Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Lo perverso en el discurso social y político
Norma Alejandra Marcia Maluf

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Este trabajo prosigue en el intento de articular problemáticas y categorías de las ciencias sociales con la teoría psicoanalítica. Si los conceptos del psicoanálisis sólo pueden probarse en la experiencia de la clínica, considero que sus premisas y conceptos no pueden dejar de aportar a la comprensión de lo social. Y esto por dos razones principales: la primera, porque el sujeto –y el sujeto del inconsciente- está implicado en el acontecer social, aunque las ciencias sociales lo desconozcan sistemáticamente. Pero si las ciencias sociales niegan la categoría de sujeto, el psicoanálisis erige la de lo social como constitutiva de una estructura caracterizada por la imbricación fundamental entre lo subjetivo y lo colectivo.1 En segundo lugar porque en el discurso se ubica la articulación entre la subjetividad y lo transubjetivo. Es en el discurso que se hace posible "leer" la estrecha imbricación entre el sujeto y el Otro. 2

Me referiré al discurso social o político haciendo un uso de categorías aceptadas por las ciencias sociales, no así por el psicoanálisis que estudia la estructura de los cuatro discursos conocidos como el de la histérica, el del Amo, el del analista y el universitario. Con discurso social y discurso político me referiré a los discursos que se estructuran en las instituciones sociales y políticas, que se revelan generalmente a través de sus agentes y de la llamada "opinión pública".

La inclusión del psicoanálisis en el estudio de estos discursos no evoca necesariamente la idea de que el discurso político o social revele la estructura del sujeto. Por lo contrario, lo que en él se revela es la ausencia de sujeto, la cobertura a través de lo simbólico, de todo lo que constituye el orden de la subjetividad y de lo inconsciente. Si como dice Lacan, en el acto analítico el sujeto está subvertido,3 las ciencias sociales constituyen el espacio discursivo privilegiado en que se expresa su exclusión. Y esto porque el mismo discurso está sometido a leyes según las cuales en toda sociedad se controla, selecciona y redistribuye su producción por mecanismos cuya función es la de conjurar poderes y peligros, y esquivar su "temible materialidad" que suele radicar en el deseo. 4

 

En este trabajo quiero introducir unas reflexiones que permitan aproximarnos a la relación amplia entre la violencia en los discursos y la perversión, como parte de un estudio de más largo aliento sobre la violencia desde la perspectiva del psicoanálisis. ¿Por qué relacionar perversión y violencia, si la primera es estructura clínica y la segunda pertenece a una fenomenología que puede presentarse en cualquiera de las estructuras?.

Una razón es que la perversión como toda estructura clínica, es un hecho de discurso. Es en el discurso donde el perverso denuncia su fantasma en relación con el goce, con el saber sobre el goce, como dice Braunstein, el fantasma de "sabergozar". 5 En el ejercicio de su sabergozar, el perverso goza en detrimento del otro semejante, persigue la división subjetiva del otro en su intento de no aceptar la falta en sí. La perversión sería entonces partidaria de un poder que no admite la participación, la existencia simbólica del otro, sino su victimación. Nada más cercano a la definición de la violencia que la búsqueda de la división subjetiva, la cual apunta al sufrimiento o a la anulación material o simbólica del semejante, reduciéndolo a la condición de objeto.

I.

Lo perverso en el discurso social y político, o mejor dicho, los rasgos perversos de esos discursos –ya que no se trata necesariamente de un sujeto perverso que habla- tienen un lugar en el concepto de la "voluntad de verdad" de la que escribe Foucault.6 Dice este autor que en la antigüedad el discurso "verdadero" era aquel pronunciado por quien tenía el derecho y el poder de hacerlo, y según un ritual requerido. Si bien a través de la historia, el poder del sujeto ha sido reemplazado por el contenido del enunciado y su referente, la voluntad de verdad aún se enmascara en el saber y en todo el soporte institucional en el que ésta se apoya. La afirmación que hace Foucault acerca del desplazamiento de la enunciación por el enunciado –desde el punto de vista lingüístico- es dudosa, y pienso que en ello radica la persistencia de la voluntad de verdad a través del desarrollo de las ciencias.

La imposición sutil de la voluntad de verdad, por estar condicionada y a la vez determinada por el poder, excluye la participación discursiva del otro, por lo menos si éste no se ha adherido a la "verdad". Porque voluntad de verdad y poder están en relación, los rasgos perversos del discurso, los de la partición subjetiva del otro se articulan a los discursos políticos como si estuvieran dotados de pleno derecho. La partición del otro aparece entonces como constituyendo una racionalidad que se sostiene en las disciplinas –la economía, el derecho- para imponerse y aparecer como incuestionable. Algo de esto nos recuerdan las insistentes afirmaciones de hombres de Estado contemporáneos sobre la "necesidad de aceptar el sacrificio para conformarse a los efectos del ajuste7, o la de "no poner en riesgo la seguridad jurídica de la Nación"8, en un llamado a aceptar los condicionamientos impuestos por los organismos financieros internacionales para el pago de la deuda, por ejemplo. El político se erige en el agente de un discurso en el que prima una voluntad de verdad sostenida en una justitificación jurídico-institucional, y en una voluntad que es de goce del Otro, como llevados a promover lo que Lacan menciona como "goce de los ricos: "la seguridad del goce de los ricos en la época en que vivimos está sumamente incrementada por lo que llamaría la legislación universal del trabajo."9

Tanto la voluntad de verdad de Foucault como la perversión en Lacan remiten a una idea de universalidad. "Para que la máxima haga la ley, es preciso y coherente que ante la prueba de tal razón pueda retenerse como universal por derecho lógico".10 El saber perverso, del orden de lo singular y lo particular, se invierte, y pasa a pertenecer al orden de lo universal. La preeminencia del mercado, del pago de la deuda externa sobre la deuda social, la convocatoria al sacrificio de los ciudadanos (para no mencionar los discursos etnocentristas) se constituyen como discursos únicos e indiscutibles. Al apoyarse en las distintas formas de la ley, este discurso oculta la transgresión que apunta a la eliminación del otro, y es por ello portador de violencia. El mandamiento parece ser "Todos debemos sacrificarnos" ¿Por qué?, ¿para quién? No hay una respuesta concreta para una pregunta que rara vez o jamás se formula libremente, en virtud de las leyes de control del discurso que menciona Foucault.

Pero Lacan dirá que el deseo perverso se sustenta en el goce del Otro, que cumple las veces de un dios. En el fantasma perverso, el objeto no es más que uno de los términos, que "cuando el goce se petrifica en él, se convierte en un fetiche negro en que se reconoce la forma claramente ofrecida en tal tiempo y lugar (...) para que se adore en ella a un dios. "11 El efector es entonces un instrumento, un siervo del placer. La voluntad proviene del Otro, voluntad que es de goce. En este punto se reconoce las implicaciones del "sacrificio" que sigue resonando en nuestros oídos como el llamado a un ritual ofrecido a un dios de la antigüedad. Ese Otro del que proviene la voluntad de goce, que para los judíos era Yahvé, para Sade es la naturaleza y la pasión. Para el mundo contemporáneo, se trata de Otro oculto en las instituciones que "racionalizan" la vida social –¿las finanzas, el mercado?- y que tiene preeminencia sobre los sujetos y las sociedades.

La voluntad de verdad se corresponde con el acatamiento de los que "envidiamos" el acceso al goce, como si con esto participáramos en el goce del perverso. ¿Por qué no se denuncia la falsedad, o lo perverso en el discurso, o al menos su específica particularidad?. ¿Por qué aquello generalmente es acatado? Porque se apoya en una razón retenida como universal, según la máxima kantiana, condición precisa y suficiente para Lacan, para que un principio se haga ley.12 Por eso esa verdad aparecería como un discurso incuestionable y creíble. Como que en este punto opera una "convocatoria" al sujeto, pero que no es solamente del orden del lenguaje; el acatamiento está en relación a la atracción que lo perverso ejerce sobre el neurótico. En este sentido dice Braunstein que mientras el neurótico está en la dificultad de saber sobre su deseo, el perverso tiene el problema resuelto. Por eso el neurótico se sometería a las premisas que expresan un saber-gozar, nunca alcanzado por éste. 13

 

II

Una segunda proposición se ubica en el problema de la interdicción en el mundo contemporáneo en el que asistimos al parecer a un retorno continuo de la transgresión.

Si en el mito de la horda primitiva reside el origen de la prohibición, es porque la Ley adviene con la desaparición del padre. Lacan dice que incluso tras su muerte y sobre todo a causa de ella, no puede evitarse el refuerzo de la Ley; para él "...el goce permanece tan interdicto para nosotros como antes –como antes de que supiésemos que Dios está muerto" .14 La interdicción del goce le sobrevive a aquél –el padre- que aparece como su principal obstáculo. Entonces, ¿cómo se puede entender la subsistencia del goce? Solo sería porque el padre de la horda, el padre cruel y gozoso, es él mismo portador de un mandato de goce.

El mito del padre de la horda, aparece entonces, metafóricamente, en los discursos de autoridad en el que no hay espacio simbólico para la participación del otro.

La proliferación contemporánea del delito, de la transgresión y de los discursos sobre los mismos –que dan cuenta no sola o necesariamente de una preeminencia de la violencia, sino de la preeminencia significante de la violencia- tendría que ver no con la ausencia de la ley, sino con la autorización al goce por la ley. La transgresión parece estar cada vez más autorizada. ¿Por qué? ¿De dónde proviene este mandato a la transgresión?

Al parecer, existe en nuestra cultura un déficit cada vez más pronunciado respecto a la función del padre, y del mismo discurso sobre el padre. La falla radica en el padre simbólico, interdictor, el que establece el entredicho entre el niño y el deseo de la madre. Lo que se presenta actualmente es un déficit en la función prohibitiva del padre. ¿Por efectos de qué procesos? Probablemente se trata no solamente de una carencia del padre en la realidad –por situaciones socioeconómicas y demográficas como la migración- sino de la ausencia del padre interdictor, del padre como metáfora, como el significante que sustituye al otro significante que es la madre. (El padre, dice Lacan, es una metáfora, un significante que se sustituye a otro significante.) 15 Es en tanto que el significante del padre se sustituye al de la madre que se produce el efecto de lo que se denomina la metáfora paterna, el efecto de un agujero a partir del cual se establece la posibilidad del significante para el sujeto.

Existiría la preeminencia de otra ley en la estructura perversa. ¿Por qué esta otra ley? Probablemente porque en la carencia del padre simbólico, o en su debilidad, la primera ley, la de la prohibición del incesto, no opera con la fuerza lógica necesaria para establecer en el niño el Nombre-del-Padre como representante y portador de la Ley. Con relación al caso Juanito, dice Lacan que como no hay padre, "no hay nada para metaforizar las relaciones del niño con la madre".16 La Ley de la metáfora paterna sería entonces insuficiente para establecer las mediaciones simbólicas del niño con su madre y los otros. En este estado de cosas, la existencia de "otra ley" (que puede provenir de la madre o el padre de la realidad, e indirectamente de sistemas ideológicos o filosóficos) ocuparía el lugar de la metáfora, que como el caballo de Juanito sustituye el Nombre-del-Padre. La "otra ley" y las ideas que la justifican, constituirían lo que Lacan denomina un punto de almohadillado, significante que "sujeta" la falta de metáfora paterna, para situar al sujeto en el mundo simbólico.

La carencia del padre simbólico, del significante Nombre- del- Padre en nuestra cultura se articularía a los discursos perversos para integrarse en una "ley" que denuncia la ausencia o la debilidad de la Ley.

La ambigüedad propia de la ley como significante –que por serlo siempre está en relación a otro significante- se apoya entonces hoy más que nunca en una caída 17 de la metáfora paterna, en la falla de esa interdicción fundamental que es la del Nombre del Padre.

¿Qué ocurre en la estructura singular del perverso? Relatos de hombres del llamado "mundo del crimen" refieren el haber tenido un padre cruel, dañino, que se mofaba de la inocencia infantil del sujeto. Un padre que ofrece al hijo un caramelo y en su lugar le quema la piel con un cigarrillo. Si lo que sustituye al deseo de la madre no es la metáfora paterna, sino esa otra ley del padre cruel, la castración opera, pero en un sentido inverso, reemplazando al deseo por la voluntad de goce. Se constituye un sujeto tachado por el deseo del Otro, que intenta desmentir su propia tachadura.

La declinación de la metáfora paterna en nuestra cultura y la prevalencia del padre gozoso por sobre el padre normativo y pacificador construyen una relatividad que no puede ubicarse fuera de los discursos. Lacan decía que el padre tiene un lugar en la normalización del deseo, pero "sólo en la medida en que todo está en orden del lado del Nombre-del-Padre18.

Lacan, con Freud nos conduce a una conclusión inquietante. Una conclusión que intenta dar respuesta a un interrogante que no es el por qué de la violencia, sino el por qué la paz, cuando dice que a lo que retrocedemos frente a la violencia es a atentar contra la imagen del otro, sobre la cual nos hemos formado en tanto yo. Nos encontramos en el campo de las identificaciones imaginarias y simbólicas que tienen su importancia fundamental en la constitución del sujeto, las relaciones y el orden social. Las propias leyes de la igualdad se sostienen en estas identificaciones. Pero si ellas son objeto de leyes supremas y muestran al mismo tiempo todos sus fracasos, quiere decir que la identificación sobre la que se constituyen tiene el carácter de un "hueco".19 Tanto en lo imaginario como en el simbólico, la falta y el vacío son sus características. "Las imágenes son engañosas (...) También el hombre, en tanto que imagen, es interesante por el hueco que la imagen deja vacío."20 La ley que asegura la vigencia de la paz, al no sustentarse en el Nombre-del-Padre, está solamente prendida de la identificación imaginaria, que es espejismo. Esta ley, al estar en conjunción con la metáfora paterna fundaría la posibilidad de que los sujetos sostengan el discurso pacificador de una cultura de derechos. De lo contrario, las identificaciones imaginarias conllevan la adhesión a otros discursos en que existan amigos y enemigos, y donde la violencia se vuelva legítima, porque se ejerce en nombre de la supuesta unidad de unos contra otros que son los excluidos de estas redes imaginarias. El "pacto social" no parece ubicarse solamente del lado de asegurar la convivencia colectiva, sino sobre todo un imaginario de intersubjetividad, sostenido por la ley del goce del Otro, en la que la verdad del sujeto está excluida. La convivencia colectiva se sostiene entonces de imaginarios, los mismos que construyen discursos sobre las "identidades", significantes siempre relativos y frágiles.

Notas

1 Alusión a las reflexiones aportadas por la lectura de Freud, S., Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras completas, Volumen 18, Amorrortu editores, Buenos Aires, 7ma. Reimpresión, 1997.

2 Empleo para este trabajo la acepción del término discurso de Émile Benveniste como "conversión individual de la lengua en discurso", "discurso en su extensión más amplia: toda enunciación que supone un hablante y un oyente, y en el primero, la intención de influir de alguna manera en el otro". Benveniste citado por Dominique Maingueneau, Introducción a los métodos de análisis del discurso. Problemas y perspectivas, Hachette, Buenos Aires, 1980, pág. 16

3 Lacan, Jacques, "La equivocación del sujeto supuesto al saber", Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, pág. 25-37.

4 Foucault, Michel, El orden del discurso , Tusquets editores, Barcelona, 1980, pág. 11.

5 Braunstein, Néstor, Goce, Siglo XXI editores, México, 1990, pp. 175-193

6 Idem, pág. 18

7 León Febres Cordero, Alcalde de Guayaquil, en el mensaje habitual a los ciudadanos de los días jueves, mayo de 2000.

8 Palabras del presidente Fernando de La Rúa, Diario Clarín, junio de 2000 ante el veto del Congreso argentino a las reducciones efectuadas a las remuneraciones de los empleados públicos del país.

9 Lacan, Jacques, Seminario 7. La ética del Psicoanálisis (1959-1960), Editorial Paidos, Buenos, Aires, 1988, Clase XV. El goce de la transgresión, pág. 242.

10 Lacan, J. "Kant con Sade", en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1987, pág. 746.

11 Idem, pág. 752.

12 Lacan, "Kant con Sade", op. cit., pág. 746

13 Braunstein, op. cit., pág. 178.

14 Lacan, La ética del psicoanálisis, op. cit., pág. 223.

15 Ibídem

16 Lacan, J. Seminario Las relaciones de objeto, Paidós, Buenos Aires, pág. 328.

17 Alusión al término que connota lo evanescente del sujeto, efecto de la cadena significante.

18 Lacan, la ética del psicoanálisis, op. cit. pág. 220. La doble función del padre, como la de Dios, seres pacificadores y al mismo tiempo gozosos, hace comprensible en cierta medida un no sentimiento de culpabilidad que declaran los criminales. No hay culpa porque la Ley, la del Otro, ha sido cumplida. Además, la culpa se ubica en el orden de la falta, la misma que el perverso desmiente, llevado por la voluntad de goce.

19 Idem, pág. 237

20 Ibídem

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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