Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El padre: autoridad y miseria de la masa
Marta Gerez Ambertin

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"Lo que había empezado en torno al padre se consuma en torno a la masa".
S. Freud.

1. Introducción: planteo del problema

Me propongo interrogar las condiciones de postración de las subjetividades y las masas ante lo que la doxa considera autoridad y autoritarismo.

Para Jenofonte, Sócrates "Pensaba que la tiranía y la realeza eran dos clases de autoridad, pero creía que entre las dos había una diferencia: y llamaba a la una poder aceptado voluntariamente por los hombres, y conforme a las leyes de la Ciudad, y tal era la realeza; mientras que la tiranía era un poder impuesto a personas forzadas, sin reconocer otras leyes que el capricho del mandatario" [Jenofonte, VI,12]. La modernidad, empero, denominó a una autoridad y a la otra autoritarismo ubicándolas como antitéticas, así, lo que se imponía por la ley de la razón era autoridad y lo que lo hacía por la fuerza era autoritarismo. Obviamente el mundo clásico no establecía esa antítesis, ambas eran autoridad, querida la una, impuesta la otra.

Pero es preciso analizar si es posible sostener la hipótesis de que los hombres aceptan la autoridad pero rechazan el autoritarismo. Aparentemente nadie acepta ser dominado. Podríamos creerlo si ignoráramos que no sólo de deseo está hecho el hombre, también está hecho de goce; y esto, que parece tan difícil de aceptar o entender para los racionalistas a ultranza, lo sabían los líderes nazis. En vísperas de la guerra decía Hitler: "La crueldad impone respeto. La crueldad y la brutalidad. El hombre de la calle no respeta más que la fuerza y la bestialidad. Las mujeres también, las mujeres y los niños. La gente experimenta la necesidad de sentir miedo; los alivia el temor. [...] ¿Y me venís a hablar de crueldad y os indignáis por habladurías de torturas? Pero si es precisamente lo que quieren las masas. Necesitan temblar. [...] El terror es el arma política más poderosa y no me privaré de ella so pretexto que resulta chocante para algunos burgueses imbéciles" [Rauschning, 1940: 82].

Como en casi todo, Hitler simplemente repetía, en este caso a Maquiavelo quien daba cuenta de la paradoja que se aloja en el sujeto: "Los hombres se atreven más a ofender al que se hace amar que al que se hace temer, porque el afecto no se retiene por el mero vínculo de la gratitud, que, en atención a la perversidad ingénita de nuestra condición, toda ocasión de interés personal llega a romper, al paso que el miedo a la autoridad política se mantiene siempre con el miedo al castigo inmediato, que no abandona nunca a los hombres" [Maquiavelo: 178]; tres siglos más tarde Napoleón acotaba: "Preciso es que el príncipe los castigue de continuo" (ibídem) .

Hay, pues, que interrogar esa economía que procura el castigo, indagar por qué los hombres se someten a él, más allá de toda lógica racional que pareciera repudiarlo.

Los líderes-amos han advertido esa "precipitación hacia lo atroz" de la miseria de las masas y la utilizan ampliamente, claro que sus teorizaciones sobre ello son, en el peor de los casos interesadas, y en el mejor, ridículas. Sin embargo, aún pensadores de la talla de Foucault, vacilan: "Sucede que las masas, en el momento del fascismo, desean que algunos ejerzan el poder, algunos que, sin embargo, no se confunden con ellas, ya que el poder se ejercerá sobre ellas y a sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y ellas, sin embargo, desean este poder, desean que este poder sea ejercido. Este juego del deseo, del poder y del interés es todavía poco conocido" [Foucault, 1972:85] [la negrita es nuestra].

Resulta claro, entonces, que la problemática en torno a autoridad-autoritarismo no puede concluir en la puerilidad de la exaltación de la primera y la condena al segundo.

 

2. El paradójico poder de la autoridad

Autoridad proviene de autorictas que en Roma era la facultad de mando de la cual derivaba el poder coercitivo militar: el Imperium. Esta facultad de mando estaba revestida de una serie de atributos "físicos" llenos de significados que componían juntos lo que se entendía por autorictas. Signos de autorictas eran la toga pespunteada; atributos como el cetro y la silla curul; el acompañamiento de líctores -portadores de fasces- y la inclusión, dentro de las fasces, de la segur, símbolo de la soberanía legítima de origen divino (dirá Plutarco que las varas eran para "corregir" las maldades curables, y las hachas para cortar de raíz las incorregibles).

Es decir, atributos que, remontando a los dioses, mostraban el poder de quien gozaba de autorictas. Las cosas no han cambiado mucho: "En la gran corporación, lo mismo que en el ejercito, el dirigente siente la necesidad de signos altamente visibles de su autoridad" [Packard, 1959:121]. Los "signos visibles" de la autoridad remiten tanto al portador de la autoridad -y su necesidad de destacarse y destacar su importancia-, como a sus subordinados que aprueban esa diferenciación que se establece entre ellos y el superior: "él no puede ser igual que nosotros", porque si lo fuera no sería nuestro superior.

La autorictas fue en principio el poder que la asamblea de los jefes de familia delegaba en un hombre, transferíale los poderes divinos de los que ella misma estaba investida. En la actual elección presidencial ocurre algo similar: el conjunto de los habilitados elige un jefe que estará por encima de ellos y esa elección lo inviste de poder. Que ahora la fuente del poder no sean los dioses (como lo fueron para la realeza de la que habla Sócrates, o en Roma) sino la soberanía popular (para nuestros cánones de liberalismo occidental) no cambia en esencia el punto. Como en Roma la "autoridad" suprema es investida de atributos característicos: un bastón de mando
-recuerdo de las fasces-, una banda presidencial -recuerdo de la toga pespunteada-, una custodia especial -recuerdo de los líctores- y lo que en Roma fue el Imperium: el supremo mando militar. Decimos, entonces, que nuestro gobernante tiene "autoridad", y nos referimos a una autoridad concreta: es el jefe de la milicia, por tanto, posee la facultad de castigo. Caemos -se dice- en el autoritarismo cuando nuestros gobernantes ya no gobiernan en beneficio del pueblo que los eligió sino en el propio y obedeciendo, exclusivamente, a su voluntad sin cuidarse de la voluntad soberana que reside en la "nación": Rompiendo el pacto con la "nación" la autoridad se torna omnímoda, deviene autoritaria.

Hasta acá no habría muchos problemas: la autoridad es propiciadora porque actúa en beneficio de todos y el autoritarismo es nefasto porque procede sólo en beneficio de uno o de algunos. Pero las cosas se complican cuando el uno -dictador, líder, Jefe- proclama que sólo él posee la facultad de conocer e interpretar la voluntad de la nación y de ejecutarla, que su desempeño no es en interés propio sino en interés de todos y... ¡las masas le creen! Cuando esto ocurre -y lo hace con excesiva frecuencia- válido es preguntarse: ¿qué es lo que hace procurar la autoridad, aun devenida autoritarismo? ¿Cuáles son los motivos que han tenido y tienen los humanos para ejercer sobre sí mismos una coacción que, dicen, repudiar? ¿Por qué buscan la sumisión, el castigo, el sometimiento? ¿Por qué aceptan postulados como estos?:

-"[...] el Jefe asume en su entera plenitud la más absoluta autoridad. El Jefe solo responde ante Dios y ante la Historia". [Art. XI de los Estatutos de la Falange Española],

-"Mussolini tiene siempre razón". [Art. VII del Decálogo de las milicias fascistas]

-"Creer, obedecer y combatir" lema de los jóvenes fascistas

-"Debemos ser crueles [...] La verdadera dominación no puede originarse sino allí donde se encuentra la verdadera sumisión. En modo alguno se trata de suprimir la desigualdad entre los hombres, sino por el contrario, de amplificarla [...] Nuestra misión es la de sojuzgar otros pueblos. El pueblo alemán está llamado a dar al mundo la nueva clase de sus amos" [Rauschning, 1940:48-49].

Lo extraño no es que un hombre o grupos proclamaran estas aberraciones, lo
-aparentemente- extraño es que miles, millones las aceptaran, que obedecieran órdenes criminales, que acataran decisiones que ponían en peligro sus vidas y/o las de sus seres amados. No faltaron ni faltan los que "explican" por la "locura" de los líderes nazi-fascistas los millones de muertos de la guerra. "Explicación" no sólo infundada, sino encubridora: tiende a liberar de responsabilidad a las masas que aplaudieron, vitorearon y siguieron a los supuestos "locos".

 

3. Autoridad y Autoritarismo. La responsabilidad

Autoridad y Autoritarismo son conceptos que no pueden tomarse aisladamente. Ambos apuntan a una relación. Hay una relación de autoridad, y una relación de autoritarismo. Aquella es imprescindible al lazo social ya que se trata de una relación contractual. Vivir en sociedad implica soportar, sostener y apelar a un sistema de leyes que crean derechos y obligaciones; implica hacer "pactos" en torno a la ley. Eso es insoslayable y quiebra la esperanza imaginaria de una supuesta "libertad absoluta". El libre albedrío supone libertad en torno al cumplimiento de leyes, códigos y normas que nos hacen circular por un "mundo simbólico", pero no impide que las leyes tengan eficacia en momentos y lugares concretos; pasado cierto tiempo, o en lugares diferentes, las leyes pierden su eficacia simbólica y entonces se anhela su actualización. De lo contrario, las que servían para regular el lazo social coaccionan automáticamente, coaccionan contra la regulación de aquel lazo y contra el sujeto mismo. Es claro que toda ley que regula las relaciones de alianza e intercambio social tiene siempre un costado de "paradoja de ley", esto es, un costado imperativo asediado por desarreglos.

Los seres hablantes tienen derechos y obligaciones y se trata de sostener la responsabilidad ante los mismos. Aunque, generalmente, se tiende (aparentemente) a soslayar las obligaciones y atrincherarse en los derechos, los humanos -decía Freud- incorporan la ley que se inscribe en la subjetividad bajo la figura de la culpa y los restos desregulantes de la ley bajo la temible instancia del superyó. Así, la legislada obligación puede tornarse compulsión del deber y llevar la vida por los oblicuos caminos de la necesidad de castigo y del goce masoquista.

¿Por qué se confunde autoridad con autoritarismo? Por la confusión entre autoridad y poder. La autoridad legal es de alcance limitado y la obediencia se basa en el respeto al conjunto impersonal de ordenaciones legítimamente estatuidas. El autoritarismo, en cambio, supone un más allá de tal poder legitimado y deriva en coerción, influencia, persuasión, compulsión. Es evidente que el autoritarismo, o los líderes autoritarios, ejercen cierta atracción sobre las masas, y ello porque si el lazo de autoridad responsabiliza, el lazo de autoritarismo, en cambio, desresponsabiliza. Hay una gradiente relación entre inseguridad subjetiva y autoritarismo. A mayor inseguridad subjetiva -ya por razones internas: inhibición, temor, debilidad, culpabilidad, etc., ya por externas: crisis socioeconómicas, amenaza bélica, catástrofes- mayor tentación a ponerse en manos de alguien que se ofrece como salvador, lo cual incrementa la relación de autoritarismo. El autoritarismo es una tendencia general que prima en algunos sujetos de colocarse en situaciones de dominación o sumisión frente a otros como consecuencia de una subjetividad frágil. El sujeto sometido al autoritarismo está dominado por la precariedad subjetiva de su deseo y por un profundo sentimiento de culpa que acrecienta su goce de someterse. Los autoritarios -los que someten... y los sometidos- son sujetos que tienden a coincidir excesivamente (sumisamente) con las autoridades porque necesitan la aprobación de éstas como alivio de sus inhibiciones, sus angustias, sus culpas, sus coacciones de repetición que les impiden sostener una posición de "responsabilidad" con ellos y sus semejantes. La solución a los problemas, entonces, debe provenir de un 'iluminado', de un ser 'especial', de un 'salvador': "la idea del líder aparentemente ofrece la seguridad y también la severidad asociadas con el padre" [Edelman, 1991:50].

Por la difundida falacia de que "comprenderlo todo es perdonarlo todo" son multitud los que piensan que, precisamente el psicoanálisis -al que por un calculado error se atribuye ser una "psicología de la profundidad"- es el que en mejores condiciones está de "comprenderlo todo" y, por tanto, de "perdonar", lo que es absurdo no sólo porque el "perdón" es un concepto ajeno al psicoanálisis sino porque si hay algo que se procura desde el psicoanálisis es el encuentro del sujeto con su "responsabilidad" en lo que cabe al deseo y aun a los goces que lo atraviesan.

La causalidad psíquica que inaugura el discurso freudiano deja de lado la pura exterioridad que antaño dominaba a la subjetividad e implica, por fin, al sujeto en su destino. No será, así, un mero resultado de una causalidad exterior que lo maneja, sino que, desde la causalidad psíquica, estará implicado en sus deseos, sus actos y sus claudicaciones.

Paradojas del descubrimiento freudiano, mientras proclama al sujeto del inconsciente al que le concierne, por un lado, un saber no sabido, asevera, al mismo tiempo, que hay una responsabilidad que cabe a ese sujeto en su acto y su decir; su destino, por tanto, no le es ajeno. No hay un destino que hace al sujeto, hay un sujeto hacedor de su destino.

Obviamente, no planteo la autonomía del sujeto, sino la responsabilidad de involucrarse en sus dichos y en sus actos; en última instancia, de subjetivizarlos interrogando el lugar que le cabe en relación a ellos pese a su incertidumbre subjetiva o, más claramente expresado, interrogando desde esa misma incertidumbre las encrucijadas de sus deseos y goces.

El psicoanálisis da un gran paso en lo atinente al respeto a la subjetividad al rechazar la posición del sujeto como víctima y al sostener que, mientras se reconozca responsable de sus actos no cediendo en su deseo, también se corre de la posición de víctima, rehúsa entramparse en la fascinación sacrificial para interrogar por su deseo, y por el de los otros; lo que ya es también un límite al goce propio y al de los demás que jamás cesan de participar "complicentemente" del festín sacrificial. Festín propiciado, de una u otra manera, por las masas artificiales y el amo atroz al que esas masas sacralizan.

Resaltemos que el psicoanálisis, si bien dice por un lado que al sujeto le compete interrogar su responsabilidad en cuanto a la fascinación por ceder en su deseo y ofrecerse como víctima cómplice del banquete sacrificial, también invita a interrogar esos desvaríos de goce por los cuales un amo atroz o un verdugo toma impunemente el destino humano en sus manos. Es responsabilidad del sujeto y los pueblos rehusar tal arbitrariedad y denunciarla, y no implorar perdón por los crímenes del verdugo, su verdugo.

 

4. La construcción del enemigo

"[...] si el judío no existiera habría que inventarlo.
Necesitamos un enemigo visible y no tan solo un enemigo invisible"
(Rauschning, 1940:202-203).

Los líderes autoritarios generalmente comienzan por definir -con gran dosis de ambigüedad- a los "enemigos" a los que atribuirán la causalidad de todos los males; así, la "solución" pasará, simplemente, por "aniquilarlos". Las estructuras sociales deben continuar intactas, pues el mal no está dentro sino fuera de ellas, en el enemigo. Este será caracterizado por un conjunto de rasgos que lo signan como malo, inmoral, retorcido o patológico, por tanto, es una amenaza continua que debe desaparecer. El líder señala al enemigo y moviliza a las masas contra él. Personificando en "enemigos visibles" la causa de los males sociales los líderes logran: a) construir enemigos que, en tanto visibles, están a la mano; b) se enmascara, y por tanto quedan intactas, las causas económicas, políticas o sociales de las crisis internas del grupo o pueblo en cuestión.

Pero, ¿es que el líder puede "construir" un enemigo? El líder utiliza los saberes conscientes e inconscientes que circulan por los corredores claros y oscuros de nuestra cultura, no inventa sus saberes, los utiliza, los exacerba. Hay un "ambiente" de saberes y de verdades oblicuas que propicia la construcción de un enemigo en lugar de otro. Los códigos fundamentales de una cultura -los que rigen su lengua, sus posibles formas de significación, su ética, la jerarquía de sus prácticas sociales- fijan de antemano para cada hombre los sistemas significativos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá. Y lo primero que reconocemos es al "diferente", al que posee ciertas características físicas o intelectuales que lo distinguen de nosotros. Las diferencias son esquematizadas y se les impone una descalificación moral que los chistes reflejan a la perfección. Es en ese magma de saberes -que se constituyen como doxa- de donde se extraerán los componentes con los que los líderes "construirán" al enemigo. Una vez que a fuerza de propaganda y reiteraciones -que explotan los miedos y culpas de las masas- se ha instalado al "enemigo", de lo que se trata es de lanzarse contra él; combate que, obviamente, encabeza el líder. El de Propaganda fue el más importante de todos los ministerios de la Alemania nazi. Bien lo saben los asesores publicitarios de los partidos políticos: "(La) competencia (electoral norteamericana) de 1960 (es) una pugna titánica entre dos gigantescas agencias de publicidad [...]" [Packard, 1970:251]. Esto se escribía hace más 40 años; las cosas no han cambiado… o lo han hecho para peor.

Como en la imposición publicitaria de una marca, hay que ser "sencillo" y "directo", nada de complicaciones, no se trata de que piensen sino de que compren. Y comprarán la marca que más profundamente haya penetrado en su deseo inconsciente. De allí la insistencia publicitaria, de allí la apelación a los recursos más impactantes. Llamar la atención o despertar una atención adormecida conr un bombardeo incesante de mercancías que solo difieren en sus envases -razón de la vital importancia del packaging en la imposición de un producto- y la utilización constante del psicoanálisis para mejor acceder a deseos y goces de los consumidores. Y ¿qué más sencillo que "refresca mejor"? después de repetirlo millones de veces -y por todos los medios posibles- terminarán incorporándolo. Sencillo, claro, simple, vulgar, cotidiano, accesible. Las ideas, los significantes y el sentido se pueden vender igual que las mercancías, es sólo cuestión de elegir la publicidad adecuada. Por lo demás "Culpar a los grupos vulnerables por el sufrimiento y la culpa que las personas experimentan en sus vidas cotidianas es emocionalmente gratificador y políticamente popular..." [Edelman, 1991:103]. Pero esto comienza a encontrar su tope por los impasses a los que se confronta el discurso capitalista.

 

5. En búsqueda del "superhombre" perdido

"Que un hombre esté por encima de la humanidad les cuesta demasiado caro a todos los otros".
Montesquieu

En "El superhombre de masas" Umberto Eco expone la tesis -que ha tomado de Gramsci- de que la concepción del Superhombre proviene de la novela popular. La caracterización que hace de él es aplicable al paradigma del "héroe" cinematográfico postmoderno: Rambo -y sus decenas de clones-, quien logra "solucionar", apoyado exclusivamente en sí mismo, problemas aparentemente insolubles. Estos "héroes" jamás apelan al pueblo, logran solos lo que los pueblos no han conseguido; tampoco se ajustan a las normas legales, muy por el contrario, las soluciones provienen, generalmente, del avasallamiento de los más elementales derechos humanos. Su mundo está perfectamente dividido entre malos malísimos y buenos buenísimos, no hay matices -y cuando los hay son de una puerilidad ridícula: algunos "buenos" se equivocan, algunos "malos" se conmueven, pero "son" intrínsecamente buenos e intrínsecamente malos-. El supuesto superhombre no se rige por una ley reguladora del lazo social, sino que utiliza las trampas de la ley lo cual es, quizás, el costado más peligroso de ese "personaje" venerado por las masas. La justicia que pone en marcha se basa en un abuso del poder que, ofreciendo o prometiendo una "justicia venerada" apela a toda la maquinaria de los desenfrenos de la ley y -en verdadera aporía- se vanagloria de hacerlo en honor a esa misma ley de la regulación del lazo social. Pero, más allá de la discordancia de su discurso, o por eso mismo, logra seducir a las multitudes.

6. El Superhombre, las masas y la autoridad

"... la esencia de la masa no puede concebirse descuidando al conductor"
(Freud, 1921:113).

Para Freud la reivindicación de igualdad formulada por la masa se refiere solamente a los sujetos que la componen, pero no al líder; la igualdad es para dentro de la masa pero la desigualdad es propuesta, ansiada respecto al líder. La masa quiere ser dominada por un Jefe que ama a todos por igual con un amor justo y equitativo. Freud desnuda la miseria de la masa que, tras un padre-líder idealizado, procura amparo, y se evita confrontar con la responsabilidad de su causalidad psíquica y de su destino. Y es que es más fácil ponerse en manos de un amo-líder que tomar en las manos el propio destino... y hacerse cargo de esa apuesta.

Freud adelanta una de las razones del padecimiento que inocula la cultura en la subjetividad y los restos ominosos con los cuales los sujetos deben pagar su acceso a ella, más allá de sus maravillosos beneficios. En "El Malestar en la cultura" relaciona este temor a la autoridad y, a la vez, ese deseo de autoridad, con la culpa; el pago más alto que hace el hombre por acceder a la civilización. Un hombre civilizado es un hombre culposo. Establece, allí, dos orígenes del sentimiento de culpa: uno es el miedo a la autoridad, el otro, el temor al superyó. El primero insta a la renuncia pulsional, el segundo al castigo. Dos pagos hará el sujeto de la cultura: la culpa que crea el lazo social y hace posible que ese lazo se sostenga como inscripción de la ley; y el lastre del superyó que, como gendarme interior, ejerce una vigilancia implacable desde la plaza más íntima de la subjetividad, mucho más implacable que la autoridad exterior. Por eso la ley del superyó siempre será obscena y comandará hacia un goce irrestricto.

Freud desconfiaba de las convocatorias propuestas por el ideal del yo (representado por el superhombre de Eco). Tenía claro que el pasaje de la idealización al sometimiento aniquilante al que comanda el superyó, es siempre factible: la faz amable del ideal del yo puede transfigurarse, inesperadamente, en la del imperativo del superyó que clama por crueldad.

¿Cuál, entonces, el paso del Ideal que exalta al superyó que somete? Pasaje de la faz idealizada y protectora del líder-amo hacia aquella diabólica y maligna que destruye. Si no pueden obtenerse las perfecciones del excelso conductor, al menos es posible someterse a él
-degradante manera de sostenerlo-.

Dos movimientos que pueden diferenciarse en la psicología de las masas; en el primero se ensalzan las supuestas perfecciones del líder de quien todo se espera y con quien se comparte una comunidad identificatoria basada en insignias; en el segundo, se eleva al líder a la posición de amo absoluto para quedar a su total merced en prácticas sacrificiales que exaltan más la aniquilación y el temor que el amor. Este extraño emparentamiento del "Ideal del yo" con el superyó indica un importante camino a investigar en la teoría, en la clínica y en el malestar de la cultura. La encarnación del Ideal siempre oscila entre la exaltación y la opresión. Pese a la primacía simbólico-imaginaria del Ideal que promueve lo amable de las insignias, la captura de la imagen no deja de coaccionar desde la trama simbólica: "¡¡Así debes ser para tornarte amable!!", mandato que, paradojalmente, acaba oprimiendo y mostrando, de este modo, el pasaje de una primacía de lo simbólico-imaginario a lo real del goce.

La desgraciada historia de la psicología de las masas y los variados holocaustos del siglo XX -a los que ya agregamos los del XXI- son lamentables muestras de la conexión entre el lado amable de las insignias y el lado mortífero al que conducen "hipnóticamente", más allá del amor. Si el psicoanálisis es el revés del discurso del amo -tal la profecía de Lacan al siglo XXI- es porque se per-mite interrogar allí donde el discurso del amo se coloca al servicio del goce: las masas procuran ciegamente un 'amo' que no solo les brinde una in-signia (un Ideal) sino que las haga gozar. Ahí su desvarío.

Proponer una insignia que aglutine y, a su vez, provoque horror, llevó a la matanza más devastadora de la centuria pasada. La actual las reinstala con nuevas y sofisticadas tecnologías. Y eso humano, demasiado humano de nuestros congéneres parece resurgir prontamente: el encandilamiento en pos del ofrecimiento sacrificial.

Al concluir el Seminario XVII Lacan bosqueja su enseñanza al siglo: "... hago (...) no demasiado pero sí lo suficiente (...) si justo lo suficiente, llego a darles vergüenza" (Lacan, 1969-70:208).

Si aún es factible enrojecer de vergüenza, es posible convocar a los Nombres del Padre y a la mirada del Otro como legislante, que haga caer el velo que ciega de goce e impide ver que, en un mundo agujereado de goce, la promesa totalitaria de cualquier color nos despoja, y nos quema el pasado, el presente y el porvenir. Allí el holocausto. Comenzar por la vergüenza es un buen paso para reconocer su presencia, su amenaza e intentar rehusarlo. Es una apuesta en procura de la respuesta deseante que mueva al sujeto y a las masas de su gula miserable y de su cobardía.-

Referencias Bibliográficas

Edelman, Murray (1991) La construcción del espectáculo político. Bs. As.:Manantial.

Foucault, Michel (1972) Los intelectuales y el poder. En Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta, 1979.

Freud, Sigmund (1921) Psicología de las masas ya análisis del yo. XVIII. Bs. As.: Amorrortu, 1979.

Jenofonte Recuerdos de Sócrates. Versión de J. D. García Bacca, México: UNAM, 1993.

Lacan, Jacques (1969-70) El Seminario, Libro XVII, El reverso del psicoanálisis Barcelona: Paidós, 1992.

Maquiavelo, Nicolás El Príncipe. Versión de G. Cabanellas. Bs. As.: Heliasta, 4ª ed. 1984.

Packard, Vance (1959) Los buscadores de prestigio. Bs. As.: EUDEBA, 1964.

Packard, Vance (1970) Las formas ocultas de la propaganda, Bs. As.: Sudamericana, 8ª ed.

Rauschning, Hermann (1940) Hitler me dijo. Bs. As.: Hachette.

 

Resumen:

El trabajo plantea la enigmática  apuesta de los sujetos a la sumisión al amo idealizado en tanto estrategia inconsciente para recusar la responsabilidad que les compete en su destino y en cada uno de sus actos. Parte de dirimir las relaciones y diferencias entre autoridad y autoritarismo, para arribar a la apuesta autoritaria de la miseria de la masa, la cual, aún al costo de su sumisión no cesa de buscar al "superhombre" perdido, al que es capaz de crear y hacer existir a fuerza de inexplicables sacrificios que suelen desembocar en holocaustos.

Finalmente, analiza las variedades actuales del sacrificio tomando como eje la íntima vinculación que guardan las categorías psicoanalíticas de ideal del yo -relacionada con la cara amable del líder-  y la del superyó -vinculada con la faz atroz y coactiva del líder-amo que sólo conduce a la aniquilación-.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 18 - Diciembre 2003
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