Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La infantilización del otro
Alfredo Carrasquillo Ramirez

En este ensayo me sirvo de lo infantil como pie forzado para pensar un momento decisivo de la clínica: las entrevistas preliminares. Y en particular un elemento que desde allí queda planteado: la demanda del sujeto que pide análisis. Entiendo que en dichas entrevistas se juega la posibilidad misma de un análisis y que allí, el lugar que ocupe y los modos de intervención del analista, contribuirán bien a crear las condiciones para el inicio de una cura o bien cerrarán las vías de acceso al saber inconsciente por medio de un gesto que podríamos decir caracteriza a muchas otras prácticas terapéuticas y que propongo llamar la infantilización del otro.

Me serviré de un relato clínico para elaborar mi propuesta: Una joven, a quien llamaré Diana, llega con media hora de retraso a su primera entrevista. Se sienta e inmediatamente comienza a hablar. "Estoy como en un sube y baja. Soy muy sensible. Antes no; antes era dura, mala. Pero conocí a Dios. Me metí a la Iglesia Pentecostal y, usted sabe, Dios hace a uno humilde. Ahora... ahora la gente abusa de mí... yo como que me esborono... la gente me dice cosas y no respondo como antes".

Hace una pausa y, tras un corto silencio, dice: "Ayer fui a San Juan a llevar al nene, digo, al papa del nene y compré un pergamino para usted. El pergamino dice ‘Gracias por preocuparte por mí’. Muy lindo. Pero se me perdió, no lo encuentro". Diana vuelve a guardar silencio y esta vez el silencio es más prolongado. "Al no estar mi compañero" -dice- "siento que no hay más nadie. Mi familia siempre está ausente. Desde que mi abuelita, la abuelita que me crió se murió, yo me siento bien sola. Mi defecto es la sensibilidad. Quisiera ser fuerte sin ser mala. Yo le escribí una carta a Dios. En esa carta me desahogo porque tengo mucho coraje. Me siento insignificante, cobarde. Pero Dios.... la casa que tengo me la dio Dios... estuve tres días orando, yo creo en el poder de la oración. Uno pasa por situaciones terribles, pruebas grandes. Dios exprime a uno pero cuando uno llega al límite, cuando uno ya no puede más, Dios le da a uno su bendición".

Otro silencio, esta vez breve. Baja la mirada y dice: "Yo no soy así pero lo hice. Me tomé dos cervecitas yo sola... el alcohol... lo bueno de los caminos del Señor es que uno siente temor... aunque yo tengo sube y baja... a veces caigo en la tentación pero, eso sí, yo tengo control de mi cuerpo... controlarse es una ventaja grande... peleo conmigo. A mí me gusta darle a los demás lo que no tengo: alegría. Pensé mucho pa’venir pa’cá, sabe. Soy como el payaso... antes no es que fuera mala, pero me defendía de las ofensas. No medía las palabras, no evitaba problemas".

Un nuevo silencio, esta vez más prolongado. Diana llora un poco y continúa hablando: "Cuando usted se cría sin padres, pobre, uno no tiene de qué agarrarse. Mi mamá vivía en tremenda casa... yo tengo eso bien guar... Ella dice que mi abuela se adueñó de nosotras... pero es difícil que le quiten los hijos a una. Mis hijos están con el pai pero están prestaos, son de los dos. Si mi mamá me regaló yo no tengo que regalar a mis hijos. Que yo sea algo no quiere decir que mis hijos lo van a ser. Mi abuela le demostraba más cariño a mi hermana mayor. Mami a mi hermana menor. Yo no es que fuera la patita fea de la casa pero sí estaba siempre como que echá pal´lao. To’el mundo ha tenido a alguien. Yo siempre he estao sola. Tres años sola. Odiaba a los hombres. Los veía a los odio... digo, a los hombres. Es que no me ayudan".

Diana llora pero intenta continuar hablando: "Yo tengo una sensibilidad tremenda pero no es que alguien esté abusando de mí... ¿Cómo yo consigo esa fuerza? La gente me dice que busque de Dios... A mi me gustaría usar pantalones pero si me voy a dedicar al Señor no puedo usar pantalones... ¿Es malo querer a alguien que le ha hace daño a uno? Mi esposo cuando tiene problemas de alcohol se transforma. Empieza a pelear y rompe cosas. Trato de dejarlo y no puedo... ¿Por qué esa obsesión? ¿Por qué esa enfermedad? Me ofende mucho. ¿Por que sigo ahí? Yo lo veo como un ser humano enfermo y debo ayudarlo. Tengo que seguir con él, cuidarlo y ayudarlo. Lo perdono y lo vuelvo y lo recojo. No he sido fuerte pa’ decirle punto final. Y el me exprime, me saca el jugo".

Hasta aquí el relato de la primera entrevista. Al final de la misma, le propuse verle tres días después. Dijo que no era posible pues tenía una cita médica. Acordamos reunirnos en una semana. No obstante, a la mañana siguiente recibí un mensaje para que llamara a Diana con urgencia. Así lo hice, aunque en horas de la tarde.

Diana me agradece la llamada y dice: "Lo llamé por que es que anoche tuve una crisis. Me puse mala de los nervios y yo creo que es por lo que hablé en la cita de ayer. Si usted todavía puede, voy a ir a la cita dentro de tres días como me dijo pero yo no voy a hablar más porque no quiero volver a tener una crisis de éstas. Voy a ir pa´ que usted me diga a qué conclusiones llegó después de oir to´lo que le dije. Yo no quiero hablar, yo lo que quiero es que usted me dé pensamientos positivos. No quiero pensar en el pasado". Me limité a confirmarle a Diana la fecha de nuestra próxima entrevista que sería, como acordamos, en una semana. Lo demás, lo hablaríamos allí.

Hasta aquí la viñeta clínica. Sin lugar a dudas, muchos elementos podrían ser abordados a partir de este relato. Si efectuamos un acercamiento fenomenológico a su discurso -algo nada psicoanalítico por cierto- podríamos cumplir con los requisitos de la clasificación psiquiátrica e incluso alarmarnos por una que otra elaboración. Si hacemos un esfuerzo por no prestar mucha atención al fenómeno y centramos nuestra escucha en precisar qué de la estructuración psíquica de esta participante se revela en su discurso, podríamos tal vez comenzar a pensar desde qué lugar Diana se dirige al Otro, desde dónde formula sus demandas y cuáles son sus preguntas fundamentales(1).

Al respecto una cosa es clara: todo neurótico, al hablar, se dirige al Otro. Pero el psicoanálisis nos enseña que ese Otro no es más que una función en la estructura de todo discurso. Nunca sabemos, a ciencia cierta, quién es ese Otro al que nos dirigimos. De ahí que el recurso sea imaginar quién es el Otro. Pero, como señala Willy Apollon, antes de ser un Otro imaginario, el Otro es un lugar al interior de la estructura del lenguaje. Y ese Otro -he aquí un hecho de estructura- es introducido por el lenguaje como una ausencia(2). Los neuróticos, al hablar, tratamos de poner a alguien en el lugar del Otro y al así hacerlo, imaginamos al Otro y ese, dice Apollon, es nuestro error:

El Otro al que nos dirigimos, no sabemos quién es. Y el Psicoanálisis tiene que lidiar con ésto. ¿Qué mensaje dirigimos al Otro? ¿Qué arriesgamos al dirigirnos al Otro? Le damos al Otro la oportunidad de abusar. Le damos al Otro el poder de responder, de negarse a responder. De decir sí o no (3).

Creo que en el contexto de toda entrevista inicial como la relatada, el sujeto se corre, en efecto, un riesgo: el riesgo de que ése que está allí llamado a ocupar el lugar del analista, el lugar del Sujeto-supuesto-Saber, responda a su demanda. Riesgo que, paradójicamente y como lo muestra el relato de la llamada telefónica posterior a la entrevista, el sujeto no reconoce como tal sino que más bien quiere, va buscando de hecho, una respuesta a su demanda. Y como nos dice Bruce Fink no se trata de una respuesta cualquiera, pues el sujeto lo que busca es una restitución:

El momento en que alguien pide un análisis puede ser entendido como uno en el que ha habido una crisis en el modo habitual en que esta persona obtenía su goce. Es una ´crisis de goce´. El síntoma-proveedor-de-goce no trabaja más o ha sido arriesgado (…) Los que llegan en medio de una ´crisis de goce´ esperan que el terapeuta corrija, ponga un parcho, restituya al síntoma su efectividad perdida. No están pidiendo ser liberados del síntoma sino más bien desean liberarse de su reciente inefectividad, su reciente inadecuacidad. Su demanda es que el terapeuta restituya la satisfacción tal como ésta se experimentaba antes de la crisis (4).

Mi planteamiento tiene que ver justamente con esta paradoja: el Psicoanálisis, a diferencia de otras terapias, apunta a un savoir insu -un saber insabido, un saber que no se sabe. Y es sólo a través del dispositivo psicoanalítico que el sujeto puede acceder a ese saber inconsciente. De ahí que la frustración de la demanda sea condición de posibilidad para la histerización, la transferencia y el inicio de la cura. Inicio que es ya una apuesta -alimentada, claro está, por el deseo del analista: apostamos a que es posible llegar a saber. Y que ese saber puede tener consecuencias psíquicas importantes.

Ahora bien, ese saber es fruto de un trabajo del inconsciente, de un trabajo consistente en el que el recurso medular es la palabra del analizante; no una palabra cualquiera, sino la palabra que es posible articular en transferencia, la palabra que trastoca, que aparece donde no se la espera, la palabra que da paso al acto analítico y hace progresar la cura.

Esa palabra es la que justamente no florece allí donde la demanda del sujeto ha encontrado una respuesta, allí donde la relación con el Otro como ausencia ha sido obturada, vale decir, donde la relación con el Otro ha sido temporeramente "tapada" por una captura imaginaria con el personaje del terapeuta. Y justamente ésto es lo que llamo la infantilización del otro, evocando el origen etimológico del significante: infantil viene del latín infantilis y, aparte de remitirnos a los primeros años de vida, nos habla de la mudez. El infans, según el diccionario etimológico, no sólo es un niño pequeño, también puede ser un mudo, alguien que no tiene la posibilidad de articular palabras (5). De ahí que la respuesta a la demanda del sujeto -intervención que imposibilita, como he dicho, el establecimiento de las condiciones para la cura- suponga la infantilización del otro, el enmudecimiento del sujeto, la privación de la posibilidad de articular una palabra portadora de algo de ese saber que no se sabe.

Me resta advertir que evitar ésto, es decir, frustrar la demanda en vez de responder a ella a los fines de abrir un espacio para la apertura del inconsciente, no es una cuestión meramente técnica. Pasa, indiscutiblemente, por el reconocimiento de que todo saber sobre el otro es un saber supuesto: el no haber respondido a las demandas tan claramente formuladas por Diana en el relato compartido no tuvo tanto que ver con una "estrategia técnica" que dicta el "hay que guardar silencio" sino con la aceptación de un hecho: sobre su verdad inconsciente nada sé y, como decía el Wittgenstein del Tractatus, de lo que no se sabe, lo mejor es callarse. Pero el silencio tiene que ver con otra cosa que también va más allá de la mera "técnica": tiene que ver con un posisionamiento en el lugar del analista que crea las condiciones para un "anudamiento transferencial particular que permite la instalación de los cuatro términos del discurso analítico" (6).

Es allí donde se evita el riesgo de que el analizante se encuentre con un Maestro o con un Amo, es allí donde un psicoanálisis es posible. Es allí, en fin, donde se reconoce el cambio que Freud efectuó al escuchar a sus histéricas decirle "no me interrumpa, déjeme deshollinar la chimenea" y moverse a un lugar distinto, al lugar ausente y neutro (en el sentido de no-otro) del analista. No hace mucho, Mario Elkin Ramírez, jugando con el Wo es War soll Ich werden freudiano, sintetizó ese trayecto en la siguiente fórmula: allí donde el amo era, el analista debió advenir (7).

En nuestros días y en un contexto como el que trabajo -Puerto Rico-, la posibilidad del discurso analítico nos remite a lo que es necesario para ese cambio de posición: nos remite a una formación y a una ética. Para que el analista advenga no basta con guardar silencio. Hace falta un deseo decidido, un análisis personal, una formación rigurosa, una puesta a prueba del deseo de ser analista, una postura ética y muchas, muchas decisiones. Pero ese, tal vez, es tema para un futuro ensayo.

NOTAS

  1. Como bien ha dicho Michel Silvestre, "no se trata de diagnóstico nosográfico, sino más bien de distribución de síntomas, de posición subjetiva ante la existencia, por ejemplo". Véase "Las entrevistas preliminares. Mesa redonda", AA.VV., Acto e interpretación, Buenos Aires, Manantial, 1993, pág. 102.
  2. De hecho, Apollon advierte que entre el Otro, el Otro imaginario y los otros de la realidad de cada quien no hay ninguna relación. Véase "El significante y sus efectos", notas del autor, Seminario Anual de Formación Psicoanalítica Lacaniana, GIFRIC, Québec, 30 de junio de 1997.
  3. Ibid.
  4. Fink, Bruce. A Clinical Introduction to Lacanian Psychoanalysis. Theory and Technique, Cambridge, Editorial de la Universidad de Harvard, 1997, pág. 9.
  5. Gómez de Silva, Guido, Breve diccionario etimológico de la lengua española, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, pág. 376.
  6. Lemoine, G. "Las entrevistas preliminares…", op.cit., pág. 100.
  7. Véase seminario en Psiconet sobre "Transferencia y resistencia en Psicoanálisis", clase de agosto de 1997.
Volver al sumario del Número 8
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 8 - Diciembre 1998
www.acheronta.org