Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El olvido, conmemoración de la memoria
Diana Rona

 

And I pray that I may forget
These matters that with myself I too much discuss
Too much explain
Because I do not hope to turn again
Let these words answer
For what is done, not to be done again...
...Teach us to care and not to care
Teach us to sit still...
Ash Wednesday T.S.Eliot

 

Cuando niña, y no como todos, solía recorrer los pasillos de los cementerios de la mano pesada de mi padre. Peregrinaba, casi como ahora por los corredores de la memoria, mientras él hilvanaba frases de la historia. Su obsesión por no olvidar escribió las páginas de la neurosis, por supuesto la mía.

Las víctimas no merecen el olvido, sus victimarios merecían también permanecer? No liberarlos de responsabilidad sometía a los torturados a una memoria que acuñaba esa bizarra convivencia. Tormento más allá de la muerte; la saga sadiana lo atestiguó como máximo horror.

Como una larga secuencia, el dolor yace en nuestros reclinatorios; santuario laico cuyo arquitecto adhirió a una iconoclastía mosaica.

Menos que testigos y casi en un acto en que la escopia abusa del momento, debemos arrastrar la imagen a la dignidad significante.

Llegan bajo excusas mundanas, sufrimientos corrientes. Buscando, bajo el amparo de la letra, nos sorprenden inesperadas confesiones, que luego debemos desandar duramente por años.

La irrupción del trauma, inscribe en su nueva versión, un doble que lo renueva. La trampa se cierne ahora sobre ambos. Sin coartada volvemos sobre la verdad oracular; sin respiro hasta la ochava. Volveremos en una y otra ocasión y tal vez en las innumerables torsiones ese rizo reciba el golpe.

Pocas municiones hacen del camino, calvario. Recuerdo, repetición; el dislocamiento de registros sólo hace posible que la montura sintomática jinetee lo real. No queda otra.

Además, la soledad es inapelable; en esta partida levantamos el muerto con los bolsillos casi rasando los muslos.

Llegan todos los dichos, y más allá de la queja freudiana que Lacan enunció bajo la categoría de verdad ficcional, estamos allí. Qué hilos debemos jalar?

Escuchamos relatos en que una y otra vez la escena insiste hasta la obscenidad. Algunos amagan con abandonar, nosotros nos ocultamos al amparo del dique seco: el amparo ético aún no nos salva del Goce. A ellos tampoco.

En ocasiones los hemos dejado ir, en desamparo. Nosotros, no siempre "bien gracias".

Los que permanecen no quedan solos. Nosotros, aquellos que en la traición originaria sostuvimos la suposición, los arrastramos en el conjuro del recuerdo a un encuentro insoportable.

De nuestra mano descienden al sitio que el Dante dibujó con maestría. Nuestro engaño no permite coartadas, allí, mal que nos pese, debemos escuchar.

Pero cómo, qué y cuánto.

Si el goce limita con la belleza, este horror con qué se corta.

Al tallar la técnica Freud lo advirtió: el espanto sin bordes que hemos convocado no admite retrocesos. Igualmente el coraje no disuelve el escollo.

El acotamiento en el recorrido del recuerdo impone la ligadura, los mascarones de proa probaron su eficacia. Aún así no sabría con certeza cual de ambos debiera ser sujetado. Seguramente ambos.

El acto fundacional del inconsciente inscribe, en ausencia, la sustracción. La palabra que el análisis rescata, transforma la memoria en recuerdo; una vez allí, y paradójicamente, debemos olvidar.

Movimiento cuyo sesgo aparentemente estéril, dividió aguas entre duelo y melancolía.

Vuelvo al no olvidar inicial: los monumentos de la memoria reclaman, advierten: debemos recordar para que nunca más regrese el horror. Al modo de la señal de angustia, evitar la devastadora sorpresa del trauma; súbita irrupción que nos somete a la inermidad en sus efectos. Daño irreparable que nos habitará por siempre.

Si no hay amparo, si lo hecho jamás habrá de deshacerse, porqué el psicoanálisis impiadosamente vuelve por ese destino?

Es en segunda instancia que el suceso acontece trauma, su anticipación temporal revela que siempre es demasiado tarde. Volvemos, al recordar, al sitio sin cobijo. Creyéndonos ajenos nos asomamos, y el conjuro nos toma por sorpresa, la celada se renueva?

La repetición recita la diferencia, sin embargo aún no alcanza.

No basta ser valiente para aprender el arte del olvido 1, anuncia Borges, denotando la gravedad del asunto.

Sobreviviente no sólo es aquel que le arrebató su presa a la muerte, lo es también quien vivió después de la inermidad, quienes en un momento preciso arrastraron su cuerpo fuera, los que lográndolo aún son presas de sus pesadillas.

Después resta la vida que ya no es la misma; no todo es posible. Aquello que fue robado solo retorna como ausencia.

Viven tomados: la culpa por lograrlo y la reminiscencia del padecer inscriben en un péndulo temporal aquello que hizo marca.

Bajo el amparo de semblantes víctima y victimario someten y se someten, en alternada cadencia, al mismo tormento.

La repetición aún recita la diferencia; subrayar la sutileza del no mismo produce una actualidad que desaloja el pasado.

Hacer o hacerse padecer, voz del fantasma, tiempo del Otro. Ya no el del goce que lo sometía, sino la otridad de lo simbólico que contorneando lo real le cede su estatuto humano, le devuelve su humanidad sustraída.

Estofa que da cuerpo al síntoma y que tal vez ahora responda al Che Vuoi, que en el infinito alarido del tormento solo recibió silencio.

Devuelta la palabra, se disuelve la impunidad; destabicado el ser, retorna la dignidad simbólica, aquella que tal vez algún día pueda acceder a olvidar.

Y todo se arreglará, y cualquier clase de cosa saldrá bien, cuando se purifiquen los motivos en el fondo de nuestra búsqueda 2. Tal vez por eso, aún el psicoanálisis.

Notas

1 J.L.Borges: 1964, en El Otro, El Mismo; Obra Poética.

2 T.S.Eliot: Little Gidding, en Cuatro Cuartetos; Ed. Huascar 1977.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 11 - Julio 2000
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