Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
De espejos y fragmentos...
La trizadura del espejo y los cortes en el cuerpo de la histérica
Macarena García Moggia

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ABSTRACT: En el presente escrito realizo un recorrido por diferentes tópicos a través de los cuales podemos aproximarnos a la estructuración histérica. El eje central en torno al cual van elaborándose los conceptos es el cuerpo de la histérica, utilizando el corte en el cuerpo como metáfora de la palabra que emerge silenciosa en él. Comienzo por exponer la teoría de la Seducción propuesta por Freud; continúo presentando la teoría del Fantasma a partir de las ideas del mismo autor; luego, el tema se sitúa en el contexto del complejo de Edipo y en la economía del deseo que, bajo la influencia de la función fálica, inscribe a la histérica de una modo particular en el terreno de la sexualidad. El texto se cierra con una elaboración en torno a la pregunta por la feminidad y al modo en que esta incertidumbre va a inscribirse en el cuerpo de la histeria, tanto mediante el síntoma como a través del semblante.

 

PALABRAS CLAVE: Histeria, Síntoma de Conversión, Cuerpo Erógeno, Trauma, Fantasma, Etapa Fálica, Falo, Castración, Complejo de Edipo, Estadio del Espejo, Yo ideal, Otro, Goce Fálico.

 

Llega una mujer a la consulta a presentarnos su enigma, una mujer en pugna con su propio cuerpo, que viene tomada, como la casa de Cortázar, y se resiste a ser expulsada. Es esta la urgencia que dio la nota inicial a estas palabras, que me invitó a reconstruir el mapa de una mujer que no ha cesado de existir en la historia de occidente, y que no ha cesado a su vez de no escribirse en ella. Sobre su cuerpo y los caminos del espejo, sobre el cuerpo del Otro y el espejo trizado.

 

1. INTRODUCCIÓN

Para acercarnos al concepto de histeria podríamos viajar muy atrás en el tiempo. Ya los griegos se preguntaron por el enigma de una mujer cuyo cuerpo se regía de acuerdo a leyes que escapaban a todo intento de aprehensión racional.

Siglos pasaron en los que la mujer histérica 1 fue comprendida de acuerdo a un estatuto cercano a la animalidad o bien, al de la brujería. Su entrada en el ámbito de las ciencias se ha fechado apenas en el siglo XIX; entonces, ha dicho Charcot mientras exponía el ataque histérico ante una audiencia desconcertada: "La histeria y las enfermedades vecinas se ofrecen a nosotros como tantas Esfinges que desafían la anatomía más penetrante" 2.

La histeria, desde el momento en el que fue llevada al ámbito de la clínica para salir definitivamente del lugar de la magia 3, se presentó a los neurólogos como paradojal; ella vino a cuestionar la inteligibilidad médica, en tanto mal que no se inscribe en el cuerpo anatómico sino como un recorrido, no ocupando una localización sino múltiples y de manera contradictoria.

Fue este extrañamiento frente al comportamiento del cuerpo de la mujer histérica lo que determinó el punto de inicio para el Psicoanálisis. Llegó pues un día una mujer a la consulta de Freud en busca de respuestas que nadie le había podido brindar, llegó ella con un cuerpo que gritaba y es entonces cuando el psicoanálisis nació, para escuchar ese cuerpo que antes que nada necesitaba ser escuchado.

"La histeria es para el psicoanalista la primera neurosis escuchada, la primera neurosis que haya sido escuchada, luego la primera que permitió a quien la escuchaba introducir o crear el discurso psicoanalítico". 4

Es por esto último que estimo que atravesar por la reflexión en torno a la histeria y al poder que, según lo que ella nos demuestra, tiene el psiquismo en el cuerpo, es un paso fundamental para quienes comenzamos a adentrarnos como aprendices en la disciplina psicoanalítica. Inicio entonces un recorrido siguiendo las huellas que la histérica ha recortado en su cuerpo.

 

2. EL CORTE COMO HUELLA

"...volver a la memoria del cuerpo,
he de volver a mis huesos en duelo,
he de comprender lo que dice mi voz".
Alejandra Pizarnik.

Freud, a lo largo de su trabajo, desarrolla el tema de la histeria y del síntoma de conversión de manera continua. Nos es posible elucidar, de todos modos, tres momentos en su teorización: en un primer momento, la teoría de la Seducción; luego, la teoría del Fantasma; finalmente, el desarrollo de la histeria en tanto modalidad de ordenamiento pulsional a partir del Complejo de Edipo. Comienzo con la exposición del primer momento.

A partir de 1888, junto a Charcot, Freud comienza a desarrollar una primera teoría sobre la histeria basada en el trauma que habría provocado un episodio de seducción ocurrido en el pasado. Con la idea de seducción, Freud se refería a un episodio de abuso sexual real de un adulto hacia un niño. Un recuerdo tal sería tan doloroso que todo individuo preferiría olvidarlo, y de esa necesidad de olvido surge la idea de "Represión". Se trataría pues de un hecho tan traumático que habría sido reprimido por la persona, quedando relegado a una "conciencia segunda", clausurándose la entrada de tal recuerdo en la conciencia "normal".

Lo determinante para que un fenómeno tal deviniera un trauma era que dicho episodio se habría caracterizado por una ausencia de reacción por parte del infante. Ello provocaría que el afecto que debió exteriorizarse durante el episodio, quede atrapado junto a la representación, es decir, que "el recuerdo del hecho conserve en principio su tinte afectivo" 5. A este punto, Freud introduce el concepto de "Abreacción", para referirse a la posibilidad de descarga emocional por medio de la cual un individuo puede liberarse del afecto ligado al recuerdo de un episodio traumático, afecto que no mengua con el tiempo y cuya aparición es causante de los conflictos.

A la base de los fenómenos histéricos, entonces, Freud sitúa un proceso de Represión junto a la imposibilidad de haber reaccionado en el momento de la vejación. Ahora bien, lo determinante es que esta represión y esta ausencia de abreacción van a prescribir, en el caso de la histeria de conversión, una manera particular de recortar el cuerpo.

El cuerpo en la histérica aparece como la última de las barreras que impiden el acceso de una representación traumática a la conciencia. Antes de que el afecto, cuya representación ha sido expulsada de la conciencia, irrumpa intempestivamente en ella, irá a varar en el cuerpo. Ahora, la pregunta es en qué cuerpo.

Freud nos dice:

"Afirmo, junto a Janet, que es la concepción trivial, popular, de los órganos y del cuerpo en general la que está en juego en las parálisis histéricas, así como en las anestesias, etc. Esta concepción no se funda en un conocimiento ahondado de la anatomía nerviosa, sino en nuestras percepciones táctiles y, sobre todo, visuales" 6.

Es así como la lesión histérica es atribuida a una alteración de la representación (concepción) de la idea de una parte del cuerpo, lo que ocurre porque esa parte del cuerpo ha sido envuelta en una asociación de gran valor afectivo.

Se trata de un cuerpo que se recorta en la medida en que un afecto ligado a una representación que ha sido reprimida, va a posarse en la parte del cuerpo que se ha ligado a tal representación. Si durante el episodio traumático estuvo involucrada una determinada parte del cuerpo, sea de la víctima o del victimario, el afecto irá a ocupar ese mismo lugar del cuerpo que quedó plasmado en la huella psíquica. Por ejemplo, ocurre un episodio en el que una madre descubre a su marido tocando impúdicamente a su hija, y ella entonces grita; podrá suceder que el día de mañana la representación intolerable de tal episodio para la conciencia de la niña se convierta en afonías temporales, es decir, que el afecto no abreaccionado ligado al recuerdo/representación traumática vaya a posarse justamente en aquella parte del cuerpo que quedó asociada a tal recuerdo/representación. De tal forma, una parte del cuerpo se recortará, quedando disociada del resto y excluida del funcionamiento orgánico normal.

 

3. EL CORTE COMO FANTASMA

"Y la madre, cerrando el libro de deberes,
se iba satisfecha y muy orgullosa, sin ver,
en los ojos azules y bajo la frente llena de eminencias,
el alma de su hijo entregada a las repugnancias".
A. Rimbaud.

A partir de 1900, con "La Interpretación de los sueños", Freud comienza a replantearse su teoría de la Seducción. Que las histéricas mienten, dirá, atravesando por cierto el arduo análisis de Dora y su cuerpo multiforme, su pantomima.

Freud descubre que la histeria responde a un fantasma inconsciente y no a una huella psíquica resultante de un episodio traumático ocurrido realmente durante la infancia; de acuerdo a esto, la sobre investidura del cuerpo será leída como la metáfora de una representación fantasmática y como expresión de su sobrecarga afectiva.

Ya no es necesario emprender la búsqueda de un episodio traumático ocurrido con anterioridad, sino que va a comprenderse, a partir de la elaboración que se emprende en "Tres ensayos para una teoría sexual"7, a la sexualidad en sí misma como un fenómeno traumático dada la emergencia de una tensión excesiva llamada Deseo.

Se trata ahora de un nuevo cuerpo, un cuerpo conformado por las huellas del deseo y no por las huellas del dolor. Freud nos dice que las zonas erógenas despertadas durante la infancia, se han vuelto traumáticas al haber sido invadidas tempranamente por una excesiva tensión originada por la emergencia del deseo, un deseo desmesurado en relación con los recursos que entonces posee el infante. A respecto, cito a Nasio (1990):

"La sexualidad infantil es siempre un foco inconsciente de sufrimiento, pues es siempre desmesurada en relación con los limitados recursos físicos y psíquicos del niño". 8

La explosión de la sexualidad no genital determina que dichas zonas que han sido erotizadas se vuelvan asilo para representaciones fantasmáticas. La producción fantasmática representa justamente aquella instancia en la que el deseo de satisfacción no genital, que no puede satisfacerse en la realidad por las normas que se imponen, se satisface; sin embargo, se trata de una satisfacción desprovista de objeto, de una satisfacción narcisista que se da en llamar goce. El mismo autor agrega:

"Es tan intenso el surgimiento de este exceso de sexualidad llamado deseo, con la eventualidad de su cumplimiento, llamado goce, que, para atemperarse, necesita la creación inconsciente de fabulaciones, escenas y fantasmas protectores". 9

Goce y deseo se inscriben como angustia en el registro del fantasma. Se trata a fin de cuentas de un fantasma que, tal como la representación de la teoría del trauma, se encuentra sobreinvestido, excesivamente cargado de afecto y profundamente arraigado en el psiquismo.

Sobre los síntomas de conversión en la histeria, Freud nos dice que la función de un órgano se deteriora cuando aumenta su erogenidad, su significación sexual, lo que responde a la necesidad de omitir acciones a nivel consciente porque dejarlas pasar sería como "ejecutar la acción sexual prohibida". En el síntoma de la histérica lo que erotiza el órgano es un fantasma reprimido de satisfacción "perversa" que porta un monto de angustia tal que su acceso a la conciencia ha sido completamente denegado y que por tanto se abre paso en el cuerpo.

Lo característico de la histeria, es que su sexualidad se ha quedado fijada en una etapa infantil, no estableciéndose la preeminencia de la genitalidad en su quehacer sexual; su sexualidad es considerada una sexualidad infantil, y en ese marco, los síntomas se inscriben en equivalencia a satisfacciones masturbatorias infantiles. De acuerdo a ello, el síntoma somático puede equipararse a un orgasmo, en tanto se produce como satisfacción de fantasías inconscientes.

"Los síntomas histéricos no son otra cosa que las fantasías inconscientes figuradas mediante conversión, y en la medida en que son síntomas somáticos, con harta frecuencia están tomados del círculo de las mismas sensaciones sexuales e inervaciones motrices que originariamente acompañaron a la fantasía" 10.

El cuerpo de la histérica va a recortarse siguiendo las líneas trazadas por los fantasmas de satisfacción auto erótica no genital, los que dada la represión que han sufrido y dada la primacía que siguen cobrando más allá del momento en que debió instaurarse una sexualidad preeminentemente genital, se posan como punzones en el cuerpo. Ocurre pues un desplazamiento de la investidura de la zona genital hacia el cuerpo. La histérica goza sobre invistiendo su cuerpo y rechazando llanamente la sexualidad genital. Al respecto Freud aduce:

"Yo llamaría histérica, sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominantemente o exclusivamente sentimientos de displacer" 11.

Podemos decir, finalmente, que la histérica recorta su cuerpo invistiendo algunas de sus partes, con el fin de evitar la sexualidad genital. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que la ha llevado a optar por ese camino, porqué ha hecho del síntoma su actividad sexual?

 

4. EL CORTE COMO ESPERANZA.

"La mujer se Dora para ser adorada"
Baudelaire.

Hasta ahora, he realizado una aproximación al síntoma de conversión histérico desde su empleo en la histeria como defensa que procura evitar la arremetida en la conciencia de representaciones (recuerdo o fantasmáticas) cargadas de afectos dolorosos. Breve ha sido el trayecto recorrido antes de que surgiera la pregunta por lo determinante a nivel estructural en la elección de tal defensa. Qué ha hecho que la histérica haya elegido fijar su sexualidad en etapas infantiles, es la pregunta que nos obliga a adentrarnos en el Complejo de Edipo en tanto hito central en el proceso de estructuración del psiquismo.

En el "Sepultamiento del Complejo de Edipo" (1924) Freud realiza una breve descripción del modo mediante el cual la niña sale del complejo de Edipo producido por la atracción que siente hacia el progenitor del sexo opuesto. Allí se plantea lo siguiente:

"el clítoris de la niñita, al comienzo, se comporta en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un compañerito de juegos, percibe que es ‘demasiado corto’, y siente este hecho como un perjuicio y un signo de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la esperanza de que después, cuando crezca, ella tendrá un apéndice tan grande como el del muchacho. Es en este punto donde se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer. (...) Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de consumación". 12

En palabras de Freud, es en esta esperanza de la niñita, de que vaya a crecerle un pene, en donde se fija el complejo de masculinidad, el cual abre al paso al desarrollo de la perversión femenina. Sin embargo, destaco esta frase puesto puede iniciarse a partir de allí un desarrollo del tema de la fijación en la etapa fálica de la histeria (sabemos, de todos modos, que las fantasías histéricas son muchas veces similares a las de la perversión, con la sola diferencia de que las primeras no llegan a cumplirse jamás, puesto que la represión ha sido mucho más efectiva).

Freud, en su texto "Sobre la Sexualidad Femenina" (1934), plantea que la salida del Edipo en la mujer está determinada por dos circunstancias; a saber: el traspaso del objeto hacia la figura del padre y la posterior sublimación, y la identificación con la madre bajo la primacía de la pasividad, con el consecuente desplazamiento de la zona erógena.

En el momento en que la niña debe realizar el cambio de objeto de la madre hacia el padre y de la actividad a la pasividad, lo que ocurre con la niña histérica es que se produce una regresión a una etapa anterior 13, en la que las figuras del amor se establecen mediante un proceso de identificación. De acuerdo a esto, la pequeña niña histérica va a identificarse con el objeto deseado, es decir, con el padre, sin que llegue a establecerse la primacía de una sexualidad pasiva.

Al hablar de la identificación con el padre, se nos viene a la mente el caso del Dora. Freud descubre que ella se ha identificado con su padre, y he allí los trazos que dibujaba en su cuerpo: repetía la misma tos que lo aquejaba a él. Ahora bien, lo que Freud nos presenta en el análisis del caso es que la identificación con su padre habría devenido una identificación con su objeto de amor: la señora K. Dora habría experimentado un sentimiento de amor homosexual hacia esta señora, amante de su padre, agregándose a la sintomatología histérica una producción fantasmática netamente homosexual.

Si nos remitimos a una texto de 1909 en donde Freud trabaja el ataque histérico y sus causas específicas, podemos ver que allí se plantea la idea de que en la histeria subyacen dos impulsos de manera conjunta, uno masculino y otro femenino, y que es el choque entre ellos lo que va a desencadenar la sintomatología histérica.

"El ataque histérico – nos dice Freud - como la histeria en general, reintroduce en la mujer un fragmento del quehacer sexual que existió en la infancia y al cual en esa época se le podía discernir un carácter masculino por excelencia" 14.

Tenemos entonces, por un lado, una fijación al objeto amoroso izado durante el Complejo de Edipo: el padre. Esta fijación cobraría la forma de una identificación, tal como el caso Dora nos lo presenta. Sin embargo, la identificación podría darse también con el objeto de amor del padre, en el caso, la señora K. Esta identificación dice de una elección de objeto homosexual, a lo que sumamos una producción de fantasías sexuales masculinas característica de la histeria.

De acuerdo a lo anterior me es posible plantear la siguiente conclusión: en la histeria se da una primacía de la etapa fálica, etapa en la que hombres y mujeres se sintieron poseedores de pene. Esa primacía fálica va a determinar una fijación excesiva al padre durante el período Edípico, manteniéndose la esperanza de que el padre le dé a la niña aquello que el resto tiene y que ella no. De esa esperanza, a todos los avatares que hemos nombrado habrían sólo pasos estrechos.

Se inició esta indagación haciendo mención al corte en el cuerpo de la histérica como esperanza: en su cuerpo van a trazarse las líneas siguiendo las huellas de un cuerpo masculino, de un cuerpo al que a sus ojos, nada le falta.

 

5. EL CORTE COMO SILENCIO.

"Tu eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio"
Alejandra Pisarnik.

Inicio a continuación un desarrollo en torno la especificidad del perfil que caracteriza la economía del deseo en la histeria bajo la concepción, tomada de Joel Dor 15, de que la economía del deseo, bajo la influencia de la función fálica, induce estructuras diferentes.

El fantasma de la histérica, de acuerdo a las conclusiones a las que llega Freud luego de teorizar largamente en torno a la sexualidad infantil, se estructura a partir de la imposibilidad de dominar el complejo de Edipo y asumir la falta a la que se ve sometida.

Para la histérica, es el universo fálico aquel que rige todas sus asociaciones, es la ley del Tener o no Tener la que limita la trinchera en la que se debate. En los neuróticos normales, el deseo va a estructurarse a partir de la incorporación de la ausencia de falo, condición sine qua non para la articulación del deseo hacia la vida; no ocurre lo mismo en la histérica, en cuyo caso la ausencia en el Otro no logra ser introyectada, es decir, la castración materna se torna imposible.

La histérica entrará en el Edipo, tal como nos dice J. Dor (2000) 16, con el único fin de impugnar al padre el falo del que injustamente ha sido despojada la madre con la llegada de la ley. Hablamos entonces de un afán reivindicativo siempre inscrito en la lógica del tener o no tener el falo.

La pregunta que surge es la siguiente: ¿qué es lo que determina la fijación de la histérica en la imposibilidad de aceptar la falta en el Otro?

En el registro fantasmático de la histérica, la castración es siempre la del Otro, sólo que de un Otro que es fiel imagen de sí misma, una imagen narcisista de complitud. La histérica necesita del Otro porque él le devuelve su imagen de perfección, porque en su mirada ella se constituye como objeto ideal. Melman 17 nos sugiere respecto a esta dominancia de la mirada del Otro en la histérica, que esa prevalencia puede fecharse en la Fase del Espejo, cuando la histérica abdica y deja al otro la representación dominante. Y es que sucede en la histérica que no logra producirse la renuncia al yo ideal determinado por el punto de vista elegido en el Otro 18, ella continúa pues, alienada en el deseo de la madre, puesto que está expresamente identificada con su falo.

De alienación subjetiva en el deseo del Otro, hablamos usualmente para referirnos a la dinámica del deseo en la histeria. Esta alienación va a cifrarse en una necesidad constante de satisfacer el goce del Otro, un goce fálico que se inscribe sí en el campo de lo simbólico, quedando atrapada en esa dinámica. Ahora, ese goce del Otro está dado por su complitud, ante lo cual ella sirve haciendo del objeto que falta.

Desde el momento en que emerge el tener o no tener como la encrucijada fálica que la atrapó, la histérica puede llegar a privilegiar tarde o temprano una identificación con el ser 19. Ella no asumió la premisa "tu no tienes el Falo", así como tampoco va a aceptar que "ella no es el Falo". "Tu tienes el Falo" y "Yo soy tu Falo" son los ejes estructuradores de la dinámica deseante en la histérica, aquello que la excluye del encuentro real con otro y aquello que va a inscribir su sexualidad en el registro de lo imposible. Me extenderé en esto aún algunas líneas más.

La histérica va a posicionarse como deseante de aquel que imaginariamente tenga el falo. Aquel será su amo, en tanto el tenerlo le asegura una sabiduría respecto de cómo desear. Ella cubre al otro de un velo fálico para evitar encontrarse con su propia falta, esperando en el fondo que ese pequeño otro, en función del gran Otro, venga a cubrir la falta ¿cómo? Haciendo de ella justamente el objeto deseado.

En esto último radica la utilización que hace la histérica de todos los pequeños otros que vienen a instaurarse en la posición de amos: ella encuentra a alguien que a sus ojos lo tiene y que sabe de su verdad, para llegar pronto a posicionarse como el objeto fálico que falta. Entra en juego entonces la dialéctica del ser: ella toma el lugar del falo que completa al otro, siguiendo la lógica instaurada con el gran Otro, en la que la pequeña histérica ha completado la imagen especular quedando fijada en su función de prótesis con respecto a la madre.

Se ha anunciado este apartado con la idea del corte en el cuerpo como silencio. El silencio que corta el cuerpo de la histérica es el silencio de la pregunta por la feminidad. Ella no ha entrado en el campo del deseo en tanto mujer, asumiendo su condición femenina, en la medida en que ha quedado fijada en la dinámica del tener o no tener. Ella entrará en el deseo, pues, a través del deseo del Otro, ella va a entrar siguiendo las huellas trazadas por el objeto ideal del Otro y no por la identificación femenina que habría devenido de haberse aceptado la castración.

Lacan, en el seminario XI, realiza una bellísima exposición del caso Dora presentado por Freud en 1905. Allí, él nos dice que lo que encegueció a Freud durante ese análisis, fue que él seguía pensando en la cuestión del objeto. Lo que Lacan destaca es que la primacía no estaba allí, en la pregunta por el objeto del deseo y si este responde a fantasmas sexuales propiamente femeninos o masculinos, sino que en la pregunta por quién desea, quién es aquel que desea en Dora. En aquella muchacha, era el padre quien deseaba, puesto que era él quien se había constituido como su punto externo de identificación imaginaria.

"¿Qué nos dice Dora de su neurosis? – se pregunta Lacan - ¿Qué nos dice la mujer histérica? Su pregunta es la siguiente: ¿Qué es ser una mujer?" 20.

Es esa la pregunta que se esconde allí, en el centro de la herida silenciosa de la histérica. Ella no sabe de su feminidad, no sabe de la diferencia entre los sexos puesto que todo se juega en la presencia o ausencia de falo. Su falta la ha asumido como la falta de un falo y se ha asumido a sí misma como el falo que falta en el Otro. Alienada en el deseo del Otro, ella no aprendió a desear, sino tan solo a desearse aquello que falta, y es de esta forma como emerge su cuerpo no como un cuerpo femenino, sino como un cuerpo de sacrificio: ella brinda el cuerpo al Otro como objeto para que el Otro haga de él lo que desea.

La histérica busca transformarse en el objeto ideal del otro (ese que la histérica supone no haber sido jamás) apelando a la perfección del cuerpo y al darse para ver a sus ojos, pero también, ser el objeto ideal del Otro sin mediación del otro: es así como encontramos la entrega sacrificial al Otro con mayúscula en el síntoma.

 

6. EL CORTE COMO SACRIFICIO.

"...una mano arrastra la cabellera de una ahogada
que no cesa de pasar por el espejo"
Alejandra Pizarnik.

Lacan, en el Seminario XI, nos plantea que el síntoma de conversión histérica responde a una somatización funcional a un goce fálico, del deseo del Otro en el orden de lo simbólico. Ello, a diferencia de los síntomas de somatización que pertenecen al campo de lo que Lacan denomina el goce del Otro, del cuerpo del Otro, de ese gran Otro definido como el tesoro de significantes. En la histeria, es posible hacer pasar el síntoma por el lenguaje, en la medida en que este se inscribe expresamente en el registro de lo imaginario, mientras que en los fenómenos de somatización, el cuerpo se halla en una encrucijada real.

He hecho mención ya a la preponderancia de la fase del Espejo en la histeria. La abdicación que allí realiza la histérica para dejar la prevalencia de la representación dominante al Otro, induce una significativa consecuencia en el registro de lo imaginario; Melman nos dice:

"Primero, una incertidumbre de la forma del propio cuerpo, destinado al malestar y sensible al riesgo de una dislocación: para quien está expuesto a ella es necesario operar sin cesar una reunificación, una reconstitución de su propia imagen, y el medio más fácil es el de hacerse reconocer por el otro" 21.

Hacerse reconocer por el otro entonces, en tanto objeto ideal, es lo que mantendría unificado el cuerpo imaginario de la histérica. Esto nos remite a un aspecto fundamental: la identificación con el objeto ideal del deseo del Otro y por tanto sus esfuerzos puestos al servicio de la identificación fálica.

En "El estadio del espejo" 22, Lacan nos dice que esta fase determina el paso de una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma (ortopédica) de su totalidad, y que es allí donde va a situarse la represión histérica (en declarado acuerdo con Anna Freud, quien había ya observado los retornos de la histérica a un estadio anterior al de la neurosis obsesiva). Es así como el autor afirma:

"Este cuerpo fragmentado (...) se muestra tangible en el plano orgánico mismo, en las líneas de fragilización que definen la anatomía fantasmática, manifiesta en los síntomas de escisión esquizoide o de espasmo, de la histeria" 23.

El cuerpo de la histérica se habría hecho desde entonces susceptible a una fragmentación, en tanto deje de ser imaginariamente sostenido por el otro en cuya mirada busca apoyo y en cuanto entregue su cuerpo a las fantasías sexuales que la arropan.

Nasio, en su libro "El Dolor de la Histeria", nos habla de un fenómeno de: "falilización del cuerpo no genital y, simultáneamente, desafección del cuerpo genital" 24 propio de la histeria. Con esto, el autor hace referencia al paso del falo fantasmático imaginario a su arraigo en el cuerpo, todo el cuerpo imaginario de la histérica invadido por el fenómeno del falilización. En este contexto, nos es posible comprender dos cosas. Por un lado, la evitación a la sexualidad genital que, como ya hemos dicho, procura incansablemente la histérica mediante un desplazamiento de su sexualidad genital no fálica a un cuerpo sexual que sí es susceptible de devenir falo; y he allí el segundo elemento: el cuerpo de la histérica, por medio del síntoma, logra devenir falo, ese falo que al Otro al que se encuentra completamente alienada, no puede faltarle.

La falilización del cuerpo hace de él cuna para todos los sufrimientos pero, a la vez, lugar de veneración narcisista, que le permitirá a la histérica mantener erguida la imagen ideal de su cuerpo mediante el reconocimiento de este a los ojos del otro. La histérica hace de su cuerpo un objeto de entrega, un don; sin embargo no se trata de un don que se inscriba en la ley del intercambio, sino de un don en tanto acto sacrificial25. Joel Dor nos habla de una dimensión imaginaria del don en la histérica y de la posición sacrificial a la que induce 26. Ella entrega, nos dice el autor, da su cuerpo al otro, con la intención de ocupar en él, el lugar de la falta.

Ahora, el sacrificio real de la histérica, si bien cobra la forma de pequeños otros, va a estar dirigid o siempre, finalmente, al gran Otro que habita en su fantasma. Ella acabará por sacrificar su sexualidad, en pos de mantenerse fiel a la imagen ideal dada por él, y entregará su cuerpo, en tanto objeto para el Goce Fálico del Otro. Todo, por ser reconocida, por procurar que permanezca su espejo en frente.

El síntoma hace su aparición en el cuerpo, en el momento en el que la imagen especular que alimenta la histérica se triza. La trizadura imaginaria va a desplazarse hacia el cuerpo con forma de corte, un corte que cercará parte del cuerpo para, vuelto un falo, entregarlo al Otro en sacrificio, como síntoma. Puede comprenderse en ese contexto cómo para la histérica tener el falo es, en realidad, serlo.

"De golpe se encontró al encargado de vestuario, o sea al fabricante de ropa, para descubrir la topografía de esos síntomas (...) y se ha tenido toda la razón al tomar al sastre, porque el sastre es aquel que arregla, que corta y que recorta" 27.

El síntoma histérico se figura como un recorte que afecta a las funciones sensoriales y a las funciones motrices, anestesias y parálisis que afectan al lugar del cuerpo tan designado como para ser recortado. Esa designación la significó el Otro, que cobró prevalencia en la representación imaginaria del cuerpo. Ese recorte es un realce, un realce fálico en honor al deseo del Otro.

 

7. EL CORTE COMO SEÑUELO.

"La mujer y la prenda, una totalidad indivisible".
Baudelaire.

Quisiera elaborar, por último, una breve reflexión en torno a otra de las modalidades de corte que nos es posible hallar en el cuerpo de la histérica.

El maquillaje es el trazo de un corte sobre el cuerpo. Sin querer adentrarme en la costumbre moderna de todas las mujeres en general de producir estéticamente un realce fálico de ciertas líneas en el cuerpo, es interesante destacar como el maquillaje y las joyas tienen la función de cercar (muy vinculado por tanto con el fetichismo).

Ese tipo de cortes en el cuerpo tiene relación con lo que percibimos comúnmente como estéticamente bello. Sin embargo, en la histérica esta noción de belleza parece haberse trastocado (o tocado por detrás): aparece en ella una exigencia de perfección que va a movilizarla sin descanso, una exigencia basada en la colusión de lo bello y lo femenino.

La histérica recorta su cuerpo por medio del maquillaje, las joyas y el ropaje, con la finalidad de brindar a su cuerpo un brillo fálico que haga de ella un objeto deseable. Ahora bien, se trata de un volverse deseable no con la esperanza de un posible encuentro sexual, sino con la esperanza tan sólo de ser confirmada en su ser objeto deseable, en su ser de falo. Ella busca ser confirmada en su perfección, lo que por supuesto jamás logrará ya que la medida está dada por su imaginario de totalidad, inalcanzable (menos mal) por cualquiera sea el tipo de elogio (restaría sólo hacer el elogio a la histeria...).

Lucien Israël 28 desarrolla el tema del afán de perfección en la histérica situándose desde su necesidad de cubrir un vacío. "La mujer y la prenda, una totalidad indivisible", dice Baudelaire, lo que evoca el mito de Diana, por ejemplo, quien no se deja ‘develar’. Hay algo que la histérica oculta, algo que nos parece oculto inclusive ante sus propios ojos.

La mujer histérica traza en su cuerpo las líneas de una belleza fálica, de un brillo fálico, puesto que ello lo que haría finalmente, tras falilizarlo, es cubrir el cuerpo muerto que porta bajo sus faldas. Para ella, el cuerpo es pura exterioridad 29, el cuerpo vivo es la piel, en tanto sólo le es posible alcanzar la perfección/complitud imaginaria utilizando los señuelos con que puede vestirlo.

Esta perfección mediante el recorte exterior del cuerpo puede parangonarse con la falilización del cuerpo median te el síntoma: presentar un cuerpo fragmentado es presentar un cuerpo vivo, es una manera de cubrir el cuerpo muerto, ese cuerpo que no ha podido nacer por completo en el significante.

 

8. CONCLUSIÓN

El cuerpo de la histérica no ha logrado inscribirse como un cuerpo femenino y he allí su ser de pregunta, ante lo cual cifrará su identidad en identificaciones especulares que puedan inscribirla, o bien, en la escritura a cuchillo sobre su cuerpo.

La histérica, cuando llega a la consulta, viene en búsqueda de su Eros, viene literalmente hecha pedazos en espera de un camino que la lleve a la unificación. Aquello que el analista depara para ella es la unificación por medio de la palabra, de una palabra plena de sentido capaz de restituir el trozo significante que ha quedado extraviado.

"El síntoma histérico es una palabra que falta, un significante que falta y que por el agujero que resulta de esa cadena hablada, por el agujero que resulta de ese corte en la cadena significante, aparece algo, y ese algo es la especificidad de la histérica (...) lo que aparece en el corte de la cadena significante es el cuerpo bajo todas sus formas". 30

Hacer emerger el cuerpo bajo todas sus formas por medio del significante equivale a iniciar un recorrido en el que vaya inscribiéndose el deseo de la histérica, ese deseo que ha permanecido como enigma. Se trata de hacer que el enigma respecto del deseo, que insiste en el síntoma, exista en la palabra.

El analista ha de vislumbrar ese deseo que emerge en el corte significante para traerlo al lenguaje y así incorporar en la subjetividad aquella verdad que trae la paciente y de la que ella nada quiere saber. Para ello, es necesaria la adopción de una posición centrada en hacer pasar lo más posible por la palabra, en tanto es la palabra la única vía que nos permite una entrada subjetiva en la vida psíquica 31.

Liberar la palabra contenida en el lenguaje del síntoma implica restituir la cadena de cuyo corte la histérica se queja con tanto dolor. Liberar esa palabra significa reunificar su cuerpo... y ante sus propio ojos.

Notas

1 Cfr. E. Roudinesco, M. Plon: "Diccionario de Psicoanálisis". Pág. 463.

2 L.M. Charcot, Obras Completas 1886 – 1893. Tomado de "Trayecto del Psicoanálisis de Freud a Lacan", de G. Hidalgo y M. Thibaut (2004), Universidad Diego Portales, Santiago de Chile.

3 Cfr. M. Foucault: "Historia de la Locura", Tomo I.

4 Lucien Israël: "El goce de la Histeria", pág. 69.

5 Breuer y Freud (1993): "Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histpericos: comunicación preliminar". O.C.A. Pág. 34.

6 S.Freud: "Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas" (1893).

7 Ver S. Freud: "Tres ensayos para una teoría sexual" (1905). O.C.A.

8 D. Nasio (1990): "El dolor de la Histeria", Pág. 41.

9 Ibid. Pág. 42.

10 S. Freud (1908): "Las Fantasías Histéricas y su relación con la Bisexualidad". O.C.A. Pág: 143.

11 S. Freud (1905): "Fragmento de un caso de análisis de Histeria". O.C.A. Pág. 27.

12 S. Freud (1924): "El Sepultamiento del Complejo de Edipo". O.C.A.

13 Ver S. Freud (1921): "La Identificación". O.C.A. Tomo XVIII.

14 S. Freud (1909): "Apreciaciones generales sobre el ataque histérico". O.C.A. Pág: 211

15 Ver J. Dor (2000): "Estructuras clínicas y psicoanálisis". Cap. 2

16 Ver J. Dor (2000): "Estructuras clínicas y psicoanálisis". Tercera parte. Cap. 10

17 Ver C. Melman (1984): "Nuevos estudios sobre la Histeria". Cap. XVIII.

18 Ver J. Dor (2003): "Introducción a la lectura de Lacan. II. La estructura del Sujeto". Cap. I

19 Ver J. Dor (2000): "Estructuras clínicas y psicoanálisis". Cap. 10 – 11.

20 J. Lacan (1981): "Seminario. Libro III. La Psicosis". Pág. 197.

21 C. Melman (1984): "Nuevos estudios sobre la Histeria". Cap. XVIII. Pág: 227.

22 Ver J. Lacan (1971): "Lectura Estructuralista de Freud". Parte Uno. "El estadio del espejo como formador de la función de yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica".

23 Ibid. Pág. 15.

24 Ver D. Nasio: "El Dolor de la Histeria", Pág. 61.

25 Podría pensarse en la lectura que G. Bataille hace del " Ensayo sobre el Don", de M. Mauss.

26 Ver J. Dor (2000): "Estructuras clínicas y psicoanálisis". Cap. 11. Pág: 109.

27 L. Israël (1979): "El goce de la Histérica". Pág: 80.

28 Ver L. Israël (1979): "El goce de la Histérica". Pág: 85.

29 Interesante sería contrastar esa exterioridad que nos presenta el cuerpo de la histérica con la tesis que Jean Luc Nancy elabora en su ensayo sobre el cuerpo. Allí él plantea justamente que el cuerpo es pura exterioridad y que si podemos hablar de la existencia de un alma, solo podemos hacerlo desde la idea de que tal alma se encuentra fuera.

30 Ibid. Pág: 73.

31 Ver J. Lacan (1971): "Lectura Estructuralista de Freud". Parte Tres. "Función y campo de la Palabra". Cap. I. "Palabra vacía y palabra llena en la realización psicoanalítica del sujeto".

 

BIBLIOGRAFÍA

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Roudinesco, Elisabeth; Plon, Michel (1998): "Diccionario de Psicoanálisis". Ed. Paidós: Buenos Aires.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 23 - Octubre 2006
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