Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Consumir la interdisciplina
Luis Camargo

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He conjugado en el título de la ponencia, dos términos que, estimo, son dos de los caballitos de batalla de la modernidad tardía que transitamos (o posmodernidad, o como más guste denominar los tiempos que corren): "consumo" e "interdisciplina". Intentaré pensar algunas consecuencias de ponerlos en serie, para interrogar alguna zona de oscuridad, si la hay o no, del paradigma del trabajo en redes que convoca la inquietud académica de estas Jornadas.

El historiador Ignacio Lewkowicz ha llamado la atención sobre las consecuencias de la introducción en nuestra Constitución Nacional, en su art. Nº42, de una figura antes inexistente, la del "consumidor", con el establecimiento de sus derechos y garantías. Sostiene que el nuevo soporte subjetivo del Estado-nación, Estado devenido simplemente en instancia técnico-administrativa por la operatoria del capital neoliberal, el nuevo soporte subjetivo es precisamente el consumidor, figura que reemplaza a la vieja categoría de "ciudadano" que era la que sostenía el lazo social en la modernidad entre el pueblo y lo que esos Estado-naciones instituían. Dice el historiador "la relación social no se establece entre ciudadanos que comparten una historia, sino entre consumidores que intercambian productos" 2. En esta lógica, va de suyo que si el consumidor deviene soberano, la ley que rija el intercambio social, será la ley del consumo. Son muchos los fenómenos que se ordenan si se acuerda mínimamente con dicha hipótesis. Basta pensar en la preeminencia en la clínica de las patologías llamadas del "consumo": adicciones, bulimia, anorexia, etc.. ¿Serán éstas patologías "creadas" –o dicho de otro modo- resignificadas por el sustrato que sostiene la mencionada conversión del Estado en mera instancia técnica-administrativa? El vacilar del paradigma "Estado" da lugar a otro, que pueda darse en llamar "paradigma mercado", el cual instituye a su vez la condición de un pensamiento de época. ¿por qué no pensar así que es el pensamiento mercado el que crea esas patologías y otras más, a saber, los famosos panic-attack, los estrés, las nuevas fobias? Y ni que hablar de lo que se configura alrededor del cuerpo y la estética, cirugías, lipos, etc.. Entonces, por un lado, una nueva subjetividad, la del consumidor, y por otro un nuevo paradigma del pensamiento mercado, el consumo, con sus depuradas técnicas y estrategias de seducci ón que designan al modelo general de la vida de las sociedades contemporáneas.

Vamos al otro término, "interdisciplina". Considero que es también un paradigma de la modernidad, en tanto su sujeto, el de modernidad, se concibe pluralmente determinado, a mínimas, por lo biológico, lo social y lo psicológico y por ende su abordaje requeriría la construcción de un nuevo conocimiento que integre esa diversidad de enfoques epistemológicos. La convergencia de múltiples puntos de vista puede ampliar el espectro de observación y posibilitar el mutuo enriquecimiento de los abordajes unidisciplinares. La ilusión del "conocimiento total" o del "abordaje total" navega bajo las aguas de la interdisciplina, a despecho que en general los equipos interdisciplinarios están advertidos de ello. Se han ensayado asimimo, distintas forman de nominar los encuentros entre distintas disciplinas, a saber, "multidisciplina", "transdiciplina" y otras. Incluso se han denominado así distintos momento de la relación interdiscursiva. Alicia Stolkiner dice que "lo transdisciplinario es un momento, un producto simpre puntual de lo interdisciplinario" 3, y lo grafica con una linda metáfora, la de una orquesta sinfónica en la música clásica, donde antes del concierto oímos una polifonía inarmónica de instrumentos (cada una de las disciplinas), y cuando la sinfonía comienza, es una y armónica: eso es la transdisciplina. En lo personal, hubiese preferido metaforizarlo con una banda de jazz o blues, que admiten mucho más la improvisación –y por ende la creatividad – de los instrumentistas, pero en fin, la imagen es rica y clara.

Entiendo lo interdisciplinario como emparentado o como un subtipo específico de lo que aquí podría plantearse como "redes". De ese concepto he hallado la siguiente definición: "Un sistema abierto, multicéntrico, que, a través de un intercambio dinámico entre sus integrantes y con los de otros sistemas organizados, posibilitan la potenciación de los recursos y la creación de alternativas novedosas para la resolución de problemas y satisfacción de necesidades" (E. Dabas). Las redes sociales serían entonces formas de interacción, definidas por un intercambio dinámico entre personas, grupos e instituciones en contextos de complejidad. Un sistema abierto y en construcción permanente, que involucra a conjuntos que se identifican en las mismas necesidades y problemáticas, y que se organizan para potenciar sus recursos.

Tenemos situados los términos entonces, consumo e interdisciplina. Voy a ir aproximándome a la hipótesis que sostiene la relación entre ambos términos.

Un primer interrogante a responder, es el discernir si los saberes disciplinarios –la medicina, la psiquiatría, etc.- pueden haber devenido también en estas lógicas, mercancías. Y quizá el campo privilegiado para responder a esta cuestión sea el que habitamos nosotros, es decir, de la asistencia "pre-paga" 4, significante que quiero hacer oír con toda su fuerza, pues implica un "pago previo", una "pago por adelantado" (cuando no un "paga Dios"!!). Primero se paga, en un tiempo segundo, se obtiene el "servicio", se sirve la salud. Notemos cómo en el campo de la salud mental, se invierte la demanda, pues no es el paciente que demanda por su sufrimiento (aunque, efectivamente sufra, aunque efectivamente llame a un Otro que aplaque ese sufrimiento), sino que es el "servicio" el que demanda imaginariamente ser "consumido" por quien pagó previamente por él, pues para eso se "ofrece". Paciente, pero también terapeuta, devienen mercancía, anudados en el "contrato" que los unen entre sí, pero con la referencia a esa terceridad que es la obra social, Otro caracterizado por la ley de la de oferta-demanda, aunque se vista con los ropajes de la salud-enfermedad. O mejor dicho: un Otro que muda los saberes disciplinarios a objetos de consumo, mercancías también. Notemos, acto seguido, que los términos comillados son propios de las reglas del consumo, pensamiento mercado, dijimos antes 5. Vemos cómo la obra social, la pre-paga, como instancia intermedia entre lo público y lo privado es la que refleja mejor la institución de esa subjetividad de la que hablaba el historiador. Si pensamos esta misma lógica en el terreno de la medicina, vemos plasmarla claramente en la praxis de la medicina estética, de modo aún más patético: aquellos que acceden a mayores beneficios según mayores planes de coberturas paguen, ven chirriar cual canto de sirenas en los mares de Ulises, las ofertas de cirugías estéticas que generan una demanda subjetiva que quizá no hubiese existido antes de acceder a ese plan más costoso. Las bodas entre la ética del business y el neoindividualismo engendran esa criatura contemporánea llamada body-building, construcción del propio cuerpo, como una más de las tareas compulsivas del ego-building6.

Lo que creo es importante situar, entonces, es el estatuto actual del sufriente (y llamo así a quien consulta a nuestros dispositivos disciplinarios, médicos o del campo psi), para ver en qué punto ese sufrimiento se halla tomado por el Ideal del consumo, tal como lo recortamos en nuestras subjetividades. Y si hablo de Ideal es porque me sirve por la estructura misma de esa instancia tal como fuese descripta por Freud, para percibir que se trata allí de demandas, las demandas en la cual el sujeto se halla tomado, y a las que habitualmente se le responde con más demanda, pues la asepsia de las disciplinas de la salud no es tal, sino que encubre la circulación de la demanda en el circuito que trazan lo ideal y lo superyoico, con lo de imperativo que esto último supone. Entonces, el sufriente demanda y busca suturar sus angustias en los saberes de las disciplinas. El sufriente no sabe, a su vez, que lo determina más acá de su demanda. Tampoco lo saben los saberes. Y en muchos casos no tienen por qué saberlo para operar: pensemos en muchos de los actos médicos, por ejemplo. Pero eso que lo determina, más allá de la necesidad y mas acá de la demanda, es lo que los psicoanalistas han descubierto como el deseo inconciente, digámoslo así: lo íntimo de la subjetividad del sufriente, allí donde se enraiza su historia, los determinantes simbólicos de su padecer, los de su gozar, los de la configuración de su identidad, los del armarse un cuerpo y un nombre más allá de los de la referencia social. Cuando ese deseo no puede ser mínimamente escuchado por cualquiera de los saberes a los que se dirige la queja del sujeto, se pone a la deriva y comienza a tocar sinnúmeras puertas, en especial de consultorios e instituciones. En su "bulimia de saberes-de-sí" comienza a "consumir" prácticas disciplinarias, cuantas más y diversas, mejor. Comienza a deambular y a alojarse en el "inter" de las disciplinas. Obtiene su goce –para decirlo en términos analíticos- en una queja que en cada uno de esos ámbitos se camuflajea con los significantes de la ciencia de turno: al psiquiatra le habla de sus "ataques de pánico" y le indica que fármaco debe indicarle, al analista le habla de sus "fijaciones edípicas" y de cómo se actualizan en la cama con su mujer o su hombre, al psicólogo de su "baja autoestima" y de cómo fracasa en sus intentos elevadores, y al médico de la incidencia de su tiroides en los estados anímicos y de cómo los mantiene a raya por la vía de la automedicación. Sostiene en fin, la ilusión que una suma de saberes va a cercar el malestar que lo acosa, y lo va a reducir en ese deambular. El problema es que no pocas veces a esa ilusión (registro de lo imaginario) le responde otra ilusión (respuesta en espejo, especular), esta vez, la de los dispositivos a los que se dirige el malestar del sujeto. Es la ilusión del "abordaje total" que pueden poseer los mismos profesionales que actúan. Es la ficción que el sujeto cederá el malestar de su queja tanto más cuanto más totalmente se lo aborde, desconociendo que el goce no se deja acotar con facilidad y que el deseo bien puede valerse del síntoma para expresarse, y no se renunciará a él por mas que se lo atosigue de los más variados saberes científicos. Y si a una demanda le responde una demanda, si a una ilusión la sostiene otra ilusión, a la deriva del sujeto le puede caber la "derivación", a modo de acting out o pasaje al acto de la praxis profesional. Actuar una derivación a un abordaje en red, discursiva, interdisciplinaria, del sujeto no necesariamente quiere decir asistirlo. Aquí es donde se podría postular que el "consumo de la interdisciplina", advenido síntoma de la subjetividad contemporánea, hace un bucle y la interdisciplina se consume en y a sí misma, es decir aborta la posibilidad potencial de cada una de las disciplinas, en su especificidad, de alojar la singularidad del sujeto y de su padecer. De allí el doble sentido o la doble lectura que puede caberle al título de estas palabras.

En la red de la interdisciplina, cuando esta variable del deseo es desoída, es potencial el riesgo que queden allí atrapadas o sostenidas algunas dimensiones de lo biológico, lo social y lo psicológico, pero se escabullan en los océanos de los discursos (para seguir con la metáfora náutica que sugiere el término "red") otras dimensiones de esos mismos órdenes. Quiero decir: de lo biológico, puede quedar en la red el cuerpo hecho carne pura (puro real), objeto de manipulación de la medicina, y se escabulle el cuerpo sufriente, historizado y atravesado por la dimensión simbólica del lenguaje; de lo social, queda el consumidor y se escabulle el ciudadano; de lo psicológico, queda una psyque adaptada y normatizada, y se escabulle la subjetividad deseante, siempre singular.

De más está decir que considero imprescindible la tarea del psiquiatra y su psicofarmacología, que con sus avances ofrecen alivios nada insignificantes a patologías graves del campo de la salud mental, la tarea del médico auscultando enfermedades y ofreciéndole al paciente tratamientos que ayer eran impensables, la asistencia de los organismos sociales en el contexto de vulnerabilidad social que habitamos, y decir también que considero imprescindible el diálogo interdiscursivo. Pero entiendo que ello no podrá hacerse sin, por un lado, no reproducir la violencia sobre los cuerpos que caracteriza los tiempos y las sociedades actuales, y por el otro, sin abstenerse de reforzar la compulsión consumista tal como la hemos esbozado (ya no ligada solamente a los objetos tradicionales, sino a discursos y saberes). Dicho de otro modo, ello no podrá hacerse sino a condición de considerar en cada uno de los tres campos delimitados –psicológico, biológico, social- tres preceptos mínimos: 1º hacer lugar a la subjetividad y al deseo que se enuncia en cada síntoma, en cada padecer, lo que equivale a hacer lugar a la palabra del sujeto, allí donde dice incluso más de lo que dice, allí dónde enuncia con sus verdades parciales que no-todo está sujetado en las redes del poder-saber; 2º producir una torsión en el viejo adagio médico que reza (casi sintomáticamente, diríamos) "no hay enfermedades, sino enfermos", para incluir allí la categoría de sufriente más que la de enfermo, y considerar sobre todo, que se puede sufrir también de los ideales, incluso de los de bienestar; y 3º no reproducir desde la intervención social el mismo movimiento segregativo y marginativo que el propio sistema produce.

Desde las prácticas "psi", en sus singularidades discursivas o en su puesta en serie bajo la modalidad de abordaje en red o de intervenciones interdisciplinarias, cabe preguntarse cómo se suturan las verdades parciales del sujeto, cómo se desaloja la subjetividad. Se puede postular que ello acontece cuando las sustancias psicotrópicas, precisamente, sustancializar al ser, y acallan el decir inconciente en su afán de mitigar las angustias; cuando las psicologías buscan de manera manifiesta o no, la adaptación y la sujeción del paciente a los sentidos y ropajes del Otro, a los ideales que éste indica como valores; cuando las instituciones asistenciales (las clásicas de la salud mental, como los hospitales de día, las clínicas de internación psiquiátrica, y sobre todo las más "modernas" que asisten a las llamadas patologías del consumo: adicciones, bulimia, anorexia, etc.), en su búsqueda de resultados, esto es, de modificación de las conductas, desresponsabilizan al sujeto y lo reenvían a la tecnología de sus saberes disciplinarios e institucionales. Particularmente, en ese punto relativo a lo institucional -no está de más subrayarlo y recordarlo-, es dónde con mayor evidencia puede revelarse el estatuto de mercancía que pueden adquirir sus asistidos, pues los intereses que sostienen esos dispositivos son de neto corte económico. En ese sentido, una red asistencial no está exenta de convertirse en una bolsa en las que se atesoren primordialmente las monedas del mercado farmacológico y las de la salud en general.

¿Qué sería entonces un dispositivo, en red o no, disciplinario o interdisciplinario, que aloje a la subjetividad? Pues un dispositivo que acompañe al asistido al punto donde debe discernir si realmente desea lo que quiere, lo que equivale a promover al sujeto del deseo por sobre las dimensiones del binomio demanda-necesidad. Será así un dispositivo que contribuya a discernir las múltiples formas de alienación al saber-poder en las que el sujeto asistido puede dar consistencia unificada a su ser (el sujeto de la referencia social, como lo plantearía un Foucault) es decir, que pueda cuestionar el punto dónde su demanda se halla exclusivamente tomada en los ideales que el Otro indica como valores, anulando toda referencia a su singularidad, a su diferencia. En última instancia, un dispositivo que pueda devolver alguna dignidad de ciudadano a aquella subjetividad que por las determinaciones de los tiempos que corren, ha devenido sujeto/objeto de consumo, quizás, con nuestra complicidad profesional.

Notas

1 Trabajo presentado en las jornadas de Prosam de 2004

2 Lewkowicz, I., Pensar sin Estado, La subjetividad en la era de la fluidez, Paidós, 2004, p.34

3 Stolkiner, A., La interdisciplina: entre la epistemología y las prácticas, rev. electrónica El Campo Psi (http://www.campopsi.com.ar)

4 Para el interés conceptual de lo que quiero plantear, no hago distinciones entre "obra social" y "pre-paga", aunque sean estatutos organizacionales distintos, optando por la segunda definición por los sentidos que instituye ese significante.

5 Solemos usar expresiones del tipo "tal afiliado ha consumido tantas sesiones de su cobertura de la modalidad equis de terapia" para referirnos al uso que hace del servicio de psicopatología.

6 Lipovetsky, G., "El crepúsculo del deber ", Anagrama, p.113: "...el individuo se autoconstruye a la carta sin otro objetivo que ser más él mismo y valorizar su cuerpo: el egobuilding es un producto narcisista."

 

Bibliografía consultada

Dobón, J.-Rivera, I., "Secuestros institucionales y derechos humanos", M.J. Bosch

Dobón, J., "Lo público, lo privado, lo íntimo", Letra Viva

Foucault, M., "El nacimiento de la clínica", Siglo XXI

Freud, S.,

Fundación Prosam Nº3 (compilación varios autores)

Lacan, J.,

Lewkowicz, I., "Pensar sin Estado", Paidós

Lipovetsky, G.,

Stolkiner, A., "La interdisciplina: entre la epistemología y las prácticas", Campo Psi (revista electrónica)

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 20 - Diciembre 2004
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