menos cuando supieron de la posibilidad de que esos diarios fuesen publicados. Jung alegaba que el deber de confidencialidad debía regir tanto para el analista como para su paciente, lo que no le impidió romper escandalosamente con ese deber al hacer públicos los datos del caso y las pinturas de su paciente Christiana Morgan. Mary Briner quería dar testimonio "del material que surgía en su análisis y cómo ese material era tratado de un modo diferente del usado en el psicoanálisis freudiano así como de los cambios que se registraban por el tratamiento tanto en la conciencia como en el inconsciente del analizante". Se nos cuenta, en la biografía más documentada y autorizada de Jung, que cuando el zuriqués supo del plan de la paciente norteamericana y vio una copia del diario, su afrenta (outrage) fue monumental. Dijo que la descripción de su manera de ejercer la profesión le produjo un dolor de cabeza tan brutal que no pudo acabar de leerlo: "Estaba tan hondamente impresionado por la estupidez abismal de mi método que hubiese sido suicida el darle un placet a su publicación" 15. Es fácil criticar a Jung como censor pero sería un juicio superficial. La estupidez no estaba en él sino en la pretensión de raigambre periodística de registrar en un diario o con un magnetófono lo que se dice en un análisis. Y eso es tan válido si el informe procede del psicoanalista como si viene del analizante. Estaba Jung en lo cierto cuando le explicó a su paciente de dónde procedía la ofensa:

"Es absolutamente imposible que usted conozca el trasfondo y las motivaciones de las cosas que yo digo sin que importe lo más mínimo la exactitud de su informe. Los énfasis y los matices y las insinuaciones faltarán inevitablemente… Se requeriría de un genio casi sobrehumano para pintar el cuadro de lo que yo hago… En su representación yo estoy totalmente ausente, dicho de otro modo, que hay una insípida nube verbal que remplaza el hecho psicológico: Yo soy. Si esa nube no representa ni siquiera su propia y total experiencia mucho menos lo hace con mi participación en el juego. Puedo equivocarme, pero no percibo [en su diario] ni el menor indicio de todos los matices y sutilezas de la entonación y el gesto, para no hablar del trasfondo inconsciente que es capital y está siempre presente." (cit., pp. 382-383)

Verdad es que lo esencial del proceso psicoanalítico no reside en el detalle "material" de las experiencias concientemente registradas por los participantes en la escena; tampoco en las palabras intercambiadas. De todos modos, también es cierto que el conjunto de los testimonios sobre un practicante del psicoanálisis presentan una visión estereoscópica de lo más importante: el estilo que es aquello que el analista puede transmitir en la cura. Las historias de casos así como los relatos de los análisis son ficciones que manifiestan y ponen de relieve la verdad de la estructura. De ahí el interés para el psicoanálisis del testimonio. Cada autor de uno de ellos es un pasante. A veces, como en el caso de Haddad con Lacan (cit.) que encontraremos al cierre de estas reflexiones, lo que mueve al autor a escribir es el fracaso en la aspiración a ser designado Analista de la Escuela después de someterse al procedimiento de la pase. En todo caso, un relato por parte de un analizante es siempre, ni más ni menos, una pase salvaje. Los ejemplos abundan y tal vez el paradigma se encuentre en el Diario clínico de Sandor Ferenczi 16

Los testimonios revelan algo de lo fundamental: la idea que el analista tiene del inconsciente y, por ende, de su misión, en el momento de analizar. Hasta en las más mínimas inflexiones de la manera de pedir al paciente que se someta al método de las asociaciones libres, como recordaba Lacan, se transmite esa concepción. ¿Qué lugar ocupa entonces la memoria del analizante en la marcha y en el resultado del proceso cuando quiere contarnos lo que pasó en la relación analítica? Seamos terminantes: no es la memoria la que da cuenta del inconsciente sino que es el inconsciente el que da cuenta de la memoria. Es el deseo del analista el que actúa de modo invisible, como, en su caso, lo hace el deseo del fotógrafo en lo que se nos da a ver y lo que llamamos fotografía: el encuadre, lo incluido y lo excluido, la iluminación que resalta o deja en la sombra, los retoques sobre lo que muestra la imagen, las veladuras y difuminaciones, todo ello es el trabajo de un designio del que nada sospechamos como espectadores de la reproducción. Todo ese trabajo constituye el parergon, el conjunto de elementos que enmarcan la obra y que parecen no formar parte de ella, como el título, las dedicatorias, los pies de imprenta, la tipografía que destaca o esconde elementos constitutivos, el hecho mismo de que se diga "fotografía" o "novela" o "memorias" o la leyenda que acompaña a una fotografía y que pretende pasar como la puesta en palabras del objeto retratado.

La memoria hablada y escrita de las sesiones o del proceso en su conjunto es un efecto de la famosa elaboración secundaria, ese elemento infaltable y variable que da forma definitiva al contenido manifiesto de los sueños, intromisión de los procesos secundarios y de las aspiraciones y demandas del yo. Tanto en el caso de las memorias de los analistas como de los analizantes. Los sueños no son descalificados como expresiones de los modos de composición inconsciente de un sujeto por estar deformados por el trabajo del yo oficial. Todo lo contrario. También en la deformación, en la distorsión y en la mentira, en toda Entstellung, se manifiesta la presencia del fantasm a. Y en eso tenía razón Jung contra Freud, mal que nos pese. La escena originaria del hombre de los lobos no es un recuerdo sino una fantasía elaborada entre él y su analista que fue proyectada retroactivamente al pasado y transformada en memoria de algo que nunca sucedió o que tuvo la prosaica y magra realidad de haber visto alguna vez la cópula de unos perros. Es el propio Freud el que acaba por reconocerlo en su informe y decide remitir esa macarrónica Urszene, tan laboriosamente reconstruida, a fantasmas inconscientes propios de la humanidad, recibidos por transmisión hereditaria y transformados en patrimonio filogenético. ¿Valía la pena tanta discusión contra su hereje discípulo de Zurich para terminar diciendo lo mismo que él (símbolos universales e inconsciente colectivo revestidos como fantasías filogenéticas)? Claro que, si el criterio de la verdad es la creencia convencida del paciente en la verdad de la construcción, la cuestión entera de lo "que en realidad pasó", fantasma de los historiadores desde antes de Freud (Ranke) pasa a un segundo plano, se hace accesoria. En tal caso no importa mucho la eventual objetividad o deformación subjetiva de lo que trasmiten los dos personajes implicados en un psicoanálisis. Lo decisivo pasa a ser la calidad poética del relato. En el plano literario, definitivamente, Freud es en todo superior a sus analizantes… y por eso mismo es que debemos escucharlos también a ellos con sus debilidades narrativas .

Lo real de lo sucedido está irremisiblemente perdido. De un análisis sólo tenemos estos restos, huellas, bribes, guardados en la memoria que se hacen en el momento de transmitirlos… como en la experiencia de la pase. ¿Qué se transmite? Palabras, representaciones, fantasías, productos de la imaginación. Como en un sueño. Como a través de un cristal oscuro. Darkly. Si el deseo del fotógrafo es lo que no se ve en la fotografía, es el deseo del analista lo que falta en el relato de un análisis. A reconstruir.

¿Nada de real pasa al relato? No exageremos: el uso del tiempo y las regulaciones sobre el espacio y el dinero sí se pueden transmitir. Precisamente porque son los elementos de real que entran en un análisis al igual que lo que se hace con el cuerpo. La presencia de sus perros en la escena de los análisis realizados por Freud y por Jung, la arquitectura y los elementos decorativos de los consultorios, la presencia de terceros, el hojear de las páginas de Le Figaro por Lacan mientras sus analizantes le hablan, el caminar nervioso de Jung, las interrupciones para dar lugar a evocaciones personales de los analistas, la decisión de imponer un plazo por anticipado al análisis que el propio Freud define como un chantaje, los cortes lacanianos de la sesión considerados como escansiones antes aun de que el sujeto diga una palabra, la indicación winnicottiana de internación de una paciente antes de salir de vacaciones, la derivación junguiana a la amante del analista, la amenaza reiterada en el lacanismo de trabar la pase o de incitar al sujeto a que la realice, el supuesto informe del didacta a las autoridades de la asociación, el pasaje al acto (sexual), la decisión de psicoanalizar a la propia hija, la orden de Freeman Sharpe a presentar su testimonio como pasante impartida a Margaret Little en duelo por la muerte de su padre y luego transmitida a la comunidad con el disfraz de que esa analizante debía pronunciar una conferencia radiofónica sobre un tema que interesaba a la analista, las pretensiones de pasar como modelo vital para el paciente o el deseo manifiesto de ser imitado o reconocido como autoridad, los ofrecimientos y los pedidos de regalos y favores a los analizantes, en fin, todo aquello que no es una de esas "vacilaciones calculadas de la neutralidad", esas que todo análisis requiere en un momento u otro del proceso, es una manifestación de lo real del análisis en tanto que la experiencia se pervierte. Cada sesión tiene algo de magia, algo de sueño, algo de traumatismo, algo de invocación a las divinidades del Averno y de los ríos que a él conducen (Acheronta, Styx), algo de inefable. Toda sesión es una formación del inconsciente. El intento de transmitir lo que sucede en ese escenario está destinado al fracaso si se pretende que sea " integral" u "objetivo". Es siempre valioso si se reconoce por adelantado el fantasma que preside a esa transportación de lo real de la escena del gabinete a la escena de la escritura — lectura.

Es entonces cuando aparecen las dimensiones imaginarias y simbólicas de lo que el analista representa para su analizante más allá de lo real inaprehensible por la Vorstellung. Palabras y fantasías son evocaciones y distorsiones de eso real. ¿Qué representa el analista? No se podría encontrar una buena respuesta para una mala pregunta pues "el" analista no existe así como no existe "La" mujer. ¿Qué representa —equivalente a ¿qué quiere?— un analista, este analista, no para "un" analizante sino para "este" analizante pues sobraría repetir que el psicoanálisis funciona siempre de modo singularizado en el uno por uno. Seguramente cada analizante tiene representaciones de su analista, variables, inestables, lábiles, formadas en cada momento y reformadas en el après-coup de la cura. ¡Cuántas representaciones no se habrá hecho el hombre de los lobos de Sigmund Freud a lo largo de los setenta años en que pudo conocerlo primero y recordarlo después! ¿Qué representó en lo real el analista para él? Ciertamente no era Serguéi Pankéiev quien podía decirlo. Tal vez sí pudieron tener algunos indicios para responder a esa pregunta los analistas que lo analizaron después, Ruth Mack Bruswick, Judd Marmor, comentaristas como Serge Leclaire, nosotros inclusive 17. En lo simbólico este paciente tenía un paquete de palabras, un texto con la dedicatoria del autor, un heterónimo inventado por la comunidad analítica a partir del informe de su médico (creador del personaje que él llegó a encarnar, "hombre de los lobos"), un relato novelesco de su pasado, un lugar en la historia y en la genealogía del psicoanálisis y de sus instituciones, etc. En lo imaginario podía enorgullecerse de ser un "discípulo" privilegiado del fundador, un hijo dilecto, el beneficiario de una deuda que este padre imaginario le pagaba en especie, la víctima de un episodio paranoide hipocondríaco en el que podía acusar la impotencia de su padre que, de todos modos, seguía en su fantasma penetrándolo por detrás al mismo tiempo que, como en la primera sesión, él se cagaba encima de la cabeza de este "judío estafador". Nunca se terminaría de confeccionar el catálogo de lo que el analista representa en la cura para el analizante. Y especialmente después de acabado el "tratamiento", una vez que se alcanza esa liquidación de la transferencia anhelada por Freud y que tropieza con la roca viva de la castración o una vez destituido el sujeto supuesto saber en el caso de Lacan (valga la expresión, Loewenstein incluido).

¿Qué representa el analista, qué representa él (o ella) en lo real? Recordemos la respuesta de Lacan en su forma más condensada: "El analista funciona en el análisis como representante del objeto a" 18. El lector avezado de los textos lacanianos podría pensar que la expresión , a pesar de repetirse tanto (o quizás por eso mismo) no es muy clara y escapa a la comprensión. Si eso le (nos) sucede podrá consolarse de inmediato leyendo que "A fin de cuentas no es seguro que yo mismo capte incluso todo el sentido de esta fórmula, pero estoy convencido de que tal es, efectivamente, la manera en que eso tiene que escribirse, y esto es lo que expresan exactamente los cuatrípodos que designan el discurso del amo y el discurso analítico". Es decir que el analista se hace agente de un discurso y troca su lugar con el significante uno, enviando a ese significante al lugar de la producción que antes ocupaba el objeto a. El analista representa, según su inventor, al objeto a. Él no es a sino que, como el agente en cualquiera de los discursos, es semblante de a. Vistos los testimonios que hemos evocado a lo largo de este artículo, los de analistas y analizantes, ¿podemos decir que los analistas hemos estado a la altura de lo que se espera de nosotros por el lugar que ocupamos en la estructura? ¿Es que —a la vista de lo que aprendemos en nuestros análisis y en las lecturas y relatos de los análisis ajenos— esta fórmula es válida y debemos cambiar nosotros o seguiremos analizando como todos parecen haberlo hecho… y en ese caso tendremos que cambiar la fórmula? En tal caso, ¿por cuál de las tres otras disponibles en la lista de cuatrípodos? Dan ganas de exclamar: " ¡Analistas, encore un effort!"

Queremos terminar con una viñeta clínica, considerando el sueño que figura en la última página del libro de Gérard Haddad en donde él relata su análisis con Jacques Lacan, un sueño que da título al volumen y que expresa, después de haber sido rechazado en su demanda de pase, lo que todavía puede esperarse del psicoanalista:

¡Qué cosa extraña es el psicoanálisis! En cada una de las crisis que habría de conocer después, Lacan se me aparecería en sueños y esa llamada nostálgica a su recuerdo me ayudaba para superarlas. Tuve así, aquella noche, un sueño asombroso.

Lacan — esa era la primera vez que lo soñaba después de su muerte — estaba sentado en el borde del gran sofá cama que nos servía de lecho conyugal, un mueble impresionante, sobreelevado, de estilo Luis XV, que nos servía de lecho conyugal. Se lo veía muy viejo y sus pies no tocaban el suelo. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Le pregunté por la causa de su pesar.

«Es por no haber resuelto (réglé) todos sus problemas», me dijo.

Yo lo tranquilicé y le reafirmé mi afecto y mi gratitud.

« ¡Oh! Usted ha resuelto muchos (réglé beacoup — pagado mucho).

Y entonces dijo esta frase perturbadora.

« Usted es mi hijo adoptivo. »

Fin del libro. Título de la obra: El día que Lacan me adoptó. (¡¿?!)

¿Asociaciones? Ninguna… o las 370 páginas precedentes. Nada que decir sobre el monárquico canapé que les servía de lecho conyugal.

¿Cuál es el deseo del analista? ¿El de cuál de los dos?

Notas

1 Kardiner A., Mi análisis con Freud, México, Joaquín Mortiz, 1979, Blanton S., Diario de mi análisis con Freud, Buenos Aires, Corregidor, 1974, Wortis J., Fragments of an Análisis with Freud, Nueva York, Simon and Schuster, 1954, H. D. (Hilda Doolittle), Tribute to Freud, Boston, Godine, 1974 y Friedman S. S., Analysing Freud — Letters of H. D., Bryher, and their Circle, Nueva York, New Directions, 2002.

2 Kardiner A. (cit., p. 22) cuenta cómo se pasó de la tradición de seis sesiones semanales a cinco después de "discutír este asunto con mi mujer y mi hija Anna … que no quieren ni escuchar ni aceptarían que tome una hora extra de trabajo ".

3 Reid J. Cabot., Jung, My Mother and I, Daimon Verlag, Munich, 2001.

4 Reid, J. C., Jung, My Mother and I. Daimon Verlag, 2001.

5 Cf., en particular: Rey P., Une saison chez Lacan París, Laffont, 1989 y Godin J.-G., Jacques Lacan, ,5 rue de Lille. París, Seuil, 1990. Historias fragmentarias de análisis con Lacan se encuentran en Perrier F., Voyages extraordinnaires en Translacanie, París, Lieu Común, 1985, Schneiderman S., Jacques Lacan. The Death of an Intellectual Hero, Cambridge, Harvard, 1983, Haddad G., Le jour où Lacan m’a adopté. Mon analyse avec Lacan, París, Grasset, 2002. En forma de novela, Milan B., Le perroquet et le docteur. ¿París?, L’aube, 1997.

6 Allouch, J., 213 ocurrencias con Jacques Lacan, México, Sitesa, 1992.

7 A.A.V.V., Connaissez-vous Lacan?, París, Seuil, 1992. Weill A.-D. et al, Quartier Lacan, París, Denoel, 2001, Weill A.-D. y Safouan M., Travailler avec Lacan, París, Aubier, 2007.

8 Braunstein, N. A., Memoria y espanto O el recuerdo de infancia, México, Siglo Veintiuno, 2008, pp. 259 y ss.

9 Roudinesco, E., Généalogies, París, Fayard, 1994

10 Idem, p. 117

11 ¿Por qué no dar a la palabra "pase" su especificidad psicoanalítica lacaniana tomando en cuenta que en francés passe es sustantivo femenino mientras que en español es masculino? ¿Por qué no hablar de la pase, del mismo modo que decimos "la base" o "la fase", "la frase" y "la clase"? Es una sugestión que estaría de acuerdo con nuestro uso de la palabra "forclusión", específicamente lacaniana, como concepto distante de su significación jurídica. Y sin que nos preocupe mucho que, en español, se trate de un nuevo sintagma. No se me escapan las otras connotaciones implicadas en esta feminización de la pase.

12 "Discours à l’École Freudienne de Paris" del 6 de diciembre de 1967. En Autres écrits, París, Seuil, 2001, pp. 270-271. Es desafiante el tono de Lacan cuando allí anota: "Es que, cuando se llega incluso a escribir que mi proposición (del 9 de octubre de 1967) tendría como objetivo entregar el control de la escuela a los no-analistas, yo no me privaré de coger el guante. Y hasta diré que ese es, en efecto, el sentido: pretendo dar a los no-analistas el control del acto analítico, si de tal modo quiere entenderse que el estado actual del estatuto del psicoanalista no sólo lo lleva a eludir ese acto, sino que degrada la producción que dependería de eso para la ciencia".

13 "Principes concernant l´accéssion au titre de psychanalyste dans l´École Freudienne de Paris", Scilicet 2/3, 1970, p. 31

14 "Agendas", es el neologismo que se utiliza en el inglés de nuestros días. Palabra latina y de reconocimiento castellano que puede incorporarse a nuestra lengua sin violentarla con esta nueva acepción: "programa de acción prefijado; preconcepción actuante".

15 Bair D., Jung. A Biography, Nueva York y Boston, Back Day, 2002, p. 382.

16 Ferenczi S., Diario Clínico. Buenos Aires, Conjetural, 1988.

17 Braunstein N., La memoria, la inventora. México, Siglo Veintiuno, 2008, capítulo 6: "El hombre de los lobos, personaje de ‘su’ novela, no puede leer novelas", pp. 170-207.

18 Lacan J., "Sobre la experiencia del pase". En Ornicar? (1), Barcelona, Petrel, 1981, p. 35. El original está en Lettres de l’École Freudienne. París, (15), p. 189.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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