Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Causas y azares
Elsa Coriat

Trabajo presentado en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis
de Bahía (San Salvador), Brasil, del 27 al 30 de agosto de 1997

 

Se necesitaría la voz y la guitarra de Silvio Rodríguez para cantar una canción que le pertenece y que tal vez conozcan:

Cuando Pedro salió a su ventana no sabía, mi amor, no sabía,
que la luz de esa clara mañana, era luz de su último día.
Y las causas lo fueron cercando, cotidianas, invisibles,
y el azar se le iba enredando, poderoso, invencible.

Como somos psicoanalistas —y no contamos con esa voz ni esa guitarra— tal vez podamos reconocer un equivalente, conceptual y estético, al encontrarnos con esta breve frase de Freud: El destino de un hombre está comandado por dos poderes, daimon y tyche. (2)

Las implicancias clínicas y teóricas de lo que estas palabras enuncian, va mucho más allá de lo que se puede esperar encontrar en una pequeña frase, perdida entre los renglones de su obra. Aunque Lacan no lo mencione, el enunciado freudiano, apunta a las mismas cuestiones que se trabajan en el Seminario XI, en tanto automaton y tyche. (3)

En su texto acerca de Lo siniestro, dice Freud: "Me limito, pues, a señalar que la actividad psíquica inconsciente está dominada por un automatismo o impulso de repetición (repetición compulsiva) [...] provisto de poderío suficiente para sobreponerse al principio del placer; un impulso que confiere a ciertas manifestaciones de la vida psíquica un carácter demoníaco (...)". (4)

Lo demoníaco, entonces, compulsión a la repetición, red significante funcionando como automaton, por un lado, y, por el otro, tyche, el azar, el encuentro con lo real, ambos poderes comandando el destino de cada hombre en particular.

A modo de prólogo, hacer presentes estas conceptualizaciones me resulta un marco adecuado para un escrito en el que me propongo trabajar la siguiente pregunta: ¿qué causas determinan la aparición, en lo real, de una psicosis infantil?

Si en Posición del Inconsciente Lacan dice que el efecto de lenguaje es la causa introducida en el sujeto, y que gracias a ese efecto no es causa de sí mismo, lleva en sí el gusano de la causa que lo hiende, pues su causa es el significante sin el cual no habría ningún sujeto en lo real (5), y si en las psicosis infantiles justamente lo que no aparece en lo real es ese sujeto escindido, sujeto a la legalidad que impone el establecimiento de la represión del inconsciente, ¿serían suficientes las causas ubicables en el campo donde operan los efectos del significante —incluyendo aquí tanto lo imaginario como lo real de la repetición y del acto— para dar cuenta del por qué de la aparición de una psicosis infantil?

Dicho en términos más sencillos: vuelvo a abrir el viejo debate acerca de si la causa de la psicosis infantil es orgánica o psicológica (o, en términos más actuales, orgánica o significante).

Cuando empecé a trabajar en el campo de los problemas del desarrollo infantil, mis articulaciones teóricas y mi correspondiente lectura de los materiales clínicos, apuntaban a despejar un prejuicio enormemente difundido, a saber, que determinados cuadros genéticos o neurológicos conllevaran de por sí determinadas características psicopatológicas, incluyendo entre ellas psicosis y autismo.

Tomando muchas veces como paradigma el Síndrome de Down —dada la elevada frecuencia estadística de su presentación— pude ir ubicando por qué caminos se facilitaba la producción de un niñito desconectado o psicótico, allí donde lo genético no impedía en absoluto que apareciera un sujeto del deseo.

Pero no sólo de Síndrome de Down está hecho el campo de los problemas del desarrollo: aquello que esta vez me reabre la pregunta es un sector de la población infantil de apariencia física normal, sin diagnóstico médico definido más allá de "retardo de maduración" o "inmadurez psicomotriz" (o alguna otra imprecisión semejante); niños que han sido sometidos a todos los estudios con los que cuenta la medicina hasta la fecha, sin que ninguna alteración se revele en ellos, y, sin embargo, están decididamente psicóticos (o autistas).

Escuchando a los padres de algunos de estos niños, aparentemente normales en lo físico, podemos llegar a la convicción de que, si el niño está psicótico, es porque esto se venía preparando desde una historia previa, como si se plasmara en lo real el objeto fantasmático necesario a las coordenadas significantes de la pareja parental; pero con otros... Ocurre que con otros... la cosa no cierra; quiero decir que, escuchando a los padres de estos otros, no encontramos razones suficientes, en el discurso, como para para que haya aparecido una psicosis del lado del hijo.

El lugar de padre (o de madre) es, por estructura, un lugar fallido; pero esta falla, por lo general, cursa como neurosis en el niño. Haría falta un plus, ya sea en la cantidad o en la cualidad de la falla, como para que se produjera una psicosis o un autismo. Y si ese plus no se encuentra en el discurso, es lícito suponer que la causa proviene de otro lado.

Nuestra pregunta se ve reforzada si tenemos en cuenta otro tipo de materiales clínicos, me refiero a los casos alrededor de los cuales nos hacemos una pregunta que es casi la inversa, a saber, cómo se las arregló algún niñito determinado para no haber salido psicótico, dadas las condiciones en las que fue criado.

Resulta que a veces es muy difícil producir un psicótico o un autista y a veces es demasiado fácil. ¿Qué hace la diferencia?

La frase de Freud que citaba más arriba, está ubicada en una nota a pié de página de La dinámica de la transferencia, en el centro de un párrafo que no tiene desperdicio. Si vamos a preguntarnos acerca de la causa, conviene tener muy en cuenta sus primeros renglones; comienza así: Porque hacemos resaltar la importancia de las impresiones infantiles, se nos acusa de negar la que corresponde a los factores congénitos (constitucionales). Este reproche tiene su origen en la limitación de la necesidad causal de los hombres, que, en abierta contradicción con la estructura general de la realidad, quisiera darse por satisfecha con un único factor causal. (6)

La realidad de la clínica de niños, la lectura de lo real que allí está en juego, no se da por satisfecha con un único factor causal. La eficacia de la causa significante ha sido tantas veces comprobada en la estructuración de una psicosis; pero, también, la remisión de alguna otra ha sido posible gracias a la administración de determinada medicación específica, comprobándose allí la incidencia de lo orgánico.

Freud continua diciendo: Rehusamos establecer una oposición fundamental entre ambas series de factores etiológicos (7), lo cual me parece coherente no sólo con la realidad de la clínica sino también con las siguientes palabras de Lacan: No decimos que la psicosis tiene la misma etiología que la neurosis, tampoco decimos, ni mucho menos, que al igual que la neurosis es un puro y simple hecho de lenguaje. (8)

Volvemos a Freud, quien dice: El psicoanálisis ha dicho muchas cosas sobre los factores accidentales de la etiología y muy pocas sobre los constitucionales, pero solamente porque sobre los primeros podía aportar gran cantidad de nuevos datos y, en cambio, de los últimos no sabía nada especial, fuera de lo generalmente conocido. (9)

Sobre los factores constitucionales —en tanto anatomía y fisiología del organismo biológico que es cada cuerpo humano—, a casi un siglo del comentario freudiano, casi ningún nuevo dato puede agregar el psicoanálisis, pero no se puede decir lo mismo de la neurología y ciencias afines.

Con los avances en materia de métodos diagnósticos, tanto si se trata de estudios por imágenes, como neurometabólicos o genéticos, una considerable proporción de los niños autistas o psicóticos, que hasta hace 5 ó 10 años atrás, eran considerados orgánicamente "normales", han dejado de serlo.

Estamos en un tiempo en el que cada mes se descubren nuevas piezas en el rompecabezas del genoma humano, nuevas sustancias cuya presencia en el organismo es condición para que pueda funcionar la máquina del cerebro, nuevos métodos para acceder visualmente a la localización de la más mínima materia lesionada o mal ubicada o con un funcionamiento alterado. Con cada nuevo descubrimiento, se va reduciendo la población de niños psicóticos sin diagnóstico neurológico específico. A la inversa, entre los niños psicóticos es altísimo —y cada vez más— el hallazgo de alguna carencia, falla o daño orgánico, en el armado cerebral.

Desde el psicoanálisis, ¿habrá también algo que podamos aportar de nuevo?

Basándonos en la experiencia clínica recogida en el campo de los problemas del desarrollo infantil, y en la lectura de aquello que en este campo encontramos, desde las teorizaciones de Freud y de Lacan, tal vez nos sea posible proponer una conceptualización acerca de las causas que intervienen en la etiología de las psicosis y del autismo infantil, que supere la vieja y célebre antinomia.

Entre los dos bandos en pugna —organicistas y psicologicistas (incluyendo aquí a buen número de psicoanalistas)— más de una vez, de una y otra manera, se ha firmado un armisticio, reconociendo la importancia de ambos factores, pero sin saber de qué manera lo que ocurre en el campo de la disciplina vecina, incide sobre el propio.

Dice Freud: La serie formada por las combinaciones de ambos factores en distintas magnitudes ha de tener, desde luego, sus casos extremos. (10)

No se trata, entonces, de una adición de causas o factores, sino de una combinatoria. Intentaremos avanzar, específicamente, sobre la manera de tejerse esta combinatoria, para dar como resultado, en vez de la delicada trama de un inconsciente neurótico, el nudo desparramado de la psicosis.

En el Proyecto de una neurología para psicoanalistas —presentado en la Reunión Lacanoamericana de Porto Alegre— proponía y fundamentaba la metáfora de considerar al sistema nervioso central como el papel donde el Otro inscribía las letras fundantes, es decir, las marcas, los trazos, los S1 constitutivos del primer tiempo de alienación, y decía: La neurología se ocupa del papel, el psicoanálisis de lo que queda escrito. (11)

En Las psicosis y los niños (12) —trabajo presentado en la Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires— definía a las psicosis infantiles en función de la no inscripción del significante del Nombre del Padre, haciendo depender esta inscripción de las sucesivas reinscripciones de la experiencia de separación en cada uno de los tiempos de la primera infancia.

Pues bien, para que algo quede escrito, no hace falta solamente el deseo puesto en juego a través de la mano que escribe el texto, también hace falta un papel o equivalente (cualquier sustancia material) en el que el trazo pueda quedar registrado.

Cuando escribimos, por lo general nos olvidamos del papel, atentos sólo a las palabras que queremos dejar allí; pero forzosamente pasamos a tenerlo en cuenta cuando alguna de las características materiales del papel dificulta que las letras queden escritas con claridad.

Todo bebé nace inmerso en un baño de lenguaje. Esta cacofonía significante —insignificante para el bebé en sus primeros tiempos en cuanto a su sentido— le llega filtrada por el Otro real, encarnado en la persona que ejerce función materna, quien va

escribiendo las primeras letras en su cuerpo, desde cada acto cotidiano con el que posibilita el curso de su vida de bebé. Block maravilloso mediante, de una u otra manera, el archivo queda registrado en el sistema nervioso central.

Sobre los bebés que nacen normales, los padres normales escriben sin siquiera darse cuenta. Una madre puede no recordar en qué momento su bebé dijo ajó por primera vez, o sostuvo la cabeza, o se sentó, o agarró un sonajero, o se paró solo agarrado a los barrotes de la cuna, puede ni siquiera saber si pasó o no pasó por la angustia de los ocho meses, pero si su bebé pudo pasar por cada uno de semejantes avatares fue porque ella, sin saberlo, sabía qué tipo de sostén o de objeto, distintos cada día, requería la crianza de su hijo.

Las acciones que implica la función materna son ejercidas desde el saber del Otro, pero cada acto es convocado a realizarse en función de aquello que cada madre pueda leer en cada momento en su bebé: si quiere comer o dormir, si quiere mimos o cambio de pañales. La lectura materna, por supuesto, se hace desde los cristales de su propia historia significante, desde su goce y su deseo, pero se hace sobre los indicios que puede ir recogiendo en su bebé, desde la manera en que este responde a sus cuidados o a sus descuidos. Se va escribiendo así el primer sistema de marcas, el de los signos perceptivos, transcripción de las percepciones, del cual habla Freud en la Carta 52. Apenas este sistema comienza a armarse —y esto ocurre inevitablemente desde la primera experiencia del bebé— lo escrito por el Otro se entromete en la dotación de reflejos biológicamente heredados, pasando a ordenar las conductas del bebé en función de lo vivido como placer o displacer.

Si para esa madre, en la relación con su bebé, opera la Ley fundante de la cultura, el sistema de marcas que allí se inscriba implicará un orden, una concatenación determinada y singular, que le permitirá, a su tiempo y en función de las nuevas experiencias del bebé, ir armando el segundo sistema de transcripciones, el inconsciente, y, a posteriori, el tercero.

Decía también en mi Proyecto que, en los primeros tiempos, lo que está en juego en las experiencias con el otro, no es solamente la inscripción de las primeras huellas mnémicas, sino también el establecimiento de las Bahnung, facilitación o estabilización selectiva de las sinapsis neuronales. El significante interviene entonces en los últimos pasos del armado biológico de un cerebro que nació inmaduro, no sólo psíquica sino también neurológicamente.

Desde la Carta 52 en adelante, las metáforas del psicoanálisis suponen un papel que, sin tropiezos y de manera semejante, posibilita las inscripciones operadas por la mano del Otro. Si el papel fuera igual en todos los casos, las diferencias personales pasarían exclusivamente por la singularidad del deseo de los padres, por el lugar del fantasma desde el cual cada niño es imaginado y manipulado, esperado y encontrado.

Pero ocurre que no hay dos papeles-cerebro iguales, ni tampoco hay dos bebés que, desde su bagaje congénito, respondan igual a la demanda del Otro. En estos tiempos, otorgar un lugar prínceps a la diferencia, ha dejado de ser atributo exclusivo del psicoanálisis, las neurociencias dan cuenta de ello a cada paso. Y el armado del papel-cerebro, desde la concepción hasta el nacimiento, requiere tal cantidad de operaciones de los órdenes más diversos, que en el camino pueden acontecer todo tipo de accidentes —accidentes biológicos— que impidan el cumplimiento de algunas de las funciones que le competen. Puede ocurrir que esta falla no sea saldable de manera espontánea, ni siquiera teniendo en cuenta la maravillosa plasticidad neuronal.

De todo esto, entonces, resulta que los casos extremos de la serie de combinaciones que darían como resultado una psicosis infantil, serían: en un extremo, un papel biológicamente impecable que es recibido desde un lugar perverso, de objeto de goce en lo real; y, en el otro extremo, un papel seriamente afectado en su posibilidad de convertirse en depositario de una serie de marcas ordenadas desde el significante del Nombre del Padre, por cuya causa el niño resultará psicótico (al menos durante algún tiempo de su infancia) por más que ocupe un lugar en el que, del lado de los padres y en la relación con su hijo, opere la Ley.

Entre un extremo y otro de la serie, están todas las combinaciones posibles —que es lo que ocurre en la abrumadora mayoría de los casos.

A veces nos encontramos con padres acerca de los cuales todo nos hace suponer que, de haberles nacido un bebito orgánicamente normal, este se hubiera convertido en un niño neurótico cualquiera, sin mayores complicaciones que su propia singularidad; pero les tocó un hijo que, al ser portador de una falla detectable, hirió su narcisismo de tal forma que no resultó posible que el pequeño bebé recibiera la serie de inscripciones que previamente le estaba destinada.

Otras veces, lo que toca es un hijo sin ninguna falla detectable en lo inmediato, pero cuya dotación biológica no ofrece las respuestas que, normalmente, realimentan el llamado del Otro, provocando una serie de desencuentros entre madre e hijo que sólo se advierte mucho más tarde, cuando las producciones del niño no alcanzan las esperables a su edad o lo hacen de manera muy extraña.

El psicoanálisis no pierde nada reconociendo el peso causal que ocupan los factores orgánicos: en la clínica de las psicosis infantiles, lo decisivo es sostener el deseo y las marcas que le corresponden. Cuando el papel no responde en lo inmediato, no se trata ni de abandonar el trazo ni de ponerse a escribir otra cosa —que es lo que sistemáticamente orienta a hacer el conductismo, en todas sus novedosas versiones.

Un papá, que llegó a mi consulta después de haber pasado por un bombardeo propagandístico en relación a los métodos didácticos con que debía tratarse el supuesto autismo de su hijo —un niñito precioso, a quien sólo un ojo experimentado en diagnóstico diferencial atribuiría problemas neurológicos—, después de algunas entrevistas conmigo, encontró las palabras precisas para enunciar sus nuevas conclusiones: —¡Claro! —dijo— ¡Se trata de ser padres normales!

Si un analista hubiera partido de suponer que los graves problemas en la constitución del sujeto que afectaban al niño, se habían originado a partir de la realización de las fantasías inconscientes de los padres, no se le habría posibilitado al padre el acceso a su conclusión, ni tampoco su necesaria reubicación en el lugar de "padre normal". En el otro extremo, suponer que todo se debe a cuestiones orgánicas, es desconocer el efecto presente de la desorientación y el desencuentro surgidos ante las respuestas del niño, así como los efectos de su amplificación angustiante a partir del diagnóstico, junto con el tipo de propuestas de tratamiento que están en boga. En cuanto al destino del niño, el ofrecerle un camino subjetivamente normalizado en el orden humano, es la única posibilidad para que continúe armando y desarrollando las condiciones que efectivamente podrían permitirle apropiarse de sus pasos.

Hemos hablado de las causas, pero ¿qué decir de tyche? Creo que nada grafica mejor el encuentro con lo real que el instante en que una madre mira y ve, por primera vez, el cuerpecito real del bebé que salió de sus entrañas, ese que viene a ocupar el lugar que hasta ese momento ocupó el objeto imaginado. Encuentros y desencuentros, grandes o chicos, con un plus en más o con un plus en menos, siempre es desencuentro y siempre hay encuentro.

El inconsciente no cree en el azar —y menos en el azar de un accidente biológico. Como el Otro no existe, no me queda más remedio que tomar la culpa sobre Yo (13), dicen los padres, doloridos. Resulta paradójico entonces que las conceptualizaciones de algunos analistas ratifiquen que la culpa —o la causa— corre exclusivamente por cuenta del fantasma de los padres —padres accidentados ellos mismos por la alteración en su descendencia.

Pero no es cierto que la suerte llegue siempre vestida de mala suerte.

Y como yo prefiero los finales felices —que también existen— concluyo con la última estrofa de la misma canción de Silvio Rodríguez, la cual, con la misma música que la anterior, dice así:

Cuando Juan regresaba a su lecho, no sabía, ¡oh, alma querida!,
que en la noche lluviosa y sin techo, lo esperaba el amor de su vida.

 

NOTAS:

  1. Presentado en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis de Bahía. 27 al 30 de agosto de 1997.
  2. Sigmund Freud: La dinámica de la transferencia, en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 1648.
  3. Jacques Lacan: Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1973, pág. 60.
  4. Sigmund Freud: Lo siniestro, en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 2496.
  5. Jacques Lacan: Posición del inconsciente, en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1985, pág. 814.
  6. Sigmund Freud: La dinámica de..., ibíd.
  7. Sigmund Freud: La dinámica de..., ibíd.
  8. Jacques Lacan: Seminario III: Las psicosis, Ed. Paidós, España, 1986, pág. 91.
  9. Sigmund Freud: La dinámica de..., ibíd.
  10. Sigmund Freud: La dinámica de..., ibíd.
  11. Elsa Coriat: El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños, Ed. La Campana, La Plata, Argentina, 1996.
  12. Sigmund Freud: La dinámica de..., ibíd.
  13. Jacques Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1985, pág. 800.
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Número 8 - Diciembre 1998
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