Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Cuando los ideales llaman al sacrificio, o el ulular del goce
Marta Gerez Ambertín

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"La gula con que (Freud) denota al superyó es estructural,
no efecto de la civilización, sino "malestar" (síntoma) en la civilización"
.
Jacques Lacan (Televisión).

1. De la exaltación del ideal del yo a la aniquilación superyoica.

A partir del epígrafe, voy a desarrollar una de las cuestiones inherentes al Ideal del yo y al superyó, la cual se vincula directamente con los acontecimientos mundiales que nos tocan (sobre)vivir bajo los estruendos ululantes de horror de goce con los que ingresamos al nuevo siglo.

Freud desconfiaba de las convocatorias propuestas por el ideal del yo, seguramente porque tenía muy claro que el pasaje de la idealización hacia el sometimiento aniquilante al que comanda el superyó, es siempre factible: la faz amable del ideal del yo puede transfigurarse, inesperadamente, en la del imperativo del superyó que clama por crueldad.

¿Cuál, entonces, el paso del Ideal que exalta al superyó que somete? Pasaje de la faz idealizada y protectora del líder hacia aquella diabólica y maligna que destruye. Si no pueden obtenerse las perfecciones del excelso conductor, al menos es posible someterse a él -degradante manera de sostenerlo-.

Dos movimientos que pueden diferenciarse en la psicología de las masas; en el primero se ensalzan las supuestas perfecciones del líder de quien todo se espera y con quien se comparte una comunidad identificatoria basada en insignias ("Surge -se refiere al gobierno de Mussolini- de las juveniles energías de la Nación, y está dominado por la Voluntad de su Líder. A él es a quien debemos mirar esperanzados..." Declaración de la Conf. Gral. de la Industria Italiana del 31-10-1922, luego de la Marcha sobre Roma); en el segundo, se eleva al líder a la posición de amo absoluto para quedar a su total merced en prácticas sacrificiales que exaltan más la aniquilación y el temor que el amor ("Duce, dinos contra quién debemos marchar! ¡Marcharemos!" En el discurso del Podestá de Milán luego de la campaña de Abisinia).

Este extraño emparentamiento del "Ideal del yo" con el superyó indica un importante camino a investigar en la teoría, en la clínica y en el malestar de la cultura. La encarnación del Ideal siempre oscila entre la exaltación y la opresión. A pesar de la primacía simbólico-imaginaria del Ideal que promueve lo amable de las insignias, la captura de la imagen no deja de coaccionar desde la trama simbólica: "¡¡Así debes ser para tornarte amable!!", mandato que, paradojalmente, acaba oprimiendo y mostrando, así, el pasaje de una primacía de lo simbólico-imaginario a lo real del goce.

La desgraciada historia de la psicología de las masas y los variados holocaustos del siglo XX -a los que ya podemos agregar los del XXI- son lamentables muestras de la conexión entre el lado amable de las insignias y el lado mortífero al que conducen "hipnóticamente", más allá del amor. Triple función, entonces, la del Ideal: impele, normativiza y coacciona.

"Sucede que las masas, en el momento del fascismo, desean que algunos ejerzan el poder, algunos que, sin embargo, no se confunden con ellas, ya que el poder se ejercerá sobre ellas y a sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y ellas, sin embargo, desean este poder, desean que este poder sea ejercido". (Foucault, M. en L'Arc Nº 49, 1972) (la negrita es nuestra).

Mucho se ha escrito y hablado sobre la pérdida de ideales, pero, luego de acabados los festejos por el entierro de "los grandes relatos" que casi con ensañamiento se anatematizaron, ingresamos al siglo XXI casi anhelantes de algunas de las insignias que pulularon en el anterior, máxime cuando una nueva guerra ha estallado, una guerra quizá más atroz que las anteriores, porque no llegamos a significar su modalidad, aunque ha reinstalado la proclama de consignas y la extraña aglutinación de masas tras ellas. Las consignas y las insignias propuestas, a pesar de los significantes utilizados, no convocan desde el lado del amor, sino más bien desde el terror: "justicia infinita" o "guerra santa". Ambas logran encolumnar a millones tras su llamado y nuevamente lo que prima no es la exaltación amable sino la opresión. Cabe tener en cuenta, al respecto, una afirmación de Lacan: "Lo que distingue al discurso capitalista es esto: La verwerfung, el rechazo fuera de todos los campos de lo simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. El rechazo de qué?: de la castración. Todo orden, todo discurso que se entronca con el capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas del amor, amigos míos... no es poca cosa..." (Lacan. "El saber del psicoanalista", inédito).

Llamativamente, ese rechazo de las cosas del amor por parte del discurso capitalista advierte que las nuevas proclamas y las nuevas insignias, no sólo obstaculizarán el lazo social sino que se ubicarán como una permanente amenaza en ciernes sobre ese lazo. Una amenaza que encuentra su "eco" en las respuestas de las masas, tras la obediencia y que en pos del paradójico intento de "salvarse", terminan ofreciendo su hórrido goce por el camino del sacrificio.

Escribía hace un tiempo, en otro lugar, que "Psicología de las masas y análisis del yo" podía ser considerado una crónica de amor y muerte de las masas con el amo-líder. Cabe recordar de ese texto de Freud la metáfora de los puercoespines tomada de su admirado Schopenhauer para dar cuenta de la paradoja irresoluta del sujeto, las masas y el líder: "«Un helado día de invierno, los miembros de la sociedad de puercoespines se apretujaron para prestarse calor y no morir de frío. Pero pronto sintieron las púas de los otros, y debieron tomar distancias. Cuando la necesidad de calentarse los hizo volver a arrimarse, se repitió aquel segundo mal, y así se vieron llevados y traídos entre ambas desgracias, hasta que encontraron un distanciamiento moderado que les permitía pasarlo lo mejor posible» (Parerga und Paralipomena, [...] {Símiles y parábolas}" .

Esta alegoría de los seres humanos puede entenderse: ningún sujeto soporta una relación íntima con el otro porque los cuerpos que dan calor y vida, con la intrusión de sus púas, pueden también provocar la muerte.

Estas fastidiosas púas -que interfieren, pero también posibilitan el lazo social- son más temibles cuanto mayor es el apretujamiento entre los seres hablantes, los cuales acaban a merced de las púas del líder que les vocifera por dentro, y donde la ley del Nombre del Padre no alcanza a imponer límites a ese goce. ¿Qué, sino identificación al führer para hacer conjunto y sostener la masa? ¿No es esa la respuesta de millones de seres humanos ante una amenaza bestial, para la que no tienen respuestas?

Las nuevas proclamas (fundidas en otras muy viejas) comienzan a aglutinar a grupos dispersos, se hacen nuevas "masas" que se encolumnan enceguecidas y cuasi ensordecidas (sólo prima voz y mirada) tras nuevos conductores que prometen el éxito. Mientras pretenden ser conducidas hacia la gloria -en pos del amor-, de entrada (esa es la variante de la guerra de hoy) están apostando al horror en procura de un goce mortífero. Y se encolumnan sacrificialmente tras el mandato del amo feroz, ese amo, ese mismo amo que les brinda con su insignia un posible aglutinamiento, y al que ofrecen a cambio sus bienes más preciados, y llegado el caso, la vida misma. Dice Néstor Braunstein "El ideal del yo es la agencia encargada de contabilizar y de centralizar los pagos en goce y en las libras de carne que el sujeto realiza para aplacar la culpa originaria y universal (...) El pecado, efecto de la Ley, le es consustancial. Nunca alcanza el ideal; sigue debiendo. (Por el camino de Freud, Siglo XXI, México 2001).

Si el ideal nunca se alcanza, si siempre queda una deuda por pagar, cabe interrogar por qué el sujeto humano redobla, triplica, la apuesta del deudor insalvable para quedar entrampado en el ofrecimiento de su vida o la de sus seres amados en una fascinación sacrificial que aterra.

 

2. Del ideal al desvarío de goce

Lacan abre un nuevo campo en el debate con Freud haciendo del "goce" el contrapunto del "inconsciente". Si la genialidad freudiana es "el deseo inconsciente", la lacaniana es lo real (de goce) del objeto a.

El campo lacaniano es el campo del goce, la singularidad de la posición del analista como semblante causa del deseo su envés, pero hay, más allá de la cura, un interrogante sobre el lugar del goce en la vida contemporánea.

Si el psicoanálisis es el revés del discurso del amo -tal la profecía de Lacan al siglo XXI- es porque se per-mite interrogar allí donde el discurso del amo se coloca al servicio del goce: las masas procuran ciegamente un 'amo' que no solo les brinde una in-signia (un Ideal) sino que las haga gozar. Ahí su desvarío.

Sobrecogedor el cierre de los seminarios XI y XVII: las figuras del goce asumen las formas del sacrificio en el holocausto... "La ofrenda a los dioses oscuros de un objeto de sacrificio es algo a lo que pocos sujetos pueden no sucumbir; en una monstruosa captura". Ni la ciencia, ni la religión ni la política escapan a este mandato, ni se interrogan acerca de él. Todos sus "decires" se mantienen en la indiferen-cia, la ignorancia o la desviación de la mirada de este desvarío: la pasión del goce. Mientras tanto, el sacrificio que ignoran, tienta a una escabrosa satisfacción, hoy la estamos viviendo y sobre-viviendo.

El campo lacaniano lanza una "valerosa mirada" hacia esta forma de goce que es el sacrificio: ¿qué lleva a los seres humanos a la compulsión a la repetición por el holocausto?

Lacan relaciona al sacrificio con el deseo y el goce del Otro, en suma con la inconsistencia del Otro. En este sentido el sacrificio intenta ser no sólo una "ofrenda de reconciliación" con el Otro destinada a apaciguar su deseo (lo que vincula el sacrificio con el amor y el deseo del Otro), sino también una manera de alimentar su goce (lo que vincula el sacrificio con el horror y el goce del Otro).

Ya que el Otro es inconsistente, una manera de procurar su consistencia es ofrecerle una libra de carne, o la vida misma , con el propósito de lograr su autenticación.

 

3. La tentación del sacrificio

Las prácticas inmolatorias hacen exis-tir al Otro del goce a costa de un bien muy preciado o de la muerte misma. Así, el sacrificio pretende en un sólo movimiento dos operaciones: captar la falta del Otro y, al mismo tiempo, encubrir dicha falta, dicha inconsistencia o, extremando nuestra posición, la inexistencia del Otro. Si el sacrificio, como afirma Lacan en el seminario X (06-06-63) "está destinado a la captura del Otro en las redes del deseo", su ofrenda garantiza que el Otro existe y que el sujeto no le es prescindible. Esto es, hay Otro que lo incluye en su deseo y su goce. El sujeto tiene un lugar posible en el deseo del Otro y, a su vez, ese Otro, puede ser apaciguado o, mejor dicho, colmado su goce vía el sacrificio.

El sacrificio conlleva, por eso, en sus variadas figuras, un valor de goce que es irresistible. Hoy se asiste al encolumnamiento de las masas que no se resisten a su fascinación. Pero no es de hoy, tiene más de 2000 años ese aterrador llamado, pero vale la pena recordar a uno de hace 70 años, lo veremos surgir actualmente con nuevas musicalizaciones, pero dirá lo mismo: "La crueldad impone respeto. La crueldad y la brutalidad. El hombre de la calle no respeta más que la fuerza y la bestialidad. Las mujeres también, las mujeres y los niños. La gente experimenta la necesidad de sentir miedo; los alivia el temor. Una reunión pública, pongamos por caso, termina en pugilato: ¿no habéis notado que los que más severo castigo han recibido son los primeros en solicitar su inscripción en el partido? ¿Y me venís a hablar de crueldad y os indignáis por habladurías de tortura? Pero si es precisamente lo que quieren las masas. Necesitan temblar" (A. Hitler). El sacrificio conlleva, por eso, en sus variadas figuras, un valor de goce que es irresistible.

Proponer una insignia que aglutine y, a su vez, provoque horror llevó a la matanza más devastadora del siglo XX. El actual las reinstala con nuevas y sofisticadas tecnologías. Y eso humano, demasiado humano de nuestros congéneres parece resurgir prontamente: el encandilamiento en pos del ofrecimiento sacrificial.

 

4. ¿Es posible domesticar el "llamado al goce"?

En el campo lacaniano está el goce y el "llamado al goce" como una atracción fatal hacia el sacrificio a la que pocos sujetos pueden sustraerse. Pero también está el Nombre del Padre, operador estructural que ejerce la vigilancia del goce, que es la clave misma de él, que tiene su custodia y al mismo tiempo no deja de ser su convocante.

Tanto Freud como Lacan se cuidaron de idealizar la función del padre como vigía de la ley, ya que dieron cuenta, cada uno a su manera, de las variadas fallas de la ley del padre.

Quienes han querido leer en las formulaciones freudianas claudicación y condescendencia al padre idealizado como desmentida a las premisas sobre el superyó no han reparado, en esas críticas, en la confrontación trazada entre el programa del malestar en la cultura y el de la religión. Es más, lo insostenible, tanto del padre enaltecido y perfecto, como de una conciencia moral benévola que premia la virtud, es destacado por Freud en la "35ª conferencia" no sólo desde las premisas psicoanalíticas, enmarcadas en el programa del malestar en la cultura, sino también atisbadas dentro mismo de la cosmovisión religiosa.

Desde las premisas psicoanalíticas Freud asevera: "No parece cierto que en el mundo exista un poder que procure con paternal cuidado el bienestar del individuo y lleve a feliz término todo cuanto le afecta" (35 Conf. Volumen XXII, Pág.154) Claro reconocimiento a la inconsistencia del padre y a la imposible benevolencia de la conciencia moral. "Poderes oscuros, insensibles y desamorados presiden el destino humano [...]" ; poderes residuales del espiritual padre que no todo legisla: poderes del superyó de los que el sujeto no puede fácilmente escapar.

Lacan, partiendo de las premisas freudianas, y proponiendo un más allá del Edipo como duelo al padre intersecta, desde el amor impío al padre, pulsión de muerte, masoquismo, y apuesta al deseo que aplaca la cobardía moral y la tentación de los ofrecimientos de goce. En suma, sólo soportando la desidealización del padre, y asumiendo la responsabilidad que cabe a los sujetos en los actos de su destino, es posible escapar a la tentación de apostar por el amo cruel o del Dios oscuro. En ese caso se renuncia a la cesión de responsabilidad de ubicar al Otro como "hacedor" del destino, al mismo tiempo que se asume la responsabilidad de refutar al Otro de goce por sus atrocidades.

No es esta justamente la apuesta de las masas y de los sujetos que se encandilan en pos del sacrificio, más bien se responde allí al desarreglo de la ley del Nombre del Padre, por lo cual la pasión del sacrificio es una de las versiones de goce de lo que Lacan llama la "père-versión".

Por esa obscena atracción al sacrificio al que pocos pueden resistir; los discurso que Lacan demarca, no son sino intentos de dominar o domesticar al goce. Así el discurso del Amo recurre a la ley, el de la Histérica al síntoma, el Universitario a la burocracia, el del capitalismo al consumo y el del analista al semblante causa del deseo. Cinco imposibles anudados a lo real: gobernar, histerizar, enseñar, consumir y analizar. Cinco imposibles que dicen, cada uno a su manera, que no es posible domesticar al goce.

Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que las hipótesis de Lacan sobre el discurso capitalista no tenían asidero. Parecía que el consumo propuesto por el discurso capitalista no era un imposible, sino que un consumo globalizado aseguraba su infinita circulación. Hoy asistimos a un mundo que constata que también el consumo es un imposible porque se confronta con sus límites, gran parte de la población mundial queda fuera, excluida de él o amenazada por él y entonces enarbola nuevos intentos de discursos, esto es lo que vemos -desconcertados- surgir ahora.

Por lo que sabemos hasta hoy sólo el discurso del analista se permite interrogar al goce hasta hacer "avergonzar" porque cuenta con el reverso del artificio del Nombre-del-Padre como operador estructural que permite a los sujetos (uno-por-uno) sustraerse al goce.

 

5. Goce y holocausto

Los seres humanos -desde su más cruda humanidad- y como respuesta a lo real convocan la figura del amo: para recrear las del goce. El holocausto acecha al nuevo siglo y no hay promesa alguna en el campo lacaniano que pueda impedirlo, salvo interrogar al desvarío de nuestro goce sin rehusar a la verdad como causa. La desmesura de la exigencia atribuida a un "Dios oscuro" lleva a las masas a convocar o inventar un amo que las conduzca justamente ahí, ahí donde de otra manera, si se percataran de su fascinación, no les quedaría otro remedio que avergonzarse: apostar a la muerte sacrificial es vergonzante.

Si la vergüenza es el único afecto que merece la muerte sacrificial, ¿es posible aver-gonzarse por su búsqueda, por su llamado? Lacan dirá que no. El 3-12-69 pone fin a una discusión con los estudiantes de Vincennes diciéndoles: "... son ustedes, los que juegan la función de los ilotas de este régimen. ¿Tampoco saben lo que eso quiere decir? El régimen se los muestra. Dice: ¡mirad, miradles gozar!"

Tentación del sujeto a ubicarse en el lugar del ilota o del esclavo : estar despojados de todos los derechos jurídicos de ciudadanos y gozar a pura pérdida apostando "del padre a lo peor". Al concluir el Seminario XVII bosqueja su enseñanza al siglo: "...no hago demasiado, pero sí lo justo para hacerlos avergonzar".

Si aún es posible enrojecer de vergüenza, es posible convocar a los Nombres del Padre y a la mirada del Otro como legislante, que haga caer el velo que ciega de goce y que impide ver, que en un mundo y en un país agujereado de goce, la promesa totalitaria de cualquier color nos despoja, y nos quema, el pasado, el presente y el porvenir. Allí el holocausto. Comenzar por la vergüenza es un buen paso para reconocer su presencia, su amenaza e intentar rehusarlo.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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