Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Charcot, inconsciente de Freud: orígenes de la crítica de Foucaut
Guillermo Mendoza Gutierrez

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"Pero esto no es sólo válido para la piel; también para las mucosas, como se los muestro en los labios y la lengua del enfermo. Si introduzco un rollito de papel en el conducto auditivo externo y luego por el orificio nasal izquierdo, no provocará ninguna clase de reacción. Repito el experimento del lado derecho y compruebo una sensibilidad normal en el enfermo. Como corresponde a la anestesia, también los reflejos sensibles están cancelados o disminuidos. Así, puedo introducir el dedo y tocar el fondo de la garganta del lado izquierdo sin que sobrevenga ahogo. (...) como ustedes ven, puedo atravesar con una fina aguja cualquier pliegue de la piel sin que el enfermo reaccione. Las partes profundas –músculos, tendones, articulaciones-, deben de tener, por fuerza, asimismo, esa extrema insensibilidad, pues puedo retorcer la muñeca, estirar los tendones, sin provocar en el enfermo ninguna reacción." 1
SIGMUND FREUD.
Presentación de histérico ante los médicos de Viena.
26 de noviembre de 1886.

"¡Quédese quieto! ¡No hable! ¡No me toque!." 2
Emmy von N., histérica, a FREUD.
1º de mayo de 1888.

"Por algún camino doy en preguntarle por qué ha tenido dolores de estómago, y de dónde provienen. Yo creo que en ella los dolores de estómago acompañan a cada ataque de zoopsia. Su respuesta, bastante renuente, fue que no lo sabe. Y doy plazo hasta mañana para recordarlo. Y hete aquí que me dice, con expresión de descontento, que no debo estarle preguntando siempre de dónde viene esto y estotro, sino dejarla contar lo que tiene que decirme. Yo convengo en ello, y prosigue sin preámbulos." 3
SIGMUND FREUD. 1890.

 

En 1973-1974, Freud emerge como objeto de captura de la maquinaria genealógica foucaultiana 4. En la exposición pública de sus investigaciones históricas (y no de su ‘enseñanza’) 5 Foucault va a realizar una serie de menciones críticas del psicoanálisis que constituirán el antecedente inmediato de la futura inscripción de Freud, de su terapia y de su ‘saber’ en el proyecto de una Historia de la sexualidad (1976) en la que el padre del Inconsciente ocupará un lugar eminente y culminante.

En efecto, en la investigación que Foucault comunica en el curso del Collège de France El poder psiquiátrico, expone algunas de las relaciones de continuidad y de discontinuidad que se operan entre el poder-saber psiquiátrico y el poder-saber que se despliega en la escena psicoanalítica, a partir de las cuales propone pensar a Freud. Foucault ingresa, con este curso, en el debate francés en torno al psicoanálisis, debate iniciado con el Anti-Edipo (1972) de Gilles Deleuze y Felix Guattari y continuado con Le psychanalysme (1973) de Robert Castel.

También el Poder psiquiátrico implicará un viraje-visagra en la investigación foucaultiana: en situación de ruptura temática con los cursos anteriores, Foucault avanza hacia nuevos proyectos genealógicos. En su última sesión, el genealogista se lamentará de la posibilidad histórica que han dado a la medicina las histéricas de Charcot: ellas, militantes primigenias de la anti-psiquiatría, han permitido la captura "médica, psiquiátrica y psicoanalítica de la sexualidad." 6 Foucault concluye su genealogía del poder-saber psiquiátrico, afirmando en la última sesión del curso: "Forzando las puertas del asilo, dejando de ser locas para volverse enfermas, entrando en manos de un verdadero médico, es decir, el neurólogo, ofreciéndole verdaderos síntomas funcionales, las histéricas, por su gran placer, pero sin duda para nuestro gran pesar, han permitido la captura de la medicina sobre la sexualidad." 7 En el curso del año siguiente (1974-1975), el genealogista expondrá las hipótesis históricas generales de una investigación en la que se proyecta ya la Historia de la sexualidad.

Foucault realizará la genealogía del poder-saber psiquiátrico sirviéndose de diferentes escenas. La escena analítica será situada en relación de continuidad respecto a las escenas primitivas de la proto-psiquiatría (la liberación de los locos por Pinel y la curación del Rey Jorge) y la escena final de Charcot frente a sus histéricas. 8 El genealogista avanza así una tesis, dispersa en el curso y no desarrollada ni justificada, que formará parte de la Voluntad de saber: no habría que pensar al psicoanálisis, tal y como lo hace su historia oficial, como la gran ruptura epistemológica respecto al poder-saber psiquiátrico, sino que habría que pensarlo como una táctica de des-psiquiatrización que, a la vez que se despide del entramado de poder-saber psiquiátrico (del espacio arquitectónico, del interrogatorio, del aislamiento, del saber neurológico, etc.), maniobra estratégicamente para constituir un espacio clínico no asediado por los problemas que Freud vislumbra en la Salpêtrière: "Se puede decir que el psicoanálisis –sostiene Foucault- puede ser interpretado como el primer gran retroceso de la psiquiatría, el momento en el que la cuestión de la verdad de lo que se decía en los síntomas, o, en todo caso, el juego de la verdad y de la mentira de los síntomas se ha impuesto por la fuerza al poder psiquiátrico; el problema sería saber si a este primer fracaso, el psicoanálisis no ha respondido estableciendo una primer línea de defensa. " 9 Es decir, el padre del psicoanálisis, organizando una nueva escena terapéutica (de poder-saber), más que romper definitivamente con la psiquiatría y el poder del psiquiatra (anti-psiquiatría), no ha hecho más que retirarse del espacio psiquiátrico en el que el poder del médico y su saber fracasaban (Charcot), para conformar otro espacio en el que el médico no fracasará jamás: aprendiendo del fracaso de su maestro, mudo ante el relato de los avatares sexuales de sus histéricas, Freud establecerá unas ‘líneas de defensa’ que impedirán, siempre, que esos fracasos indeseables para el médico puedan suceder en el interior de la relación psicoanalítica. La maniobra de des-psiquiatrización freudiana, para Foucault, no redundará tanto en contra de la psiquiatría sino a favor del médico-psicoanalista y de su espacio extra-asilar. La estrategia de doble vía realizada por Freud permite comprender al psicoanálisis, en este momento de la investigación foucaultiana, como estrategia de des-psiquiatrización y de re-medicalización de la locura y de la sexualidad. Así, para Foucault, la escena psicoanalítica no será sino uno de los "destinos del poder psiquiátrico." 10

Expondremos los argumentos que permiten identificar el inconsciente genealógico (poder-saber) de Freud, para valorar finalmente en qué sentido este ‘inconsciente’ constituye aún un im-pensado del psicoanálisis y los psicoanalistas.

a) El psicoanálisis como maniobra de des-psiquiatrización.

Situado en relación con las maniobras psiquiátricas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el psicoanálisis triunfa allí donde el dispositivo psiquiátrico había fracasado. Frente a los logros teóricos de la neuropsiquiatría de la época de Charcot que habían permitido identificar a la histeria como enfermedad sintomatológicamente estable, se alzaron rápidamente las críticas que enarbolaban, combativas, el fracaso de la clínica del maestro de Freud, denunciando en las maniobras del médico de la Salpêtrière una producción ficticia de la enfermedad y de sus síntomas (Bernheim-Escuela de Nancy). Las maniobras del médico para producir teatralmente la verdad de la enfermedad en las presentaciones de enfermos (crisis) fueron inmediatamente consideradas como la manifestación perversa de un poder que inmoderadamente se ejercía sobre el cuerpo y la mente de los pacientes: las crisis y los síntomas eran provocados por el médico. Si bien las histéricas jugaban gozosas como maniquíes funcionales para entronizar al médico como médico y para constituirse ellas mismas como enfermas ‘ verdaderas’; hipnotizadas y drogadas, ante la demanda del médico de un relato sobre el ocasionamiento del trauma (porque toda histeria era traumática al haber asumido el modelo de los enfermos masculinos asegurados), ellas confesaban y escenificaban todos los avatares de una sexualidad insatisfecha que destituía el poder-saber del médico ‘serio’.

Dentro del campo de las instituciones terapéuticas se imponía, pues, para Foucault, una doble alternativa de superación de la crisis provocada por el acontecimiento Charcot: en tanto que suceso traumático en el que toda la elaborada construcción teórica de la neuropsiquiatría era impugnada por el poder que el médico ejercía en la producción de las crisis, cayendo en la trampa de la simulación de las enfermas. Primero, una posición anti-psiquiátrica, que será la vía ejercida por la escuela de Nancy y, por un momento, por Freud mismo: 11 utilizar el poder sugestivo del médico asilar para el bien terapéutico del paciente, justificando por tanto la intervención en el interior del hospital y salvando así al médico y al paciente de toda posible acusación de producción de síntomas o de simulación. Se tratará pues, utilizando la hipnosis, no de producir teatralmente la enfermedad para corroborar el saber del médico e instaurarlo en su lugar de poder (Charcot); sino de aplicar la hipnosis –con todos sus peligros- para demostrar con la curación del enfermo (y no en sus síntomas) la validez de la teoría y de la terapéutica, justificando así la intervención terapéutica y aceptando la intervención de unas relaciones de poder, esta vez humanitaras, en el ejercicio de las actividades médicas.

La segunda alternativa de superación del acontecimiento Charcot (fracaso) estará constituida, para Foucault, por una primera forma de des-psiquiatrización, que será la vía abierta por Babinski, discípulo amado de Charcot. Rechazando la necesidad para el médico de la crisis como momento de producción de la verdad de la enfermedad, el neuropsiquiatra tratará de reducirla "a su estricta realidad, que no (era) otra que la aptitud de dejarse teatralizar: pitiatismo. De esta manera, no sólo la relación de dominación del médico sobre la enfermedad no perd(ía) nada de su rigor, sino que su rigor incita(ba) a la reducción de la enfermedad a su estricto minimum: los signos necesarios y suficientes para que pueda ser diagnosticada como enfermedad mental, y las técnicas indispensables para que sus manifestaciones desaparezcan." 12 Articulando el diagnóstico (conocimiento de la sintomatología) y la terapéutica de la enfermedad mental (supresión de sus manifestaciones) en una relación aséptica de poder (similar a la de la medicina anatomopatológica), Babinski tratará de re-constituir el hospital psiquiátrico, para Foucault, como "un lugar silencioso donde el poder médico se mantiene en su forma más estricta, sin que tenga que reencontrarse o enfrentarse con la locura misma. (...) La psicocirugía y la psiquiatría farmacológica serán sus dos formas más notables." 13

Contra la utilización del poder sugestivo del médico como maniobra terapéutica que fracasaba insistentemente en sus intentos de cura y contra la reducción ascéptica del poder del médico en el interior del hospital que rechazaba la crisis; Freud puede articular a la vez un saber coherente explicativo de la producción de los síntomas y unas estrategias curativas revestidas de la asepsia necesaria para evitar las posibles consecuencias negativas, porque lo destituyen, del ejercicio del poder del médico. El psicoanálisis freudiano es, al decir de Foucault, una segunda forma de despsiquiatrización: 14 no se trata de aplicar el poder sugetivo del médico sobre el cuerpo mismo del enfermo para borrar los síntomas (reconociendo a la vez la posible simulación del paciente y el poder ejercido por el médico), ni de reducir al máximo las manifestaciones sintomáticas de la enfermedad para que ésta aflore en el hospital en su desnudez diagnosticable (creyendo así llevar al mínimo las intromisiones del poder del médico). El psicoanálisis establecerá, en el corazón del consultorio privado entre el médico (que detenta un saber sobre el Inconsciente) y el enfermo, una relación de saber-poder totalmente adecuada para la producción de la verdad de los síntomas. La escena psicoanalítica será también, para Foucault, una relación táctica y estratégica de poder, que será necesario valorar respecto al fracaso de Charcot.

El médico-psicoanalista, conduciendo al enfermo por el laberinto de sus representaciones e incitando a la exhaustiva confesión de sus recuerdos y deseos, buscará volver "lo más intensa posible la producción de la locura en su verdad" 15 sabiendo que, toda inmoderada producción de síntomas nunca desbordará la relación terapéutica ni hará perder el control de la situación al médico. El psicoanalista, esgrimiendo una nueva ciencia de los deseos que se ocultan, incitará la producción de la locura y de los síntomas, perseguirá todas sus mínimas manifestaciones, provocará el relato pormenorizado de todas las fantasías y recuerdos del enfermo, constituyéndose como el soberano de la interpretación (porque interpreta el sentido de los síntomas y reconstruye el pasado del enfermo) que exige, finalmente, el reconocimiento del enfermo de la ‘verdad’ que aflora. Por ello para Foucault, en la clínica freudiana y a diferencia de la despsiquiatrización operada por Babinski, no se trata tanto de minimizar o de "anular el poder del médico como de desplazarlo en nombre de un saber más exacto, de darle otro punto de aplicación y nuevas medidas." 16

Si Charcot retrocedía, paralizado y sordo, ante el relato de las histéricas; si Bernheim las manipulaba para borrar sus síntomas; si Babinsky las medicalizaba como simuladoras para silenciar todas sus manifestaciones patológicas con el tratamiento; Freud, por el contrario, podía incitar a todos los neuróticos a la producción del relato de sus polimorfos traumatismos -asignando a la confesión misma un valor terapéutico- (oreja/Freud frente al sordo y visuel Charcot); podía acoger la multiplicidad de sus síntomas confiando en el poder de su táctica para producirlos en su verdad (porque ninguna sintomatología del paciente lo destituía de su lugar); y podía establecer una nueva relación con el paciente -en el interior de la consulta privada íntima- como lugar privilegiado de ejercicio de un poder médico específico y diferencial, espacio clínico-terapéutico en el cual el psicoanalista podía desplegar sin contemplaciones una voluntad de saber insaciable sobre el síntoma, espacio privilegiado de producción de la verdad.

Identificar las maniobras originarias del padre fundador, que pasan como im-pensadas para los psicoanalistas, exige a Foucault poner a Freud en relación estrecha con el dispositivo psiquiátrico de finales del siglo XIX. Allí donde Charcot fracasa en el hospital, Freud se blinda en la nueva clínica: en un primer momento, la escena analítica debe situarse en relación de ruptura con la escena-Charcot, organizando una redistribución completa del lugar del médico y el paciente por la que es valorada por Foucault como maniobra de despsiquiatrización. Pasaje terapéutico del interior del hospital al interior de la clínica privada gracias al cual el psicoanálisis pone "fuera de circuito todos los efectos propios del espacio asilar. (Se hacía) necesario evitar ante todo la trampa en la cual había caído la taumaturgia de Charcot; impedir que la obediencia hospitalaria se burle de la autoridad médica y que, en ese lugar de complicidades y de oscuros saberes colectivos, la ciencia soberana del médico no se enc(ontrara) envuelta en los mecanismos que ella habría involuntariamente producido" 17

Freud romperá definitivamente con la idea de la reclusión como primera medida terapéutica (Charcot), 18 identificando al hospital psiquiátrico como productor de efectos nocivos para el ejercicio del poder terapéutico del médico: la obediencia disciplinaria de los enfermos, el contagio sintomatológico, la posibilidad perpetua de la simulación, y la complicidad involuntaria del médico constituyen al espacio artificial del hospital como medio perturbador tanto para la elaboración de un saber exacto sobre la enfermedad y el síntoma, como para articular unas maniobras terapéuticas que alcancen su objetivo. Freud organiza así, para Foucault, una retirada del saber y del poder del médico "fuera del espacio asilar para borrar los efectos paradojales del sobrepoder psiquiátrico." 19

Freud se verá obligado, por tanto, a orquestar una redistribución total del espacio en el que se desarrolla la relación terapéutica y deberá instaurar una serie de reglas fundamentales de la cura que no son sino el negativo de los principios de la intervención psiquiátrica sobre el enfermo: una nueva escena, una nueva relación y un nuevo saber surgirán en Occidente. En efecto, de la escena neuro-psiquiátrica de Charcot con sus histéricas hipnotizadas (maniquíes), drogadas y sexualmente parlanchinas sobre sus traumatismos; a la escena psicoanalítica de Freud con sus enfermos arrojados en el diván, el espacio se re-distribuye (decorado), nuevas técnicas terapéuticas afloran (sin contactos físicos), y un nuevo saber se conforma (sobre el trauma Inconsciente) al servicio de un poder-saber detentado por el nuevo médico (psicoanalista), un poder-saber sin afuera y sin contestación posible. Foucault avanzará, en 1974, una valoración de las modificaciones que Freud opera en la clínica:

1 - Regla de la intimidad de la relación médico-cliente.
La acumulación comunitaria de enfermos en el asilo (que puede provocar los contagios sintomatológicos); los agentes curativos o disciplinarios inferiores (vigilantes, sirvientes, asistentes) que interfieren en la relación directa con el paciente; las presentaciones públicas de enfermos como manifestación del poder del médico (en las que la relación terapéutica se teatraliza ante otros); el tratamiento gestionado indirectamente por la intromisión concertada de los itermediarios (en el que el poder del médico se diluye); esto es, todos los elementos jerárquicamente comunitarios y todas las oscuras maniobras y complicidades colectivas del asilo, serán borradas por Freud al instaurar la regla de la entrevista privada, la conversación a solas y la relación directa e íntima entre médico y paciente como única condición de producción de la verdad del síntoma, como único espacio en el que se desarrollan las estrategias del tratamiento. La verdad de los síntomas y la cura surgirán sólo en el espacio reducido y confidencial del consultorio privado burgués, sin intermediarios entre el médico y el enfermo, en la exclusión absoluta de terceros: sin otros médicos, sin otro personal sanitario, más aún, sin contacto visual alguno entre los pacientes, ni siquiera al finalizar la hora de la consulta. 20 La nueva escena privada será organizada por el médico como espacio arquitectónico estricto que asegura la confidencialidad y la intimidad absoluta del cliente que, siempre que se dirija a la consulta, encontrará sólo y exclusivamente al médico. El psicoanálisis, como maniobra de despsiquiatrización, sustituye así todos los contactos comunitarios nocivos del asilo por la sola relación visual, auditiva y ‘afectiva’ entre el médico y el cliente. Frente al espacio arquitectónico asilar, que aislaba del mundo y encerraba a los enfermos constituyendo un infra-mundo pleno de socialidades negativas (entre enfermos, médicos, personal sanitario, familiares y amigos); el espacio que constituye el decorado de la escena psicoanalítica, establecido desde el supuesto fundamental de la libre circulación de enfermos (mercado), organiza un sub-mundo estrictamente privado, cerrado a cualquier posible intromisión exterior y contacto aditivo a la relación médico-cliente. ‘En la clínica, no verás a nadie más que a mí ni hablarás con nadie de tus síntomas más que conmigo.’ Así, si bien Freud rompe con el principio del aislamiento físico y del encierro terapéutico, 21 organiza un nuevo espacio en el que el médico blinda su poder, resguarda su saber y se asegura de sus maniobras.

2 - La "regla del libre contrato entre el médico y el enfermo" 22.
La doble imposición de la relación médica asilar, a saber, la asignación administrativa al médico de pacientes anónimos en el asilo y la designación obligatoria del médico desconocido que habrá de impartir el tratamiento al enfermo, será también borrada por Freud. La relación médico/paciente, tal y como estaba establecida en la maquinaria institucional, se constituía desde una doble dependencia involuntaria: por la imposición anónima y administrativa a ambas partes de un trato terapéutico que no necesitaba nunca del consentimiento de ambas partes. Del lado del médico, no le quedaba sino aceptar en tratamiento a los enfermos que la institución le ofrecía, o a los enfermos que venían como asegurados a ser tratados en el consultorio exterior. Del lado del paciente, se establecía por principio la absoluta aceptación de la asignación de médico. Por ello los psiquiatras se preocupaban tanto de las impresiones causadas por su fisonomía y sus acciones en el primer contacto: el momento en el que el enfermo encuentra por primera vez al médico que le corresponde administrativamente se constituye como el acontecimiento en el que se inicia la relación arbitraria. En ella, el enfermo no será nunca instancia de decisión: ni de la libre elección del terapeuta, ni de la ruptura de la relación. En la maquinaria asilar es el médico impuesto al enfermo quien se constituye en el centro y eje de una relación terapéutica nunca recíproca: es él quien dirige el tratamiento, independientemente de la voluntad del enfermo; es él quien decide la ruptura de la relación -al proclamar la curación definitiva y firmar su liberación-; es también él quien puede ordenar la continuidad indefinida y la reclusión perpetua del incurable. Esta relación médico-paciente característica de la psiquiatría asilar será invertida por Freud: de ser mutua imposición que inscribía el privilegio de las decisiones de continuidad y de ruptura en el personaje del médico, la relación pasa a constituirse como relación terapéutica fundada en la mutua elección, reconociendo los privilegios del enfermo que paga. El nuevo trato entre médico y paciente impone, del lado del psicoanalista, la posibilidad de aceptar o rechazar al enfermo, derivándolo, si corresponde, a otros especialistas. Del lado del enfermo, el libre contrato burgués permite al cliente no sólo elegir al terapeuta que intervendrá sobre su enfermedad, sino que también le otorga el derecho de romper la relación unilateralmente cuando lo crea conveniente. Así, cuando Dora o cualquiera de los neuróticos de la clínica freudiana interrumpan voluntariamente el tratamiento, no harán más que ejercer un derecho reconocido por el médico desde el principio. Frente a la relación de dependencia involuntaria en la que la institución psiquiátrica instalaba al enfermo, constituyendo al médico como instancia de decisión suprema; el psicoanálisis establece un nuevo marco relacional con el médico, fundado en la libre elección absoluta del enfermo, otorgándole todos los derechos para romper el contrato. ‘Vienes a mí libremente, libremente acojo tus síntomas, y libremente abandonas cuando quieras el tratamiento’. Así el psicoanalista asegura que su poder, en el interior de la consulta, no podrá ser minado ni su saber cuestionado. Abandonar la terapia rompiendo la relación no será sino un síntoma de resistencia.

3 - La "regla de la limitación de todos los efectos de la relación al sólo nivel del discurso." 23
Las maniobras psiquiátricas que se orquestaba en torno al cuerpo de las histéricas exigían de ellas, para poder ser constituidas como enfermas no simuladoras, una serie indefinida de ‘actos de ofrenda’ al poder del médico que las capturaba. A saber, que ofrecieran al médico regularmente los síntomas identificables de la enfermedad; que permitieran ser manipuladas como maniquíes funcionales para ser confrontadas con los enfermos traumatizados; que se inmolaran ante otros al ser utilizadas como objeto probatorio de la veracidad del discurso del médico en la presentación de enfermos; que, voluntariamente o violentamente, permitieran ser medicalizadas disciplinaria o terapéuticamente cuando el médico consideraba innecesaria la manifestación de la crisis; finalmente, que se prestaran a elaborar, en medio de la presentación del caso, el relato del acontecimiento traumático como origen de su enfermedad. La relación entre el médico y el enfermo en el espacio hospitalario desplegaba todos sus efectos (terapéuticos, disciplinarios y epistemológicos) a partir de las múltiples demandas del médico. A las solicitudes constantes de Charcot, las obedientes histéricas respondían produciendo en cantidad y en ‘calidad’ sus síntomas, sus crisis, sus teatralizaciones, sus relatos más que menos obscenos. En ese cuerpo a cuerpo entre el médico y el enfermo, en esa dependencia mutua (el enfermo que ofrece su enfermedad para ser objeto de captura y atención del médico, el médico que necesita de esos dones que justifican la intervención y verifican su teoría), será finalmente la instancia médicas la que terminará siendo desposeída, porque era el médico quien se hallaba en situación de dependencia en las maniobras físicas que orquestaba: de las histéricas dependía la elaboración del saber psiquiátrico, de ellas dependía también la corroboración del saber médico y la entronización del médico como instancia de poder (médico neurólogo y no psiquiatra). El placer de las histéricas por verse constituidas como objeto precioso para el médico, o mejor, al saberse constituidas como el objeto dócil y deseable que debe corresponder y corroborar el poder y el saber del médico, será el motor que las impulsará a introducirse, gozosas, en el juego que el médico despliega. En esta escena teatral, en este cuerpo a cuerpo perverso y placentero de poder-placer-saber orquestado con el fin de coronar al personaje del médico como instancia suprema, el médico se arruina: Charcot se hace sordo, ante lo que destituye su propio saber y desvela que no es un médico serio. Sordo Charcot, sus discípulos no podrán negar el tipo de poder sugestivo que allí se ponía en juego, y el falso-saber que allí se construía. Freud, por el contrario y como negativo de la escena-Charcot, va a reducir a la mínima expresión posible la relación médico-paciente. Por ello, para Foucault, su escena terapéutica va a centrarse únicamente y exclusivamente en el puro nivel discursivo. Así, va a evitar por principio mantener un cuerpo a cuerpo con el enfermo, va a negar valor terapéutico a toda manipulación o contacto (sea para el diagnóstico, sea para el tratamiento –manipulación física, 24 hipnosis sugestiva, 25 concetración sugestiva 26-), reduciendo la demanda del médico a una orden simple y absoluta: Freud sólo exigirá a sus pacientes que relaten todo, que confiesen acríticamente todas sus representaciones, recuerdos, sueños, sentimientos. Sólo en este nivel discursivo y sólo a partir de él, el saber sobre el Inconsciente que el médico posee, capturará el origen de los síntomas, no exigiendo nada más, no incitando a más dones sintomáticos (exigencias que habían colocado al médico psiquiatra en situación de dependencia de los actos del enfermo). Limitando la relación y sus efectos, Freud asegura que el lugar de poder y de saber del médico nunca será cuestionado ni atrapado por las insidiosas maniobras del enfermo. Así, frente a la relación epistemológica de dependencia en la que se había situado Charcot con sus incesantes demandas y estrategias en torno al cuerpo de la histérica, la relación psicoanalítica, con su simple exigencia discursiva aparece ahora, exenta de toda teatralización (paciente) y mínima en sus demandas (médico), como terapéutica sintomática pura a partir de la palabra: la verdad no aflora ya en el contacto corporal, sino en la aséptica y sutil relación entre un cuerpo que habla arrojado en el diván y que no ve la oreja atenta que escucha lo que dice, y un ojo-oreja que persigue sus reacciones sintomáticas. Foucault hace decir a Freud: "(‘No te pido más que una cosa, decir, pero decir efectivamente todo lo que se te pasa por la cabeza’)." 27 La asociación libre, técnica producida por Freud a partir de su fracaso en el interior de la consulta al aplicar otras técnicas (hipnosis sugestiva y técnica de la concentración sugestiva), va a impedir, en todo momento, que el psicoanalista sea destronado de su lugar de poder-saber. 28

4 - La "regla de la libertad discursiva." 29
Las maniobras terapéuticas asilares de la neuropsiquiatría de Charcot sucumbían ante la posibilidad constante de la simulación. De parte del médico, por sus maniobras curativas, podía ser acusado de producir, involuntariamente mediante sugestión, los síntomas. De parte del enfermo, inserto en las comunidades nocivas del asilo, podía ser acusado de simular por vía de contagio (con otros enfermos o por las demandas del médico) toda su producción sintomatológica. Pero aún más, no sólo las maniobras del médico podían caer en la trampa de la simulación de los síntomas en la presentación pública o en las crisis más o menos teatralizadas, si no que también la relación asilar suponía, en las respuestas que el médico exigía constantemente al paciente, la posibilidad perpetua de la credulidad y la mentira. Para dar forma al historial clínico del enfermo, en el que se fundaba el diagnóstico, se hacía necesario desplegar (el médico o sus secuaces) un interrogatorio exhaustivo: sobre los ascendientes y descendientes, sobre las patologías familiares, sobre los momentos de desarrollo de la enfermedad, sobre las anomalías del comportamiento, etc. Por otro lado, una vez identificadas las coordenadas hereditarias y biográficas de la enfermedad, Charcot exigía un relato pormenorizado del origen traumático de la enfermedad (en el que las histéricas manifestaban todas sus fantasías sexuales). En la relación discursiva entre el médico y el paciente, se debía suponer el ‘decir verdad’ del enfermo que imponía la necesaria credulidad en la verdad de lo que éste confesaba (en el interrogatorio). La dependencia del médico respecto a la verdad de las palabras del paciente era completa: no sólo depende de la disponibilidad corporal del paciente para realizar voluntariamente los actos que se le demandan, sino también de la veracidad de las respuestas que el enfermo constantemente debía articular para responder a la demanda de saber sobre la enfermedad. Si el paciente podía engañar con sus actos (sintomáticos) al médico, también podía crear en sus confesiones su propia fábula biográfico-traumática en la que hacer caer a la ingenua credulidad del médico. El interrogatorio psiquiátrico y las demandas del médico no imponían un libre decir, sino un decir concertado y estructurado desde las preguntas específicas del médico. Por el contrario, Freud, limitando los contactos terapéuticos al ámbito exclusivamente discursivo, va a superar cualquier tipo de acusación de simulación instaurando la regla de la libertad discursiva. El médico no puede ser ya verdaderamente engañado. Porque ya no establece una demanda teatralizada de los síntomas, y porque ya no depende de las respuestas supuestamente verdaderas ofrendadas en un interrogatorio concertado. Freud impone la regla del todo decir al paciente, un decir libre y sin coacciones desplegado mientras el médico se recluye en el silencio de la escucha. Frente a la exigencia del todo decir, el psicoanalista postula una incredulidad siempre alerta sobre las confesiones del enfermo que, voluntariamente o como fruto de la resistencia, no quiere decirlo todo o no quiere saberlo todo sobre sus síntomas (frente a la dependiente credulidad del psiquiatra, la indefinida incredulidad del psicoanalista). Así Freud establece con su regla la imposibilidad del engaño del médico, porque en la terapia del Inconsciente, si el enfermo quiere voluntariamente engañar al médico, no hará más que engañarse a sí mismo. La simulación y el engaño, en el interior de la terapia psicoanalítica, no implica nunca la trampa en la que cae el médico, si no que supone siempre el callejón sin salida económico y terapéutico en el que el enfermo se atrapa a sí mismo: simulando síntomas voluntariamente, engañando conscientemente al médico, el cliente no hará sino perder su tiempo y gastar inútilmente su dinero. Así, si el enfermo introduce la simulación, el engaño y la mentira voluntariamente en la relación terapéutica, será siempre él mismo quien pierda (su dinero) e interfiera en la producción de la verdad (pierde el tiempo para curar sus síntomas). Por otro lado, si hay simulación (voluntaria) del enfermo, el médico no perderá nunca (ni su tiempo, ni su saber, ni su poder): el psicoanalista gana al tener que prolongar por la simulación y la mentira que introduce el cliente en algunas sesiones el afloramiento de la verdad sobre la enfermedad. Así, no decir la verdad voluntariamente termina siendo la trampa en la que cae el enfermo. El psicoanálisis invierte, definitivamente, la problemática de la simulación tal y como se planteaba en las maniobras de la psiquiatría, al establecer la nueva lógica procedimental que permite el afloramiento discursivo de la verdad del síntoma: el supuesto ‘decir verdad’ del enfermo y la necesaria credulidad del médico es suplantado por el supuesto ‘no (poder) decir nunca (toda) la verdad (reprimida)’ por el enfermo y el necesario estado de alerta constante sobre la veracidad de lo confesado en el que se instala el médico. Mentir y simular, cuando el psicoanalista sabe o supone que, aún diciendo la verdad, el enfermo no la dirá nunca toda, es ahora una estrategia de escapismo completamente vedada para el hablante, porque el médico está prevenido por la teoría. El analizante nunca podrá escapar, en sus fantasías voluntarias o involuntarias, al poder interpretador del médico; el analizante nunca podrá destituir de su lugar de saber a aquél que detenta un saber sobre lo que oculta. Por ello, Foucault hace decir a Freud: "(‘Tu no podrás presumir de engañar a tu médico, porque no responderás a preguntas planteadas; dirás lo que se te ocurra, sin que tengas que preguntarme lo que pienso, y, si tu quieres engañarme infringiendo esta regla, yo no seré engañado realmente; te habrás engañado a ti mismo, porque habrás perturbado la producción de la verdad y acrecentado en algunas sesiones la suma que me debes.’)" 30

5 - Finalmente, la regla del diván.
El poder ejercido por el psiquiatra en el asilo, a través de todos sus agentes intermediarios, era un poder continuo en sus vigilancias disciplinarias, indefinido temporalmente gracias al encierro, constante en sus intervenciones terapéuticas. La maquinaria del hospital capturaba el cuerpo del enfermo, todos sus gestos, sus comportamientos, sus síntomas, su vida, en un espacio de vigilancia curativa indefinida. Durante todo el día el individuo, segregado de la familia, era medicalizado como enfermo, esto es, era capturado por todos los procedimientos que lo individualizaban e identificaban con las marcas visuales o discursivas de su identidad: su historial clínico no era más que la codificación y registro simbólico de su individualidad biográfica, hereditaria y sintomática que lo constituía como enfermo y lo insertaba como elemento en la jerarquía institucional. La omnivisibilidad orquestada en el asilo, la captura total del cuerpo, el control constante de los comportamientos, la inserción del enfermo en las continuidades jerárquicas de los agentes terapéuticos, la retranscripción de su individualidad en el historial clínico, eran algunas de las características disciplinarias que constituían las formas de ejercicio del poder en la máquina terapéutica del hospital: el enfermo estaba inserto como engranaje. El poder psiquiátrico, para Foucault, operando en el interior del asilo o parasitando otras instituciones (judiciales, pedagógicas, laborales, etc.), era un poder de mecanismos constantes y de efectos progresivos. Freud rompe con esta forma disciplinaria de ejercicio del poder, instaurando la regla " del diván, -afirma Foucault- que no acuerda realidad más que a los efectos producidos en ese lugar privilegiado y durante esa hora singular en la que se ejerce el poder del médico – poder que no puede ser capturado en ningún efecto de retorno, porque está enteramente retirado en el silencio y la invisibilidad." 31 Es decir, el psicoanalista ejercerá, no un poder constante y continuo sobre toda la vida del enfermo, sino un poder discontinuo, espacial y temporalmente localizado, que tendrá por único objeto de aplicación el discurso confesional del enfermo, a partir del cual la intervención o interpretación del médico producirá sus efectos. Un poder que se ejerce sobre la palabra (y no el cuerpo) del enfermo en el ritual específico del diván: una relación que producirá finalmente la verdad del síntoma mediante un ceremonial en el que el enfermo, recostado como cuerpo inerte, elabora la ilación de sus representaciones caóticas y en el que el médico, se retira en un espacio que permite su invisibilidad física, manteniendo un silencio absoluto sobre sí mismo, interviniendo para manifestar la verdad en la interpretación-reconstrucción. Frente a la realidad disciplinaria del hospital, en la que el poder del médico se manifiestaba de manera constante, se aplicaba sobre el cuerpo y capturaba toda la vida del sujeto; el psicoanálisis articula una técnica sutil de ejercicio de un poder temporal que sólo concede verdadera realidad a los efectos de verdad producidos en el síntoma a partir del discurso del paciente. Sólo en ese ritual, sólo en esas horas semanales, sólo a nivel discursivo, le está permitido al médico (oreja-ojo invisible que en esa hora todo lo ve y todo lo escucha, palabra ‘en off’ que habla del paciente sobre lo que el enfermo dice o hace), sólo allí el médico podrá ejercer un poder que debe permanecer, para el enfermo, discretamente oculto. El poder inapresable que el psicoanalista ejerce sutilmente sobre el paciente no tiene efecto de retorno posible, ya no hay ninguna maniobra que el enfermo pueda realizar frente a él, salvo asumir –en el interior de la cura- la verdad de la interpretación. Si toda negativa del enfermo frente a la interpretación verdadera del médico no es sino producto de la propia resistencia patológica, el psicoanálisis sólo permitirá al cuerpo inerte del enfermo arrojado en el diván dos alternativas: o bien debe avenirse a aceptar la verdad sobre el síntoma que el médico, a través de su confesión, le manifiesta; o bien, peor para él, romper la única relación terapéutica en la que la verdad profunda de su deseo puede ser producida. La relación entre el médico y el paciente, como relación de poder, será problematizada por el mismo Freud bajo el concepto analítico de la ‘transferencia’ que, como condición de la cura, mienta la adecuación entre producción de verdad y esa nueva forma de poder escenificada en el diván: la cura será a partir de Freud una transacción económica en todos los sentidos del término. Intercambio de la economía de lo imaginario del lado del paciente, que debe hacer recaer sobre la figura fantasmática (positiva o negativa) del médico sus representaciones y afectos, como una de las condiciones de la cura. Transacción monetaria real del lado del médico, que recibe el pago del enfermo por las maniobras terapéuticas (de efecto positivo o negativo) que organiza; pago que impide, en todo momento, que la producción de la verdad en el análisis se transforme en una batalla que cuestione la autoridad y el poder del médico: si el paciente paga es porque reconoce un supuesto saber sobre el síntoma detentado por el analista. 32 ‘Ejerceré sobre ti un poder que para curar debe ocultarse.’

 

b) El psicoanálisis como estrategia de reforzamiento del poder médico.

Si el psicoanálisis freudiano, como maniobra de des-psiquiatrización, abrirá las puertas de la clínica para las histéricas y los neuróticos de la burguesía, no anulará, en ningún momento, para Foucault, el poder que el médico –como lugar de saber y como agente de la intervención terapéutica- ejercía desde antiguo sobre el enfermo. La escena psicoanalítica no será más que uno de los destinos sociales y políticos del poder psiquiátrico del asilo.

La des-psiquiatrización que Freud opera debe comprenderse, por tanto, como un desplazamiento del poder psiquiátrico, no como una anulación; una re-constitución del poder del médico, no su despedida. Para Foucault el psicoanálisis freudiano ha desplazado el lugar del médico y del paciente del asilo a la clínica, en nombre de un saber médico más exacto sobre los mecanismos de producción de los síntomas, no tan ciego ni tan mudo, como el de la psiquiatría de Charcot. Haciendo esto, Freud re-constituirá el poder y el saber que el médico psiquiatra había perdido en el asilo. En efecto, afirma Foucault: Freud articula una estrategia de "reconstitución del poder médico, productor de verdad, en un espacio organizado para que esa producción de verdad se vuelva siempre adecuada a ese poder." 33 Así, el psicoanálisis como forma de despsiquiatrización se constituirá también, para Foucault, como táctica de "sobremedicalización de la locura" 34 y como nueva captura médica de la sexualidad.

Elaborando una práctica terapéutica y fundándola ‘científicamente’ en una teoría universal del aparato psíquico y sus leyes inconscientes, Freud podrá producir la verdad de los síntomas en la consulta privada (negando la regla que excluía a los neuróticos del contexto familiar y los recluía en el ámbito cerrado y comunitario del hospital, instaurando el libre contrato como condición de una técnica que se aplica a nivel discursivo). Freud organizará así un espacio médico privado y discreto en el que será posible "volver adecuadas producción de verdad y poder médico" 35 conservando intacto el poder que el médico ejercía, desde antiguo, sobre la enfermedad mental y los enfermos y haciendo de este espacio privatizado el ámbito idóneo para que la verdad se produzca.

"Las relaciones de poder –sostiene Foucault- constituían el a priori de la práctica psiquiátrica: condicionaban el funcionamiento de la institución asilar, distribuían las relaciones entre los individuos, regían las formas de la intervención médica. (...) Lo que estaba implicado en primer término en esas relaciones de poder, era el derecho absoluto de la no-locura sobre la locura. Derecho transcripto en términos de competencia ejerciéndose sobre una ignorancia, de buen sentido (de acceso a la realidad) corrigiendo los errores (ilusiones, alucinaciones, fantasmas), de la normalidad imponiéndose al desorden y a la desviación. Triple poder que conformaba a la locura como objeto de conocimiento posible para una ciencia médica; que la constituía como enfermedad, desde el momento en el que el ‘sujeto’ aquejado de esa enfermedad se encontraba descalificado como loco –es decir, desposeído de todo poder y de todo saber en cuanto a su enfermedad (...)" 36 La psiquiatría de finales del siglo XIX constituía a la enfermedad mental como desviación de la Norma, como anomalía, como disfunción psíquica, objeto de la intervención del médico, agente de normalización. Detentando los signos del triple poder que el psiquiatra ejercía sobre el paciente, le era posible afirmar: "‘De tu sufrimiento y tu singularidad sabemos muchas cosas (que tu no sospechas) como para reconocer que es una enfermedad, conocemos tanto como para saber que tu no puedes ejercer sobre ella y en relación a ella ningún derecho. Nuestra ciencia nos permite llamar enfermedad a tu locura, y, por lo tanto, somos nosotros, médicos, los cualificados para intervenir y diagnosticar en ti una locura que te impide ser un enfermo como los otros: tu serás un enfermo mental. ’ Ese juego de una relación de poder que da lugar a un conocimiento, el cual funda en retorno los derechos de ese poder, caracteriza a la psiquiatría ‘clásica’." 37

El psicoanálisis, como maniobra de despsiquiatrización, es una estrategia conservadora de ese poder que el médico ejercía ya desde siempre –en el contexto psiquiátrico- sobre la enfermedad mental y sus síntomas. La ciencia freudiana establecerá una patologización generalizada en la Interpretación de los sueños38 y en Psicopatología de la vida cotidiana (por el determinismo del Inconsciente). En efecto, la terapia psicoanalítica no es sino una estrategia de medicalización a través de la cual cualquier síntoma, independientemente de su gravedad, puede ser interpretado y capturado por el saber del médico. Así, desde la investigación de Foucault, Freud no critica ni conmociona el poder que la medicina de finales del siglo XIX o principios del XX ejercía (en el asilo o fuera de él) sobre los enfermos mentales. Por el contrario, la nueva ciencia del Inconsciente, sin rebasar el ámbito de "intereses de la neuropatología" 39, orquestará una nueva estrategia de poder-saber que se insertará en el concierto de otras estrategias e instituciones curativas ya existentes.

El psicoanálisis freudiano, pues, en nombre de un saber ‘médico’ verdadero y universal sobre la producción de los síntomas, de los sueños, de las disfunciones leves; puede capturar, interpretar y justificar toda disfunción psíquica individual. Así, si Freud despoja con su nueva ciencia al médico psiquiatra de sus poderes (estableciendo nuevas estrategias terapéuticas extra-asilares y postulando una nueva teoría psíquica) es con el objetivo de volver a investir de poder al médico esclarecido, que detenta ahora un saber específico sobre la lógica del Inconsciente y domina la técnica de producción de la verdad oculta tras los síntomas.

Freud conserva, para el psicoanalista, todos los derechos y prerrogativas que caracterizaban el ejercicio del poder médico sobre la locura de la vieja psiquiatría:

Parafraseando a Foucault, podemos hacer decir a Freud frente al enfermo: ‘De tus síntomas, tus sueños, tus disfunciones psíquicas sé muchas cosas (que tu no sospechas, ni sabes, ni imaginas) como para reconocer que, en su gravedad, todas tus perturbaciones se constituyen como una enfermedad con sentido (histeria, obsesión, psicosis, neurosis, fobia). Conozco tanto (sobre lo que tu ignoras) como para saber que tu no puedes ejercer sobre tu enfermedad y en relación con ella ningún derecho. La nueva ciencia del deseo me permite sólo a mí identificar el origen de tus padecimientos patológicos, y, por lo tanto, yo, el médico que detenta un saber sobre los procesos psíquicos inconscientes, soy el único cualificado para diagnosticar tu enfermedad, interpretar tus síntomas e intervenir sobre ellos. Pero, si te sirve de consuelo, no lo haré sin tu ayuda. Tu me darás, libremente, la oportunidad de aplicar sobre la confesión exhaustiva que te pido sobre ti mismo (que yo te impongo) todo mi saber interpretativo.’

Sólo ejerciendo ese discreto poder sobre el paciente, un poder médico real aplicado sobre el sujeto (objetivado como enfermo, patologizado en sus conductas, constituido como objeto de conocimiento) el psicoanalista podrá producir la verdad oculta del síntoma, podrá sacar a luz la estructura fundamental de la enfermedad, podrá desvelar la identidad más íntima del enfermo en los acontecimientos que se pierden en la infancia. Así, finalmente, el psicoanalista podrá enfrentar al enfermo, capturado en el interior de un juego analítico, con la Verdad –biográfica, histórica, familiar- de la Identidad subjetiva oculta de su deseo.

Fuera de las estrategias del poder psiquiátrico, pero conservando el poder que el médico ejerce sobre la enfermedad, el psicoanalista podrá sostener un saber y podrá incitar en el enfermo, en el interior de la nueva relación médico-paciente, un discurso sobre la sexualidad, un saber-científico que exige justamente un discurso que Charcot no podía ni debía escuchar. Asumiendo el riesgo de poner fuera de circuito los efectos del asilo, Freud maniobrará para reinvestir médicamente el cuerpo sexual de los enfermos gracias a la introducción de su nueva batería de reglas prácticas. El espacio analítico se volverá así, completamente idóneo para el relato pormenorizado de las peripecias y padecimientos sexuales del enfermo: un espacio arquitectónicamente íntimo que incita a la confesión de lo que no se dice, una relación exclusiva y excluyente entre el médico y el paciente que asegura la discreción (primera regla); una relación contractual libre que garantiza al enfermo el derecho de ruptura ante un tratamiento que pueda incomodarlo (segunda regla); una terapia puramente discursiva que permite al paciente convocar su sexualidad sólo mediante la palabra y que excluye por principio cualquier tipo de contacto cuerpo a cuerpo (tercera regla); un espacio analítico que vuelve sin sentido la simulación o la mentira sobre los acontecimientos de la vida sexual (cuarta regla); finalmente, una escena psicoanalítica, un ritual íntimo en el que, a los dos elementos de la relación (a saber, el paciente que habla arrojado en el diván y la invisibilidad silenciosa del médico que escucha), le estará permitido enfrentarse con una sexualidad siempre presente y siempre escondida.

Podemos, pues, comprender en qué sentido afirmará Foucault en la Voluntad de saber que Freud no hace sino llevar al límite la lección psiquiátrica de finales del siglo XIX, el fracaso de Charcot: 41 no sólo porque articulando una estrategia curativa que, manteniendo intacto el poder que el médico ejercía sobre los enfermos, evitaba todas las trampas que habían ocasionado el fracaso del ‘acontecimiento Charcot’; si no también porque capturaba médicamente esa sexualidad que se manifestaba victoriosa en el relato traumático de las histéricas de la Salpêtrièrre (ante el cual el médico enmudecía). La teoría y la práctica freudiana se constituyen así, para Foucault, como momento de objetivación de la sexualidad y como momento histórico de captura médica del cuerpo sexual del enfermo. Un cuerpo sexual que había aflorado ya bajo el cuerpo neuropatológico de las histéricas de Charcot, minándolo y carcomiéndolo. 42

Si por un lado Freud retira a ciertos enfermos –identificados gracias a las maniobras teóricas de la neuropatología- del espacio asilar en el que tradicionalmente se producían los síntomas, se elaboraban los discursos de verdad (del lado del paciente como respuestas a la consigna médica, del lado del saber psiquiátrico identificando una sintomatología estable), y se alcanzaban las curas más o menos disciplinarias; por otro lado, Freud, fuera del asilo, reconstituirá el lugar y el papel del médico desde una nueva posición de saber-poder: evitando la dependencia del saber del médico respecto de los síntomas visibles que demandaba constantemente al paciente, impidiendo la relación cuerpo a cuerpo causa de todos los fracasos simulatorios de la clínica psiquiátrica, modificando el interrogatorio asilar (en el que la credulidad del médico asignaba un ‘decir verdad’ al enfermo) al establecer la orden estricta de ‘confesarlo todo’; recluyendo el poder del médico en un espacio de invisibilidad y de silencio en el que nunca podía ser capturado por las astucias o el placer del enfermo. Así, esta nueva escena analítica, organizada como ámbito terapéutico extra-disciplinario y extra-psiquiátrico, es conformada por Freud como espacio médico productor de verdad que supera y evita todas las trampas en las que había caído el neuropsiquiatra de la Salpêtrière. Producir la verdad de la enfermedad no se transformará nunca, gracias a las precauciones terapéuticas, arquitectónicas y teóricas de Freud, en un contra poder que pueda anular o invertir el saber-poder del médico.

Si en la clínica de Charcot se trataba de que el paciente, sumido en el silencio, ofrendara al médico los estigmas de la enfermedad y así refrendara la verdad del diagnóstico neuropatológico dictaminado, esto es, si la clínica neuropatológica en la que Freud se forma se fundamentaba en producir la verdad de la enfermedad a través de las maniobras orquestadas por el médico en torno al cuerpo –que permanecía en un silencio completo- del enfermo; en la nueva clínica de Freud se tratará de articular un ritual inverso de producción de la verdad (de la verdad subjetiva oculta del sujeto, de la verdad resplandeciente de la teoría psicoanalítica en la interpretación): no ya ‘calla y obedece las órdenes, tu cuerpo me dará los síntomas verdaderos que capturaré (con mi saber verdadero) y sobre los que intervendré’ sino, ‘dilo todo y permanece inmóvil, porque en la libertad del decir relatarás tu verdadera historia y producirás el sentido verdadero de los síntomas, con la intervención (invisible) de mi parte’.

Freud provoca el pasaje médicamente definitivo del cuerpo físico y biológico de la neurología de la época al cuerpo sexual fantasmático que aflora en el relato de los neuróticos al instaurar la exclusiva ceremonia privada en la que la verdad de los síntomas puede ser producida por las mínimas maniobras terapéuticas organizadas por el saber del médico. Reduciendo al enfermo a su pura capacidad discursiva, arrojando su cuerpo inerte e inmóvil en el diván como resto insustancial y sin importancia, la oreja de Freud ya no manipula, como en la psiquiatría, el cuerpo físico del enfermo para imponerle una serie de teatralizaciones organizadas; si no que se limita a producir la verdad de la enfermedad a partir de las confesiones o actos de un paciente constituido en la terapia como un cuerpo inerte que habla. Cuerpo inerte que, si se mueve, deberá ser capturado en sus movimientos-síntomas por el ojo del visual Freud (alumno del ojo de Charcot).

Abstrayendo de la escena psicoanalítica el contacto corporal con el enfermo, haciendo innecesaria la teatralización o la relación física del médico con el paciente, la terapia psicoanalítica va a centrarse en incitar la re-aparición de ese resto corpóreo escindido en lo real, haciéndolo proliferar, para capturarlo, en el ámbito patológico de los síntomas o en el espacio incorpóreo del lenguaje. En primer lugar, inscribiendo toda manifestación física y toda mínima gesticulación que ese resto corpóreo del enfermo arrojado en el diván realice en el ámbito patológico de lo sintomático: lo que hace ahí con sus manos, los objetos que extrae de su bolsillo, los juegos y retracciones de sus miembros, van a constituirse como objeto-síntoma apresable por la interpretación del médico. En segundo lugar, el cuerpo escindido del contacto físico dará forma, a través del análisis discursivo, al verdadero cuerpo sexual del sujeto: todos los fantasmas del cuerpo propio, toda la mecánica polimorfa de representaciones corporales que estructuran su cuerpo fantasmático -desde los residuos de su autoerotismo infantil hasta las manifestaciones somáticas sintomáticas-, conformará, a través del análisis, el ectoplasma de su ‘otro’ cuerpo imaginario producido a partir de las maniobras terapéuticas del psicoanalista. El cuerpo y la sexualidad serán capturados ahora, despojados de toda referencia somático-real (neurológica), en el reflejo fantástico del discurso en el que el enfermo, ingenuo y gozoso, se reconoce o deberá reconocerse. Sin comprender, quizás, que sólo se mira a sí mismo en el espejo distorsionante que la ardua labor del psicoanalista ha construido entorno suyo.

Notas

1 FREUD, Sigmund. "Observación de un caso severo de hemianestesia en un varón histérico.", Obras completas, Tomo I, Amorrortu, pág. 29-30. El texto es publicado el 4 de diciembre de 1886.

2 BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria", Obras completas, Tomo II, Amorrortu, pág. 72. El texto es publicado en 1895.

3 BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria", op. cit., pág. 84.

4 Ver FOUCAULT, Michel. Dits et écrits. 1954-1988, Édition établie sous la direction de Daniel Defert et François Ewald, Gallimard, París. 1994, Cuatro Tomos, Tomo II (1970- 1975), pág. 675-686 (en adelante DeE II) y Le pouvoir psychiatrique. Cours au Collège de France 1973-1974, Édition établie sous la direction de François Ewald y Alessandro Fontana, por Jacques Lagrage, Ed. Haute études Gallimard Seuil, París, 2003, pág. 323-325. En adelante Curso PS. La traducción de los textos siempre es nuestra.

5 Si Lacan es un intelectual-sacerdote que enseña una teoría-verdad a sus alumnos, Foucault es un intelectual-guerrero que comunica sus investigaciones históricas que cuestionan a las teorías-saberes manifestando los juegos históricos de la verdad.

6 FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 325. El subrayado es nuestro.

7 FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 325.

8 Ver FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 32.

9 FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 136.

10 FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 189.

11 Al aplicar la hipnosis sugestiva y al modificar este procedimiento, por la propia imposibilidad de hipnotizar y porque las enfermas destituían también a Freud de su poder como médico al no querer ser hipnotizadas, con la técnica de la concentración sugestiva (que tendrá el mismo destino que la hipnosis).

12 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682.

13 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682.

14 Ver FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682 y ss. Además, Curso PS, pág. 137.

15 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682.

16 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682.

17 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

18 No antes de 1888-1889. En los textos de la época recomienda el internamiento e interna a sus enfermos.

19 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

20 En la consulta privada de Freud los clientes estaban aislados espacialmente, esto es, el enfermo que esperaba en la sala nunca podía ver o saber quién era el enfermo que estaba en el interior con el médico, ni siquiera cuando terminaba la sesión. Concluida la hora de análisis, el cliente salía del consultorio por otra puerta distinta a la de la sala de espera. Relatando las modificaciones que en 1908 Freud realiza de su vivienda, Jones afirma que "otra modificación más fue necesaria para que los pacientes, al final de la hora del tratamiento, pudieran retirarse sin volver a la sala de espera, de manera tal que raramente podían producirse encuentros entre ellos. La criada, a su debido momento, les alcanzaba el sombrero y el abrigo." Ver JONES, Ernest. Tomo II, Cap. 24, ‘Hábitos de vida y de trabajo’, op. cit., pág. 390.

21 "como regla, alejar al enfermo de su medio habitual y aislarlo del círculo en el que se generó el estallido. Estas medidas no sólo son benéficas en sí mismas, sino que además posibilitan una severa vigilancia médica y esa atención intensa del enfermo sin la cual el médico nunca conseguirá éxito alguno en el tratamiento de histéricos." FREUD, Sigmund. "Histeria", Obras completas, Tomo I, Amorrortu, pág. 59-60. Y es la primera medida terapéutica que toma como médico de la señora Emmy von N., histérica, de 40 años, viuda, de familia de fortuna, es paciente de Freud en mayo de 1888. Ver BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria", Obras completas, Tomo II, Amorrortu, Apéndice A, Cronología del caso de la Sra. Emmy von N., pág. 311-313.

22 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

23 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

24 A la que Freud somete, en la única presentación de enfermos que realiza, a August P. Ver FREUD, Sigmund. "Observación de un caso severo de hemianestesia en un varón histérico.", Obras completas, Tomo I, Amorrortu, pág. 27-34.

25 A la que somete a la Sra Emmy, luego de un análisis físico en el seno de un sanatorio privado. Ver BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria".

26 Que aplica como parte del tratamiento a Elisabeth von R. Y a Lucy R. Ver BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria".

27 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

28 Fracaso por no poder hipnotizar a las histéricas, fracaso por no poder hacer surgir recuerdo alguno a partir de la imposición de manos. Frente a unas enfermas que dicen NO (no quiero ni puede hipnotizarme, no puede provocar en mí recuerdo alguno, su técnica no sirve), Foucault incide en la estrategia por la que Freud produce la nueva técnica de la asociación libre. Más que inscribirla en una historia de los ‘descubrimientos’ freudianos, el genealogista debe justificar por qué Freud se ve obligado a generar y aplicar una técnica en la que no haya contactos físicos.

29 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

30 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

31 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

32 "La noción de transferencia, como proceso esencial a la cura, es una manera de pensar conceptualmente esa adecuación en la forma del conocimiento, el pago del dinero, contrapartida monetaria de la transferencia, es una manera de garantizarla en la realidad: una manera de impedir que la producción de la verdad no se vuelva un contra-poder que entrampe, anule, invierta el poder del médico." FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

33 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

34 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 686.

35 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.

36 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 685.

37 FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 686.

38 Considerado por Foucault en 1977 como el texto en el que Freud inscribe la sexualidad en una lógica del Inconsciente, insertándola en el dispositivo de alianza con el Edipo (sueños típicos). Ver FOUCAULT, Michel. DeE III, pág. 315, 320 y 323.

39 FREUD, Sigmund. "La interpretación de los sueños", ‘Advertencia (primera edición) ‘, op. cit., pág. 15.

40 Así lo manifiesta Freud en "Dos artículos de enciclopedia: ‘Psicoanálisis’ y ‘Teoría de la libido’ de 1922. "Como meta del tratamiento, puede enunciarse la siguiente: producir, por la cancelación de las resistencias y la pesquisa de las represiones, la unificación y el fortalecimiento más vastos del yo del enfermo, ahorrándole el gasto psíquico que suponen los conflictos interiores, dándole la mejor formación que admitan sus disposiciones y capacidades y haciéndolo así, en todo lo posible, capaz de producir y de gozar." FREUD, Sigmund. "Dos artículos de enciclopedia: Psicoanálisis y Teoría de la libido", Obras completas, Tomo XVIII, Amorrortu, pág. 246.

41 "En este espacio de juego, el psicoanálisis se ha venido a alojar, modificando considerablemente el régimen de las inquietudes y de los reaseguros. Debía al principio suscitar desconfianza y hostilidad porque, llevando al límite la lección de Charcot, comenzaba a recorrer la sexualidad de los individuos fuera del control familiar; sacaba a la luz esa misma sexualidad sin recubrirla por el modelo neurológico; mejor aún, ponía en cuestión las relaciones familiares en el análisis que realizaba. Pero ahí donde el psicoanálisis, que parecía por sus modalidades técnicas colocar la confesión de la sexualidad fuera de la soberanía familiar, reencontraba en el corazón mismo de esa sexualidad, como principio de su formación y cifra de su inteligibilidad, la ley de la alianza, los juegos entremezclados de los esponsales y de la parentela, el incesto." FOUCAULT, Michel. La volonté de savoir, Gallimard, París, 1976, pág. 148-149.

42 En el análisis que Foucault realiza de las maniobras terapéuticas y disciplinarias concertadas por Charcot, el relato del traumatismo sexual funciona como un signo de victoria de la histérica frente al poder del médico. "Bajo ese cuerpo neurológico, y al término de esa especie de gran batalla entre el neurólgo y la histérica en torno al dispositivo clínico de la neuropatología, bajo el cuerpo neurológico aparentemente capturado y por el cual se quería juzgar la locura, interrogándola en su verdad, y del cual el neurólogo esperaba, o creía que lo había capturado en verdad, vemos que aparece un nuevo cuerpo, ese cuerpo, no es ya el cuerpo neurológico, es el cuerpo sexual." FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 324-325. El psicoanálisis se constituye, aceptando el reto de capturar aquello frente a lo que Charcot retrocede, como una "tentativa para rodear la envoltura histérica, para reinvestir médicamente ese nuevo objeto que ha surgido de todas partes en torno del cuerpo neurológico que los médicos habían fabricado. (...) Forzando las puertas del asilo, dejando de ser locas para consitituirse como enfermas, entrando en manos de un verdadero médico, es decir el neurólogo, ofreciéndole verdaderos síntomas funcionales; las histéricas, por su gran placer, pero sin duda para nuestro pesar, han dado pie a la medicina sobre la sexualidad." FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 325.

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