Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Código 46
Emilio Malagrino

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Aldea global

En un futuro no lejano, donde puede vislumbrarse la condensación del fenómeno en variadas ocasiones enunciado como "la ruptura de las fronteras como límite político", la globalización, parece más el resultado de una ecuación globalifóbica y colonialista, que un mérito intercomunicativo y técnológico. La sociedad se encuentra en las paradojas de un revoltijo social, donde conviven los mercaderes callejeros y los viajantes, el turismo y los tecnócratas.

El lenguaje de estos tiempos, entre el mestizaje y el caldo polifónico, suele recordar al esperanto, un andamiaje extravagante que colisiona el español, francés, italiano e inglés. La hegemonía discursiva supera las barreras lingüísticas y territoriales, tal es así que Dubai, Shangai y Seattle serán habitáculos coetáneos sin una dimensión kilométrica que los aísle.

El único sesgo ordenador, enunciado que coordina espacios más primitivos que burocratizados, es la diferencia "adentro-afuera", juego binario que establece la discrepancia de acuerdo a los mecanismos de producción, donde el de adentro pertenece, y el de afuera, que tal vez en otro momento se incluía, fue expulsado, exiliado; una vuelta al introito psíquico infantil que asegura la creación de la subjetividad, a modo de resguardo del aparato psíquico con el que se cumplimentan los principios del equilibrio pulsional.

El fraude del pase

María González se desempeña en la Compañía de Seguros Sphinx, que elabora certificados, pases, permisos, visas, tarjetas que dan consentimiento a una actividad que cualquier ciudadano, por una suma módica, la puede obtener. El control de las acciones que recuerdan a las tarjetas crediticias, aunque más bien sostiene un mecanismo de vigilancia, que intercepta desde el mercado a los capaces de realizar una acción e invalida a los ineptos.

El actor social filosófico de estos tiempos sería el homo includis, personaje similar a nuestros contemporáneos que breva por el hedonismo, con la nueva modalidad de acceder con obligatoriedad a un petitorio ante cada paso seleccionado desde su coleto aspirante. Y donde justamente es el deseo, logos central de la decisión singular, el elemento cuestionado como inadecuado para la convivencia urbana. Aquí, el malestar cultural planta su sombra más ahogadora sobre el pulido disciplinario de los cuerpos.

El pase no funciona sin una venia oficial que lo certifique, sin embargo las variantes de la ley ocultan un trecho ilegítimo, un circuito abierto de falsificaciones elaboradas desde el sistema mismo. Tanto el nepotismo como la obtención de dinero por los pases falsos superan a la búsqueda de equidad social para albergar a los no pudientes hasta el centro de los entretenimientos y los viajes de placer.

Las libertades restringidas son operativizadas por un ente invisible, omnipresente y sancionador: "La Esfinge que todo lo sabe" como así se la denomina en el discurso corriente. Resulta llamativa la identidad de este organismo, dado que no es presentada por su nombre mismo sino mediante una frase que concierne al ámbito de las tragedias y la religión, sujeto y predicado que vislumbra sus atributos, así como sus miedos. Esta autoridad impersonal y corporativa es capaz de suprimir sectores de la memoria individual hasta decidir las preferencias sexuales de sus observados en pos del bien público.

El control del fraude

William Geld es un detective de la agencia Pinkerton, que está investigando la producción fraudulenta de pases, papeles y seguros en el seno de la compañía Sphinx. William está aquejado por un virus que le provee facultades intuitivas, como una "Pequeña Esfinge que sabe Algo", siendo estos atributos tan particulares que los utiliza en las investigaciones.

La intromisión de un detective genera incertidumbres en el jefe departemental Backland, quien convida a William con todos los beneplácitos en su bienvenida. Una serie de entrevistas con los empleados, intuición mediante, pondrá en jaque a Maria, quien entrará en una extraña confianza con el investigador.

El misterio de lo intuitivo –punto de enfermedad en William- , el enigma a develar por un oráculo, la Esfinge Tebana, compone el punto de cifrado exótico sobre la sexualidad y la muerte. La verdad subjetiva, índice de la implicación con los fantasmas del inconsciente, es en William un sin velo como designio de una aberración. Un fenómeno distinguido que es utilizado por las fuerzas de poder, donde secreta el control desde ropajes humanos. El semblante del detective, que algo sabe más allá del instrumento técnico, aunque no desvaría en la consumación de sus pulsiones, destina un cruce particular con Maria, quien encierra su propio misterio.

A Maria, una vez al año, más bien cuando llega su onomástico, ciclo que engalana su neurosis de destino, le aqueja un mismo sueño. En la escenografía onírica, ella viaja en un subterráneo esperando encontrar a alguien en la terminal. Cada año avanza una estación siendo esta fecha, la llegada al final del camino. Antes de entrevistarse con William, tuvo un cruce ocasional con él en la estación, un choque de cuerpos imbuidos de rutina y anonimato. De ahí, la frase "me resultas conocido" se deforma en su psiquis, mediante la condensación y el desplazamiento, ¿será el recuerdo icónico del cruce? ¿será quien le espera en la terminal? La duda se sintomatiza en los posteriores encuentros.

El descontrol

"¿Puedes extrañar a alguien que no recuerdas?"

William y María acuerdan en cenar. La excepción de la reglamentación, del impedimento natural del opuesto investigador-investigado, hace sucumbir la línea que los actores laborales encarnaban. El regimiento de las pulsiones inaugura un secreto entre-dos. El amor incorrecto, advenedizo, foráneo, bulle bajo las paredes logísticas de un departamento. Aquí, el "me resultas conocido ", parecería adquirir el lenguaje del engarzamiento romántico, donde los fantasmas se hacen coincidir desde tiempos inmemoriales.

Escenas de cama, con las sábanas revueltas , idas y venidas en el devaneo del descubrimiento del otro.

William desaparece por un tiempo para reencontrarse con su familia. A la vuelta se entera que María fue internada. William se entrevista con un médico que la intervino, y le comunica que violó el Código 46. La operación consistió en el borrado de un fragmento de su memoria, el que corresponde a la escena sexual y al hombre con quien estuvo, imagen que precedió a un inesperado embarazo ya interrumpido. No hay borrado sin marca sintomática, por eso, se decidió ubicar en su lugar aberrado una imagen recuerdo – pensamiento placebo- del injerto de un dedo de la mano, que María guarda desde su infancia. Dedo castrado-implantado, pequeño falo hijo, que cuida y rememora con celo.

El código

"Cualquier ser humano que comparta el mismo grupo genético nuclear con otro ser humano es considerado como genéticamente idéntico De acuerdo a IVF, la división de embriones y las técnicas de clonación son necesarias para prevenir cualquier relación genéticamente incestuosa".

Como su nombre lo indica, el Código 46 se encarga de controlar los 23 pares de cromosomas que interjuegan en la procreación de un nuevo ser vivo. La serie de artículos que concierne al código de fecundación es letra viva en las instituciones familiares de estos tiempos. ¿Qué instancias particulares de la instauración de la novela familiar decaen a través de la transmisión, para llegar al imposible de tipificar una ley escrita sobre la prohibición del incesto, cuando esa ley siempre permaneció en el inconsciente cultural? ¿Qué efectos tiene la inserción de la tecnología médica en el deseo de concebir, cuando el individuo ignora sus variancias e identidades genéticas en relación a las de su ser amado?

No es posible prever, en un mundo recaído en la inmediatez de la posmodernidad biológica, los pasos históricos que allanaron el paradigma de la medicina por sobre el deseo. Sin embargo, se puede ostentar un hipotético planteo en el decurso de los sistemas de control sanitarios y la impronta de la ciencia hacia el recorte total de los cuerpos, con el advenedizo objeto de homogeneizar los sustratos sociales, y en suma, evitar intervenciones futuras a posibles enfermedades "propias de la endogamia", para solventar los enclaves aparatosos de la industria médica en los flamantes sin uso.

A partir del borrado de la memoria de María, represión instaurada por la violación del Código 46, y como toda represión, fallida, ella cree haber perdido algo, su cosa. William restablece su vínculo con una María, mientras la joven vuelve a descubrir a ese hombre desconocido que intuye sobre su vida.

Con el tiempo y las investigaciones que ya trasvasan el objetivo primero de su viaje, William realiza un estudio genético de un cabello de María, con un resultado pasmoso, esa joven con quien pudo tener un hijo, tiene una dotación genética de un 100% idéntica a la de su madre.

Fuera de…

"Quizás hay una razón por la que no puedas ir a casa"

En una serie de intentos vanos, William no puede regresar a su Seattle familiar. El pase expendido está caduco. La estadía circular lo sitúa en un espacio de ilegalidad, donde tendrá que andar por fuera para no ser localizado. Es así que María se propone como guía de su amado en el mundo de los excluidos, donde el intercambio de billetes continúa desarrollándose como antaño, el trueque cara a cara, las compras en tiendas ambulantes, los hoteles que albergan exiliados más que placeres instantáneos. Las periferias del aparato productivo, la multilengua, los empujones y la arena del suelo, traen la memoria de un mosto del deshecho, del abandono.

Y es allí, en el habitáculo hediondo de un motel, donde el empuje pulsional mantiene una línea idéntica, sin contradicciones, sobre el amor pasional que de ellos brota. El duplicado de una escena primaria, en una escenografía menos tersa, pero espejada en los movimientos corpóreos de la sabiduría epidérmica.

En un instante de siesta, María se levanta y con movimientos autómatas se dirige hacia la recepción para hacer una llamada. "Quiero reportar una violación del Código 46".

En un acto no racional, William choca el auto alquilado en el que viajaba con Maria. Finalmente, el Tribunal que atendía su caso, decidió borrar de su memoria a María, porque el vínculo generado entre ellos fue el germen de un caso mal investigado de fraude, un virus de empatía, de amor, locura mutua y la violación de un secreto para él ya olvidado, sepultado.

En tanto a María, se decidió su exilio por intentar engañar la sabiduría y el control permanente de la Esfinge que todo lo sabe, a costa de devolverle las memorias previamente sustraídas, de sus pecados y desventuras familiares, dado que el que permanece excluido –la carga de estar internada en el inferno salvaje-, no genera peligro ni interés, a la maquinaria productiva y a la cultura de la exogamia.

Lic. Emilio Malagrino

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 24 - Diciembre 2007
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