Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Pasar el testigo (sin dejarlo todo)
Albert García y Hernández

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Así llegó la cosa en su inicio:

"La pregunta que buscamos formular apunta a todo el espectro de problemas y cuestiones que se plantean entre aquello que pueda referir o designar "un analista", y "otro""

Y, por lo que sigue, ese "otro" es otro analista, no cualquier otro.

Y, también, y "significando" este inicio para acotarlo, la dirección o sentido de la dirección que se desarrolla en la convocatoria es: de un analista a otro… analista.

Entonces estamos en familia. No sólo la familia que fue objeto de uno de los trabajos de Lacan, sino de la familia que aparece en una de esas maravillosas obras (que siempre lo fueron, hasta cuando no tenía ni idea de cómo plantearlas y construirlas) de John Huston, "El honor de los Prizzi", y su frase nuclear: "fuera de la familia no hay nada". Estamos en familia porque la convocatoria no habla de (se habla tanto de eso aunque no se escriba), por ejemplo: psicoanálisis y sociedad. No. La sociedad, en este caso, queda más o menos fuera de la pregunta. Aunque posteriormente intentaremos una verónica (pase del capote de un torero, con perdón) para mirarla de frente.

Estamos en familia.

Pero, un momento, no tan rápido, cabría delimitar, desde ya, si el psicoanálisis tiene algún ángulo desde el cual pueda ser visto como una familia. De una manera grosera y precipitada, se podría pensar que algo de eso hay, si recogemos lo primero que nos viene a la cabeza: familia en Freud (y los lazos, no exentos de familiaridad, de los reunidos los miércoles) así como ese legado a su hija. Si pensamos en Lacan… mejor dejarlo aquí.

Herencia y sucesión

Bien, tomemos esto como hipótesis: hay familia entre analistas y analistas.

Esto nos llevaría a una cuestión no simple: en las familias hay herencias. Lo que no hay es sucesores. Se hereda el patrimonio, es una ley antigua, tan antigua como la antigua Roma y con muchas variedades, como se desprendió desde Levi Strauss. Pero se es sucesor, o no, de un legado fundacional, de un legado "creativo". Por eso hay sucesores de un "haber estado o haber sido" sin necesidad de pertenecer a la familia de esa "estancia o esencia". Eso pone las cosas difíciles a herederos y sucesores, aunque, si me dieran a elegir, preferiría (con la música de aquel "preferiría no hacerlo") ser sucesor antes que heredero, por muy tentador que resulte heredar una fortuna.

Quién hereda y quién sucede. Quién emite y quién recibe, y en qué condiciones, el patrimonio de un saber, llamémosle así, que es el psicoanálisis, si es que hay un saber psicoanalítico que va más allá de la concepción "hereditaria" de un patrimonio, que esa es otra. Por ejemplo, y también apuntado en la convocatoria: de Freud a Lacan.

Tenemos una estación de salida y otra de llegada. Pero hay muchas vías. Vías por las que ha pasado el mismo tren, parando en otras estaciones: ya no sólo las de los llamados postfreudianos, sino, más concretamente, y algunos de ellos calificados como tales, Winicott, Bion, Ferenci, etc. Releer qué pasajeros modificaron o aportaron, generosamente, al viaje podría ser un tema interesante. Si me permiten la soberbia: reléanlos. Se van a llevar más de una sorpresa.

Un analista siempre (todo analista) fue analizante.

Ustedes lo fueron. En el mejor de los casos: lo siguen siendo. En el lenguaje coloquial: ustedes también fueron "loquitos" y se van a encontrar (uno es muy optimista), después de una travesía por el desierto, precisamente con eso: con loquitos. Con "transgresores" que no hacen de eso ni bandera, ni logro, ni proselitismo. Con loquitos que se tomaron divertidamente (ya tenemos bastantes duelos) la castración y con ella no dejan de operar ilusión. Vean en "loquitos" un cariño especial.

Si mantuvieron esa ambigua y casi ya superyoica idea del deseo del analista, no dejaron nunca de ser analizantes, repito. Y, en algunas ocasiones, si ustedes quieren preservar ese inmedible narcisismo que siempre nos acompaña, incluso al "final del análisis -a la poca bibliografía de los casos me remito-, declaremos lo que declaremos en los congresos, en algunas ocasiones, digo, aciertan a ocupar un lugar que permite la experiencia del inconsciente. Es decir, donde no fue nada o casi nada, aprendieron.

Eso hay que verlo en toda su dimensión, empezando por respetar (perdonen este verbo que connota tantas valoraciones) a cada analizante que se pone, no diría que en sus manos, pero sí en sus orejas. ¿Puedo decirlo de otro modo?: podríamos empezar a presentar los casos clínicos con la manifestación del respeto profundo hacia el sujeto "presentado" que no hizo sino confiar en el secreto profesional y enseñarnos algo más en nuestro ignorar sobre él. Que no hizo otra cosa más que empezar como empezamos nosotros. Y que no hace más que enseñarnos constantemente, si hemos logrado mantener una ética y la oreja bien abierta.

Clínica

Eso, creo, también se refiere a la transmisión: cómo transmitir la enseñanza adquirida en la clínica. Cómo soportar que, ¿por qué no?, en una, en dos, en varias sesiones, fuimos extraordinariamente adecuados en la interpretación, en el corte, en el silencio. Dura labor la del analista que no puede engrosar, como en el resto de las "profesiones", su currículo para ser considerado, para ser aplaudido. Cuando más acierta, más impersonal es su logro.

Impersonal? Vaya, ahora sí que empezamos a nadar en aguas turbulentas. ¿Quién o qué testimonia de esos logros si no pueden ser clamados en público -incluso en un público universitario!?

¿Una sala de espera llena?
(Perdonen este inciso: nunca entendí una sala de espera llena. Ni cuando empecé mi análisis. ¿Qué quiere decir esto? ¿Es incapaz un analista de dosificar el horario de sus analizantes? ¿Ha llegado el psicoanálisis actual a mostrar un rostro semejante a cualquier ambulatorio social de la medicina pública, en el sentido de mostrar su falta, atosigada por el número, que no por la calidad? ¿Cómo puede estar seguro del tiempo -¡ay!, ¡esas sesiones cortas avant la lettre… de los analizantes!- que le va a ocupar un paciente como para citar al siguiente (o a los siguientes) casi a la misma hora? ¿Tan seguro está de abrir el inconsciente en unos minutos, acertar el tyché, como para atender al siguiente citado y que ya espera en la sala de espera?)

Una sala de espera llena, ¿es testimonio de sus logros?
Y una sala de espera cuyos esperantes coinciden "milagrosamente" con sus votantes en la política psicoanalítica a la que lo institucional dicta, ¿es una sala de non dupes? ¿Tan esquizofrénica ha devenido la función del analista que es capaz, sin fisuras, de distinguir su lugar de objeto con su lugar de sujeto, sujeto político? Si es así, ¿qué sentido tendría cualquier "escisión", basada normalmente, a la historia me remito, en matices de lo fundamental y no en lo fundamental?

Quizá lo fundamental oyó el mensaje de los Prizzi: fuera de la familia no hay nada. Y la creación de familias no cesa de crearse. Y más ahora que, otra familia, el Estado, vuelve y vuelve a preguntar cómo decir quién es y quién no analista (pero, fíjense: siempre pasando el "muerto" al interpelado: digan, digan ustedes quién es y quién no es -Achtung! ¿Se es analista? Y ese interpelado, hélas, corre a responder). El Estado, y la Universidad, esa Universidad hoy silenciosa donde hubo ruidos que nadie sospechó llegaran a enmudecer tanto, pasados los tiempos del mar bajo los adoquines. Viejo Reich estropeado en USA, te celebro: Listen, little man. Viejo Léo Férré, te escucho : La mémoire et la mer.

Cómo transmitir la enseñanza aprendida en la clínica, los descubrimientos -si los hubo- percibidos en un caso, bonita cuestión. No diré que muy numerosa, pero sí lo bastante, la experiencia como oyente del que esto escribe no puede sino concluir que ha oído, sobre todo, esfuerzos titánicos por calzar al paciente en alguno de los párrafos, de los axiomas, de los grandes autores. Como en los estudios universitarios periodísticos: que una noticia no te fastidie un titular. A veces se percibe en la exposición que el paciente hizo lo que pudo por hablar, por ser escuchado, mientras que el escuchante pensaba el marco adecuado, correcto, donde emplazar a este pobre sujeto. Se pierde así algún significante, alguna expresión, como de pasada, que hubiera dado de sí lo inimaginable, y nunca mejor utilizado aquí ese concepto que va más allá de lo imaginario. Por qué ese afán de ajustar el caso a la ortodoxia (¿?) nos lleva a preguntarnos qué se leyó para, a partir de eso, qué se quiere ajustar ahora. Si fue Freud, sus casos, no podrán leer más que toda la creación a partir de dudas, fracasos, impasses. ¿Por qué no seguir por ese camino? Con la experiencia de los cárteles de pase, ¿en qué condiciones se está para distinguirlos de ese calzar las cosas con las cosas?

Derivar

Dejemos las salas llenas de esperantes y volvamos a la transmisión. La transmisión inter partes.

Llega el momento glorioso en que la sala está tan llena que uno puede permitirse derivar la masa hacia otro lado. No importa si lo que se deriva es el paciente que no puede pagar tanto, o el psicótico dudoso. El caso es que, en un momento determinado, los pacientes "sobran". Se acabó el tiempo de (y perdonen el localismo: hablo de esta península ibérica, que es lo que más me atrevo a decir que conozco), se acabó el tiempo del galeno cruzando las aldeas de Galicia para recetar un alivio mientras escuchaba paciente un lamento, se acabó el tiempo del abogado levantándose a las tres de la madrugada para intentar estar presente en la última caída de un grupo sindicalista o de una célula clandestina. Hay prisa, se requiere resultados, vamos al grano.

Derivar en los tiempos de la cólera especializada, ¿cómo hacerlo?

Vuelta a empezar: ¿qué rige la dirección derivadora de los curantes (análisis=analizantes; cura=curantes) hacia otro lugar? ¿Otro? ¿Realmente "otro" qué?

¿Se deriva al "enemigo" político? ¿Se deriva al que quedó fuera de la familia? Pongan la mano en el pecho y respondan.

Claro, habrá casos de "desobediencia" y, como clandestinamente, un analista, atenazado por no se sabe qué ética íntima, transgredirá las normas y derivará a "quien no toca", a quien no sería políticamente correcto hacerlo, un paciente. Ahora sí: paciente, que no analizante. Como si el paso (la passe) de analizante a paciente (porque no hay diagnóstico, ni saber sobre él) desdibujara responsabilidades de ese acto.

No crean que esto haya de ser contemplado desde la condena. En realidad, y puestos a ser optimistas (¿por qué los analistas no son optimistas?. ¿Es que el proceso de acabar con las identificaciones ha de matar la ilusión? ¿Ese famoso duelo, ha de ser sempiternamente triste?), si algo queda sin decir al "final del análisis", ¿por qué no meter en ese rubro, que dicen los argentinos, o en ese cajón de sastre, que dicen los cervantinos, algo de lo que nunca se pudo llegar a decir?

Seamos, pues, optimistas, dejemos, desde la invencible trasgresión, ese aspecto que nos hace derivar a "quien no toca, política y correctamente hablando" -malestar tedioso de nuestro tiempo- que la "pulsión analística" actúe. No nos vamos a equivocar mucho más que haciendo lo contrario.

Por otro lado no olvidemos que lo que hay "ahí" es amor. La transferencia. Y ¿no es el amor contingente? ¿Cómo acertar pues en la derivación? ¿Se producirá ese amor en el sujeto derivado hacia el nuevo semblante de objeto causa? ¿Qué amor "inicial" condujo a preguntar a un profesional a qué otro dirigirse? Si la derivación se produce tras unas cuantas sesiones, ¿qué está pasando con el SsS, con esa primera transferencia? ¿Forma esto parte de un deseo no sostenido por el analista, de una resistencia del mismo? No cabe duda de que uno de los criterios de derivación puede desprenderse de la suposición de especialista en algo del analista que recibe. Ahí la cosa puede ir bien.

Supervisar

El lugar de la supervisión podría ser el buen filtro para no llegar a errar en las otras transmisiones comentadas hasta ahora. Ahí se podría corregir lo que podríamos llamar "vicios" de la transmisión en la enseñanza, en la presentación de casos, en derivaciones, incluso. Aquí estamos en cierta "intimidad". Si uno quiere, además, rentabilizar el pago de la supervisión, es estúpido no aprovechar ese lugar y dedicarse a hacer lo mismo que puede estar tentado de hacer en público, en un lugar público. En la supervisión hay algo más: hay, o puede haber, un saber derivado del estilo de los dos en liza. Aquí se puede ver cómo actúa o actuaría cada uno ante el caso llevado a supervisar. Por eso, y ante eso, el primer pensamiento es si no conviene cambiar de supervisor de vez en cuando. "Oír" otro estilo. Digamos que todo lo que sea crecer en diversidad, contemplar lo mestizo, redundará en mayores opciones. Más aún en tiempos de globalización y de discursos encasquetados en lo correcto.

Transmitir en lo social

Estamos rozando lo que queríamos semi-evitar (aunque se escapa sin remedio) y que podríamos llamar política del psicoanálisis. Y aquí también podríamos plantearnos otra dirección, la que va, en los dos sentidos, entre el psicoanálisis y la sociedad. Qué tipo de transmisión puede circular en esa vía.

Es frecuente encontrarnos con la palabra escrita del psicoanálisis comentando obras artísticas. En otros lugares ya dejé caer algún comentario sobre la prudencia a tener en cuenta cuando los comentarios van más allá del texto estricto y empiezan a navegar sobre conjeturas del sujeto escritor o pintor o vaya usted a saber quién en cada caso (por cierto, un campo casi inédito: el de la música).

Cabrá ahora pensar algunas cosas respecto del analista puesto a analizar situaciones políticas desde una perspectiva que sólo sería adecuada en dispositivo. Trasladar (una manera de transmisión, trans-"misión") parámetros del discurso analítico a comportamientos colectivos tiene sus peligros, el primero de los cuales: errar, y, muchas veces, aparatosamente. Por ejemplo: recomendar el voto a una opción política. Petits exemples recientes tendrían que ser sometidos a lo implacable de las hemerotecas.

Una cosa son las aportaciones freudianas sobre el malestar en la cultura, o la militancia berlinesa del primer Wilhelm Reich, o los actos políticos de Lacan durante la ocupación nazi. Otra es poner en la probeta analítica un acontecimiento político o social y buscarle pulsiones, goces, lapsus.

No obstante, en la labor casi detectivesca del analista y del analizante, en que no se sabe a ciencia cierta quién es Holmes y quién Watson, en ese rastrear por las identificaciones, pasando por el campo superyoico, no está de más saber algo de la historia sociopolítica del lugar original del analizante. El Seminario XX (…problemático y febril!... / El que no llora no mama / y el que no afana es un gil!) ha dado suficientes datos como para tenerlos en cuenta. Sin profundizar en ellos, sólo con las consecuencias de las guerras, de los golpes de Estado, con su séquito doméstico de los ajustes de cuentas, de las fosas comunes, de los desaparecidos, ya tenemos un material que está hablando donde no se puede decir nada. Esa llamada, con eufemismo, globalización, es decir: abrir mercados y desplazamiento de mano de obra, lleva al diván a toda una generación exiliada que ya no vino motivada directamente por razones políticas, sino por razones económicas y, muchísimas veces, por razones de una nebulosa búsqueda de identidad: saber dónde nació y por qué abandonó su apellido el país de origen. España y América (no USA, digo) aportan material constantemente. Por razones incluso diferentes, no dejamos de cruzar el charco unos y otros.

En esto, pura ortodoxia lacaniana: el analista debe ser letrado. No sólo en el conocimiento de las figuras estilísticas del lenguaje (Lacan), sino en la subjetividad social de cada tiempo, y en sus antecedentes, hay que añadir. Más de una vez se verá enfrentado a una, una más, de las decisiones que comporta la dirección de la cura: hacer aparecer al desaparecido, por ejemplo. Esa es una transmisión: decidir por dónde seguir. Sostener una apuesta. Decidir cómo traducir, entre muchas acepciones, la palabra escuchada, el dolor pesante, la incógnita que late, la cadencia del tiempo del saber.

Tu más profunda piel

Se lamentaba Julio Cortázar (que entretuvo maravillosamente a una generación con su Rayuela) de no cernir lo erótico. Era bastante exigente, porque creo personalmente que se acercó en muchas ocasiones. Daba como ejemplo la carencia en la literatura en lengua castellana (quizá olvidó la mística), lejos de los ejemplos en inglés o en francés. Apuntaba a un Pedro Salinas, por ejemplo. Y apostaba (eso le ha diferenciado siempre de un Vargas Llosa) por intentarlo. En "Último Round", pero no me hagan caso porque hablo de memoria, introdujo un breve relato con el título que elegí para este apartado.

Tu más profunda piel, erótica del psicoanálisis, es lo que ocurre en el dispositivo. Hasta tal punto que Lacan recomendó vigilar la resistencia del analista. Allí, en ese lugar en que ha de haber tres (pero que no se acaba de discernir de qué tres se trata), alguien se pasea sin trabas (sin trabas imposibles, claro) y es el inconsciente. Sin trabas, pero atraparlo, si me permiten la cacofonía, es lo imposible que no deja de… bla, bla, bla.

Cuando presentamos un caso, ¿qué rige? ¿El caso, sus matices, sus silencios, sus dolores, esa lágrima que demandó más allá de la demanda un kleenex del analista (no me digan que no tienen kleenex en su consulta), ese horror del tyché, esa alegría extraída del ridículo de un lapsus, ese pasarse la mano por el cráneo, o la agresión al testigo del desnudo, etc., etc., etc.? ¿O la adaptación, caiga quien caiga, del caso a un párrafo, a un seminario, a un escrito ya escrito y, por lo tanto, probablemente obsoleto, como planteaba anteriormente?

Decía Miller, que, reconozcámoslo, dice y no siempre tonterías, que era fácil distinguir el tiempo en que los analizantes de Lacan tuvieron su análisis. Unos eran del tiempo del imaginario, otros del simbólico y el resto (aquí la cosa divagaba) del real. También decía sobre la tragicomedia del "yo estuve allí: vi el goce, vi el objeto "a".

No sería demasiado arriesgado volver al Watson y al S. Holmes, que cité hace tiempo, pero ahora unidos, para observar el fracaso y la vuelta (no había psi entonces y allí) a la droga y al violín (de Holmes, ante la mirada escandalizada, pero al lado y sosteniendo, de Watson). El lugar donde se lamen las heridas de aquello que fue más allá de su investigación y ya no entendieron. Es decir, como el viejo Freud: llegué hasta aquí.

Tampoco estaría mal recoger los frutos de los segregados (que, por otra parte, entregaron toda su fuerza y entusiasmo) para preguntarse cómo balbucean, desde sus islas que suelen formar archipiélagos, los primeros resultados de su perseverancia: sostener, a pesar de todo, la experiencia del inconsciente. Con una especie de amor insólito más allá de la Ley que la Ley dicta en cada momento.

Ahora se trata de hacerse cargo de que Yo (je, sigamos afrancesados, no moi) estuvo allí. ¿Cómo dar testimonio de eso, de ser testigo?

Y, además, se trata de esto: ¿cómo pasar ese testigo?

A estas alturas, ¿los "mecanismos" funcionaron? ¿No? Entonces, ¿por qué insistir en ello?

Inventemos. Después de todo, ahora, después de unos años, tampoco nos jugamos tanto cuello.

Albert Garcia Hernàndez
Barcelona, otoño 2008

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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