Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Lacan desdibujado
Jorge Baños Orellana

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No sabemos nada en la inmersión pura, en el en-si, en el mantillo del demasiado-cerca.
Tampoco sabremos nada en la abstracción pura, en la trascendencia altiva, en el cielo demasiado-lejos.
Para saber hay que tomar posición, lo cual supone moverse y asumir constantemente
la responsabilidad de tal movimiento. Ese movimiento es acercamiento tanto como separación:
acercamiento con reserva, separación con deseo.

G. Didi-Huberman,
Cuando las imágenes toman posición

El tema de un analista a otro me envía de inmediato a dos cuestiones: a la literalidad de un episodio bien frecuente, el de un analizante (por lo general disconforme) dirigiéndose de un analista a otro analista, y a la literatura analítica, a la literatura analítica cuando, metiéndose en aprietos y dando muestras de ingenio, se ocupa de tratar un episodio de esos o se inclina por amordazarlos —pues los silencios también dan qué escribir. Me viene, entonces, la imagen de Sigmund Freud agarrándose la cabeza y llamando al silencio diplomático, luego de que Sabina Spielrein, colocándolo en el sitio del otro analista (¡y no cualquier otro!), le informa de que con el analista Jung pasa sin solución de continuidad del diván a la cama y de la cama al diván. A los biógrafos e historiadores del psicoanálisis les ha complacido transcribir documentos y narrar, bajo el formato del vodevil, el detalle de lo que dejó justificadamente de ventilarse en su momento. Primer acto, las notitas comprometedoras del primer analista, en ese momento considerado el delfín cristiano del psicoanálisis: "¿Me perdonará usted que sea como soy... que la ofenda y me olvide de mis deberes de médico frente a su persona? Mi desgracia consiste en que mi vida no puede prescindir del amor, del amor tormentoso y eternamente cambiante". Segundo acto, el viaje de Sabina a Viena el 17 de abril de 1912, para contarle al otro analista el sueño de una voz que anuncia "Te ha sido dado concebir un gran héroe ario-semítico". A lo que Freud, el otro analista, responde "Podría tenerlo si quisiese, pero sería lastimoso para usted". Tercer acto, el efecto espectacular de esa intervención: el 1 de junio del mismo año, el rabino S. J. Brailovski casa a Sabina con un semita. Cuarto acto, el cierre abierto de la carta del otro analista, felicitando a la lunamielera: "Querida doctora, ahora usted es una señora y esto significa que estará medio curada de su dependencia neurótica con respecto a Jung. De lo contrario, no hubiera decidido casarse". Sin ningún certificado de final de análisis como regalo de bodas: "Ahora resta la otra mitad; la pregunta de qué sucederá ahora con eso".

En las antípodas de este esfuerzo, de ambos analistas participantes, por encubrir los dilemas clínicos de ese pasaje, se sitúa el caso bautizado por Lacan como El hombre de los sesos frescos. No era un caso suyo sino de otros dos. En efecto, El hombre de los sesos frescos se recostará primero en el diván de Melitta Schmideberg, la cura avanza, luego se interrumpe por mutua conformidad y Melitta corona la satisfacción de la tarea cumplida con un artículo clínico. Años más tarde, las circunstancias históricas impiden remontar ese análisis y El hombre de los sesos frescos pasa de Melitta Schmideberg a Ernst Kris. El otro analista retoma la cura por otras vías, alcanzando un final, a su entender, realmente feliz; luego, escribe un artículo severo con respecto a las ilusiones del artículo de la primera analista.

Pero entre el polo del silencio y el de la locuacidad no se extiende un desierto, sino un jardín de enredaderas donde el contrapunto de los analistas ganó en virtuosismo. Por ejemplo, cumpliendo una formula convenida de doble comando, von Freund se analizará con Ferenczi cuando está en los negocios de Budapest y con Freud cuando está en los de Viena, y ambos analistas cruzarán datos; el circuito de un analista a otro era circular y no se interrumpió hasta la muerte del analizante. Otro fue el giro de "La relación entre fantasías de flagelación y un sueño diurno", narración encubierta del análisis de Anna Freud, en la que ella se situaba en el sillón y colocaba a una joven inventada ("la fantaseadora") en el diván. Al tiempo su amiga, la princesa Marie Bonaparte, hará otro tanto: ocupa el sitial de Freud y convierte a una niña inventada en autora de los cuentos infantiles suyos. Antecediendo a lo no habría hecho por Leclaire, en un congreso de Bonneval, contando como propia la interpretación que Lacan había dado a su sueño del unicornio: una vez más, el otro analista es el analizante. Si bien en estas ocasiones, el desplazamiento no va de un consultorio a otro, sino de un consultorio (el del analista) a un escritorio (el del analizante, donde se urde un consultorio ficcional).

A través de los testimonios del pase, el lacanismo enriqueció considerablemente la poética del paso de un analista a otro. Creando, o al menos generalizando, el movimiento de un analizante a otro analizante: es lo que sucede cada vez que alguien, sin disimular al auditorio lo que está haciendo, cuenta el propio análisis empleando de la tercera persona. Como estoy advertido de que yo es otro digo "el sujeto se había precipitado en…" para hablar de algo que me sucedió en mis viejos tiempos de analizante. Además, el pase llevó la delación a grados superlativos. Su ejemplo más espectacular es de cuando, ante un público asombrado de más de mil butacas, se testimonió el tránsito de un analista a otro para consagrar la fracción triunfante de un cisma institucional. Esquemáticamente, X. se analizaba desde hacía años con C., analista número tres en la jerarquía de su escuela; luego de la ruptura institucional, C. queda fuera y X. lo abandona pasando al diván de A., analista número uno de su escuela y aún más consolidado luego del cisma. Al cabo de pocos meses, "con la velocidad del relámpago", A. conduce a X. al final de análisis. Luego, pasando un trámite igualmente vertiginoso, X. es nominado por el jurado del pase de la escuela purificada y, en el siguiente congreso, X. cuenta el asunto en un vibrante testimonio con la fe de los conversos. Inclinado a las asociaciones visuales, cuando presencié el espectáculo, vi a X. colocando a C. el bonete condenatorio de la Revolución Cultural Maoísta.

 

El otro pasaje de un analista a otro

Pero el pasaje del psicoanálisis de un analista a otro tiene otras entradas más que la de la clínica. En la distancia que va de uno a otro no solamente desfilan analizantes, también vuelan palabras; por eso la transmisión es su otro gran tópico. Como lo adelanta la convocatoria de este número de Acheronta, en el pasaje de un analista a otro se juega también la cuestión de la cita textual, la de lo que puede suceder cuando un analista cita a otro, y, muy particularmente, un capítulo que hizo correr mucha tinta, el de los debates sobre la trascripción de los seminarios de Lacan.

La ventaja que tiene esta segunda entrada es que suele soslayar, en mayor medida, los laberintos de la mala fe. Quiero decir, uno podrá siempre dudar, por ejemplo, si X. llegó verdaderamente a donde dijo y algunos le confirmaron que llegó, o si la carta comprometedora de Jung, por más que un perito calígrafo asegure que es suya, prueba fehacientemente, por sí sola, los relatos de Spielrein, etc. Hay una distancia entre lo acontecido y lo narrado, entre el consultorio y el escritorio, que no se puede reducir a cero. Algo muy diferente es el asombro sin vueltas que se produce, en cambio, al leer el siguiente pasaje de la página establecimiento oficial de la reunión del 15 de mayo de 1963 del seminario de La angustia:

Nadie pondrá en tela de juicio que hay una discordancia: mientras, por un lado, Lacan dibuja el pico mórbido de una cría de ornitorrinco , las mamas huecas adonde se introduce y la trayectoria subcutánea de manojos primigenios de glándulas mamarias, el libro muestra como resultado una fórmula abstracta, una que sitúa el objeto a en la columna del Sujeto y la angustia en la columna del Otro.

Como no adscribo espontáneamente a la sospecha de que el establecimiento oficial, debido a Jacques-Alain Miller, es una operación antojadiza e interesada de reescritura, mi primera impresión es que esta discordancia se produjo por un error de la puesta en página. Supongo que, por distracción o desidia del diseñador, esa fórmula quedó pegada fuera de sitio (así como en el pasaje clínico de un analista a otro se intercalan distintos agentes de la derivación y de la recomendación de hacer el cambio, en el pasaje epistémico de un analista a otro hay un mundo de políticos instituciones, de oficios de la edición y la traducción, etc.). ¿Pero cuál sería el sitio apropiado para esta fórmula en la lección del 15 de mayo? Parece factible que haya sido escrita para dos párrafos más arriba, donde justamente se menciona «el punto de angustia». Aún así, continúan las preguntas.

 

El discreto valor de una fórmula póstuma de Lacan

Está el problema de que el origen de esa fórmula es incierto. Salió a la luz el 2004, al publicarse el establecimiento oficial; en vano se buscará en la estenotipia o en ediciones alternativas del seminario de La angustia conocidas anteriormente. ¿Se tratará de uno de los añadidos de Lacan al ejemplar de Judith? "El establecimiento del texto de este Seminario —advierte J-A Miller— se ha beneficiado de la existencia de un ejemplar dactilografiado excepcional. Lacan, en efecto, enviaba cada una de sus lecciones a su hija Judith, entonces ausente de París, y añadía a la dactilografía anotaciones y correcciones manuscritas que he utilizado" [p. 367]. Si tal fuera el caso, no se puede decir que esta fórmula póstuma resulte un hallazgo admirable. Por más que Lacan la haya escrito, no deja de ser una esquematización coja de lo que se viene argumentando, que no se limita a la afirmación —sorprendente por si sola— de que el seno materno no es de la madre, sino que, además, se está insistiendo en su consecuencia mayor: la de que el placer oral y la angustia oral no residen en la misma casa. Dicho en sus términos: "El punto de deseo", al que la boca aspira encontrar, no coincide con "el punto de angustia" inscripto en la retirada exangüe del Otro. De manera que en esta nueva narrativa del objeto parcial lo que hay es el objeto a, que no es otra cosa que causa de deseo; no ocurre, como en el relato kleiniano, que el objeto (o su doble malvado) era, simultáneamente, causa de angustia de separación (o de retaliación). En la lección de Lacan el objeto parcial no se retira, sino que es separado por el Otro que se lo lleva a cuestas:

Aquí se ve mejor cuál es la función original de la mama. Se presenta como algo intermedio entre el retoño y su madre. Tenemos que concebir, por lo tanto, que es entre la mama y el propio organismo materno donde reside el corte. (…) ¿Cuál es el objeto de la pulsión oral? Es lo que habitualmente llamamos el seno de la madre. ¿Dónde está en este nivel lo que hace un momento he llamado el punto de angustia? Está precisamente más allá de esta esfera que reúne al niño con la mama. El punto de angustia está en la madre. En el niño, la angustia de la falta de la madre es la angustia del agotamiento del pecho. El lugar del punto de angustia no se confunde con el lugar donde se establece la relación con el objeto del deseo. [p. 253]

Resumiendo, la fórmula póstuma de Lacan es discordante si permanece donde aguardamos el dibujo del ornitorrinco y desencanta si se la sitúa más arriba, justo a continuación del texto que acabo de citar, porque deja sin ilustrar el otro punto de la geometría del argumento, el del deseo. Me permito, entonces, la siguiente proposición contrafáctica: si en lugar de haberla creado días más tarde para el correo a Judith, Lacan se hubiese dirigido a la pizarra en el momento mismo de pronunciar estas líneas, él habría escrito otra cosa, algo semejante al esquema realizado por Allouch, en el 2000, para resumir la cuestión 1

 

«Separtición», un neologismo para esta única oportunidad

Deseo y angustia aparecen convenientemente separados. Por otro lado, un esquema así corre con la ventaja de estar listo, e incluso adelantar, lo que Lacan pasa a subrayar inmediatamente después: la partición del Sujeto (no su "división " que es otro asunto). Obsérvese que no solamente da a ver lo que muestra la fórmula póstuma: que la mama (el objeto a) está bajo el techo del Sujeto y no bajo el techo de la mamá (el Otro); sino, además, que a la sombra del techo del Sujeto se reparten el niño ("el retoño") y el objeto a. En el párrafo arriba citado ese reparto es algo ambiguo, por momentos la mama parece flotar en un limbo de los propietarios, pero a continuación Lacan inaugura un neologismo,«separtición», para escriturar el objeto a del lado del Sujeto y para no confundir al Sujeto con el niño. Es una precisión que no volverá a repetir:

El destino, o sea, la relación del hombre con esa función llamada deseo, sólo se anima plenamente en la medida en que es concebible el despedazamiento del cuerpo propio (…). La separtición fundamental —no separación, sino partición en el interior—, he aquí lo que está inscrito desde el origen, y desde el nivel de la pulsión oral, en aquello que será la estructuración del deseo.

¿Qué tiene de sorprendente, entonces, que hayamos ido al nivel oral para encontrar alguna imagen más accesible para lo que siempre ha permanecido para nosotros como paradoja —¿y por qué?— en el funcionamiento ligado a la copulación, a saber, que también ahí prevalece la imagen de un corte, de una separación? [p. 256]

A continuación de lo cual podría pegarse el esquema de Allouch que ahora reproduzco completo:

Pero no quedaremos del todo conformes con esta claridad. Resta ver en qué se sostenía Lacan para ufanarse por haber "ido al nivel oral para encontrar alguna imagen más accesible". ¿De qué accesibilidad está hablando? Al fin y al cabo, si nos atenemos a lo resumido hasta aquí, todo parece sostenerse alrededor de una afirmación para nada accesible, en realidad completamente opaca al sentido común: la de que la mama no es de mamá. ¿Pide Lacan la complicidad de que no se le pregunte al respecto? De ninguna manera, buena parte de la primera mitad de la lección está dedicada a aclarar el entresijo. Ahora bien, avanzar en sus aclaraciones nos obliga a reconstruir la galería figurativa del 15 de mayo de 1963, es decir, avanzar a contrapelo de los gustos, la materia y los hábitos de reflexión del auditorio del seminario.

 

"Si ponemos aquí un poco más de fisiología…"

Lo que hasta ahora dejé en suspenso es un desarrollo que ocupa la mitad de la lección del 15 de mayo, el que se introduce con el anuncio poco amigable de "Si ponemos aquí un poco más de fisiología…" y entra en su apogeo de siete páginas con un: "He aquí lo que nos está permitido estructurar, de una forma más articulada por la sola consideración de la fisiología. Ésta nos muestra que el a es un objeto separado, no del organismo de la madre, sino del organismo del niño" [cf. pp. 250-256].

Ciertamente en lecciones previas del seminario (particularmente la del 17 de marzo) Lacan venía avanzando en "la disyunción entre el lugar de la satisfacción y el de la angustia", sea a propósito del masoquismo o de la circuncisión; sin embargo, el paso decisivo lo da con este largo repaso que va, sucesivamente, de la fisiología de la succión del lactante a la histología de la placenta, de la filogenia de la placenta a los monotremas (los únicos mamíferos no placentarios), de la preexistencia en los monotremas de la lactancia a el modo en que progresa esa lactancia sin pezón ni mamas prominentes. Y en cada paso la inteligencia de la argumentación se vuelve más evidente y sorpresiva. A su término parece quedar bien demostrado que las mamas no son, en efecto, de la mamá.

El primer recurso para aventar las protestas del sentido común es una precisión que cualquier estudiante de medicina conoce: las envolturas placentarias no provienen del organismo materno sino de las capas celulares embrionarias. Histológicamente es un órgano fetal, si bien un órgano fronterizo, «amboceptor», al servir simultáneamente de demarcación y de barrera en el intercambio con la madre.

A su vez, placenta y el cuerpo del feto están unidos por el puente del cordón umbilical. De manera que (segundo asombro para al sentido común), el corte del cordón no lo separará al neonato de su madre, sino de una parte de sí mismo: hace «separtición» y no separación. "El corte —precisa Lacan— se produce entre aquello que va a convertirse en el individuo arrojado al mundo exterior y sus envolturas, que son partes de sí mismo, en tanto que son elementos del huevo, homogéneos a lo que se ha producido en el desarrollo ovular, como prolongación directa de su ectodermo y de su endodermo. La separación se hace en el interior de la unidad que es la del huevo."[p. 252]

Todo lo cual instiga a la humorada de hacer una transposición figurativa del esquema de Allouch para añadirle el isomorfismo de los amnios y las mamas:

 

Gracias a Dios hay monotremas

Claro que las membranas placentarias no son un objeto a… y eso es poco elegante para una argumentación a la que le incumbe subrayar el carácter anticipatorio de la pulsión oral ("Decir que es cronológicamente original no es decirlo todo, todavía es preciso justificar que [la pulsión oral] sea estructuralmente original, y que a ella deba remitirse a fin de cuentas la etiología de todos los tropiezos [del deseo] de los que nos ocupamos.").[p. 250] Es justamente para salvar la belleza del argumento que Lacan retrocede de la embriología humana a la de los monotremas, orden zoológico del ornitorrinco y su pariente terrestre el equidia. Los monotremas tienen la gracia, por una parte, de ser todavía ovíparos (no cuentan con el gran intercambio de la barrera placentaria: la cáscara de sus huevos apenas es permeable al calor) y ser, sin embargo, mamíferos (producen leche para las crías). Este dato de que el seno llegó a la Vida antes que la placenta lleva agua al molino del que quiera subrayar la primogenitura de lo oral ("Estos monotremas son mamíferos, pero en ellos el huevo, aunque situado en el útero, no tiene ninguna relación placentaria con el organismo materno. Sin embargo, la mama ya existe.") [p. 253]

Y no faltan otros detalles igualmente apropiados, así, el apólogo de las mamas de ornitorrinco va cobrando cuerpo con el propósito de neutralizar el escándalo que produce escuchar que las mamas no son de mamá. Hasta ese momento, Lacan disimulaba como podía el obstáculo, ya sea hablando de una relación semi-parasitaria del lactante y del feto con la madre (en vez de calificarla de parásita como era habitual), o describiendo la función de la mama como algo intermedio entre el retoño y su madre, o calificando a la mama y la placenta como órganos amboceptores. Con los monotremas esta ambigüedad es sustituida por la toma de partido a favor de una de las partes del litigio: la de la cría. El último paso lo da precisamente dibujando las mamas de ornitorrinco como un hueco, una ausencia que se colma inducida por el pico de la cría, y es allí, como vimos, que el establecimiento oficial nos distrae con la fórmula póstuma.

Lacan no oculta el regocijo. Incluso se lo agradece a Dios: "Esto queda singularmente ilustrado por aquellos animales que he hecho aparecer como representantes del orden de los monotremas. Todo ocurre como si esta organización biológica hubiera sido fabricada por algún creador previsor, para manifestamos la verdadera relación oral con ese objeto privilegiado que es la mama." [p. 254] Lástima que lo que Dios le concedió, su auditorio se lo vendrá a quitar.

 

El auditorio iconoclasta del seminario de La angustia

Porque tanto o más importante que el misterioso agregado de la fórmula póstuma, es lo que ahí se revela sustraído: el dibujo que Lacan realizó en la pizarra ("Las mamas de ornitorrinco son un hueco. El pico del pequeño se inserta en ellas. Les dibujo los elementos glandulares, los lóbulos productores de leche y este hocico armado que se aloja —todavía no está endurecido en forma de pico"). ¿Qué impidió el imprimátur de su tarea minuciosa?

Al parecer de eso no quedaron huellas. Nadie lo tomó lo suficientemente en serio como para copiarlo en el block de notas: el auditorio entero levanta el lápiz y se limita a observar divertido la ilustración del apólogo filo-ontogenético de Lacan (o a pensar incómodo: En esta no te sigo). Nadie lo registró en 1963 y, para el establecimiento del 2004, J-A Miller no consideró salvar la omisión buscando en la biblioteca de Lacan, de la que guarda las llaves. De lo contrario habría dado con algún volumen de embriología o ginecología de la entreguerra, o acaso con el libro mismo de Ernst Bresslau, The mammary Apparatus of the Mammalia in the Light ot Ontogenesis and phylogenesis 2 que sigue siendo hasta el presente la fuente obligada del tema. Allí habría encontrado las ilustraciones de Owen y de Haacke mostrando, para uno de los debates más agitados de la historia de la escuela filogénetica, las mamas huecas de equidnas y ornitorrincos. Lacan dibujante simplemente llevó la cría presente en el grabado de Owen hasta los huecos del tronco materno, donde el racimo glandular subcutáneo aguardaba exangüe, prácticamente inexistente.

Está a la vista que Miller juzgó irrelevante la omisión, pero no cargaremos aquí las tintas: no sería justo reclamarle ni concederle un lugar de excepción. Hasta donde sé, tampoco procuraron salvar la omisión las ediciones críticas alternativas al establecimiento oficial. En cuanto a la estenotipia, aunque Lacan destacó con trazo grueso las líneas que dicen: "…es la imagen de una relación de algún modo invertida respecto a la de la protuberancia mamaria, porque estas mamas de ornitorrinco son, de alguna manera, un hueco donde el pico del pequeño se inserta", no tuvo la perseverancia de dibujar nuevamente el animalito en el margen 3.

Sin distinción de banderías grupales, la obstinación pasiva de los testigos levanta un muro obstaculizando que algo de un analista, Jacques Lacan, consiga pasar a generaciones posteriores de analistas. Es un muro levantado colectivamente por la censura de época de una juventud parisina esclarecida, la misma que cuando ocupa la dirección de la revista Cahiers du cinéma, prohibe por diez años la publicación de fotografías de películas. Pero no dramaticemos. Al fin y al cabo, ¿el auditorio de Lacan no estaba en lo cierto?, ¿no había sido Lacan mismo quien le había enseñado a tomar distancia con la biología? Ciertamente, pero la omisión revela que ese auditorio tomó el dibujo de las mamas de ornitorrinco como una simple payasada o peor, una recaída biologizante del maestro.

 

¿Lacan biólogo o novelista?

Indudablemente no le asustaba la biología y hay varias líneas de esta lección que, a primera vista, responden a la divisa haeckeliana de que la ontogenia recapitula la filogenia, como si Lacan pensara que la clave de los misterios del hombre, vgr. la de su deseo, está guardada en los tiempos anteriores de la evolución de las especies: "Aquí [en los monotremas] se ve mejor cuál es la función original de la mama. Se presenta como algo intermedio entre el retoño y su madre. Tenemos que concebir, por lo tanto, que es entre la mama y el propio organismo materno donde reside el corte. Aquí, antes de que aparezca en otro nivel del organismo viviente la placenta y veamos la relación de nutrición prolongarse más allá de la función del huevo (…). Dicho de otro modo, la relación del niño con la mama es más primitiva que la aparición de la placenta, lo que nos permite afirmar que es homóloga a su relación con la placenta. [Por lo tanto] Así como la placenta forma una unidad con el niño; el niño y la mama están juntos. " [p. 253]

Sin embargo, leer la argumentación del 15 de mayo como si estuviese atravesada por semejante recurso a la biología del siglo xix, equivale a no distinguir entre Jacques Lacan y el Sándor Ferenczi de Thálassa. El punto de partida de Ferenczi es la hipótesis de que, en las envolturas placentarias, está la huella embriológica de una suerte de filogenia del Otro…

Si el profesor Haeckel tuvo el coraje de formular una ley fundamental de la biogenética, según la cual el desarrollo del cuerpo del embrión repite brevemente toda la evolución de la especie, ¿por qué no podríamos dar un paso más y suponer que una parte de la historia de la especie subsiste igualmente en el desarrollo de los anexos protectores del embrión, o sea la historia de las modificaciones del medio ambiente en que vivieron los antepasados? 4

Homologarlo a la posición argumentativa de Lacan sería equivocado en todos los sentidos. En parte por lo que venimos viendo (Lacan prefiere minimizar el papel de los anexos placentarios en beneficio de la antecedencia de lo mamario, Lacan insiste en desvincular los amnios del Otro) y sobre todo porque, en estas cuestiones, Lacan estaba cerca de Joyce y muy lejos de Ferenczi.

Cerca de Joyce porque cuando, en el primer capítulo del Ulises, Buck Mulligan invoca a gritos a la diosa pagana del mar, "¡Thálassa Thálassa!", lo hace únicamente con ánimo de fingir una misa negra y de burlarse de épicas como las de Jenofonte: Joyce está siempre en el plano de la parodia. Muy lejos de Ferenczi porque cuando Ferenczi hace gritar a los espermatozoides "¡Thálassa Thálassa!" está, en cambio, hablando literalmente: "Cuando el individuo se identifica con el falo penetrando la vagina y con los espermatozoides derramados en el cuerpo de la mujer, repite simbólicamente el peligro mortal que sus antepasados animales superaron exitosamente en ocasión del cataclismo geológico del desecamiento de los océanos" 5. Lacan no pretende elevar su argumento mítico a explicación científica; en vez de buscar descubrir la filogenia del objeto a, quiere escribir la novela infantil del objeto a apelando paródicamente a cartas de nobleza de la Biología.

No creo que los asistentes al seminario de La angustia hayan inferido que Lacan pretendía explicar el deseo humano a través de la filogenia de los monotremas. Sí creo que al verlo construir el mito de la ontología de corte del objeto a con algo tan fuera de moda, supusieron estar presenciando un momento ligero, gratuitamente circense de la lección. Y así, resignando al olvido ese dibujo —como ya lo habían hecho y lo habrían de continuar haciendo con otros monumentos semejantes—, complicaron el pasaje del psicoanálisis. Porque la rareza intempestiva del dibujo del ornitorrinco es una pieza decisiva en la argumentación del seminario de La angustia.

El objeto a bien vale una misa

Lacan dibuja triunfante la antimateria de las mamas de ornitorrinco para dar "una imagen más accesible" al asunto. ¿A qué viene tanto furor didáctico? Sí, seguramente de niño se lucía con los dibujos en las pizarras del Colegio Stanislas, pero no estamos escribiendo La novela de Lacan, lo único que aquí nos incumbe es justificar la pertinencia de esa lección de zoología en el corazón de algo tan delicado como la argumentación del estatuto del objeto a.

A mi entender, Lacan juzgaba imprescindible, tanto a los fines de su producción como de la transmisión, marcar con una grandilocuencia disruptiva lo que entendía que eran sus principales hallazgos; en los escritos a través del hermetismo barroco, en las presentaciones orales con gestos performativos de hechizo y de risa. Gestos órficos, muy propios de las vanguardias artísticas de los tiempos de su juventud y, por eso mismo, despreciados por los gustos artísticos de las generaciones inmediatamente posteriores.

No pretendo estar postulando ninguna originalidad. Sin ir más lejos, cuando el citado Jean Allouch busca, en el artículo "La invención del objeto a", razones de peso para sostener que Lacan inventó el objeto a el 9 de enero de 1963 del seminario de La angustia —y no antes, como afirmaban otras lecturas—, él se detiene un buen rato en un gesto aparentemente anodino de esa lección al que cataloga de "pasaje al acto" y califica de "surrealista a más no poder". Veamos en qué el pase de magia surrealista del 9 de enero y el dibujo prolijo de las mamas de ornitorrinco del 15 de mayo son homologables.

Allouch se refiere al momento en que Lacan hace circular en la platea lo que resta de una maqueta de cartón, asegurando que eso debe ser recibido como la hostia consagrada de la misa. Vale la pena citar su declaración desopilante: "La parte residual, hela aquí. La construí para ustedes, la hago circular. Tiene su pequeño interés porque, déjenme decirles, esto es a. Se los doy a ustedes como una hostia, pues a continuación ustedes se servirán de ella; a minúscula está hecho así."

Se trata de las rebarbas resultantes de la maqueta de un cross-cap al que le practicó el corte a la altura que deja caer una banda de Möebius, vale decir un objeto no especularizable. Así como el misterio de la hostia no está en su receta de panadería, tampoco es gran cosa lo que muestra Lacan, un ejercicio práctico de topología intuitiva sacado de algún manual para matemáticos principiantes (probablemente de las pp. 313-23 de Geometry and the Imagination de David Hilbert y S. Cohn-Vossen) 6. Lo que consagra la hostia es el don otorgado por el gesto sacerdotal (el folklorista cordobés Chango Rodríguez cantaba: "Si el cura no toma vino, naides se puede salvar / Y yo toco esta vidala sólo por casualidad"). En esta dirección, Allouch introduce la escena de comunión del 9 de enero de la siguiente forma: "…tenemos a Lacan que da a sus auditores ese objeto a minúscula realizado en cartón. La fórmula de ese don es por otra parte surrealista a más no poder. Les dice, en su pasaje al acto, a los que lo escuchan:…" Y concluye, subrayando el valor heurístico de estas payasadas: "Este pasaje al acto es importante. Forma parte de la invención del objeto a minúscula". ¿Pero en qué consiste ese surrealismo y cuál es su importancia para la invención?

 

La misa negra del seminario de La angustia

La distribución de la hostia del 9 de enero tiene como antecedente literario y casi literal la misa herética caricaturizada de la primera página del Ulises. El joven Mulligan inaugura la novela elevando, a modo de hostia consagrada, un plato con los restos de la afeitada matinal:

Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón y encima, cruzados, un espejo y una navaja … Elevó en el aire el cuenco y entonó:

Introito ad altare Dei.

… Y añadió en tono de predicador:

—Porque ésta, oh amados queridísimos, es la cristina genuina: cuerpo y alma y sangre y llagas. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros.

Los restos desprendidos de la navaja son el don eucarístico. La traducción del arranque del último parlamento ("For this, O dearly beloved, is the genuine christine:") es problemática. Se sabe que la hostia consagrada no sólo representa sino que es verdaderamente, por acción de la transustancialización, el cuerpo y el alma de Cristo. Pero Buck Mulligan no pronuncia Christ sino, feminizando la fórmula canónica, elige el nombre propio femenino Christine, y Joyce subraya su irreverencia escribiéndolo con minúscula. Corrigiendo la apostasía, la traducción de Salas Subirat le hace decir: "es el verdadero Cristo", y la de Valverde prefiere, vaya a saber el porqué: "es lo genuinamente cristino". Al respecto, el invalorable Ulises Annotated, de Don Gifford y Seidman, conjetura que Buck está aludiendo chistosamente al requerimiento de la Misa Negra de situar una mujer desnuda en el centro del altar en reemplazo de Cristo. Señala, además, que otros detalles de esa ceremonia, como el empleo de velas negras, se añaden en el capítulo Circe.

Lacan mismo contó en el seminario El síntoma que, siendo estudiante, había concurrido al lanzamiento parisino del Ulises en la librería de Adrienne Monnier y asimismo que en la lectura de la juvenilia en colegio de curas que es Retrato de artista adolescente halló muchas semejanzas entre su escolaridad y la de Joyce. Como se sabe, únicamente a los formados en la devoción les tienta y conocen el trámite erudito de las herejías. Además, como señala Allouch sin entrar en detalles, estaba el surrealismo como antecedente de la lección del 9 de enero de 1963.

Tratándose de misas negras hay que pensar menos en el surrealismo programático de André Breton que en el surrealismo arrebatado de Georges Bataille. Siguiendo al biógrafo Michel Surya, Elizabeth Roudinesco hizo saber a todo el mundo psicoanalítico que el ex seminarista católico Bataille organizaba hacia los años treinta —mientras estaba casado con Sylvia, la futura esposa de Lacan— ritos grupales de alta carga sexual; pero no nos hará falta meternos en secretos matrimoniales: el mejor testimonio de aquellos episodios se debe a Dora Maar. La Maar que fue en 1935 amante de Bataille y, a partir de 1945, paciente de Lacan por muchos años, realizó el siguiente fotomontaje en que todos los requisitos anotados en el Ulises se encuentran cumplidos.

Es dudoso que la Christine del montaje sea la misma Dora, pero hay bastante certidumbre de que ella ocupó algunas noches ese lugar privilegiado de la fiesta surrealista.

Incluida en esta serie, la ceremonia de la hostia lacaniana del objeto a encontraría sus precursores evidentes y también, en comparación, su decencia burguesa: al lado de los festejos de Bataille, nada más decente que un profesor haciendo circular entre los alumnos un trocito de maqueta de cartón. ¿Lacan un surrealista tibio? ¿Sería, entonces, exagerado calificar la comunión del objeto a como un gesto disruptivo y hasta de pasaje al acto?

No lo creo. Porque las dos páginas del ejercicio topológico que concluye con la entrega de la hostia venían inmediatamente precedidas, y al público de analistas no se le pudo haber escapado completamente, por una página acerca del fantasma de felación al analista. Por cierto Lacan lo hizo para criticar que Bouvet encontrara eso en todas partes 7. Sin embargo… que el tema del fantasma de felación al analista se siguiera de la oferta de una hostia a la concurrencia, debió resultar perturbador 8. Además las asociaciones obscenas a propósito de la oferta de la hostia era un tópico recurrente. Así aparece en el quinto capítulo del Ulises, sacando el mayor partido de la mirada distanciada del judío Leopold Bloom al examinar una misa por primera vez:

Mujeres arrodilladas en los bancos con escapularios carmesí al cuello, las cabezas inclinadas, un grupo de ellas arrodilladas ante la balaustrada del altar. El sacerdote pasaba por delante de ellas, murmurando, sosteniendo la cosa en las manos. Se detenía ante cada una, sacaba una comunión, le sacudía alguna que otra gota (¿están en agua?) y se la ponía limpiamente en la boca … Míralas. Ahora apuesto a que las hace sentirse felices. Chupachup. Sí que las hace.

Lacan no estaba dispuesto a que su invento pasara desapercibido, ni luego de una invención semejante iba a simular inercia; entonces, lo celebra y lo enchufa. ¿Se podría decir algo semejante del dibujo del 15 de mayo?

 

Lacan practicante del infantilismo surrealista

¿Podría catalogarse de "acto surrealista a más no poder" el minucioso dibujo zoológico que Lacan se pone a realizar en medio de una sesuda lección del seminario? Aunque parezca incomparable a la boutade de la comunión del 9 de enero, lo cierto es que la presencia inesperada de lo infantil es uno de los tópicos del surrealismo y uno de los más resistidos. Lo infantil carece de la solemnidad de la maestría de gente grande que aún se espera del arte en los círculos más convencionales y en buena parte de los de militancia política. Además, como Hal Foster lo señala, era un rasgo mal visto por la crítica de arte de los tiempos del seminario de La angustia: "Dentro del formalismo (…) el surrealismo fue considerado un movimiento de arte avieso: era impropiamente visual e impertinentemente literario (…), una vanguardia paradójica preocupada por los estados infantiles y las formas anticuadas. (…) Para los neo-vanguardistas que cuestionaban el relato formalista durante los años 50 y 60, el surrealismo aparecía, además, corrupto: con un aspecto kitsch en términos de sus técnicas, filosóficamente subjetivo e hipócritamente elitista" 9.

Se podría comenzar por las colecciones de mariposas, escarabajos y otros insectos colgadas en casa de André Breton. El catálogo de la gran retrospectiva realizado en el Centro Pompidou eligió de tapa una foto de 1936 tomada por Man Ray en la que el patriarca del surrealismo aparece con una libélula montada en su rostro a manera de monóculo o de Estrella de Caín.

Aunque un antecedente más probable del ornitorrinco de Lacan sería el primer plano del feto embalsamado de armadillo del Retrato de Ubú debido a Dora Maar, de cuya producción no se puede dudar que Lacan estaba enterado.

No fue una obra desapercibida. En "La crisis del objeto", discurso inaugural de la muestra de la galería Charles Ratton de 1937, Breton mismo señala a propósito del Retrato: "Lo que tenemos aquí es una contracción-reconciliación con el propósito de inducir una completa trasformación de lo sensible. Cualquier actitud racional queda despejada, el bien y el mal eclipsan, el cogito es puesto en reserva: se trata del hallazgo de lo maravilloso en lo cotidiano". Por un cierto tiempo el Ubú se convierte en mascarón de proa del movimiento, presidiendo la Exhibición internacional del surrealismo de Londres.

 

Del objeto del rasgo al objeto del corte

Además, el dibujo omitido en la lección del 15 de mayo de 1963 cuenta con un antecedente regio sin tener que salir de la historia interna de los seminarios. Un año y medio antes, en la lección del 13 de diciembre de 1961 del seminario de La identificación, Lacan había mencionado entre dientes una tira de la historieta de Les amours de M. Vieux Bois de Töpffer para dar paso triunfal al tema del rasgo unario. De nuevo, una intrusión inesperada de lo infantil corre peligro de ser eliminada para siempre. El comentario sonó tan insignificante que ni la estenotipista lo registró y bien pudo no haber pasado la barrera de la censura de época de no ser por la trascripción de un breve comentario señalado con la sigla ROU en la versión de La identificación de la Association freudienne internationale, posiblemente debida al notable Michel Roussan (como lo aclara la anotada traducción de Ricardo Rodríguez Ponte). Pero, de nuevo, las cosas no pasan del todo:

…la segunda especie de identificación, que [Freud] llama regresiva, en tanto está ligada a algún abandono del objeto que define como "el objeto amado", designado humorísticamente, en los dibujos de Toepffer, con un guión [qui se désigne humoristiquemente, dans les dessins de Toepffer avec un trait d’union]

Hace falta adivinar que Lacan dijo allí dessine [dibuja] en vez de désigne [designa] y ponernos a buscar en la obra gráfica de Rodolphe Toepffer, el padre de la tira cómica, hasta dar con el cuadrito que tenía en mente el niño Jacques Lacan 10:

En esta viñeta, en efecto, el amor del señor Vieux Bois, bautizado simplemente como "El objeto amado", aparece reducido metonímicamente a un trazo, a un guión construido con un piolín… Sí, de nuevo los problemas de pasaje de qué dice Lacan y qué simula decir, de qué dicen que dice, que le hacen decir y qué tacharon de lo que él dijo. Aunque, en esta oportunidad, da para hablar de otro obstáculo que completa la lista, el obstáculo que coloca el propio Lacan consigo, cuando diciendo algo nuevo parece oscuramente desbaratar lo que había dicho antes.

 

Cuando el otro analista es el mismo

Tanto el 13 de diciembre de 1961 como el 15 de mayo de 1963, se crea una sensación ambigua pero creciente de que lo nuevo no viene a agregarse sino a reemplazar lo anterior. En la primera de estas oportunidades, la identificación al rasgo unario parece barrer con la identificación imaginaria y, en el mejor de los casos, incluir bajo su égida la identificación con el deseo del otro (vgr. la amiga de la carnicera) o con el del Otro tachado (vgr. el padre del caso Dora). Pero la propuesta nunca es plena y las razones expresas resultan algo cómicas. En la lección de 1963, tampoco queda instaurado un nuevo orden: queda impreciso el destino que el imperialismo teórico de la llegada del objeto a reserva para los objetos anteriores, como el pequeño otro y el moi —por no mencionar al autrui, a ese prójimo que venía apareciendo intermitente desde los tiempos de "La familia" y funcionado como una suerte de pequeño otro tachado.

Una borrosa línea de frontera atraviesa el seminario de La angustia, y la pregunta de si sobrevive o no el pequeño otro se vuelve especialmente patente cada vez que figura un espejo. En la reunión del 15 de mayo, esa eventualidad sucede hacia el cierre, en el momento en que Lacan escribe sucesivamente dos fórmulas o, mejor dicho, una elemental que pasa a transformarse en otra más asertiva:

Al menos es esto lo que ocurre en las ediciones no oficiales del seminario. En el establecimiento oficial, por el contrario, no figura nada, por más que Lacan diga en ese momento: "Lo ven ustedes aquí en la pizarra"… Pero no cunda el pánico; con la ayuda de una buena memoria o simplemente volviendo tres páginas atrás, los lectores del establecimiento oficial pueden recapacitar que en la pizarra de Lacan lucía solitaria, desde hacía un buen rato, lo que llamamos la "fórmula póstuma". Así somos inesperadamente reconducidos al dilema de dónde emplazar dicha fórmula, distinta a la conocida de las ediciones anteriores por incluir el objeto a:

¿Cuál es el emplazamiento más adecuado para la "fórmula póstuma" que Lacan habría enviado a Judith Miller? Como vimos, debe descartarse el lugar sintomático donde efectivamente se la pegó (no puede ir escrita ahí, en la página 254, donde Lacan dice estar dibujando ornitorrincos). Tampoco nos pareció ventajoso situarla un poco más arriba en la misma página, donde dice: "El lugar del punto de angustia no se confunde con el lugar donde se establece la relación con el objeto del deseo", porque los dichos de Lacan no dan pie para suponerlo escribiendo fórmula alguna y porque la "fórmula póstuma" en particular nos parece insuficientemente anclada a la argumentación (a diferencia de la fórmula construida por Allouch o su equivalente gráfico del dibujo de las dos tijeras). Probemos, entonces, emplazarla tres páginas más adelante, en el sitio que acabamos de considerar: en la última parte de la reunión del 15 de mayo, coexistiendo con la frase "Lo ven ustedes aquí en la pizarra".

Disponerla así ayuda a la legibilidad (¿para qué adelantarse a publicar en la página 254 lo que debe ir en la 257?), pero no es sólo eso. De lo que se trata es de explicitar una comparación necesaria: ¿aceptamos la "fórmula póstuma" o mantenemos la fórmula conocida? ¿Cuál de las dos debería incluir una edición crítica del seminario de La angustia? En otros términos, se impone juzgar si la " fórmula póstuma", aportada por el establecimiento oficial, a ñade algo o corrige en algo a la fórmula presente en las ediciones no oficiales.

Por razones temáticas, dejaré la respuesta del lado del lector, pues se trata de un juicio que no compete al "Lacan desdibujado"; en todo caso, incumbe al tema del "Lacan anticipado". Aún así, dejaré planteada la disyuntiva sugiriendo una solución. Reescribiré el texto vacío de fórmulas del establecimiento oficial saturándolo de añadidos: cada vez que me parezca oportuno incluiré (en azul) la "fórmula póstuma" y (en color rojo) la fórmula antes conocida y las variantes de traducción:

Acabo de anunciarles, en efecto, la repartición topológica del deseo y de la angustia. El punto de angustia está en el Otro, en el cuerpo de la madre.

El funcionamiento del deseo —o sea del fantasma, de la vacilación que une estrechamente al sujeto con el a, aquello mediante lo cual el sujeto se halla suspendido de ese a resto, identificado con él— permanece siempre elidido, oculto, subyacente a toda relación del sujeto con un objeto cualquiera, y tenemos que detectarlo allí. Lo ven ustedes aquí en la pizarra.

He aquí el nivel S del sujeto que, en mi esquema del florero reflejado en el espejo del Otro , se encuentra más acá del espejo. He aquí dónde se encuentran las relaciones en el plano de la pulsión oral.

El corte, como les dije, es un término esencial en [es interno al] campo del sujeto.

El deseo funciona en el interior de un mundo que, aun estando disperso [estallado], lleva la marca de su primera clausura en el interior de lo que queda, imaginario o virtual, de la envoltura del huevo. Volvemos a encontrar aquí la noción freudiana de auto-erotismo.[p. 257]

Me parece que esta tramitación mestiza resulta más apropiada que las otras parcialidades para que quede subrayado cómo, paso a paso, el trazo de la barra que separa al Sujeto del Otro va sufriendo transustancializaciones como si se tratara de una hostia. Concretamente, a cierta altura de la cita, la barra es de cáscara de huevo y, en otra, la barra es un plano reflejante.

La entiendo como de cáscara de huevo cuando, partiendo del S, leo la "fórmula póstuma" en dirección vertical, fijando la atención en el corte de la separtición del objeto a. El texto me empuja a hacerlo mientras habla de "el corte es interno al campo del sujeto", o "del fantasma, de la vacilación que une estrechamente al sujeto con el a, aquello mediante lo cual el sujeto se halla suspendido de ese a resto, identificado con él"; o mientras, retomando un poco de fisiología, sentencia que "el deseo funciona en el interior de un mundo que, aun estando estallado, lleva la marca de su primera clausura en el interior de lo que queda, imaginario o virtual, de la envoltura del huevo." En cambio, entiendo a la barra como un plano reflejante cuando el texto me empuja a leer la "fórmula póstuma" en dirección horizontal, porque está poniendo el acento en la separación entre la S del sujeto y la A del Otro. Es lo que sucede mientras dice "el nivel S del sujeto que, en mi esquema del florero reflejado en el espejo del Otro, se encuentra más acá del espejo."

Todo lo cual es un buen recordatorio de que, en la escritura de Lacan, las fórmulas de matemas no son equivalentes a signos matemáticos: la misma barra separadora que aquí dibuja cáscara y allá dibuja espejo, en otro sitio podrá ser vidrio de un ventanal que se abre solo. ¿Y quién es el sacerdote al que se le ocurre realizar semejante milagro de transustancialización en un momento tan crítico de la teoría? No es Jacques-Alain Miller, tampoco ningún autor o grupo que rivalice con él en ingenio para trasponer los seminarios, el sacerdote es Lacan mismo.

Los caminos que van de un analista a otro analista que es el mismo condujeron así, en 1963, a una invención del objeto a que fue, para la gran cuestión del objeto del psicoanálisis, equiparable a lo que dos años antes había resultado, para la gran cuestión de las identificaciones, la identificación al rasgo unario. Tienen tanto de asertivo como de acertijo. Son todo lo que Lacan enseña que son y son también adivinanzas a propósito de qué hacer de ahí en más, respectivamente, con el pequeño otro y con el lazo imaginario. Contestarlas no dogmáticamente exigiría ampliar el ejercicio de este artículo a todo el seminario de La angustia.

Notas

1 Jean Allouch, "¿Soy alguien o qué? Sobre la homosexualidad del lazo social ", rev. Litoral, nº 30, octubre 2000, Córdoba, Argentina, p. 49.

2 Hay copia facsimilar aquí

3 Un ejemplo del provecho de atender a los dibujos y notas manuscritas de Lacan en los márgenes de las estenotipias de los seminarios, puede encontrarse en el artículo "De cómo la señorita Gélinier transfiguró la lectura lacaniana del caso Dick", rev. Página literal (rev. de la École Lacanienne de Psychanalyse) n°8-9, San José de Costa Rica, 2008.

4 Sándor Ferenczi [1924], Thálassa, una teoría de la genitalidad, Letra Viva, Buenos Aires, 1983, p. 59.

5 Ibíd.

6 Cf. Anne-Marie Ringenbach, "La disimetría, lo especular y el objeto a", en rev. Litoral n° 4, 1987, Córdoba, Argentina, pp. 29-46.

7 Si agregar nada nuevo a lo dicho en el seminario Las formaciones del inconsciente: "[Maurice Bouvet] pondrá cada vez más el acento en … el fantasma de fellatio, de un falo cualquiera, más precisamente el falo que es una parte del cuerpo imaginado del analista. Esto culmina en la elaboración de una suerte de fantasma en el que esta especie de apoyo imaginario es tomado en el semejante y en otro homosexual. Se encarna, se materializa en esta experiencia imaginaria comparable a la comunión católica, a la absorción de la hostia. …[Sin embargo,] el Cristo es el Verbo, el Logos, se nos ha machacado en la educación católica, y que sea el Verbo encarnado sin dudas es la forma más abreviada de lo que se puede llamar credo." [Clase del 11 de junio de 1958]

8 En la lección del 27 de marzo, el mismo Lacan asociaba su hostia a un prepucio: "…de la institución de la circuncisión. Deben ustedes advertir que de todos modos en la ablación del prepucio hay algo que no pueden dejar de vincular con ese curioso pequeño objeto retorcido que un día les hice correr entre las manos, materializado para que vieran cómo se estructura una vez realizado bajo la forma de un pedacito de cartón, ese resultado del corte central en lo que les ilustré aquí encarnado en la forma del cross-cap, para mostrarles en qué cosa ese aislamiento de algo que se define justamente como una forma que como tal encarna lo no especularizable, puede tener que ver con la constitución de la autonomía del a, del objeto del deseo."

9 Hal Foster [1993], Belleza compulsiva, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008, pp. 10-11. Aunque su diagnóstico se extiende particularmente a la crítica estadounidense, cabe aplicarse a parte del campo francés.

10 Para mayor detalle consúltese "La imago revisitada", en rev. Me cayó el veinte n°17, primavera de 2008, México D.F., pp. 35-69.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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