![]() |
|
|
En tu memoria, Juan Balart,
amigo y compañero de la vidaI. DESBORDES DE LA CULTURA
La práctica actual exige situarse en los bordes:
de la clínica y de la teoría. Confrontar al psicoanálisis con
nuevas formas de pensamiento es insistir con su desafío fundacional.
Actitud algo más que legítima, imprescindible.
Luis HornsteinMás allá del umbral del nuevo milenio, celebrado con crisis económicas, políticas y militares, ya no es novedad sostener que el psicoanálisis tiene, si no la exigencia, al menos el desafío de interpelar los modos de subjetividad de la época en que vivimos. Dar cuenta de los requerimientos de nuestro tiempo, como una forma de hacernos cargo de que lo psicoanalítico transita por otras tierras que en sus orígenes. Porque si el contexto cultural de Freud era la modernidad y la ciencia positivista, el nuestro ha pasado a ser el de la crisis del paradigma de base moderno (Echeverría, 1993) y la proliferación de las ciencias de la complejidad (Hornstein, 2000a); porque si el propio psicoanálisis participó del descentramiento del sujeto de la conciencia (Freud, 1917 [1916), hoy parecemos contemplar, "aunque a niveles diferentes, el mismo problema general: la conmoción de la sociedad, de las costumbres, del individuo contemporáneo de la era del consumo masificado, la emergencia de un modo de socialización y de individuación inédito (...): privatización ampliada, erosión de las identidades sociales, abandono ideológico y político, desestabilización acelerada de las personalidades; vivimos una (...) revolución individualista" (Lipovetsky, 2000, p. 5).
Desde los arrabales de la cultura, a contracorriente de los discursos oficiales, los psicoanalistas trabajamos, silenciosos, al margen del saber instituido y no pocas veces a espaldas de las transformaciones de las prácticas sociales. ¿Crisis del psicoanálisis? Al menos etimológicamente sí: tiempo de decisión, de separación, de juicio (Corominas, 1998); trabajo de ruptura que, sin embargo, no supone desechar la tradición, sino que más bien insta a volver a pensarla desde un lugar actual, vigente, vivo. El psicoanálisis contemporáneo se muestra como "el resultado de un metabolismo extraño que, como todo metabolismo, lleva consigo descomposición y recomposición" (Laplanche, 1987, p. 130). No se trata, entonces, de ser freudiano ortodoxo o antifreudiano, sino de interrogar nuestro quehacer clínico y teórico a partir de problemáticas actuales que nos retan a conmover los fundamentos de nuestra práctica y a hacer trabajar la metapsicología, en articulación permanente con el orden de lo social y los dinamismos propios de la cultura.
Psicoanálisis de frontera (Bleichmar, 2002): bordes de la metapsicología, de la psicopatología y la técnica. Al situarnos en los bordes del psicoanálisis, asumimos el peligro del desborde, el vértigo de estar a la vez adentro y afuera del territorio oficial, en un espacio movedizo pero a la vez fundante de nuevos horizontes. A riesgo de extraviarnos, o porqué no, para perder el miedo y dejarnos extraviar, navegaremos por las aguas de la clínica infantil hasta las orillas mismas de la historia.
II. DESBORDES DE LA CLÍNICA
Una propuesta teórico-clínica para el psicoanálisis de niños
puede construirse hoy si ponemos en revisión
los fundamentos de nuestra práctica.
Silvia BleichmarAhora bien, ¿cómo poner en juego los límites de lo psicoanalítico cuando de lo que se trata es del trabajo con niños? Sabemos que "la clínica psicoanalítica ha encontrado campo fértil para la discusión, cuando se trata de abordar la práctica con niños. Desgajadas del texto freudiano las preguntas por la pertinencia de la misma, aún insisten. Problemáticas tales como lo inacabado de procesos psíquicos elementales para la aplicación del psicoanálisis, han dado lugar al surgimiento de cuestiones tales como la siguiente: ¿un niño es analizable?" (Flesler, 1994, p. 1).
Recordaremos, a la luz de este contexto, la lúcida afirmación de Maud Mannoni: "el psicoanálisis de niños es psicoanálisis. (...) La adaptación de la técnica a la situación particular que representa para el adulto el aproximarse a un niño, no altera el campo sobre el cual opera el analista. (...) El psicoanálisis de niños no difiere en su espíritu (en su escucha) del psicoanálisis de adultos; pero al adulto, incluso tratándose de un psicoanalista, cuando aborda los problemas de la infancia, a menudo se le interpone la idea (las proyecciones imaginarias) que se hace de ella. (...) Todo estudio sobre la infancia implica al adulto, a sus reacciones y a sus prejuicios (Mannoni, 1997, p. 7; p. 30).
Si bien nos parece indesmentible que el psicoanálisis de niños es psicoanálisis, también nos parece acertado señalar que su lugar al interior del discurso y la práctica analítica es, desde los orígenes, singular. Para decirlo directamente: la clínica infanto juvenil es, por definición, un campo situado en los bordes del picoanálisis. Una vez que reconocemos que todo acto clínico manifiesto lleva implícita una metapsicología latente, estaremos más cerca de comprender que en el trabajo analítico con niños este anudamiento se pone en juego de una manera ineludible, revelando que la disparidad de modelos trae consigo prácticas diversas, imposibles de reunir en un método oficial. Dicho de otra manera, "el psicoanálisis de niños, campo privilegiado de descubrimiento, es también el lugar donde las dificultades para la normalización de paradigmas en el interior de nuestro continente científico se hace evidente" (Bleichmar, 1995, p. 81).
El campo infanto juvenil implica radicalmente al analista en su historia y constitución psíquica; lo mueve a interrogarse por su posición y a inventar para cada situación analítica un nuevo dispositivo. Pero no sólo moviliza el lugar del analista, sino que también opera como un agente de deconstrucción de teorías dogmáticas y desmistificación de prácticas estereotipadas. Juegos, grafismos y palabras; trasferencias, identificaciones y síntomas; actualidad de los vínculos y filiaciones trasgeneracionales: la clínica infantil es siempre compleja, plural y heterogénea, muy lejana a la novela que pretende nombrarla como el terreno de la simplicidad y la armónica inocencia.
¿Cómo llega un niño a análisis? No pocas veces como un diagnóstico, en posición de objeto. Recuerdo ahora a Joaquín, un niño de seis años cuyos padres aparecen en las entrevistas iniciales apuntalados en un discurso sobretecnificado, testimonio temprano del significante del niño en la historia y la estructura del mito familiar (Rodulfo, 1999): "lo que Joaquín necesita es una terapia a través del juego. Él presenta un trastorno generalizado del desarrollo junto con un problema de autoestima. Se refugia mucho en... es un sabelotodo en astronomía. Joaquín es muy poco tolerante a la frustración. Es un ave rara. Tenemos la certeza de que se trata de su estructura de personalidad; necesita ayuda para vivir procesos de cambio. Se trata de una inmadurez del sistema nervioso: ya a los dos meses le gustaba la música y no el cascabel y nosotros pensamos: "esta guagua es rara".
Paradigma de la interdisciplina psi, Joaquín reparte su tiempo libre entre psiquiatra, psicopedadagoga y psicoanalista. Llega con estereotipias verbales y ecolalia, acaso alienado respecto del lenguaje, pero también articulando una demanda de subjetivación a medio decir. La primera vez que nos vemos, entra con soltura a la consulta, mira por la ventana (es el décimo piso de un edificio) y dice: "¡Qué bacán, de aquí se ve todo Santiago!". En un principio, me sorprende su modo inicial de contacto para lo que se esperaría de un niño severamente perturbado en el intercambio social y la comunicación. En ese momento yo me pregunto, por supuesto sin planteárselo, si me estará transmitiendo de alguna manera su esperanza de que aquí pueda empezar a ser visto. Lo saludo, le pregunto qué lo trae por estos lados y me responde: "tengo problemas de jugar con amigos, pero ya lo estoy mejorando, pero... tú me puedes ayudar a que pueda resolver mi problema completo; yo tengo la mitad de mi problema arreglado, quiero que tú me ayudes a completarlo; yo me siento muy solo y aburrido, sigo jugando mucho solo, tengo pocos amigos y no sé cómo conseguir más amigos".
El primer dibujo que hace es un camaleón, que me impresiona como un autorretrato suyo, como diciéndome: "yo no sé bien quién soy, sólo sé que cambio de color según el ambiente". A la sesión siguiente, toma un globo, va al baño, llena el globo con agua, me pide que lo amarre, se lo muestra a la madre y después lo deja caer por la ventana. Me señala: "¿dónde habrá quedado? No escuché la explosión". Inmediatamente después, toma una nariz de payaso y un antifaz y me pregunta: "¿qué más me puedo poner?". Mi sensación inmediata es de perplejidad; después intuyo en esa secuencia una dramatización no sólo de su problemática sino quizás también de lo que espera de la cura: faltarle a la madre, dejarse caer fuera del campo de su deseo. Pero lo complejo es que aquello es vivenciado como una explosión del cuerpo, como una catástrofe subjetiva, amenaza de la cual se protege ocultando su verdad con un disfraz de payaso y un antifaz, recurso coherente con su fachada de niño excéntrico y solitario, aunque encantador. Entonces me doy cuenta de que Joaquín está realizando un enorme esfuerzo de comunicación y pienso que mi función allí, más que interpretarle un impulso agresivo, es poder sostener su gesto con la mirada, sin caer yo mismo en la angustia ni en el festejo maníaco de sus "payasadas".
En la comprensión con posterioridad del material anterior, me ha parecido interesante comparar el juego del globo con el juego del carretel propio del fort-da (Freud, 1920): en ambos se escenifica en acto la repetición de un trauma, con la diferencia de que el carretel dispone de la alteridad entre presencia y ausencia, mientras que el globo desaparece una vez, explota y no vuelve. Esto lo considero crucial para articular la distinción entre un momento de la constitución psíquica donde se funda la simbolización y otro momento, prehistórico a la consolidación de la represión así llamada " originaria", en el cual en este caso el globo no es tanto símbolo como materia real que se estrella contra el piso 1. Si el juego del carretel tiene la estructura lógica de la formación de síntoma, el juego del globo ilustra, sin por eso llegar a serlo, la dinámica característica de lo que Bleichmar denomina trastorno: "diferencio, siguiendo para ello la perspectiva freudiana, entre síntoma, en tanto formación del inconciente, producto transaccional entre los sistemas psíquicos efecto de una inlograda satisfacción pulsional, y (...) trastornos (...) [que metapsicológicamente deberemos considerar de un orden distinto, no atravesados por el juego entre el deseo y la defensa, no remitiendo a fantasmas específicos, en fin, no siendo posibles de ser resueltos mediante el acceso a su contenido inconsciente por libre asociación sino por múltiples intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico" (Bleichmar, 2002, p. 18-19; p. 259).
Desde nuestra experiencia, podemos afirmar que Joaquín ha sido un excelente guía en la ruta de los bordes del psicoanálisis: desde su profunda singularidad, nos ha llamado a invertir la dirección de la cura habitual y a poner de cabeza el sentido acostumbrado del tratamiento, enseñándonos que de lo que se trata en su caso no tiene que ver con el levantamiento de la represión originada, sino por el contrario, con la generación conjunta de las posibilidades para que se consolide la instalación de la represión originante del psiquismo, en vistas de la fundación de lo inconsciente, la constitución subjetiva (por sobre su posición de objeto) y, en definitiva, una mayor humanización.
III. DESBORDES DE LA HISTORIA
El yo no puede habitar ni investir un cuerpo
desposeído de la historia de lo que vivió.
Piera AulagnierBastante se ha escrito y publicado en los últimos años con miras a la desmitificación de las proclamas que cantan la caída de los proyectos, la muerte de las ideologías, en fin, la caducidad de los vínculos sociales y políticos organizadores de la cultura (Baudrillard, 1997). A menos que nos capture la ingenuidad, tenemos la impresión de que cada vez menos personas se dejan convencer por consignas apocalípticas que, bajo la seductora consigna del fin de la historia (Fukuyama, 1992), encubren discursos dominantes asociados a la perpetuación de la estructura social vigente y la economía hegemónica.
Porque sucede que la historia no cede. Transita, laberíntica, de un lado hacia otro: no en línea recta, sino en curvas imprevistas; no en un sentido acumulativo, sino en múltiples resignificaciones. Y el psicoanálisis, si bien ha contribuido enormemente a repensar el problema de la temporalidad, es ante todo un producto de la historia. Como suele afirmarse, Freud era hijo de su época, y nosotros no menos que él. En tanto efecto de las transformaciones históricas, la práctica psicoanalítica es impensable fuera de un diálogo íntimo con la cultura, que le otorga fundamento, dirección y contexto 2.
No obstante, es un hecho que el psicoanálisis, si bien nunca se ha despegado de la clínica (y acaso justamente por eso), ha sido desde sus orígenes una práctica subversiva respecto de los cánones culturales convencionales. Tal es la paradoja intrínseca a la relación entre cultura y psicoanálisis: lo psicoanalítico como heredero de la tradición cultural, pero a la vez como agente de su ruptura. Oficio de los bordes, a la vez dentro y fuera de los márgenes.
Desde estas reflexiones, ¿qué lugar le cabe a la historia en el trabajo analítico? Hemos visto la relación alternada entre subordinación e insurrección que caracteriza el vínculo disciplinar entre historia y psicoanálisis. Sospechoso de toda historia oficial, el psicoanálisis aparece como una herramienta crítica para analizar el presente, repensar el pasado y proyectar el futuro. Desde esta perspectiva, "en psicoanálisis el hacer la historia no podría ser mera crónica (relato que reproduce el pasado con fidelidad pero sin establecer una interpretación de los hechos). La historia por hacer en el trabajo psicoanalítico establece relaciones entre el pasado que se evoca y su repetición. La historia se construye desde el presente (...) partiendo de las inscripciones del pasado" (Hornstein, 2003, p. 181-82). Tanto el instintualismo como el estructuralismo olvidan que un proceso psicoanalítico no es otra cosa que un proceso histórico, es decir, la reinscripción y apropiación por parte del sujeto de la continuidad de su historia, la posibilidad de ligar desde el presente los orígenes con el porvenir. ¿Para qué le sirve a una persona el arduo trabajo analítico sino "para poder lograr una historia de su origen, para lograr insertarse en una temporalidad que no lo condene a vivir indefinidamente en el presente lo que ha vivido en el pasado, para intentar tener un proyecto identificatorio" (Aulagnier, 1986a, p. 364-365)?
Situar las condiciones de posibilidad para un psicoanálisis contemporáneo: en todo caso, en vez de retornar pasivamente a Freud, hacer retornar a Freud, a través de un trabajo de lectura activo, crítico e insistente, valorando el profundo aporte de los postfreudianos; un psicoanálisis contemporáneo que sea coherente con los desafíos de la clínica y que esté abierto a las manifestaciones discursivas de la cultura. El proyecto no es menor, pero tampoco imposible, porque "el psicoanálisis se mueve y el psicoanálisis es movido. Mueve sus bordes y esos bordes lo mueven. Entonces no queda otra que pensarlos como fundantes y como discutibles, y convertirlos en ámbitos de producción" (Hornstein, 2003, p. 12).
Al comenzar, dijimos que en el presente siglo el psicoanálisis tiene la oportunidad de renovarse, a condición de interrogar los dispositivos a través de los cuales nuestra cultura participa de la producción tanto de formas de subjetividad alternativas como de "nuevas enfermedades del alma" (Kristeva, 1993). ¿Es posible, entonces, mantenernos de brazos cruzados sin poner a prueba de crítica el viejo problema de la analizabilidad? "Si el psicoanálisis avanza es porque, desafiando los límites de lo analizable, pone a trabajar nuevos territorios" (Hornstein, 2003a, p. 189-90). Es precisamente este desafío el que nos deja en buen pie para localizar la piedra de tope de nuestros alcances: "el psicoanálisis está siempre en el borde del vacío, de la angustia del ser, siempre con su teoría y con su práctica, (...) en un camino de fracaso y de rescate de su propia propuesta" (Coloma, 1997, p. 70).
NOTAS
1 Si bien el adjetivo "originaria" hace alusión a aquello que da origen, también refiere a aquello que trae previamente su origen de algún lugar (Enciclopedia Británica, 1994-95). En caso de aislar esta segunda acepción, hablar de "represión originaria" puede conducir al malentendido de considerar dicha operación como presente desde el inicio de la vida, y en consecuencia, al inconciente como algo dado. Por estos motivos, creo menos confuso hablar de represión originante, para acentuar su carácter fundacional en la constitución psíquica, en oposición a una represión originada, analogable a la represión propiamente dicha de Freud. Así, en la institución anímica, la represión originante es a la función instituyente lo que la represión originada a lo instituido (véase Castoriadis, 1992).
2 En este punto, resultan sugerentes los aportes tanto de Heidegger (1997) como de Matte Blanco (1975) para leer en la "atemporalidad" del inconciente freudiano no tanto la ausencia de tiempo como la coexistencia, junto con la cronología lineal del yo, de una temporeidad simétrica donde pasado, presente y futuro se funden en la aperturidad del mundo y en el devenir de la historia.
REFERENCIAS
Aulagnier, P. (1986). Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia. En Hornstein, L. (1994). "Cuerpo, historia, interpretación". Buenos Aires: Piados.
_________ (1986a). Diálogo con Piera Aulagnier. En Hornstein, L. (1994). "Cuerpo, historia, interpretación". Buenos Aires: Piados.
Baudrillard, J. (1997). La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos. Barcelona: Anagrama.
Bleichmar, S. (1995). Del discurso parental a la especificidad sintomal en el psicoanálisis de niños. En Sigal de Rosemberg, A. M. (1995). El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Lugar Editorial.
_________ (2002). La fundación de lo inconsciente. Destinos de pulsión, destinos del sujeto. Bs. As.: Amorrortu.
Castoriadis, C. (1992). El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Bs. As.: Nueva Visión.
Coloma, J. (1997). Fobia, teoría y registro simbólico. En Revista "Objetos Caídos", año 2, nº 3. Stgo.: UDP.
Corominas, J. (1998). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos.
Echeverría, R. (1993). El búho de Minerva. Stgo.: Dolmen.
Enciclopedia Británica, (1994-95). Originario. En "Diccionario Enciclopédico", volumen III. Santiago: Britanica.
Flesler, A. (1994). Delimitar una práctica: el psicoanálisis de niños. Disponible en www.efba.org
Fukuyama, F. (1992). El fin de la historia y el último hombre. Barcelona: Planeta.
Freud, S. (1917 [1916). Una dificultad del psicoanálisis. En "Obras Completas" (1996), volumen XVII. Bs. As.: Amorrortu.
______ (1920). Más allá del principio de placer. En "Obras Completas" (1996), volumen XVIII. Bs. As.: Amorrortu.
Heidegger M. (1997). Ser y tiempo. Santiago: Editorial Universitaria.
Hornstein, L. (2000). Freud y la práctica actual. En Piera Aulagnier Web Site, Jornadas 2000 Panel. Disponible en www.pieraaulagnier.com
_________ (2000a). Narcisismo. Autoestima, identidad, alteridad. Bs. As.: Paidós.
_________ (2003). Intersubjetividad y clínica . Bs. As.: Paidós.
Kristeva, J. (1993). Las nuevas enfermedades del alma. Madrid: Ediciones Cátedra.
Laplanche, J. (1987). El inconsciente y el ello. Problemáticas IV. Bs. As.: Amorrortu.
Lipovetsky, G. (2000). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
Mannoni, M. (1997). El niño, su "enfermedad" y los otros. Bs. As.: Nueva Visión.
Matte Blanco, I. (1975). The unconscious as infinite sets: an essay in Bi-logic. Londres: Ed. Gerald Duck-worth & Company Limited.
Rodulfo, R. (1999). El niño y el significante. Bs. As.: Paidós.