Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Cuerpo y erótica:
la dialéctica entre el amor y el deseo

Judith Nieto López

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Erixímaco nos dice, traducción textual,
que la medicina es la ciencia de las eróticas del cuerpo.
No se puede creo yo dar mejor definición del psicoanálisis.
Lacan (2003, p. 83)

Ese ladrón furtivo que es el amor,
¿quién no lo espera de hora en hora?
Jelinek (2004, p. 126)

Resumen

No se niega hoy día, en una época que algunos suelen nombrar como de la sobreespecialización, que cada vez es más urgente poner en discusión los saberes, las ciencias, pues el progreso de unos y otros se ha dado gracias a que el conocimiento, del orden que sea, no es un campo de actividad privado exclusivo de los "sabios". Por el contrario, aquél y sus alcances proceden de la posible y común cercanía compartida cada vez más por los objetos de saber, independiente de sus particularidades, razón de más para comprender cómo todo conocimiento nos afecta a todos y, en consecuencia, a todos nos pertenece.

Lo anterior explica por qué el presente artículo intenta propiciar el encuentro de tres disciplinas: el psicoanálisis, la filosofía y la literatura; en particular y en lo que toca a ésta desde el campo de la ficción. Pues, es una novela la que ha servido de puente para establecer un diálogo de relaciones interdisciplinarias, debido a que los mencionados saberes, se confirma, están cada vez más unidos, como obra no de la singularidad de sus conceptos, sino de la fuerza que a éstos concede toda obra de la imaginación.

Body and erotic: the dialectic between Love and Desire

Abstract

It is not denied today, in an epoch named by some as the hyper-specialization age, that it is more urgent each time to set up knowledges and sciences for discussion, because everyone’s progress has could be carried out since knowledge —of any kind— is not a "wise men’s exclusive field". That —and its scopes— comes from the possible and common increasing nearness of knowledge objects, independently of their particularities, powerful reason to our understanding how every knowledge affe ct all of us and in consequence belongs to all of us.

The former explains why the present paper pretend to ease the encounter of three subjects: Psychoanalysis, Philosophy and particularly Literature, pointing on the topics that have something to do with fiction. That is because a novel served as a bridge to establish a dialogue between interdisciplinary relationships, due to the fact that the mentioned knowledges, as we know, are closer each time, not due to the singularity of their concepts but to the strength every imagination work concedes to those.

 

Introducción: sobre algunos discursos que comparten su interdisciplinariedad

Sin lugar a dudas, los trabajos interdisciplinarios y que promueven el diálogo entre diversos saberes cobran cada vez más interés y preocupación por parte de las comunidades de estudiosos motivados por incursionar en campos afines a un conocimiento específico, o por otros que, dispuestos a una recíproca discusión teórica, confirman de manera constante que hoy ni las disciplinas ni las ciencias pueden concebirse aisladas, independientes; pues, aunque sus objetos de saber sean diferentes, los fines de construcción del conocimiento se vuelven necesariamente cercanos, atractivos de unos campos hacia otros. Es el caso particular del psicoanálisis, cuya propuesta teórica se ha fortalecido con diversos referentes al ámbito de la salud; quizá, con esto se aspira a ir más allá de la enfermedad, no sólo en aras de la cura, sino con el fin de constatar que, por ejemplo, en una estructura neurótica hay sujetos enfermos, pero también artistas, creadores, sobresalientes escritores, que lo son por obra de la misma.

La afirmación acabada de exponer sirve de explicación para comprender cómo desde su temprana difusión y con Freud "el psicoanálisis sintió una especial atracción por el estudio de personalidades artísticas geniales y por sus obras" (Paraíso, 1994, p. 95). Testimonios nacidos de esta afirmación se ilustran a partir de los intereses presentados por el psiquiatra vienés a lo largo de la experiencia clínica ingeniada y probada por él; los casos de Goethe con Werther, de Shakespeare y su drama Hamlet y de Sófocles con la pieza trágica Edipo rey muestran a connotados creadores literarios cuyas vidas y obras no dejaron de sorprender al gestor del psicoanálisis.

Estas motivaciones, unidas a sus conocidas producciones sobre Leonardo (1919), Goethe (1917) y Dostoievski (1928), así como el intercambio de correspondencia con novelistas que apreciaron en el psicoanálisis una fuente de sus producciones de ficción, como se observa en los casos de Stefan Sweig y Thomas Mann, ilustran que no es nueva la preocupación por identificar en los saberes, por específicos que sean, la posibilidad de un acercamiento interdisciplinario.

Una razón para cobrar interés por las mencionadas personalidades y su obra puede hallarse en el mismo Freud, quien al referir a Edgar Allan Poe dejó clara la importancia de la literatura cuando se emprenden estudios propios de la vida psíquica, posición que consolidó al afirmar: "Posee un especial encanto estudiar en individuos destacados las leyes de la vida psíquica humana" (citado en Paraíso , 1994, p. 95). Estas palabras permiten comprender, además del gusto e inclinaciones personales por el arte literario del pensador vienés, las consignadas en " El psicoanálisis ‘silvestre’", donde dejó expuesta la idea de que con la formación clínica todo psicoanalista debe ser competente en otros campos, entre los que destaca el de la producción y el saber literario; suficientes motivos para entender por qué hoy, más que nunca, es conveniente congregarse en torno a discursos que comparten su interdisciplinariedad, como el psicoanálisis y la literatura, recíprocos en sus intereses e intenciones, pues tienen en común el elemento de la palabra, medio del cual se vale el primero para tratar el síntoma. La palabra, el mismo recurso del que se sirve el creador literario para develar lo que circula por la realidad.

Es así como, ante la confluencia de las dos disciplinas ya mencionadas, las páginas presentes estarán centradas en una obra de ficción cuyo título y argumento son oportunos para los saberes que venimos mencionando: el psicoanalítico y el literario. Se trata de la novela Deseo, de la escritora Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura 2004, obra que presenta en forma artística un discurso sobre el cuerpo, el cual, al ser mirado y pensado como un objeto, presenta una serie de actitudes que, como lo indicó Lacan, pasan a ser motivo de goce y de triunfo en el cuerpo agredido y , por convención, también deseado, de la protagonista de la novela.

Se procura dar una mirada al cuerpo pensado desde la ficción literaria ÿen este caso, del título ya indicadoÿ, y para entender dicha mirada se han hecho presentes algunos de los planteamientos del psicoanálisis, especialmente los trabajados por Lacan en el "Seminario VIII de ‘La transferencia’". Uno de los apartados de esta obra hace referencia a la armonía médica tenida en cuenta de manera especial con la expresión "eróticas del cuerpo", para confirmar con el psicoanalista francés que las pulsiones a las que es sometido el cuerpo dan cuenta de una erótica particular de la cual no está exenta la pulsión del goce, noción que anticipa otro referente teórico del mismo autor y que es ampliamente desarrollado en su obra titulada Los signos del goce (1998).

No está de más anotar que también se tendrán en cuenta otros autores y trabajos unidos por una preocupación común a la anunciada en el problema planteado y objeto de la presente reflexión.

El amor en el tiempo: la urgencia del deseo y el nombre prohibido de Eros

La historia de todos los tiempos guarda testimonios con los cuales se comprueba que la discriminación, la prohibición y el castigo han sido parte del precio pagado por quienes han accedido públicamente a su deseo de amar. "Desde todos los tiempos ha sido la erótica sometida a un régimen de ocultación" (Ortega y Gasset, 1980, p. 10). No es entonces nueva la mirada punitiva frente a ciertos casos de amor; tal vez sean estas actuaciones las que han llevado a expresar que "dicho discurso es hoy de una extrema soledad" (Barthes, 2001, p. 11). Condición que se agrava cuando recae el peso de la prohibición de llevarlo al ámbito de la conversación, o cuando aflora el temor vestido de "enfermedad".

Es cierto que manifestaciones artísticas en sus más variadas formas han puesto al amor en el núcleo de su inspiración; en ocasiones, para exhibirlo, en otras, para ocultarlo y hasta prohibirlo, pero la reflexión sobre tal presencia no se ha dado en la proporción en que páginas, pantallas e imágenes lo han mostrado. Sin embargo, han existido épocas cuyo legado ha consistido en obras consagradas a meditar sobre tal sentimiento; uno de los casos más antiguos e interesantes es el de Sócrates, quien en El banquete desarrolla todo un discurso acerca del amor, sentimiento considerado como una de las necesidades más reveladoras del alma humana, el que, a su vez, si se mira no en plano de lo abstracto, no en el mítico, ni en la poesía, sino en el ámbito de la realidad social de Occidente permitirá explicar el vínculo real, simbólico e imaginario con el mundo de lo erótico. La literatura, en especial la tradición griega, enseña que no todo lo erótico es amor y que el amor posee, en la relación de la comunidad y el afecto, el componente materializado de la philía que puede prescindir de la erótica.

En El banquete, Eros está censurado como motivo de conversación, impugnación que, justamente, es razón para que los miembros de la reducida sociedad allí presente hagan de Eros el tema central de su reunión. Para la época, este grupo podía ser tildado de escandaloso, dado que, a contracorriente, se dedicaba a discutir sobre el prohibido tema del amor y no acerca de las problemáticas de carácter público, próximas a lo social y a lo político.

Resultado de esta discusión "censurada" es la imagen que El banquete muestra del amor. De allí, Eros surge como bello y bueno, pero, ante todo, como portador del recurso de la perseverancia, cualidad de la que hace despliegue en la prosecución de sus deseos, que le permite la generación de los bellos discursos. Eros, el amor, además de filosofar durante toda su vida, no suspende su deseo. Pero, ¿qué desea? Del diálogo se desprende que se trata de la felicidad para siempre y, al contrario de lo que se piensa, no desea el placer, sino la generación o la procreación, independiente de que ésta sea corporal o espiritual. Claro está que el plano corporal se supera, una vez el diálogo propone un fin elevado como es la generación de lo bello mismo.

Un aprendizaje se obtiene del diálogo que logra vencer la censura para dejar en alto la idea, la necesidad y el nombre prohibido de Eros: se corrobora que el resultado del amor es la generación de lo bello y Sócrates enseña, a partir de su método dialógico, que la sucesión de las generaciones: "Puede darnos no ya un equivalente de la eternidad misma en cuanto nosotros podemos tenerla. Por tanto, la generación de los bellos discursos es el fin hacia el que tiende el amor" (Wahl, 1978, p. 73). A este fin aspira el discurso del amor, insistente en todos los tiempos, pese a que la erótica ha sido sometida a un régimen de ocultación en el cual se han plegado algunas tendencias del discurso histórico oficial y los propulsores del canon literario.

Sin abandonar el diálogo, es interesante anotar cómo para explicitar y demostrar su propia teoría, Sócrates debe recurrir a un personaje como Diotima, oriunda de Mantinea, verdadera representante del pensamiento platónico, quien, en su doble condición de sacerdotisa y profetisa, además de impartir enseñanzas al maestro, da comienzo a una narración casi mítica que concluye con el viaje del alma a la salvación.

Sócrates escucha la palabra de una mujer que conoce y habla sobre el amor; quizá sea esto lo que le permite soñar con la perfección de un "alma bella", que puede llegar a ser "eterna e inmortal" y representa una elevada realidad que se deja mirar, pues, a los ojos del filósofo, puede contemplarse a Diotima como mujer perfecta (y de existencia real, no ficticia como algunos piensan), que permite equiparar la belleza con el amor, máxima idealización, cuyo prototipo es ella misma.

La presencia de la mujer, además del saber que entrega, desvela el misterio de la unión de dos seres en completa armonía, la de la belleza, gracias a la cual el amor descubre una presencia: la incondicional entrega de los amantes. Entrega mediada por el vínculo donde se aproxima lo filial con lo erótico, siguiendo así a Platón, quien propone una perspectiva ético-estética donde el concepto de Eros se expande plenamente. Como bien se sabe a partir de Sócrates, lo que se privilegia es el cultivo del espíritu, pero ya se ha asumido que el cuerpo participa del amor por lo bello de los demás cuerpos, sean masculinos o femeninos.

Cuerpo y singularidad

Gracias a la tradición del pensamiento antiguo, descubridora y defensora del principio de individuación que reposa en la materia, hoy puede afirmarse que la singularidad que caracteriza a los sujetos es la misma que identifica al cuerpo.

El cuerpo, objeto de diferentes motivos de reflexión, los cuales oscilan entre el reconocimiento único al contenido pensante del sujeto y el interés especial por su constitutivo material, ha instaurado en el campo de la filosofía y en las disciplinas preocupadas por pensar y mirar al hombre dos posiciones extremas en la búsqueda sobre su dimensión ética.

Es de anotar que los contenidos de tal oscilación, comprendidos entre la irrelevancia del cuerpo, declarada desde el mundo inaugural de la racionalidad consagrada al ámbito pensante, y su opuesto, el de la preocupación extrema por lo corporal ÿpreocupación llevada al extremo en la actualidadÿ, o por ese contenido que es objeto de observaciones, son los mismos que han sometido al cuerpo a diferentes e infinitas miradas. Con éstas, el cuerpo ha ganado un estatuto que lo ha convertido en objeto de estudio cultural, filosófico, antropológico, político, psicoanalítico, estético y artístico. Conversión que reclama para cada circunstancia temporal e histórica, una relación específica del sujeto con el cuerpo, la cual se refleja en todos sus actos y en el vínculo que establece con el mundo y con otros cuerpos, como una forma expresa de manifestar que el acercamiento que se tiene con el cuerpo es el mismo que permite su extensión con lo social.

Cuerpo y nexo son dos inscripciones que expresan, desde los griegos, el contenido colectivo y moral que manifiesta desde sí, la relación con el otro.

Cuerpo, erótica y palabra

Afirmar que el psicoanálisis es "una ciencia de las eróticas del cuerpo" (Lacan, 2003, p. 87) es una idea poco difundida entre los estudiosos e interesados en esta práctica, aunque no extraña leerla en Lacan, específicamente en el "Seminario VIII ‘La transferencia’". Se trata de una declaración conseguida a la luz de las palabras de Erixímaco, el tercero en intervenir en El banquete de Platón, quien afirma lo siguiente: "la medicina es la ciencia de las eróticas del cuerpo". Curiosa declaración, no obstante tener claro que quizá la mayor apuesta del psicoanalista francés consistió en elaborar su propuesta de experiencia clínica a partir del lenguaje y la palabra2. En apariencia, una posición como ésta somete el cuerpo a la palabra y no sería desacertado pensar que aquél es puesto de manera alejada de ésta. Pero no puede dejarse de lado que para contar con la palabra debe contarse también con el cuerpo, pues ¿de qué otra forma apreciar el síntoma si no es a partir del cuerpo? El cuerpo es, entonces, la fuente, el argumento para hacer decir al síntoma; la mejor vía para tratarlo y hacerlo aparecer no es otra que la palabra. "Esto toca directamente a lo que podríamos entender por síntoma, si es tomado como un disfuncionamiento o si es tomado como una respuesta de lo real, como el modo en el que cada uno goza del inconsciente sirviéndose del cuerpo" (Escuela de Orientación Lacaniana [EOL], 2005, p. 2).

Si luego de este puntual recorrido teórico se toma la novela referencia para esta disertación, que lleva por título Deseo, se encuentra que en su argumento gozar del inconsciente sirviéndose del cuerpo es ÿsi se hace una lectura acertadaÿ lo que entrampa a la pareja protagonista de la narración. Las páginas protagonizadas por una pareja que convive en un extraño matrimonio evidencian, en ella y en él, sus palabras, sus actos, en los cuales puede traducirse la apuesta psicoanalítica de que el síntoma no es algo diferente a un signo del ser hablante; signo donde la erótica particular vivida por ambos protagonistas no descansa, obra bajo el efecto de una pulsión, pues es imposible vaciar al cuerpo de goce y llenarlo de lenguaje; disponerlo a la palabra sería frustrar la carrera de la muerte a la que están dispuestos ambos personajes en la novela: marido y mujer.

La obra es una clara muestra de otro síntoma de nuestro tiempo y que se refleja en la forma como se vive la pulsión en la actualidad, la cual deja ver al sujeto dispuesto a diferentes eróticas, además de las que portan tras de sí el estandarte de la muerte. Una mirada a la novela permitirá confirmar si lo acabado de decir corresponde o no a una lectura de la erótica adelantada por su creadora, trabajo que constituye toda una invención sintomática a partir del arte.

Una vez más son oportunas las palabras provenientes de Platón y Lacan. Uno y otro pensador, desde la más lejana tradición hasta tiempos contemporáneos, se afilian respectivamente a un propósito común: pensar acerca de la distorsión del sentido de la erótica que entendido y atendido por fuera de toda referencia de la armonía, estado a partir del cual lo concibieron los lejanos griegos, es punto vital para explicar la idea de lo concordante que surge de lo discorde, de lo conflictivo. Y esta situación es equivalente a las primeras inquietudes presentadas en torno al cuerpo en el discurso de Erixímaco: la noción de lo concordante y lo discordante va a surgir por primera vez ÿcomo bien dice Lacanÿ en el psicoanálisis con Freud, quien, en atención a las categorías de lo concordante y discordante, presentará "La función de la anomalía respecto a lo normal" (Lacan, 2003, p. 87).

No viene mal la común preocupación de la filosofía y el psicoanálisis hoy, cuando, en particular, el cuerpo está expuesto al culto de la mirada que exige una armonía por la que se "esfuerzan" médicos ÿun grupo de especialistas en particularÿ y pacientes, sin atender a que tal esfuerzo, sólo y a la postre, señale el camino de la muerte. Las pulsiones también suelen ser compartidas.

Para ilustrar lo anterior, basta con detenerse ante la palabra cuerpo, que, en el momento presente, remite de inmediato a la idea de un "objeto" proclive a la milagrosa transformación, promesa del "cambio extremo" difundida comercialmente bajo un eslogan que podría plantearse así: "tráenos el cuerpo que tienes y llévate el que quieres". Risueña oferta capaz no de algo diferente al anuncio de la desaparición voluntaria y programada del cuerpo, obra del filo del bisturí o del síntoma de las anorexias y bulimias, uno y otras, protagonistas en toda su extensión de otras de las formas de goce a las que ha terminado sometido el sujeto contemporáneo. Y aunque la presente preocupación no versa sobre la mencionada sintomatología, sí tiene como intención adelantar una mirada al cuerpo pensada por la ficción, ejercicio que, al igual que en la realidad, no escapa a esa particular erótica que convoca al goce fatal e ilimitado al cual se han inscrito hombres y mujeres, los mismos que van por las calles y la vida, los que habitan el humano mundo de la novela.

Deseo: la denuncia de un malestar

En Deseo, Elfriede Jelinek adelanta todo un relato de aparente amor y de absurdo "deseo", tras el cual resulta natural encontrar que su obra parezca cruzada por el propósito de desenmascarar una sociedad enfermiza y solapada a la que, en apariencia, sólo le interesa la música y el arte, como sucede con la vienesa, censurada y revelada por Jelinek con el prodigio de una prosa que combina la denuncia del malestar con el asombro frente al sin igual acontecimiento musical que ha hecho visible a la capital austriaca.

Lo acabado de afirmar se lee en una de sus obras, donde la escritora opta por adelantar un tratamiento particular del amor; es su manera de conducir al lector a la convicción de que el amor es furtivo y, no obstante, renunciar a su espera no es algo diferente a volver cenizas el sueño que no se ha dado, la sobreviviente ilusión en medio del aplazamiento, de la imposibilidad de llegar a su realización. Es furtivo el amor y bajo su alero tantas veces opaco forma huella encendida la memoria de un deseo insaciable, mortal y extrañamente triunfante. Son las breves líneas con las cuales se puede hacer referencia sucinta a Deseo (Lust en alemán).

Deseo narra y deja al descubierto el mundo de las instituciones austriacas. Para ello, la autora tiene como referencia central la vida familiar y de pareja de un matrimonio entre un funcionario director de una fábrica de papel y una mujer, "la mejor educada del lugar". En la obra, las páginas suceden en medio de un relato de carne, placer obligado y muerte que parece no llegar a su fin.

La narración cuenta entre sus protagonistas con Gerti, la mujer sola ante "el mudo reino de su cuerpo" (Jelinek, 2004, p. 42), y con ella, su marido asediante , para quien el cuerpo de su esposa no es algo diferente a un objeto sobre el cual se consume el insaciable deseo y también sobre el que se "triunfa"; logro saboreado por aquél al igual que la gloria del deporte, una de sus máximas aficiones.

Pero hay algo más en esta obra rica tanto en el relato como en la construcción de sus personajes; en la misma también desempeña un papel protagónico un niño que, sin aptitud ni deseo alguno, estudia violín. Éste, como sus padres, es protagonista de una novela que poco se ausenta de la realidad, dado que los sucesos que allí acontecen no hacen pausa para denunciar o desenmascarar una sociedad cuyo acontecer oscila entre la aparente compostura y obediencia moral y el temor, por ejemplo, a las enfermedades transmitidas por vía sexual; miedo sentido por un hombre que para el mundo exterior se acoge a todos los mandatos de convivencia, pero que en realidad visita habitualmente los prostíbulos, que luego abandona no por atención a su correcto comportamiento, ni por la necesidad de recuperar la fidelidad a su esposa, sino por el miedo contemporáneo a ser contagiado por alguna de las enfermedades que suelen padecer quienes practican la promiscuidad sexual.

El lenguaje traído sin recato y expuesto bajo el nombre indicado, sin el menor eufemismo, sirve de guía a una prosa característica de Jelinek, quien, por medio de su narrador y la construcción de sus personajes, logra un transparente retrato de esos hombres y mujeres de estos tiempos (quizá de todos los tiempos), cuyas vidas transcurren bajo la escasa espiritualidad de lo efímero que sucede en sus días, pero ante todo en sus cuerpos, triunfantes por obra de una sensualidad que los convierte en objetos con destino a las cenizas, más que con rumbo a la gloria.

Esto es lo que se lee en el transcurso de las páginas abiertas tras un epígrafe que anuncia el argumento de la novela y seleccionado por su autora con una anticipación artística de unos versos tomados de San Juan de la Cruz, bellamente así introducidos: "En la interior bodega de mi amado bebí". No puede haber mejores líneas para inaugurar una narración donde el cuerpo, hoy mirado como cualquier objeto que adorna y sirve para ser mirado, termina en la privacidad de un matrimonio, sometido a las más extrañas escenas de violencia y obscenidad. Asimismo, el relato enhebrado en medio de las más bellas metáforas desvela el triunfo de una sociedad donde el consumo de los cuerpos se acrecienta al lado de ese eterno gran perdedor que es el amor.

Intereses artísticos, sociales y personales son los que , sin duda alguna, deja traducir Jelinek, en lo que puede nombrarse como su misión literaria: manipular el tiempo y la vida de los personajes creados para el logro de su trama, en procura de reconstruir lo mejor. Para el caso, se trata de "imponer" la verdad a una sociedad que, al parecer y según se lee en la narración, sólo ha puesto al descubierto una historia para el mundo: la musical, pero que ha dejado la otra, la humana, la cotidiana vivida y padecida, en especial por el mundo femenino sometido al silencio cómplice frente al autoritarismo sin límite ejercido por los hombres austriacos.

La escritora, censurada por el gobierno de su país al momento de conocerse su nominación al máximo galardón mundial literario, hace ficción de su realidad, recurso eficaz mediante el cual la novela parece aspirar a relatar la verdad-revelación de los acontecimientos entretejidos en su narración.

Una novela regida por la mirada

El título elegido por Jelinek para concentrar el acontecimiento humano transformado en novela da cuenta, quizá, de la previa indagación hecha por la autora en torno a las referencias sobre la institución familiar austriaca, base vital para la construcción de sus personajes. De allí salen los ambientes que construye y convierte en trasunto estético de su relato; estos elementos son, simultáneamente, una buena fuente histórica y la condición para la sucesión de una prosa guiada por la "mirada", en el lenguaje en que obstina el relato. Hay allí, valga la reiteración, la presencia de un tejido cotidiano, bien aprovechado por la escritora para transformarlo en material central y posterior soporte de sus personajes sobrevivientes en el papel, pero muy seguramente vivientes en esa realidad social soterrada del medio austriaco, en el cual un pudor llevado hasta el extremo deja a la luz las mentirosas glorias de este país, así como las más reveladoras decadencias de su constitutivo social, el cual está cargado de lo humano, como bien ocurre en cualquier país, sistema y sociedad del mundo.

Luego de una minuciosa búsqueda en torno al significante deseo merece destacarse que el título, asertiva selección de la autora, no obedece a un asunto caprichoso, se condensan en él las partes centrales del relato de vida y muerte, de un excesivo eros y tanatos cuya finalidad, al parecer, es concentrar al lector en la fuerza de unas páginas que lo llevan a reflexionar sobre lo grandioso y desgraciado transcurrido en las mismas. Es la lógica del deseo desenfrenado, significante traído misteriosamente por la autora para cumplir con algo que es más que un propósito de creación literaria, para llamar la atención sobre los engaños también presentes en las palabras necesarias para construir una trama y para hacer visible el mundo que subyace a una realidad que brota con sus veleidades y mentiras desde la increíble ficción.

Cabe señalar que se trata de una labor audaz de la mujer-escritora que, sin dejar de mirarse, mira a otra y a otros para desenmascarar sin más el reino de la mentira escondido bajo un nuevo traje, y que deja ver no algo diferente a cómo queda el cuerpo, por ejemplo, el de Gerti, la protagonista, cada vez que su marido la desnuda haciendo trozos el vestido bajo el cual se hace bella, es la forma cotidiana en que pone al descubierto y "desnuda su ruinosa fachada" (Jelinek, 2004, p. 28).

En apariencia, Deseo teje un relato erótico, pero leída con más agudeza, la novela concede una puntada que asocia lo erótico con la desgracia, la de ella, que accede a la excesiva sensualidad de su esposo quien la reduce a la condición de un objeto que se toma y se deja, juego al que ella también juega, así termine abocada a "una infinita cadena de repeticiones" (Jelinek, 2004, p. 114). Repeticiones por las que opta, aunque tengan sólo una promesa: la del hundimiento definitivo, cosa que le ocurre cuando termina dedicada a servir con el cuerpo, obediente a una especie de absurdo imperativo de fácil encuentro en la realidad y en tiempos como los actuales, donde "con su cuerpo la mujer sirve al hombre la mayor parte del tiempo" (Jelinek, 2004, p. 139).

Hace de su cuerpo un objeto de goce para su marido, sin eximirse ella del goce reportado por su actuar. Son oportunas las palabras de Lacan cuando define el goce como "una instancia negativa" (citado en Zapata, 2004, p. 19), entendiendo por instancia un cierto imperativo que empuja a repetir la acción demandada por el goce, el cual obra dominado por una especie de "súplica" que no cesa de llevar al sujeto al logro de su satisfacción, sólo que ésta es alcanzada, pero fuera del significante deseo. Es lo que acontece en las artísticas páginas escritas por Elfriede Jelinek, sus líneas exprimen exceso de placer por fuera del marco del deseo, entonces, el resultado es un cuerpo convertido, vuelto nada, y nada no es algo diferente a la negación del ser; es la proclama de la filosofía, continuada por el psicoanálisis en la especificidad de su hacer clínico.

Como se ha reiterado y luego de las precisiones teóricas expuestas, no sobra reafirmar que se trata de una novela que anuncia el deseo, pero que transcurre en las páginas sin dejar de conceder lugar a algo que difícilmente se puede nombrar como tal, pero a lo que también es difícil llamar pasión. La obra es, sí, una página abierta dispuesta por la pareja que ha pensado "el cuerpo como lugar, objeto sobre el que se consume el insaciable deseo y también sobre el que se triunfa" (Jelinek, 2004, p. 43). Se vive así y casi cotidianamente la vida en pareja y la vida familiar, donde, como un imperativo de la sociedad de consumo, los pactos son demandados más por una suerte de compra y venta que por un vínculo de amor.

Sin duda, se trata de una desmedida sensualidad, trastrocada en un goce que "es lo que no sirve para nada", según afirmación de Lacan. Circunstancia que ocupa un lugar privilegiado en la novela. Su autora, a lo largo de las páginas, trata y describe sin pudor detalladas escenas, exentas de lo obsceno y que desvelan el sometimiento personal, institucional y hasta corporal al que están obligadas las mujeres de la sociedad austriaca: "El hombre utiliza y ensucia a la mujer como el papel que fabrica" (Jelinek, 2004, p. 63), la mujer, en cambio, "muestra de qué está enfermo el mundo de los hombres" (Jelinek, 2004, p. 67). Claras expresiones que salidas de la ficción dan cuenta de una crítica a cualquier vínculo de dominación y, mejor aún, relatan ÿcomo ya se ha expresadoÿ, en medio de las más bellas metáforas, no la lucha constante e inútil de la desigualdad hombre-mujer, sino el encuentro que tienen que sortear algunas mujeres, silenciosas y vulnerables, ante el ataque constante de agresores, comúnmente sus propios maridos, camuflados en destacados cargos desempeñados en empresas oficiales o particulares.

Bajo un mismo régimen de obligación y ocultamiento, Gerti "sonríe como si tuviera que ocultar, aunque sólo tiene el mudo reino de su cuerpo" (Jelinek, 2004, p. 42) y así, en paráfrasis de Jelinek, se hace carne para habitar entre nosotros, servir al apetito de él, una especie de lema al que tiene que atender ella, en tanto su boca "se congela, pequeña como un murmullo de hielo" (Jelinek, 2004, p. 57). Único patrimonio con el que cuenta luego de soportar las más brutales agresiones físicas conducentes a prácticas sexuales como la sodomía, a las que acaba por ceder en una actitud de víctima no libre de su propio goce.

A su vez, no es difícil descubrir que Elfriede Jelinek refleja en su estilo y en su ficción una singular capacidad para contar desde el lenguaje el ser íntimo de los hombres; también el de las mujeres. Una de ellas, la protagonista de la novela, no difiere de cualquiera del mundo, como aquélla quizá "abierta a un amor sin esperanzas" (Jelinek, 2004, p. 135), a la búsqueda de unos besos que no llegan a ninguna parte. Es claro apreciar aquí cómo la actividad artística permite abordar el síntoma a partir de un discurso posible sólo por la vía de la "salida" concedida por la creación, para el caso, la literaria.

Por su fina y artística prosa, por el valor para denunciar todo tipo de abusos y sometimientos, por la belleza de las imágenes logradas para pintar hasta el más terrible de los sucesos, por llevar al papel y luego al libro las huellas vergonzosas de estos tiempos vividos entre las glorias del progreso y el horror que éste mismo acarrea, por la posibilidad de ser materia de estudio de un particular saber como el psicoanálisis, por ésas y otras razones, la escritora reúne méritos suficientes para ser leída y estudiada. Sus páginas resueltas en declarada literatura femenina presentan, generalmente, a un hombre y una mujer, ambos frente a frente con sus nombres que apenas aparecen, aunque, como se deja leer en Deseo: "sus ojos están cosidos con grandes puntadas" (Jelinek, 2004, p. 149). Unas son dadas por la vida, otras por la repetida historia de llevar el amor en sus vueltas inacabadas, furtivas, donde ellos, también nosotros, nos hacemos pedazos no sin antes optar por la ceguera, primer sentido que se apaga tras el encuentro de un furtivo amor, luego de negar un destino que nunca tuvimos.

Notas

2 Los signos del goce, obra en la cual Lacan desarrolla, en diferentes momentos, la noción destacada.

Bibliografía

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 24 - Diciembre 2007
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