Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura

Acerca del objeto y el supuesto atolladero en cuanto a su sustituibilidad
Cristian Landriel

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I. Introducción

Al revisar algunas referencias de Freud sobre el tema de la sustitución del objeto perdido en el duelo, observamos que, a priori, dicho postulado no está exento de contradicción. Por lo tanto, tendremos que detenernos en este punto.
La idea de un subrogado aparece principalmente en Duelo y melancolía y en La Transitoriedad. Respecto a este pequeño ensayo, entendemos que la idea de sustitución en Freud alude tanto a un nuevo objeto que ya asoma o esta esperando, como también a la posibilidad de construir todo de nuevo tras lo que la “guerra ha robado al mundo”. La sustitución puede recaer en otra persona como en los tan apreciados bienes de nuestra cultura.
Esta postura nos resulta clave, dado que sustentamos que Freud pone el énfasis en el destino de la libido tras el vacío que deja la muerte del objeto o la pérdida de nuestro patrimonio cultural —ya que la cultura posibilitaría un alojamiento subjetivo y favorecería la inclusión social—.

II. Las numerosas críticas a la idea de sustituibilidad del objeto perdido

“El inconsciente de Freud no es en absoluto el inconsciente romántico de la creación imaginativa.”
(J. Lacan. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis)

Según Jean Allouch, y numerosos autores que adhieren a su postura esgrimida en varios textos, el argumento freudiano sobre la sustitución del objeto perdido funciona a modo de antídoto ante la falta. Se trataría de una versión absurda que adquirió el estatuto de tabú al ser canónicamente incuestionada por los discípulos del freudismo y por gran parte de la psiquiatría de su época.

Tanto en La transitoriedad como en Duelo y melancolía se encontraría una “concepción restitutio ad integrum” (1) del objeto perdido, que pondría en cuestión la existencia de una verdadera pérdida. Dicho objeto hallaría rápidamente su correlato, su reemplazo en uno nuevo, con lo que el duelo queda así reducido a una operación cristalina y romántica; lo contrario a una verdadera analítica.
La invención del objeto sustituto permitiría que el mismo re-exista en la realidad, llegando al “puro grotesco” (2), a la promesa de una felicidad siempre renovable.

Para Allouch, Freud sitúa el duelo en una perfecta relación de simetría en donde la libido, colocada en el nuevo objeto, encajaría a medida en el vacío producido tras la muerte de un ser querido —lo que también se expresa en la popular frase “un clavo saca a otro clavo”—. El nuevo objeto, al ocupar el lugar del objeto armónico, “genital”, elimina entonces la posibilidad de que nos encontremos con vacío alguno.
Ahora bien, más allá de que no podemos reducir la definición de duelo en Freud a Duelo y melancolía o La Transitoriedad —los dos blancos preferidos de Allouch—, nos preguntamos si, incluso en estos mismos textos, Freud, al hablar de un objeto sustituto, elimina —más bien, “borra con el codo…”— la posibilidad de que el duelo sea un trabajo elaborativo.

Aquí la crítica no se reduce al ensayo sobre la melancolía. Pronto veremos de qué modo Freud, en todas sus correspondencias, plantea que aquellas personas tan queridas por él son insustituibles y su pérdida irreparable. En tal perspectiva, entraría en contradicción allí con lo planteado en los anteriores textos.

Desde esta percepción, tales declaraciones freudianas, irían en detrimento de lo esbozado en Duelo y melancolía. Así afirma Allouch: “Hay una discordancia entre la noción de objeto implicada especialmente en Duelo y melancolía y la que Freud sostendrá en otros lugares [...]” (3). Como si Freud trastabillara en este ensayo y echara por tierra la noción de objeto, como también lo referido al duelo.

Prosiguiendo con las críticas a Freud, cabe la posibilidad de que el objeto sustituto conlleve la idea de una renegación de la pérdida. En tal sentido, hallaríamos dos posturas opuestas en cuanto a la sustituibilidad del objeto como correlato de la Verleugnung. Por esta vía se dirige la argumentación de Ernesto Lansky en su muy interesante artículo Cuando Freud trata con la muerte de personas queridas.
Allí, el autor afirma:

Respecto pues a la sustituibilidad, podríamos intentar aplicar la anteriormente mencionada posición enunciativa: Lo sé bien, el ser querido no es sustituible… pero aún así, debe ser sustituido para poder ‹‹elaborar un duelo normal››. La pérdida no se pierde, no termina de perderse, se compensa, mejor aún sí se re-compensa. Hay algo que continúa existiendo, no muere con quien ha muerto (4).

Igualmente, no podemos acordar del todo con lo aquí establecido por el autor. Según él, la desmentida pasa por la idea de buscar un objeto sustituto al perdido; cosa efectivamente posible, pero que no creemos sea aplicable a Duelo y melancolía y algunos otros textos freudianos donde se habla del duelo —por nuestra parte, hemos dicho que la desmentidaes intrínseca a todo Trauerarbeit —.

Además —continuamos dialogando con el muy aconsejable artículo de Lansky—, creemos que no siempre Freud establece la misma línea de pensamiento cuando habla de un objeto sustituto. Por ejemplo, en Una neurosis demoníaca en el siglo XVII, sustenta que el pintor encuentra en el Diablo un sustituto del padre muerto. Necesitamos aquí interrogarnos sobre si dicho objeto sustituto cumple la misma función que el de Duelo y melancolía.
El creador del psicoanálisis describe a Haizmann como un eterno lactante, ya que durante toda su vida se aferra a la idea de ser nutrido y protegido por un otro, no pudiendo valerse por sus propios medios. De este modo, el pusilánime pintor “contrae una depresión melancólica y una inhibición para el trabajo […] se presenta [el amor por el padre] como forma neurótica del duelo hasta una melancolía grave” (5). El Diablo le promete ayudarlo y tenerlo de su mano. 

Es fundamental resaltar lo siguiente: el sustituto aquí no está pensado como “fin” o “consumación” del duelo; mucho menos como una renuncia al objeto perdido. Al contrario, Freud asegura que Haizmann, al dirigirse al diablo como objeto sustituto  —que es la contraparte de Dios y el costado sobre el que recaen tanto el odio como la actitud femenina y pasiva hacia el padre—, no resuelve el duelo. Más bien, el sustituto lo sume en una historia de padecimientos, lo conduce a requerir desesperadamente de la imagen de la madre —figurada en la Santa Madre de Dios de Mariazell— para salvarlo del pacto establecido.
Sin embargo, debemos destacar otro rasgo de suma importancia: el sustituto del padre tiene como objetivo recuperar lo perdido. Advertimos que Freud no dice lo mismo del objeto sustituto de Duelo y melancolía o La transitoriedad, cuyo énfasis está puesto en el destino de la libido, y en desistir de todo lo que tenga que ver con el muerto.

Por la muerte de su padre se le han estropeado su talante y su capacidad de trabajo; si ahora obtiene el sustituto del padre, espera con ello reconquistar lo perdido (6).

En la misma sintonía, Freud, en Tótem y tabú…, cuando habla de la posibilidad de que los viudos encuentren rápidamente una nueva pareja, indica que “sendas satisfacciones sustitutivas contrarían el sentido del duelo” (7). Es decir, el sentido del duelo no va de la mano con la posibilidad de encontrar un reemplazo del muerto. El nuevo objeto es producto de la tarea de desasimiento libidinal, cosa que está ausente en la figura del Diablo como sustituto del padre muerto en el triste y errático pintor Haizmann.
A su vez, destacamos que es en el retorno demoníaco del padre donde Freud sitúa la desmentida o desestimación. La figura del Diablo alienta, incita a la creencia de la perduración del padre en el más allá: “Los demonios son para nosotros deseos malos, desestimados […] ellos nacen en la vida interior de los enfermos, donde moran” (8).

En fin, sostenemos que no es el mismo sustituto el de Una neurosis demoníaca… que el de los textos recién mentados.
Debemos entonces revisar el estatuto del objeto sustituto en Freud.

III. Las cartas dicen de la insustituibilidad del objeto

Las diversas cartas que Freud escribe en diferentes momentos de su vida están relacionadas con la pérdida de un ser querido, como, por ejemplo, la muerte de su hija Sophie y, principalmente, de su nieto Heirnele. En menor medida, observamos lo que Freud expresa ante la posibilidad de perder a algunos de sus discípulos.

Al referirse, por caso a la posibilidad de que Rank no continúe en su círculo más cercano, le escribe a Ferenczi, en 1918: “Rank… no es sustituible por nadie” (9).
En 1920, a los 40 años de edad, fallece uno de sus discípulos más queridos, el Dr. Anton Von Freund. Vemos lo que Freud escribe en memoria de su muy apreciado amigo “Tony”: “Así, aunque la persona de Freund es insustituible e inolvidable, su obra tiene un continuador” (10).

A su vez, corresponde considerar algunas cartas que refieren a la muerte de su hija Sophie, su “criatura primorosa”, escritas también en 1920. La primera está dirigida a Ernest Jones; la segunda a Max Halberstadt, el viudo: “Ya conoce usted el infortunio que me ha ocurrido, es totalmente deprimente y una pérdida inolvidable” (11).

A nosotros también se nos acumulan las cartas de condolencias, y las visitas no acaban más […]. Aunque ¿de qué nos sirve? Sentimos que con ella se ha ido nuestro brillo […]. Dos nueras no bastan para reemplazar a una hija (12).

En 1921, después de que Jones se hubiese recuperado de una grave enfermedad, le escribe con gran emoción: “No pude evitar pensar que usted no tenía derecho a caer enfermo pues nosotros no podíamos perderle ni sustituirle por otro” (13).
Sabemos que Freud ha considerado la pérdida de su nieto Heirnele —Heinz Rudolf Halberstad, su nieto preferido, hijo de la fallecida Sophie— como la más terrible de todas. Muerte acaecida el 19 de junio de 1922. Citamos variadas cartas al yerno Max y a Binswanger: “Desde que lo perdimos no puedo demostrar pleno interés por todos los pequeños. A tres de ellos todavía ni los he visto […] es imposible no pensar lo que se perdió en Heirnele” (14).

Desde la muerte de Heinele, ya no quiero conmigo a mis nietos y la vida no me gusta más. Ahí está el secreto de la indiferencia […]. Sabemos que el duelo agudo después de una pérdida como esa se apaciguará; pero no se consolará, nunca encontrará un substituto. Todo lo que intente tomar su lugar y que inclusive pueda reemplazarlo íntegramente, permanecerá como algo diferente. Y en el fondo está bien que así sea. Es la única forma de continuar el amor al que no se quiere renunciar (15).

Previamente a la muerte de Heirnele, mientras el niño agonizaba, le manifiesta a Katá Levy —hermana del fallecido Von Freund— y a Lajos Levy: “Encuentro esta pérdida muy difícil de soportar. No creo haber experimentado jamás una pena tan grande […] Trabajo por pura necesidad, pues, fundamentalmente, todo ha perdido significado para mí” (16).

A fines de 1925, el 25 de diciembre, le escribe a Jones tras el deceso de Abraham: “No hay nadie que pueda reemplazar nuestra pérdida, pero para nuestro trabajo nadie es indispensable” (17). Muy poco tiempo después lo hará con la viuda: “No tengo sustituto por él ni para usted ningún consuelo que tenga algo nuevo que ofrecerle” (!8).  

Notamos que en estas cartas no hay lugar alguno para el objeto sustituto. Hallamos una constante alusión a un resto irreductible e incurable, lo que nos retrotrae a la mentada honda e incurable herida narcisista.
Advertimos cómo Freud destaca el carácter de marca que conlleva toda pérdida de un ser querido, y los distintos efectos que dichas pérdidas le producen. Estas cartas exhiben las características principales que Freud afirmaen Duelo y melancolía. Vemos así un desinterés por la cosas, indiferencia por el mundo exterior, inhibición de la productividad, como también cierta pérdida en la capacidad de amar.

IV. El objeto de amor y el de la pulsión son sustitutos

“El objeto se encuentra y se estructura en la vía de una repetición: reencontrar el objeto,
repetir el objeto. Pero lo que el sujeto encuentra jamás es el mismo objeto. Dicho de otro modo,
 el sujeto no deja de engendrar objetos sustitutivos.”
(J. Lacan. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica)

“Para la salud integral de la persona es esencial que su libido no pierda su plena movilidad.”
(S. Freud. Una dificultad del psicoanálisis)

Contrariamente a las espístolas, percibimos queen otros lugares, Freud, menciona tajantemente que todo objeto es sustituible.
Lo que postula en Tres ensayos… respecto al objeto perdido como aquel que se erige en el modelo paradigmático para la futura elección de los posteriores objetos halla su continuación, unos años después, en Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre y el Tabú de la virginidad. Allí explica que el varón “nunca es más que un sustituto, nunca es el genuino”. El genuino es el objeto inaugural e insustituible que encausa toda la serie.

[…] los objetos de amor pueden sustituirse unos a otros tan a menudo que se llegue a la formación de una larga serie [...] Además, si en nuestro tipo todos los objetos de amor están destinados a ser principalmente unos subrogados de la madre, se vuelve comprensible la formación de series, que parece contradecir de manera tan directa la condición de la fidelidad […] lo insustituible eficaz dentro de lo inconsciente a menudo se anuncia mediante el relevo sucesivo en una serie interminable, y tal, justamente porque en cada subrogado se echa de menos la satisfacción ansiada (19).

No podemos suponer que la intención de pensar al nuevo objeto en tanto sustituto se deba a los efectos de la guerra, idea surgida en algunos autores por la contemporaneidad de la misma con la aparición de Duelo y melancolía y La transitoriedad.La idea de la sustituibilidad del objeto también la sostiene dentro del conjunto de sus demás elaboraciones teóricas.
En Pulsiones y destinos de pulsión, Freud formula que el objeto de la pulsión es “lo más variable” y auspicia de meta en función de poder hallar satisfacción. Y En Esquemas del psicoanálisis, subraya dos características de la libido: la fijación y la movilidad.
No obstante, no podemos asimilar la movilidad con la fijación en una simple oposición disimétrica. El trabajo de duelo conlleva una ineludible relación entre la inscripción de la pérdida y la fijación. La infidelidad al objeto fenecido, queda, indefectiblemente, sometida al curso de la variabilidad de los objetos.

Hay una fijación a los objetos para, así, poder registrar la pérdida. Una vez consumado este desgastante proceso, la libido, dado su carácter móvil, puede dirigirse a nuevos objetos, siempre sustitutos.
Sustentamos entonces que el proceso que va de la fijación del objeto hacia su sustitución nos habla de cierta infidelidad hacia el mismo.
Estamos al corriente, tal como lo formula en Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica, que la naturaleza insatisfactoria de la pulsión es lo que siempre impulsa, por la vía del mecanismo de desplazamiento, a la constante búsqueda de sustitutos y a la formación de una serie —idea también formulada en Introducción del narcisismo—.
En tal sentido, tanto el objeto de la pulsión como el objeto de amor, objeto idealizado y sobrevalorado que se quiere tener, son formas ya de sustitución del objeto del deseo, objeto intrínsecamente perdido. Objeto perdido por definición, que, por lo tanto, es insustituible e inalcanzable.

Como dice Freud en Inhibición, síntoma y angustia, el deseo adopta el carácter de la nostalgia. En su repetitiva e incesante búsqueda de ese objeto el sujeto extrae la imposibilidad de recobrarlo. La repetición de las experiencias incrementa y ahonda aún más la distancia con ese objeto perdido. El deseo se vuelve en una búsqueda contraria a toda adecuación entre medios y fines.

Ahora, aunque la repetición resulte parcialmente fallida, igualmente, engendra nuevas huellas. Cada repetición introduce una marca a la serie de las precedentes.

Lo recién expuesto nos resulta clave: la relación con cada objeto sustituto que forma una cadena, una serie, no deja de imprimir una marca. Allí radica el carácter de insustituible del objeto que, por definición, siempre es un sustituto.
Decimos que lo insustituible e irremplazable de los objetos, que Freud incansablemente expresa con todo dolor y sinceridad en sus cartas, constituyen los nombres de esa marca. La misma conmina a realizar todo un gasto al aparato psíquico.

V. Lo que nos aporta el sueño de “Non Vixit”

Ahora, debemos detenernos en lo que Freud infiere con relación al sueño “Non Vixit” de La Interpretación de los sueños. Este término, que en latín significa “no ha vivido”, es dicho por Freud en tanto soñante.

Dicho sueño halla cierto preludio en una carta a Fliess, su más caro amigo e interlocutor por aquella época, el “representante del «otro»”. En esta epístola, Freud comenta acerca de los sueños absurdos: “Es asombroso cuán a menudo apareces tú. En el sueño ‹‹non vixit›› me alegro de haberte sobrevivido […]” (20).

Este sueño se encuentra en los puntos F y H del apartado 4, incluido en el sexto capítulo, El trabajo del sueño. A seguir, citaremos el relato del punto F, titulado: “Ejemplos. Cuentas y dichos en el sueño”, en el que dos sueños son encadenados por Freud en un todo: “He ido de noche al laboratorio de Brücke y abro la puerta, después que golpearon suavemente, al (difunto) profesor Fleischl, quien entra con varios amigos y luego de algunas palabras se sienta a su mesa” (21).

A continuación, Freud prosigue con el siguiente sueño:

Sigue otro sueño: Mi amigo Fl. [Fliess] ha llegado a Viena en julio, de incógnito; lo encuentro por la calle en coloquio con mi (difunto) amigo P., y voy con ellos a alguna parte, donde se sientan a una pequeña mesa frente a frente, y yo en la cabecera, sobre el lado más angosto de la mesita. Fl. cuenta acerca de su hermana y dice: ‹‹En tres cuartos de hora quedó muerta››, y después algo como ‹‹Ese es el umbral››. Como P. no le entiende, Fl. se vuelve a mí y me pregunta cuánto de sus cosas he comunicado entonces a P. Y tras eso yo, presa de extraños afectos, quiero comunicar a Fl. que P. (nada puede saber porque él) no está con vida. Pero digo, notando yo mismo el error: ‹‹NON VIXIT››. Miro entonces a P. con intensidad, y bajo mi mirada él se torna pálido, difuso, sus ojos se ponen de un azul enfermizo… y por último se disuelve. Ello me da enorme alegría, ahora comprendo que también Ernst Fleischl era sólo un aparecido, un resucitado y hallo enteramente posible que una persona así no subsista sino por el tiempo que uno quiere, y que pueda ser eliminada por el deseo del otro (22).

Ahora, estos revenants nos retrotraen a estos espíritus que Freud mentara en Tótem y tabú, o sea, a la desmentida de los muertos. Para esto, como también para el análisis del objeto y su sustituibilidad debemos adentrarnos en el análisis de este sueño. 
En los dos sueños que Freud toma por uno, localizamos una serie de personajes: en el primer sueño están presentes Ernst Brücke y Ernst Fleischl von Marxow, —del Instituto de Neurofisiología de Viena—. En el segundo, hallamos a Fliess (Fl.), su hermana y Josef Paneth —P., compañero del Instituto—. Cuatro de ellos —Paneth, la hermana de Fliess, Brücke y Fleischl— están muertos.

El análisis asociativo que Freud realiza de este sueño está disperso en distintas partes del libro. La primera aparición se encuentra en el apartado referido más arriba. Allí Freud interpreta, a partir del error gramatical de “non vixit” en lugar de “non vivit” —que significa “no está con vida”—, que el centro del sueño lo constituye el momento en que el mismo soñante, es decir, el mismo Freud, aniquila con su mirada a P.

Dicha escena es una copia de otra efectivamente vivenciada en el Instituto, que deriva en una sentencia de Brücke a Freud sobre sus llegadas tarde. El puente o punto de conexión lo constituye la sensación de aniquilamiento que invade a Freud al ser mirado por esos ojos azules de Brücke. Así, Freud se identifica en relación a esta figura del aniquilador.

Continuando con los enlaces asociativos, Freud señala que vio estas dos palabras —“Non vixit”— en la base del monumento al emperador José —‹‹Saluti patriae vixit non diu sed totus››—. Por un lado, este monumento remite al de Fleischl, el mismo había sido descubierto en la Universidad, evento al que Freud había asistido unos días atrás —allí, el discurso oficial fue tan altisonante que una persona murmura: “nadie es insustituible”, lo que funcionó entonces como  resto diurno—; por otro lado, alude al de Brücke.

La visión de estos monolitos tiene como correlato la pesadumbre de que su amigo P. —que se llamaba Josef, como el emperador— perdiera por su pronto fallecimiento la fundada pretensión a un monumento en ese lugar.
Hasta aquí obtenemos el primer elemento del análisis del sueño, la inscripción en el monumento a José. El segundo elemento, y por el cual Freud justifica la sustitución del “non vivit” por el “non vixit”, lo constituyen dos corrientes de pensamientos, una hostil y otra tierna, hacia su amigo P. Ambas logran la figuración en este “non vixit”.

La corriente tierna se hace evidente en el querer levantarle, por sus méritos científicos, un monumento. La hostil aparece en el maligno deseo por el cual lo aniquila; y que muestra, además, la identificación de Freud al personaje de Bruto en la obra Julio César de Shakespeare. Al mismo tiempo, dicha obra se vincula al mes de Julio —cuando su amigo Fl. visita Viena en el sueño—.

Es importante señalar que la corriente hostil hacia su amigo P., que permanece entonces inalterada por la tierna, halla su fuente infantil en su sobrino John, un año mayor —teniendo como conexión ya al Bruto de Schiller que interpretó en su niñez junto a su sobrino—, quien también es un resucitado. Freud refiere que su sobrino ha encontrado, en su recuerdo inconsciente, numerosas encarnaciones bajo distintos aspectos.
En relación a una escena infantil en la que actuó de una manera díscola contra este sobrino, Freud prosigue contando un “breve dicho justificatorio”:

‹‹Le pegué porque él me pegó››. Debe ser esta escena infantil la que desvía el ‹‹Non vivit›› al ‹‹Non vixit››, pues en el lenguaje de los niños mayores «pegar» {‹‹Schlagen››} se dice ‹‹Wichsen›› {‹‹sobar››; se pronuncia ‹‹vixen››} […] La hostilidad […] hacia mi amigo P. […] retrocede con seguridad hasta mi compleja relación infantil con John (23).

Tenemos así el error de “non vixit” —que indica cierta tendencia a la aniquilación, implicando un “no vivió jamás” o “nunca vivió”—, en lugar de “non vivit” —“ya no vive”—, y la resonancia de “vixen”, que tiene como alcance el golpe asestado al otro, al rival —recordemos que Freud designa a Fliess como el “representante del «otro»”—.

Ya en el apartado H, titulado: “Los afectos en el sueño”, Freud sugiere cómo el trabajo de condensación y desplazamiento se tornan patentes en el sueño, al igual que la fuente que oficia de refuerzo, que no es otra que la infantil —el “socio capitalista” del sueño—. En este sentido, aparece Fliess —Fl.— en un lugar privilegiado.
Respecto a este amigo de Berlín, Freud había recibido la noticia que se sometería a una operación de resultado poco alentador y que tenía de trasfondo la muerte de la hermana de Fliess —Pauline—. Dicha muerte aflora en el contenido manifiesto del sueño.

Dado que Freud teme por la vida de su amigo, y ante la imposibilidad de viajar, surge el autorreproche figurado en el “llegar tarde” —en caso de recibir aún noticias más desalentadoras respecto a su amigo—. Recordemos que “llegar tarde” es el motivo de la terrible mirada de Brucke a Freud.

Es, pues, el reproche el que pasa a ocupar el lugar del centro del sueño. Sabemos que detrás de esta recriminación se encuentra el deseo de muerte, siempre dirigido a este otro semejante y competidor.
De este modo, los rivales están planteados en cierta serie: por un lado, Fleischl y Paneth —ambos difuntos— son el elemento en común de los dos sueños, y ocuparon un puesto que Freud también deseó ocupar en su juventud.
Por otra vertiente, observamos el desplazamiento y la proyección de dicho deseo desde P. hacia Fliess —el “representante del «otro»”, y sobre el cual Freud terminará diciendo que ha triunfado donde el paranoico fracasa—.
La rivalidad se vuelve evidente en el enfrentamiento especular que ocurre en la mesa a la cual ambos se encontraban sentados. Tal desafío tiene su base en la relación, también especular, mantenida con su sobrino John.
Respecto a esto Freud dice:

Todos mis amigos son en cierto sentido encarnaciones de esta primera figura que ‹‹antaño se mostró a mis opacos ojos, son resucitados›› […]. Un amigo íntimo y un enemigo odiado fueron siempre los requerimientos necesarios de mi vida afectiva; siempre supe crearme a ambos de nuevo, y no rara vez ese ideal infantil se impuso hasta el punto de que amigo y enemigo coincidieron en la misma persona […] (24).

Como ejemplo de la existencia de un enemigo íntimo, Freud refiere que la relación con su sobrino pasó a ser el molde de las futuras trabazones con sus  mejores amigos. Todos ellos son reapariciones de la estampa infantil de su sobrino, actualizándose así el deseo en la fantasía.

Notamos que nos topamos aquí con la segunda acepción del duelo, la relación dual, bélica, de cuerpo a cuerpo con ese otro rival que tiene, como telón de fondo, el duelo por el falo. La rivalidad en el sueño está relacionada con el hecho de poder mantener el puesto.

Recordemos, además, que la palabra alemana que utiliza Freud para designar los celos es Eifersucht, e indica un temor apasionado de perder el amor de alguien o de tener que compartirlo. También representa el recelo a tener que renunciar a alguna cosa, ventaja o derecho.

De tal modo, en Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, Freud establece cierta analogía entre los celos y el duelo, ya que en ambos se pone en juego la dimensión de la pérdida.
Vale decir, el rival se constituye en sostén para que un objeto se erija en tanto deseable. El contrincante amenaza con la pérdida de dicho objeto, pero al mismo tiempo, indica la posibilidad de la existencia de la falta en la madre.
En este duelo por el falo vemos que el intruso despojador no solamente intima al niño, a su vez, posibilita que el celoso infante se de cuenta hasta qué punto deseaba ese objeto. Un ejemplo del encono del niño frente a la aparición esperada o ya consumada de un competidor lo vemosen Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad. Allí, Freud refiere que mediante la acción simbólica de arrojar vajillas afuera el niño expresa su más ardiente deseo de eliminar al molesto intruso.
Esta analogía entre los celos y el duelo pone de relieve el hecho de perder lo que se es para el otro y, por lo tanto, de renunciar a cierta pretensión de exclusividad de ser la falta del otro.
Estamos al tanto, en concordancia con la aparición del rival intruso, de otra carta de Freud a Fliess:

[…] yo había recibido a mi hermano varón un año menor (muerto de pocos meses) con malos deseos y genuinos deseos infantiles, y que desde su muerte ha quedado en mí el germen para hacerme reproches. También hace mucho tiempo que tengo noticia de mi compañero de fechorías entre 1-2 años: es un sobrino un año mayor, ahora en Manchester, que, cuando yo tenía 14 años, nos visitó en Viena [recordemos que en el sueño, Fliess también visita esta ciudad]. Con la sobrina un año menor parece que los dos a veces nos portábamos cruelmente. Ahora bien, este sobrino y este hermano menor determinan lo neurótico, pero también lo intenso en todas mis amistades (25). 

Es a través de dicho complejo, el de ‹‹Wichsen››, el de la relación fraterna, que llegamos al enunciado ‹‹Non vixit››, con su correspondiente enunciación: “Nadie es insustituible”. La misma señala el deseo de que un lugar quede vacante, deseo sostenido en la fantasía Pegan a un niño.

En función de esto, Freud manifiesta los pensamientos oníricos que se anudaron al adulador discurso necrológico del predicador sobre P: “«En realidad, nadie es insustituible; a cuántos he acompañado a la tumba, y yo sigo viviendo, los he sobrevivido a todos, he quedado dueño del terreno»” (26).

Este pensamiento, en momentos en que teme que Fliess corra el mismo destino que el resto, sólo admite este desarrollo: “que me alegra sobrevivir de nuevo a alguien, que yo no esté muerto sino él, que yo quedo dueño del terreno como entonces, en la escena infantil fantaseada” (27).

En las siguientes líneas, Freud prosigue indicando cierta serie nominativa, acompañada de la chance de acertar a dar allí mismo con cierta sustitución:

Hallo, entonces, del todo comprensible que los resucitados sólo subsistan el tiempo que uno quiera y puedan ser eliminados por el deseo. Es también por eso que mi amigo Josef fue castigado. Ahora bien, los resucitados son las sucesivas encarnaciones de mi amigo de la infancia; así pues también estoy satisfecho por haber podido encontrar siempre sustitutos para esa persona, y aun para ese que ahora estoy en trance de perder hallaré enseguida el sustituto. Nadie es irremplazable (28).
 
Pensamos, en primer lugar, que este párrafo recién citado es de una contundencia aún mayor que la establecida en Duelo y melancolía y La Transitoriedad,en cuanto a la sustituibilidad del objeto perdido.
Secundariamente, creemos que la satisfacción de poder conservar cierto puesto en la vida, el hecho de sobrevivir a todos, se relaciona con lo que Freud consuma como principio básico del Trauerarbeit en el ensayo Duelo y melancolía: “[…] el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino [el del objeto], se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con viday desata su ligazón con el objeto aniquilado” (29).

El sobrevivir a todos que Freud plantea en La interpretación de los sueños,va de la mano con el hecho de no correr el mismo destino que el objeto que se acaba de perder. Hay una estricta correspondencia entre cierta finalización del duelo y la satisfacción ante el hecho de permanecer con vida y hallar sustitutos.
Aceptar que el objeto es un sustituto forma parte del Trauerarbeit freudiano. Pero dicha admisión no es sin renuencia ni tampoco sin pérdida. Al respecto, citamos lo planteado por Freud en La interpretación de los sueños en relación al contenido latente representado en la ausencia de insustituibilidad: “[…] es preciso vencer en sí mismo serios reparos para interpretar y comunicar los sueños propios. Es que así uno se descubre como el único malvado entre todos los nobles seres con quienes comparte la vida” (30).

Aceptar la sustitución del objeto, es decir, poder volver a poner la libido en otro objeto, conlleva todo un derrotero, resultado de un proceso, de un trabajo.
Ahora bien, si continuamos con el análisis del sueño, arribamos a un punto nodal, tanto para este capítulo como el anterior.
Freud, en el análisis del sueño, proyecta una bifurcación de distintos caminos de pensamientos. Lo hace al referirse tanto a la hija de Fliess como a los suyos:

Mi amigo [Fliess] acaba de tener, después de mucho esperarla, una hijita. Yo sé cuánto lamentó a su hermana, la que él perdió temprano, y le escribo que sobre esa niña habrá de trasferir el amor que él sentía por su hermana; esta niñita le hará olvidar por fin esa pérdida irreparable. Así, también esta serie se anuda a los pensamientos intermediarios del contenido latente, desde donde los caminos se bifurcan en direcciones opuestas: Nadie es irremplazable. Vean, son sólo resucitados; todo lo que uno ha perdido, regresa (31).

Enseguida agrega, que los lazos asociativos entre los contradictorios componentes de los pensamientos oníricos se atraen mejor por el hecho de que la hija de su amigo lleva idéntico nombre que su compañerita de juegos, la hermana —de la misma edad que Freud— de su más antiguo amigo y oponente: ‹‹Pauline››. Freud refiere que para apuntar a esta coincidencia ha sustituido en el sueño a un Josef por otro Josef, resultándole imposible sofocar la similitud del sonido inicial en los nombres de Fleischl y de Fl. Posteriormente, añade que desde allí corre todo un hilo de pensamientos que conduce hasta los nombres que ha puesto a sus propios hijos. Nombres que han sido escogidos por el recuerdo de personas queridas: “Sus nombres hacen de los niños unos ‹‹resucitados››. Y en definitiva, ¿no es el tener hijos, para todos nosotros, el único acceso a la inmortalidad?” (32).

Debemos rescatar y retomar esta bifurcación de los caminos en direcciones opuestas.

Por un lado, cuando arribamos a la fórmula de la desmentida que vimos en el capítulo anterior: “esta niñita le hará olvidar por fin esa pérdida irreparable”, notamos una suerte de contradicción —y es aquí donde podemos retomar la propuesta de Ernesto Lansky—. Freud, a través de un sustituto, propone olvidar lo inolvidable, lo insalvable, reparar lo irreparable, relegar la marca de la pérdida.
Decir que “todo lo que uno ha perdido, regresa”, afirmar la existencia de los resucitados y sostener la pretensión de la inmortalidad muestran uno de los costados del duelo, los retornos espectrales que Freud conjetura en Tótem y tabú…
La frase: “todo lo que hemos perdido vuelve a nosotros” no nos deja de invocar la existencia de la desmentida de la muerte, implicando cierto retorno que elimina la posibilidad de resto alguno. 

Con todo, tenemos asimismo otro costado —la otra dirección del camino que se bifurca—. Aquí presenciamos la inscripción de la pérdida: nadie es insustituible.
La formulación respecto a la frase: “[De] ese que ahora estoy en trance de perder hallaré enseguida el sustituto. Nadie es irremplazable”, señala la pauta de que no hay sustitución sin pérdida.
Es como consecuencia del reconocimiento del deseo que se puede hacer desaparecer al otro, lo que lleva a pensar que dicha serie de sustitutos no es sin una marca, sin una pérdida.

Desde este ángulo, podemos retomar los revenants que Freud desarrolla ya en relación a sus hijos. Cuando Freud refiere que los nombres de sus hijos se hallan indefectiblemente ligados al recuerdo de personas queridas —cabe decir: Martín Freud por Martín Charcot, Ernest Freud en lugar de Ernest Brücke, Sophie Freud por Sophie Schwab, viuda de Josef Paneth—, y que por ello “hacen de los niños unos «resucitados»”, no nos dice sino que lo que se intenta transmitir es algo del orden de una falta.
La inmortalidad aquí significa la posibilidad de que algo continúe. En la ética freudiana el sustituto configura tanto la transmisión del deseo como la confrontación del padre con su propia castración. Aquello que, precisamente, deberá transmitir a sus hijos.

VI. Otra vuelta por Duelo y melancolía y La transitoriedad

“Freud insiste en que para el hombre, no hay ninguna otra forma de encontrar el objeto sino la continuación de una tendencia en la que se trata de un objeto perdido, un objeto que hay que volver a encontrar.”
(J. Lacan. La  relación de objeto)

“El verdadero objeto de la relación […]  se le podrá dar un sustituto,
que no tendrá mayor alcance, a fin de cuentas, que aquel que ocupó primero su lugar.”
(J. Lacan. La angustia)

Es posible localizar el carácter intrincado de la relación entre la pérdida y la sustitución, como también el valor que adquiere el objeto dada su caducidad, la localizamos en aquellos dos ensayos hartamente criticados por tantos autores.
En La transitoriedad, Freud parte de dos posiciones diferentes respecto a la reacción que pueden tener las personas ante la caducidad de las cosas bellas y de los seres queridos.

Como resultado de un paseo por las campiñas en compañía de un amigo y de un poeta joven, Freud objeta la postura pesimista de este último y la desvalorización de las cosas debido a su fragilidad y brevedad.
Precisamente, si la muerte le da una valía a la vida, se debe a que lo bello y lo anhelado son fugaces, no subsisten más que unos meses, una estación, una primavera. En este sentido, hallamos una carta de Freud dirigida a M. Bonaparte: “Es este aspecto eternamente cambiante de la vida lo que la hace tan hermosa” (33).

Esta posición es radicalmente diferente a la melancolía poética mostrada por Freud en La transitoriedad. Allí, ante la castración en el Otro, evidenciada en la destrucción de la Naturaleza, nos encontramos con la imposibilidad de iniciar un duelo —es decir, con “la revuelta anímica contra el duelo”—.

Jean Allouch, en La erótica del duelo…, considera a este ensayo, al que denomina “guión fabuloso”, producto de la capacidad literaria de Freud. Según el autor francés, el artículo debería intitularse: “El amigo taciturno, el poeta y el psicoanalista”.
Desde su perspectiva, se trata de un guión idealista, que transmite la posibilidad de alcanzar una verdadera relación de objeto sin que la misma esté mediada por la falta. Allouch, va más lejos y cataloga lo postulado allí sobre el objeto sustituto como cuasi contenedor  de un delirio de reemplazo.

No obstante, sostenemos que el hecho de que Freud se refiera a un objeto  sustituto no borra la marca que pueda producir la pérdida del objeto.
Freud rescata y resalta el valor de las cosas dada su perentoriedad. Es, justamente, este punto lo que vuelve más apreciable al objeto, aun cuando pudiera, por su condición de caduco y de no eterno, ser sustituido. El fulgor disoluble de lo bello constituye un aumento del valor de las cosas. La valía de la fugacidad es la  escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad de disfrute lo torna más apreciable.

Freud escribe que la belleza corre el infortunio de ser destruida, que la hermosura de nuestros rostros, efectivamente, se pierde para siempre. Ahora, de la misma manera, hace hincapié en que, tras esas pérdidas, surge algo nuevo: “esa brevedad agrega a sus encantos uno nuevo” (34).

En tal sentido, no hace otra cosa que remitir al carácter indestructible del deseo. El mismo está figurado en el retorno de la hermosura —recordemos los revenants, el retorno de los nombres en sus hijos en tanto sustitutos—.
El surgimiento de algo nuevo no implica una vuelta atrás que borraría las huellas que produce la pérdida. Indica un ir para adelante, dirección tan afín a la consecución de un deseo.
Pensamos así en una suerte de equiparación, por parte de Freud, entre el objeto sustituto y el nuevo encanto que produce una renovada expresión de la belleza de una flor. Por el contrario, como plantea Hassoun en La crueldad melancólica, el melancólico se adhiere a la rosa ya arrancada de sus pétalos que desprende el olor dulzón de lo podrido.

El nuevo objeto de amor tanto o más apreciable que ya está aguardando es un objeto sustituto al igual que el perdido. Este último también es un sustituto, y no por ello su muerte deja de conllevar una pérdida.
El hecho de que un objeto pueda ser sustituible no nos empaña su regocijo y, por lo tanto, tampoco nos quita el dolor por su pérdida.
Para Freud se trata de que la libido quede de nuevo libre para poder  investir libidinalmente a los objetos y recuperar la capacidad deseante —de allí los objetos sustitutos que entran en serie—.
En esta orientación, consideramos importante equiparar el nuevo objeto con todo lo nuevo que se pueda construir tras las ruinas que deja la guerra:

Cabe esperar que con las pérdidas de esta guerra no suceda de otro modo. Con sólo que se supere el duelo, se probará que nuestro alto aprecio por los bienes de la cultura no ha sufrido menoscabo por la experiencia de su fragilidad. Lo construiremos todo de nuevo (35).

Es importante señalar la dirección que Freud imprime en el texto: una vez que se supera y se elabora el duelo, re-aparece el gusto por las cosas.

A diferencia de lo que expone en el caso del pintor Haizmann, la prosecución del proceso luctuoso en La transitoriedad no acepta el camino inverso al recién señalado.
O sea, Freud no pretende que lo nuevo permita que se supere el duelo, de ser así estaríamos poniendo en duda que lo nuevo sea efectivamente tal. De esta manera, el sujeto no queda ensombrecido por la caducidad de las cosas.
Ahora, esta fugacidad ya había sido enunciada por Freud unos cuantos años antes. Por ejemplo, en sus Cinco conferencias sobre psicoanálisis, expone  en este sentido —ampliamos una cita esbozada en otro capítulo—:

Pero, ¿qué dirían ustedes de un londinense que todavía hoy permaneciera desolado ante el monumento recordatorio del itinerario fúnebre de la reina Eleanor, en vez de perseguir sus negocios con la premura que las modernas condiciones de trabajo exigen o de regocijarse por  la juvenil reina de su corazón? ¿O de otro que ante «The Monument» llorara la reducción a cenizas de su amada ciudad, que empero hace ya mucho tiempo que fue restaurada con mayor esplendor  todavía? Ahora bien, los histéricos y los neuróticos todos se comportan como esos dos londinenses no prácticos. Y no es sólo que recuerden las dolorosas vivencias de un lejano pasado; todavía permanecen adheridos a ellas […] (36).

De este modo, frente a la ausencia del objeto —expresado en este caso en la destrucción de los Monumentos—, Freud señala que su sustitución —indicada en la restauración de la derruida ciudad— no puede operarse sin previa fijación a lo perdido.
Consideramos pertinente hacer al respecto una serie de preguntas:

¿Por qué se equipara el objeto a un fármaco? Nos resulta dificultoso entender dicha semejanza cuando, en Duelo y melancolía,Freud desaconseja que la pérdida de un ser querido derive, indefectiblemente, en un motivo de consulta.
¿Por qué Allouch sostiene que Freud espera una normalidad rápida del deudo, cuando el creador del psicoanálisis se refiere a una entendible no practicidad?

Freud, no piensa una sustitución práctica ni sencilla del objeto perdido. El Trauerarbeit freudiano lleva mucho más que dos golpes de pala —sabemos que esta es otra manera de Allouch de calificar al duelo freudiano—.
En Duelo y melancolía, Freud programa las cosas por la misma senda que en La transitoriedad. Remite a la idea de una pérdida. El hecho de que el objeto sea sustituible no impide ni quita el privilegio narcisista que guarda dicho objeto para el superviviente.

Cuando dice que “a raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía”, consideramos que las idénticas influencias no apuntan a otra cosa que a la pérdida.
El objeto sustituto es solidario de una pérdida, inherente a ésta. Es consecuencia del encuentro perdido con el Otro —en el cual, a través de la instalación e investidura de la huella busca la identidad de percepción—. Es a partir de ese objeto perdido del deseo que se constituye la realidad. Es el objeto el que hace posible la fuente del mundo de los objetos, siempre sustitutos.

El deseo se convierte así en una repetitiva búsqueda en donde se intenta reencontrar sin poder encontrar. El carácter de sustituto no es otra cosa que la muestra de que el sujeto no se encuentra con el objeto de la satisfacción primaria, sino, más bien, con la perpetuación de su falta. Por eso mismo, todo objeto es un subrogado y comporta la marca de la insatisfacción.
El objeto que ya está esperando implica la posibilidad de recuperar la investidura libidinal y la fuente deseante, lo que permite al sujeto relanzarse en la siempre infructuosa e inadaptada pesquisa de nuevos objetos. Ya sea que esta se realice en el campo del engaño amoroso o en la reconstrucción de nuestras cosas más apreciadas.

Conjeturamos entonces que con la insustituibilidad de los muertos, Freud alude al brillo propio de cada objeto, y, por lo tanto, al dolor que la pérdida produce. Cuando habla de un objeto sustituto, no deja de referirse a ello.
 A tal respecto, rescatamos un bello fragmento del discurso amoroso de Barthes, titulado El buque fantasma. Allí, el autor define “errabundeo” a esta infructuosa tendencia del ser humano en su búsqueda de nuevos objetos sustitutos.

Errabundeo: Aunque todo amor sea vivido como único y aunque el sujeto rechace la idea de repetirle más tarde en otra parte, sorprende a veces en él una suerte de difusión del deseo amoroso; comprende entonces que está condenado a errar hasta la muerte, de amor en amor.

VII. El duelo originario. El deseo y el más allá del narcisismo

Para finalizar, necesitamos dirigirnos otra vez a La transitoriedad, y de ese texto reivindicar un último pasaje:

“La representación de que eso bello era transitorio dio a los dos sensitivos un pregusto del duelo por su sepultamiento” (37).

Inferimos que si hay un pregusto, una antelación del duelo, lo que se produce es la reacción del sujeto ante el retorno de la pérdida. Pérdida ya conocida, indicio del duelo originario, constitutivo del sujeto. Duelo que se reactualiza, como reacción, ante cada nueva contingencia de la vida, ante cada pérdida.

El duelo es la ocasión para retransitar la inapelable falta objetal que  engendra al sujeto en tanto tal. Desafía a la estructura para reencontrar la falta inaugural de la condición subjetiva.
Por ello en el duelo siempre habrá un sujeto por advenir, es decir, la posibilidad de que emerja un sujeto deseante. El duelo conlleva, de manera inevitable, la pregunta acerca del objeto de deseo que incumbe indefectiblemente al sujeto. De allí que el duelo comience en el campo del narcisismo para dirigirse más allá de él.

A raíz de la elaboración de dicha pérdida, aparece la pregunta por el deseo: ¿Qué hacer con esa libido que queda ahora libre? En el ensayo sobre la melancolía, en el ensayo fabuloso y en el Libro sobre los sueños, el sustituto es el nombre de la recuperación de la capacidad deseante y de la posibilidad de investir libidinalmente al mundo.
Como ejemplo, observamos el consejo que Freud da a su yerno Max un tiempo después de la muerte de Sophie: “[…] de apoco irá renaciéndote la fuerza para volver a hallarte en la vida” (38).

El sujeto ha metaforizado la pérdida originaria en un objeto sustituto. La perdida del mismo, sume al sobreviviente en una inagotable postura a medias, en una bi-escindida actitud: “lo sé, no está/sin embargo aún está”. Y permanecer así hasta la llegada ocasión en que se produzca un desplazamiento, vale decir, una metonimia del objeto.

A diferencia de la melancolía, en el duelo, los procesos pasan a través del reino de las investiduras de palabra (prcc.) hasta el proscenio de la conciencia. En la melancolía la pérdida no tiene representación en la conciencia, se encuentra clausurado el tránsito por el reino de las investiduras de palabra, es decir, el reino de la metáfora y la metonimia.

Tras lo dicho, creemos que Freud, con la postulación de un objeto sustituto, plantea que, en un verdadero Trauerarbeit, se puede inscribir y metaforizar la pérdida.

Esta elaboración luctuosa lejos está de ser una operación blanca y cristalina. Y todo aquello que pueda reemplazar al muerto permanecerá, como sostiene Freud a Binswanger, como algo diferente.

Notas

(1) J. Allouch: Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, p. 68.

(2) J. Allouch: “Ajó”, en La función del duelo, Litoral, Nº 17, Córdoba, Edelp, 1994, p.16.

(3) J. Allouch: Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, p. 69.

(4) E. Lansky: “Cuando Freud trata con la muerte de personas queridas”, en El color de la muerte, Litoral, Nº 22, Córdoba, Edelp, 1996, p. 138. El subrayado es del autor.

(5) S. Freud: “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, en Obras completas, 2° ed., Bs As, Amorrortu editores, 1993, vol. XIX,  p. 89.

(6) S. Freud: “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, pp. 83-84.

(7) S. Freud: “Tótem y tabú…”, p. 60.

(8) S. Freud: “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, p. 73.

(9) S. Freud- S. Ferenczi: Correspondencia completa 1917-1919, p. 156.

(10) S. Freud: “Dr. Anton von Freund”, en Obras completas, 2° ed., Bs As, Amorrortu editores, 1993, vol. XVIII, p. 264.

(11) S. Freud- E. Jones: Correspondencia completa 1908-1939, p. 433.

(12) S. Freud: Cartas a sus hijos, 1° ed., Bs As, Paidós, 2012, pp. 521-526.

(13) S. Freud- E. Jones: Correspondencia completa 1908-1939, p. 490.

(14) S. Freud: Cartas a sus hijos, pp. 570-584.

(15) L. Binswanger: Mis recuerdos de Sigmund Freud, pp. 100-102.

(16) S. Freud: Epistolario, 1° ed., Bs As, Ediciones Orbis, 1988, tomo III, p. 389.

(17) S. Freud- E. Jones: Correspondencia completa 1908-1939, p. 669.

(18) S. Freud- K. Abraham: Correspondencia completa 1907-1926, pp. 593-594.

(19) S Freud: “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor, I)”, en Obras completas, 2° ed., Bs As, Amorrortu editores, 1992, vol. XI, pp. 161-163. El subrayado es nuestro.

(20) S. Freud: Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), pp. 410-411.

(21) S. Freud: “La interpretación de los sueños”, p.421. El subrayado es del autor.

(22) Ibid., pp. 421-422. El subrayado es del autor.

(23) Ibid., p. 425.

(24) Ibid., p. 479. El subrayado es del autor.

(25) S. Freud: Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), p. 289.

(26) S. Freud: “La interpretación de los sueños”, p. 481.

(27) Ibid., p. 481.

(28) Ibid., p. 482. El subrayado es del autor

(29) S. Freud: “Duelo y melancolía”, p. 252.

(30) S. Freud: “La interpretación de los sueños”, p. 482.

(31) Ibid., p. 482.

(32) Ibid., p. 483. El subrayado es del autor.

(33) E. Jones: Vida y obra de Sigmund Freud, 4° ed., Bs As, Editorial Lumen-Hormé, 1997, tomo II, p. 393. 

(34) S. Freud: “La transitoriedad”, p. 311.

(35) Ibid., p. 311.

(36) S. Freud: “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, p. 14.

(37) S. Freud: “La transitoriedad”, 310. El subrayado es nuestro.

(38) S. Freud: Cartas a sus hijos, p. 533.

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 30 - Abril 2018
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