Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Presentación del Foro de Cine y Psicoanálisis
Julio Ortega Bobadilla

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Las fechas coinciden de manera asombrosa y de forma inexplicada todavía.

En París, Londres, Berlín y New York las audiencias acuden en masa y se quedan pasmados ante los sencillos filmes de Lumière que captan el instante y lo dilatan para el goce de los espectadores que acuden en masa a ver escenas de la vida cotidiana que por el solo hecho de ser proyectadas en una pantalla, adquieren el carácter de extraordinarias.

Cierto es que, la invención del cine, es reclamada por varios más: Edison en los Estados Unidos; Max Skladanowsky en Alemania; Friese-Greene en Gran Bretaña. Sin embargo, es comúnmente aceptado, que corresponde a los hermanos Lumière dar a luz —¡Paradojas del nombre!—, ante unos cuantos espectadores asombrados del Grand Café, al séptimo arte, que bien podría ser llamado, el arte total.

El nacimiento del cinematógrafo puede fecharse entre los años 1895 y 1897, los mismos años de la elaboración de los cimientos del edificio freudiano. Ambos inventos han corrido juntos a lo largo de su existencia. El celuloide no ha cesado de alimentarse de la revaloración del sueño y el poder de la imaginación que el psicoanálisis reintrodujo a través de la Traumdeutung.

Freud, por su parte, no parece haber valorado el cine de la misma manera que G. W. Pabst autor de Secretos de un alma (1926) o el surrealista director hispano — mexicano Luis Buñuel, el psicoanálisis. Embebido en sus obsesiones y en su proyecto, Freud parecía apreciar poco, cualquier propuesta artística novedosa. Sus gustos estéticos parecen haber sido los de un nonagenario tradicional. Incluso, se mostraba renuente al uso del teléfono. Si nos viese el maestro... tecleando el ordenador como locos... lanzando al aire nuestras ideas a medio elaborar...

Contrariamente a lo que debiera esperarse o pudiera imaginar, la actitud de Freud ha marcado a sus continuadores ¿Seremos una especie demasiado atenta a no desatender la huella del padre primordial? La fidelidad se confunde, muchas veces, con el dogma.

Para los psicoanalistas, decíamos, el cinematógrafo no ha tenido la trascendencia debida. Es cierto, que para algunos nuestros colegas el cine ha sido el punto de inserción en el psicoanálisis, a través de esa práctica maravillosa que es el cine – debate, sin embargo, la historia no recuerda ningún psicoanalista – cineasta. Cierto es, que hay más de un analizante – cineasta, de los cuales, encabeza la lista un gringo que responde al nombre de Woody Allen (Un tema que no desarrollaremos, pero que sería más que sugestivo, sería rastrear el tratamiento que los cineastas han hecho del psicoanálisis y los psicoanalistas, seguro, no saldríamos bien parados).

Los filósofos, criticados siempre por el profesor, han asimilado mejor que nosotros la lección del cine (Wittgenstein gozaba viendo westerns que hoy nos parecerían estúpidos). Ellos han ido acomodando su discurso para recibir la influencia del cine y algunos han ingresado a las filas de la crítica cinematográfica o colaborado en la realización de películas.

Julio Cabrera ha escrito un libro simpático y altamente recomendable sobre el tema —despreciado por algunos de mis amigos filósofos— con el sugestivo título: Cine: 100 años de filosofía. En su texto, demuestra que los planteos del cine son abiertos, problematizantes. No son un mero registro de lo real como lo pensaba Vittorio de Sica, sino ideas estructuradas lógicamente, conceptos que se mueven, haciendo uso de las infinitas capacidades del cine para mostrarnos perspectivas múltiples, manipulación de tiempos y espacios, puntuaciones ( ¡Ojo, analistas!).

Hemos escuchado a algunos colegas y uno que otro despistado, decir con desparpajo: "A mí no me gusta el cine..." O proferir: "El cine de ideas es para quienes no quieren leer, el celuloide se hizo para divertir y pasar el rato". Su pecado no es la falta de cultura, sino miopía intelectual.

Quienes así piensan, pretenden parecer profundos y pasan por incautos. No han percibido la importancia de ese arte que no es un espectáculo más, sino la síntesis de toda estética y la puesta en movimiento de la literatura, de la filosofía y en última instancia, de cierto análisis psicológico profundo que raya, en momentos afortunados, en un psicoanálisis de los personajes y sus motivaciones inconscientes.

María Zambrano en un ensayo sobre Filosofía y Poesía, presa de la tajante división logos – pasión, da cuenta de una escisión frecuente entre pensamiento y poesía que enfrenta a filósofos y poetas. Desarrolla una propuesta que sostiene a la filosofía requiriendo de un método, mientras que la poesía es más bien un encuentro, un don. Esta oposición ha sido marcada por algunos filósofos también, y tiene su más brillante ejemplo en la prohibición de Platón en La República para que los poetas ejerzan su oficio para no engañar más al ciudadano. En esta ley se entreve la ubicación de la filosofía como verdad y la poesía como artificio, desde Heidegger sabemos que esto no es así.

Para Zambrano, la filosofía se nutre del estudio y las citas a los textos venerables, siguiendo una tendencia a exponer la universalidad del ser, la poesía pareciera explorar sólo el resorte individual y la tragedia personal. La poesía pareciera arrastrar al escándalo de las emociones.

La división, sin embargo, no es clara y parece confusa ¿Acaso la poesía no llama a ninguna universalidad? La respuesta que nos surge es enfáticamente positiva. Podemos leer hoy como ayer, los poemas de Safo y a pesar de la distancia temporal — independientemente del objeto amoroso— vibrar ante sus palabras apasionadas. Netzhualcoyotl canta al hombre, atravesando la niebla del tiempo, los sucesos de la conquista, la mezcla de las sangres. Los heterónimos numinosos de Pessoa nos transmiten tristeza y soledad sin importar el tiempo ni la realidad del personaje.

Una segunda objeción a esta argumentación de Zambrano es que algunos filósofos prefieren el método de la asociación libre y la estética poética al método riguroso.

Nietzsche, por ejemplo, escoge saltar de la filosofía a la literatura a morir preso entre las cadenas del método. Si examinamos La Voluntad de Poderío en sus contenidos la encontraremos desordenada, libertina y gozosa. El estilo de Nietzsche es poético y a la vez enigmático, no parece el estilo de un filósofo sino de un poseído. Para quien está acostumbrado a la lectura delineada de tesis filosóficas y sobretodo, para aquellos que prefieren y defienden la aproximación analítica, resulta difícil la lectura del texto lleno de aforismos y que no llaman a una comprensión lineal y unívoca. Zambrano dice que el poeta carece de método y de ética... Nietzsche hace de la poesía un método, el genealógico; no descuida la cuestión ética que vemos reflejarse en un dolor para decir. Corre por Nietzsche, un pathos trágico que lo emparenta con Antígona y una voluntad que lo obliga a ir en contra de la corriente del pensamiento racionalista.

El caso de Nietzsche es ejemplar, se ha convertido en el filósofo más influyente de principios del siglo XXI y su aproximación "sin método" es el estilo dominante de nuestro tiempo. Vattimo, Foucault, Baudrillard, Derrida, y en cierta medida, Freud mismo — ¡Lluevan las críticas sobre mi atrevimiento!—, recorren el camino originalmente marginal de ese loco. Nietzsche se ha permitido hacer filosofía sus obsesiones y abismos personales, su estilo indirecto de abordar la realidad supone que ésta sólo puede ser abordada a través de la metáfora. Lenguaje y mundo son dos universos diferentes, igual que para el creador del psicoanálisis, todo lenguaje es retórico. El interés por el saber está relacionado directamente con la pasión para experimentar lo inédito.

El Zaratustra de Nietzsche es una novela y al mismo tiempo un poema a la soledad del filósofo que entreve la maldad y la corrupción del hombre en una sociedad de idiotas dedicada a la banalidad de los bienes, a festejar el olvido del ser. Also sprach Zaratustra es una obra poética y musical, es así como lo entendió Strauss y produjo sobre sus impresiones una sinfonía extraordinaria.

Juguemos con la imaginación. Concibamos a un Friederich Nietzsche reencarnado en el siglo XX, sin duda, estaría armado de una cámara en vez de lápiz y papel ¿Cuál sería el nombre y apellido de esa reencarnación imaginaria? ¿Federico como Fellini, Françoise como Truffaut, Fritz como Lang, Francis como Ford Coppola?

La narrativa filosófica es un método y el cine es la versión moderna de la pluma entintada de signo pático. Menos claro en sus márgenes y alcances que las tentativas literarias. Especialmente alejado de los proyectos filosófico – técnicos de los filósofos apáticos que descuidan la temática de la pasión. Para los apáticos, la razón ha sido considerada como el fiel que puede dar cuenta de la realidad. Las raíces de este hilo de pensamiento pueden rastrearse desde la ciencia griega y el pensamiento pitagórico hasta Wittgenstein, hombres que deciden afrontar el mundo con el fiel de la razón, las matemáticas, la mecánica y la geometría como los instrumentos privilegiados para dar cuenta de la estructura del mundo. Estas visiones de la filosofía reflejan —Lacan nos lo muestra en el análisis del péndulo de Huygens (Seminario 2. El yo en la teoría de Freud. Enero de 1955)— el entusiasmo por los éxitos de ciertos adelantos científicos propios de cada época, y cómo éstos empujan a la generalización de los resultados en el campo de la técnica y la comprensión física hacia las ciencias llamadas del espíritu. El péndulo tiene en Descartes una influencia tal que le hace concebir al hombre como una máquina; la puntualidad y precisión de la geometría conduce a Spinoza a formular un pensamiento estructurado que ve calculado al detalle el mundo con un orden derivado de ésta, produciendo una radiografía de la arquitectura del gran edificio cósmico cuyo penthouse es habitado por Dios; la mecánica y la ley de gravedad son aplicadas por Newton para comprender el mundo como un todo organizado de acuerdo a principios matemáticos de atracción y repulsión de fuerzas.

Las verdades de cada visión del mundo están determinadas al ojo genealógico y también al psicoanalítico, por situaciones que no guardan ninguna fidelidad con el mundo sino con parámetros definidos de sistemas de creencias subjetivas y en última instancia estéticas.

Podemos calificar al cine, sin duda, de un instrumento de la filosofía y del análisis psicológico. Ese invento mágico muestra, en el sentido más wittgensteiniano posible, ideas sobre el mundo y el hombre. Bergman, Hitchcock, Tarkowsky, Buñuel, Kurosawa, Wim Wenders, Joel Cohen, y Greenaway, sostienen filosofías y profundos análisis de la psique humana, pese a quien le pese, y han formado un auditorio más grande de espectadores de sus tesis que muchos filósofos, psicólogos y psicoanalistas contemporáneos... lectores.

Citemos, para reforzar nuestra afirmación, algunos de los recargados títulos de los capítulos del —¡Fortuna para el lector!— menos enrevesado libro de Cabrera: Bacon, Spielberg y los filmes catástrofe (la relación del hombre con la naturaleza); Kant, Thomas More y la sociedad de los poetas (teoría y práctica); Karl Marx, Costa Gavras, Oliver Stone y el cine politizado (política y pensamiento); Jean Paul Sartre, Thelma, Louise y el infierno de un matrimonio sueco (la existencia y la libertad).

¿Análisis — seremos mejicanos en esta expresión— jalados de los pelos? Escojamos un ejemplo más banal, si se quiere. Examinemos la película Los pájaros de Hitchcock, habitualmente recetada en una tarde ociosa de domingo al televidente. El brillante psicoanalista – filósofo Slavoj *i*ek analiza, detenidamente, las interpretaciones posibles del ataque irracional de los pájaros: una cosmológica, una ecológica y otra familiar.

Según la primera lectura el ataque de los pájaros es la visión de Hitchcock del universo humano: un sistema pacífico en la superficie cuyo orden es siempre engañoso y que puede ser trastocado en cualquier momento, por obra del azar o del error.

La segunda lectura: los pájaros del mundo se unen, cual proletarios emplumados, contra la explotación atolondrada del hombre. Para apoyar esta lectura, mencionemos que, no deja de ser interesante el que Hitchcock seleccionó los pájaros atacantes entre especies conocidas por su carácter suave, no agresivo: gorriones, gaviotas, etc.

La tercera lectura es en el plano de las relaciones intersubjetivas y ¿Cabe alguna duda? ¡Psicoanalítica! El ataque de los pájaros es la corporización del drama interno de los personajes. Ellos representan a la típica familia del american dream y cómo éste, muestran una perturbación esencial de sus relaciones. La madre posesiva y edípica, cela al hijo con pasión. El horizonte muestra a una de las víctimas de ese amor prohibido, una mujer que inútilmente ha aguardado el desprendimiento del mamón Robert Taylor y que será destruida por la indiferencia del amado y la sujeción de éste al mortífero deseo materno. La necesaria redención del protagonista sucede a través de la comprensión de la tragedia del deseo incestuoso y la aceptación de un nuevo amor que lo lanza fuera de su pueblito hacia la exogamia.

Hitchcock se nos muestra así, como un filósofo nihilista atento al caos que subyace al orden engañoso de la realidad, también como un conciencialista ecológico que advierte sobre la destrucción de la naturaleza por la estupidez humana, y finalmente, como un psicoanalista implacable del orden familiar distorsionado del universo WASP (white, anglosaxon, protestant). La medicina de su pensamiento crítico, viene disimulada en el bocado de la estética hollywoodense, amable en el sabor y perniciosa cual veneno ingerido.

La filosofía y el psicoanálisis, abandonan en esta forma discursiva —una vez más—, sus signos tradicionales para volverse movimiento. Se nos muestran vivos en el relato y en la imagen, fuera del método racionalista y de la Aufklaerung total. Nos enfrentamos, merced a ellos, a la angustia del ser y a ese sentimiento primigenio de desvalimiento ante el mundo al cual somos arrojados, aquel con el que llegamos a éste y con el que nos iremos.

En PsicoMundo pensamos que debíamos dedicar un espacio especial para el cine y el psicoanálisis que le diera verdadera importancia al séptimo arte. No teníamos porque seguir al cinematografóbico de Freud y negarnos a gozar del arte del siglo XX y los venideros. Dimos algunos topes antes de lanzar el foro sobre psicoanálisis y cine... No acababa nuestro equipo de acomodar la cabeza, para armar este espacio crítico y no queríamos caer en reducir el análisis de las películas a una hermenéutica simple que viese sólo, tras los gestos de los actores: fijaciones orales, Edipos inconclusos o formaciones del objeto a. Un film es, ante todo, una obra de arte y cómo tal — concordamos aquí con Gadamer— no admite del todo una retraducción. El arte es portador de sentido, pero el amor al sentido no debe perder de vista que la obra de arte nunca se agota, no queda vacía de sentido. No es traducible sino a riesgo de traición (Schleiermacher). Ninguna obra de arte nos habla del mismo modo siempre, cada vez, es distinta y abre a la significación, planteándonos una innumerable lista de preguntas y de respuestas.

Pensamos que debíamos hacer lugar a un tipo de reflexión que no descartara el gozo del impacto estético y que nos permitiera glosar —más que deconstruir— la obra cinematográfica, con el psicoanálisis como acompañante y no como discurso dominante.

Así, hemos puesto en línea algunas colaboraciones de analistas que, en este espacio, se definen, ante todo, como cinéfilos. Les invitamos a visitarlo, a enviarnos sus comentarios y también sus colaboraciones. Dirijan sus reseñas, críticas y opiniones con toda confianza al foro que está abierto siempre para sus aportaciones.

Los cibernautas nos dirán si es una locura más de los que hacemos PsicoMundo, quizá lo sea... Pero... ¿Acaso no sostenía Pascal que la normalidad, es la locura más extendida?

 

Bibliografía para curiosos.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 13 - Julio 2001
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