Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La subjetividad posmoderna: la forma del límite
Elementos psicoanalíticos y sociales para pensar el lugar y el estatuto de la estructura subjetiva contemporánea
Miklas Bornhauser - Andrea Naranjo

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Resumen

En la actualidad, la emergencia de una serie de nuevas manifestaciones psíquicas ha puesto en evidencia las limitaciones del modelo clásico de subjetividad heredado del discurso ilustrado. Partiendo de la clínica psicoanalítica e incorporando a ella algunos conceptos provenientes de la sociología, se propone repensar la noción de sujeto, interrogando las condiciones y la manera en la que ocurre su subjetivación misma. En particular, se discute la constitución del sujeto en el lenguaje, la conformación del deseo y la relación resultante, en la actualidad, hacia la Ley. Finalmente, se plantea la emergencia de una nueva estructura subjetiva -–la subjetividad del límite– como modelo para pensar las manifestaciones psíquicas postmodernas.

Palabras Clave: Sujeto – Subjetivación – Ley – Lenguaje – Goce

 

Abstract

Actually the plurality of contemporary psychic manifestations has evidenced the limitations of the hegemonic model of subjectivity, inherited from the illustrated discourse. Starting from the psychoanalytical clinical practice and incorporating to her some concepts proceeding from sociology, it is proposed to rethink the classical notion of subject by questioning the conditions and the way its subjectivation occurs. Particularly there is discussed the subject’s constitution in language, the conformation of desire and the resulting relation towards Law. Finally the subjectivity of the border is proposed as a model by which postmodern psychic manifestations may be understood.

Keywords: Subject – Subjectivation – Law – Language – jouissance

 

 

El hundimiento de la subjetividad filosófica,
su dispersión en el interior de un lenguaje que la desposee,
pero que la multiplica en el espacio de su vacío,
es probablemente una de las estructuras fundamentales del pensamiento contemporáneo.
(M. Foucault)

Introducción

Frente a la heterogeneidad y multiplicidad de las diferentes formas de subjetividad, ya sean integradas o excluidas de un determinado contexto histórico, que se nos presentan en la sociedad de nuestros tiempos denominados postmodernos se erige una cualidad propia, a saber, la de diversificar y al mismo tiempo masificar los espacios públicos y privados, tornando con ello difícil la identificación como proceso básico mediante el cual se adquiere una determinada identidad. Es precisamente en este escenario complejo, plural y multidimensional, en el cual el sujeto, en otro momento más o menos idéntico a sí mismo, se torna otro para sí1.

A medida que la sociedad se legitima como postmoderna, abandonando los ideales de la modernidad y, al mismo tiempo, desarrollándolos en su punto máximo, emerge un sujeto que no es ya un individuo monádico y homogéneo sino que más bien es un sujeto que muestra – tanto a nivel normal como anormal – toda la fragmentación que lo determina. Determinada legitimación, pensamos que ha pasado y pasa por una serie de hechos y referencias inéditas, que rompen tajantemente con el modo de socialización y de individuación propios de los siglos anteriores, principalmente de los siglos XVIII y XIX. En este sentido particular, interesa destacar que en lo único que es posible estar de acuerdo es que lo que viene a denominarse bajo el nombre de postmodernidad se refleja como un entramado social en el que se deja traslucir, ya sea en sus múltiples manifestaciones y producciones culturales como en su respectivo sujeto, una ruptura – para algunos progresiva para otros cortante – con todo lo que distingue a la modernidad entendida de manera general como un modo de experimentar lo nuevo, como una época fundamentalmente secular y científica, en palabras de Vattimo (2000), donde se crearon las condiciones para elaborar y transmitir una imagen global de las cuestiones humanas.

Por otra parte, a partir del des-cubrimiento de lo Inconsciente por parte de Freud2 y la ulterior elaboración teórica de aquel des-encuentro histórico, respectivamente, del desconcierto y el desplazamiento resultantes, que se infirió que el sujeto que ahí se asomaba estaba des-centrado con respecto a la razón que era en la modernidad y en virtud de Descartes, fundamento de la existencia. El sujeto de lo Inconsciente revela que la existencia, en exilio o éxodo, no remite a una base sólida e inamovible, sino a un fundamento en falta, fallado y falso, en resumen, a la falta de fundamento. Los modos de subjetividad postmoderna se ven condenados a sobrellevar, en éxodo, su condición exiliada entre la ausencia de todo fundamento y un fin jamás cumplido.

En la sociedad actual, caracterizada como una sociedad en crisis de significación3, es, precisamente, la re-elaboración – lacaniana – del discurso freudiano que pensamos como una novedosa articulación entre lo social e individual4 (dimensiones que Freud ya había advertido como necesaria e intrínsecamente equivalentes en cuanto a su carácter estructural), la que nos muestra la constitución de un sujeto fuera de todas las coordenadas epistemológicas modernas, entendiendo como sujeto un sujetado (sub-jectum) a la cultura, un sujeto de lo Inconsciente, constituido por su sujeción primordial al orden socio-cultural imperante5.

Lo anterior conduce obligadamente a preguntarnos por la clase de discurso que sustenta o sujeta la subjetividad de nuestro días. Una pregunta que se instalará en el ámbito clínico y teórico del psicoanálisis y de las ciencias sociales en virtud de la emergencia y proliferación de una gama de patologías que no encuentran un lugar claro y evidente en la nosografía clásica, que sostiene la división estructural entre neurosis y psicosis. En este sentido, siguiendo los análisis tanto modernos como actuales, no es difícil advertir la diversidad de manifestaciones que obedecen a un malestar cultural general, un malestar que de manera virulenta ha llegado a invadir el espacio clínico, mostrando, a su vez, su propio límite6.

Es lícito pensar que el malestar subjetivo contemporáneo es un efecto de dicho malestar social, por lo que es posible hipotetizar que lo que denuncia la subjetividad postmoderna a través de sus diversas formas, todas ellas formas del malestar de nuestros días, sería un producto o un efecto del discurso propio de la postmodernidad, en una articulación intrínseca de estos dos niveles no del todo diferenciables.

"Cuando el sujeto llega a hablar lo hace ya desde una identificación (libidinal y jurídica) alcanzada con un cierto lugar de sujeto y con un cierto significante, su nombre propio, que le fueron impuestos por la estructura familiar (y social) en la que él queriéndolo o no [...] habrá de incluirse y sin saberlo, sin poderlo pensar, sin poderlo decir."7

El sujeto entendido así como síntoma – social – manifiesta toda la fragmentación propia de su misma constitución y en la actualidad evidencia imaginariamente y sin precedentes el límite de su inherente estructura fragmentada o, si se prefiere, escindida. El primer indicio de esta alienación subjetiva, que es un efecto de la sujeción al orden del lenguaje y la cultura, nos lo evidencia Freud, primero, a partir del discurso de la histeria y, más tarde, a propósito de sus elaboraciones sobre el narcisismo8 como espacio primero y pulsional de las neurosis. Desde este lugar psicoanalítico convenimos en pensar que hoy en día el sujeto re-presenta el lugar límite y privado de la cultura en nuevas formas de enfermedad del alma.

El sujeto y lo postmoderno: figuras para pensar las nuevas patologías de la clínica actual

Para trazar un camino viable de aproximación a la comprensión de una nueva forma subjetiva anclada en el contexto histórico de la heterogeneidad propia del discurso postmoderno, en primer lugar, debemos pensar al sujeto como un producto cultural sobredeterminado (producto del discurso del saber-poder, que es siempre un discurso del Otro) y que, en la medida en que se inscribe en una cultura esencialmente fragmentada (Jameson, 1991), resulta ser un sujeto primordialmente fragmentado. Un sujeto concebido como un hablanteser {parlêtre}, (pre-)determinado por la pluralidad discursiva ya con anterioridad de su nacimiento efectivo, y que como tal lo viene a insertar en una estructura previa y ajena, establecida en otro tiempo y en otro espacio. En segundo lugar, notamos que semejante división no es otra que una división establecida en la estructura de lenguaje como estructura prohibitiva y, al mismo tiempo, socializadora. Porque, tal y como nos dice Castoriadis9, la lengua no es, como se dice estúpidamente, un instrumento de comunicación; es primero y ante todo, un instrumento de socialización. En y por la lengua, diremos en su estructura, se expresan se dicen, se realizan, se transfieren las significaciones – agregamos los deseos – de lo social, haciendo de lo individual un efecto significante de dichas operaciones.

Lo anterior permite aproximarse de manera diferente a la problemática de la patología – considerando que para el psicoanálisis no hay una verdad estructural que pueda considerarse como normal, en este sentido la frontera entre lo anormal y lo normal es, por lo menos, difusa. Esta diferencia se sustenta en el hecho de pensar la clínica psicoanalítica y sus avatares desde un lugar que da cabida a lo límite, a lo extranjero, al silencio y a las dimensiones subjetivas en otra escena, que viene a mostrar el terreno en el cual se asienta el sujeto y que no es otro que el de la angustia, lo que subvierte el escenario clásico del dominio de la conciencia y de la razón. Dicho escenario, es preciso remarcarlo, es subvertido en la medida en que se considera que el objeto, entendido como el objeto del conocimiento de las ciencias positivas, es insuficiente en la medida que es una extensión de la ilusión – que en sí misma constituye la ilusión de la conciencia –, sostenida en la construcción del propio sujeto por su imagen que se toma por verdadera.10

La sociedad postmoderna, siguiendo principalmente a Jameson (1984, 1991) y a Lyotard (1986), la concebimos como una sociedad fragmentada y escindida, en la que conviven simultáneamente subjetividades particulares cada vez más narcisistas y hedonistas (Lasch, 1979), fundadas por un modelo enajenante de constitución, que bien describe lo elaborado por Lacan en la función de lo que él denomina estadio del espejo en la formación del yo. No es de extrañar, entonces, si concordamos en pensar y postular, junto a la teoría de Freud y los escritos de Lacan, en que el sujeto es un efecto de lenguaje, que la constitución misma del sujeto pase obligadamente por la enajenación, en otras palabras, por una alienación primordial, que es operada en y por el ingreso del sujeto en la cultura y en el orden del lenguaje, formando parte así de lo que concebimos como sociedad. De esta forma, es plausible demostrar que: discurso, sujeto y cultura conforman los puntos claves para pensar y entender lo que postulamos como la fragmentación intrínseca a la que obedece la subjetividad postmoderna.

La postmodernidad, en tanto discurso fragmentado y descentrado, no puede sino re-producirse a través de una subjetividad equivalente. En este sentido, el objetivo de reflexionar sobre esta problemática, que vincula entre sí sujeto y postmodernidad, consiste en mostrar que la postmodernidad, llevando al extremo el sistema económico y político de mercado, promueve una nueva forma de estructuración psíquica, en la que se debe considerar la predominancia de un sistema social y cultural que se ha distanciado cada vez más de su plena capacidad de hacer de referente simbólico11 – en términos lacanianos del significante maestro –, lo que implica considerar la relación del sujeto al gozo a propósito de la serie contemporánea de patologías, que no encuentran otro lugar que el del límite en la clasificación existente y que vienen a mostrar, a nuestro modo de entender, la entramada estructura de la angustia, entre lo simbólico y lo real, en lo que a la constitución del sujeto se refiere.

Por otro lado, nuestra hipótesis acerca de la estructura posmoderna se sustenta en los diversos análisis culturales y sociales promovidos, aunque con énfasis diferentes y, en ocasiones, francamente divergentes, en lo fundamental por los trabajos de T. W. Adorno y M. Horkheimer (1969), G. Simmel (1908), P. Bordieu (1996), G. Debord (1996), J. Baudrillard (1995), D. Bell (1979), G. Lipovetsky (1983), F. Jameson (1984, 1991), J. F. Lyotard (1986), C. Castoriadis (1996) y que están, básicamente, referidos a la problemática del sujeto como mercancía, y a la fragmentación y declinación del orden socio-simbólico en relación a la creciente sobreabundancia de los objetos e imágenes, que pueblan el mundo de lo imaginario, cualidad intrínseca de la postmodernidad, visto como un fenómeno que deja entrever un sujeto distinto al sujeto moderno y también al clásico, proveyendo al sujeto de múltiples caminos hacia el gozo. Un sujeto, por ende, que se ha visto desprovisto de sus referentes tradicionales, porque en la postmodernidad no hay más referentes que los semejantes – en un mundo de puros, simples e intercambiables objetos-mercancías. Al mismo tiempo, las modalidades características de la época postmoderna desvelan la presencia de un sujeto arrojado (al mundo) e indefenso, desprovisto del distanciamiento tranquilizador introducido por la ley simbólica y con la cual se inaugura el dominio del placer. Época, en la que el consumo ya no es un hecho simplemente mercantilista, sino que ha pasado a gobernar todos los ejes de la subjetividad, convirtiendo al hombre en una mercancía más, en un objeto indistinto e intercambiable.

Es en ésta época de culminación del consumo masificado y de las formas de globalización internacional es donde se observa la aparición y difusión de una serie de nuevas y sutiles formas de control social, a la vez que se diversifican los diferentes modos de vida, estableciéndose con ello una imprecisión del ámbito privado, de las creencias y de los roles. De este modo, es posible estar de acuerdo con que en determinada red estructural, articulada por el juego recíproco de relaciones de oposición, se ha operado y se opera aún una verdadera mutación cultural, fragmentado tiempos y espacios.

Considerando lo anterior, es viable abrir un campo de diálogo entre el psicoanálisis y la teoría de lo social, entendiendo que no es otro el lugar, sino en el cruce entre lo psíquico y lo cultural, donde se inserta la subjetividad12. Por el contrario a Bauman 13 y Elliott, ilustres representantes de la corriente optimista al interior de la discusión modernidad-postmodernidad, en psicoanálisis, por decirlo de alguna manera, no pensamos que la postmodernidad cree un espacio múltiple en el cual el sujeto tenga propias y múltiples posibilidades, sino que más bien sostenemos que en la postmodernidad (en dicha multiplicidad) se asiste al resultado del colapso irreversible del metarrelato de la Ilustración. Lo anterior implica la disolución de los marcos tradicionales de dotación de sentido, penetrando la lógica de la explotación económica del capitalismo en lo más hondo de la subjetividad humana, convirtiendo a los sujetos en meros sujetos pasivos, abandonados a la angustia en la extranjería del Otro.

El postmodernismo, por lo demás, desde luego que penetra mucho más allá de los acotados límites de la especulación teórica, en tanto inaugura y designa a la vez nuevas formas de experiencia personal y cultural. Cuestión que en el campo de análisis de las ciencias sociales y humanas nos lleva a tener que optar por una alternativa dentro de una conversación que es bifronte: por un lado, hay toda una teorización que sostiene que de la postmodernidad se abre un campo para pensar en posibilidades de ser que son altamente creativas y diversas (en el paradigma posmoderno la proliferación vertiginosa de discursos abre a los individuos y a las colectividades hacia otras posibilidades y vías de experimentar el mundo), o sea, la postmodernidad abre el camino para una liberación de las diferencias, y, por el otro, existe toda una corriente argumentativa, que se orienta a ver en la postmodernidad un descentramiento radical, una irrupción violenta en la pretendida homogeneidad y plenitud del del ser con consecuencias estructurales irreversibles.

Para el psicoanálisis, sobre todo si consideramos los desarrollos de Jacques Lacan sobre la constitución del sujeto en tanto des-centrado y la con-formación del yo en el estadio del espejo14, se hace necesario y consecuente sostener que la postmodernidad, en tanto discurso fragmentado y polivalente (el exceso o sobrecarga de significado culturales impacta sobre el psiquismo en términos de desorientación, discontinuidad y parcelamiento del yo), (re-)produce sujetos fragmentados y con-frontados de manera real a la angustia, en los cuales la estructuración de la identidad – en tanto instancia yoica – se ve dificultada y muchas veces malograda en su conformación. Dicho malogro, se sustenta en el pensamiento de Lacan, por medio de la noción, y las implicancias para la constitución de la subjetividad, del significante Uno – el falo que así como se le concede un estatuto imaginario, en tanto propulsor de la unidad e identidad yoica en el estadio del espejo, tiene, además, un estatuto simbólico en el que opera como descentramiento simbólico en términos de diferencia y pérdida. Ambos factores del falo, se expresan por vías complejas y contradictorias en la reproducción social de la modernidad tardía o postmodernidad.

El intento de comprensión histórica de la enfermedad mental

El estado actual de la discusión sobre la nueva clínica de las patologías límites obliga a considerar de manera histórica a la misma enfermedad mental, esto es, pensarla en un escenario diverso en virtud de las patologías emergentes – las cuales comenzaron a describirse hace no más de cincuenta años –, lo que en primer lugar conduce a una re-flexión del concepto de hombre y de discurso. Hipótesis sostenida básicamente por Foucault en cuatro obras ya clásicas: Enfermedad mental y personalidad (1954), La historia de la locura en la época clásica (1961), El nacimiento de la clínica (1963), Historia de la sexualidad (1976).

Es interesante notar a este respecto las elaboraciones de Castoriadis (1996), las que nos ofrecen un panorama clarificador en el momento de entender a la sociedad como una institución dinámica, comprometida en un constante proceso de reproducción, y que se autorecrea mediante una serie prolongada de significaciones, que se producen constante y continuamente. Se trata, para Castoriadis, de abandonar la ilusión moderna de la linealidad, del progreso de la historia como acumulación progresiva de adquisiciones o procesos de racionalización, con lo que el tiempo humano deviene un tiempo del ser, o, lo que para estos efectos es lo mismo, un tiempo de creación-destrucción. Reflexión que coincide con la noción de historia en el análisis, para Lacan. En este sentido, la obra del psicoanálisis, nos recuerda Castoriadis, es el devenir, en el cual somos el tiempo y el tiempo nos constituye:

"La historia humana es creación, esto significa que la institución de la sociedad es siempre autoinstitución, pero autoinstitución que no se sabe a sí misma como tal y que no quiere saberse como tal."15

Es así como desde el terreno psicoanalítico se nos presenta una exigencia de comprensión histórica16, ligada a los discursos dominantes, sostenidos por los poderes-amos, de un momento determinado, ya sea moderno o posmoderno17, para atender al fenómeno de la enfermedad mental como un fenómeno propiamente discursivo. Si concebimos la enfermedad mental como un síntoma, un fenómeno de lenguaje, o más bien, como un efecto del lenguaje, nos es lícito pensar, entonces, que la palabra que sostiene cada sujeto sólo puede ser escuchada adecuadamente si se considera a ésta como una palabra que viene de una parte de la verdad que el hombre ha construido sobre sí18 .

Hoy en día, dado el estado actual de la discusión en psiquiatría, sociología o psicología, salvo contadas excepciones, se han abandonado aquellas posiciones extremas, excesivamente reduccionistas, que sostenían que la complejidad hermética e irreducible de las enfermedades mentales era explicable mediante la aplicación de modelos unidimensionales, que pensaban a la enfermedad mental como consecuencia de factores únicamente biológicos, psicológicos o sociológicos, desmintiendo de antemano toda posibilidad de co- o sobredeterminación. Actualmente, siguiendo en principio a Foucault y, por otro lado, a ciertos autores más o menos contemporáneos como Bergeret (1970) y también Gauchet (1994), más bien se tiende a examinar la enfermedad mental en relación a sus condiciones socio-históricas acompañantes, reconociendo que la enfermedad como tal no tiene realidad ni valor más que en una cultura que la reconoce como tal.

Los antecedentes socioteóricos de la discusión actual sobre las patologías emergentes de la postmodernidad pueden bien verse representados por el planteamiento de Lipovetsky, quien sustenta la hipótesis general de que en la actualidad estaríamos en presencia de un nuevo modo de proceso de personalización. Se trataría de una mutación sociológica, una combinación sinérgica de organizaciones y significaciones, de acciones y valores que genera un nuevo modo de gestionar los comportamientos, no ya por la tiranía de los detalles, sino por el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles, en otras palabras, con la menor represión y la mayor comprensión posible, lo que produce un nuevo tipo de organización social e individual, fundamentalmente sostenido por la legitimación del placer19. Este placer, más bien, podría ser pensado, desde el psicoanálisis, como una forma de gozo o de jouissance, porque lo que a nuestro modo de entender denuncia la sociedad posmoderna en sus diversas figuras subjetivas no es otra cosa que la ruptura entre el saber y el gozo.

En este contexto resulta interesante atender a los análisis críticos sobre la comunicación de masas – que ocupa hoy en día el lugar promotor de la realidad – en la actualidad, los que evidencian y advierten sobre la colmación del deseo, haciendo emerger una realidad en la que es posible cumplir hasta nuestro último anhelo, en una especie de especularización e imaginarización límite, en la que la represión, otrora mecanismo funcional del sujeto en la cultura, se torna un mecanismo, por decirlo de algún modo, ineficaz y obsoleto. Un mecanismo pasado de moda, ya que en la medida que las instituciones se adaptan a las motivaciones y a los deseos particulares, nos encontramos con una nueva forma de legitimización social en la que operan por encima de cualquier serie; los valores hedonistas y narcisistas, la diversificación de lo homogéneo, el culto a la liberación personal, el mínimo de articulación con el otro, posibilitando – de ésta manera – que la esfera de lo público y de la político se ejerza desde el lugar y la posición de unos pocos que ostentan el poder, dejando atrás el ideal de la modernidad democrática.

Es importante comprender, en este mismo lugar que, la experiencia personal remarcada por ciertas psicologías clásicas y positivistas, en las que mediante la contención y otras técnicas terapéuticas de empatía, en las que se cree entender un sentido intersubjetivo, apoyándose en elementos de la teoría cognitiva y comunicacional, resulta al menos problemática y en muchos sentidos criticable en contextos posmodernos de fragmentación cultural, dislocación política y permutabilidad económica de mercancías, objetos y personas.

Re-pensar la subjetividad: la posibilidad del límite estructural.

Quien aspira a la comprensión cabal de la situación que hemos venido describiendo no puede contentarse con recurrir a aquellas disciplinas y prácticas singulares y sectarias, ya sean estas psicológicas, psiquiátricas o sociales, que – cada una a su manera – atienden de manera parcial y sesgada a los diversos análisis y descripciones que nos hablan del sujeto, sin considerar, al mismo tiempo, tanto su alienación primordial como la diversidad y pluralidad de sus respectivas formas y vicisitudes. Por el contrario, es necesario y pertinente, en este contexto multidimensional, acudir y recurrir en busca de nuevas claves – psicoanalíticas – y, por otro lado, también repensar los postulados de ciertos análisis sociales, en particular los análisis de los críticos sociales de la modernidad, en cuyos textos se encuentran numerosos anticipos al escenario mismo del cambio, en particular en sus estudios de la funcionalidad de la moda, ejemplo paradigmático del tiempo de lo siempre nuevo y frágil, de lo fútil y de lo superfluo. Todos ellos análisis del discurso hegemónico que precede, posibilita e incide directamente en la gestación de las manifestaciones subjetivas tanto oficiales, es decir, autorizadas y reconocidas, como patológicas y marginales. El declive de dicho discurso, que coincide con el desfallecimiento de los grandes metarrelatos, y que coincide con el surgimiento de una serie heterogénea de nuevas y desconocidas manifestaciones subjetivas, nos obliga a repensar las categorías descriptivas y diagnósticas mediante las cuales se solía aprehender la diversidad sintomatológica propia de cada época.

Como resultado de la reestructuración reciente e inacabada de los órdenes simbólico, imaginario y real, anudados por una nueva lógica discursiva, resulta altamente problemático e insuficiente postular y entender en la actualidad al sujeto como un in-dividuo, que en su noción más elemental obedece a los cánones evolutivos, positivos y modernos. Igualmente complejo resulta adjudicarle a dicho sujeto – cuya genealogía se remonta a los inicios de la llamada Neuzeit – una nueva sintomatología, que correspondería a un síndrome novedoso e inédito y que, por no tener denominación psiquiátrica atendible, se le denomina límite o fronteriza.

Finalmente, proponemos pensar en este límite no como una delgada línea de división, que separa y distribuye las estructuras clásicas de personalidad por Freud descritas y consideradas por el universo psiquiátrico como universales, sino, más bien, conceptualizar a dicho límite como un campo subjetivo nuevo, esto es, como una nueva estructura discursiva, a la que el sujeto cartesiano, los patrones modernos y sus categorías no pueden responder. El límite, por consiguiente, ha de pensarse afirmativamente, es decir, como limes, como espacio, por muy frágil y estrecho que parezca, susceptible de ser habitado. El sujeto contemporáneo o, más bien, las diversas formas de subjetividad admitidas en el marco heterogéneo de la postmodernidad, se asocian a la experiencia de una existencia exiliada, expulsada de unas causas y condiciones, que dicho sujeto no puede conocer ni manipular. Las patologías contemporáneas anteriormente descritas, a nuestro modo de entender, dentro de la disparidad y exuberancia reinantes, conforman lo que se puede pensar como la enfermedad de nuestros tiempos postmodernos, una manifestación psíquica que remite – intrínsecamente – al límite limitante. La desenfrenada multiplicidad de anomalías y desviaciones vigentes, cuya proliferación epidémica desafía y subvierte el orden psicopatológico reinante, adquiere cierta coherencia si dichas manifestaciones se piensan desde la noción de sujeto dividido, que posee en el límite su determinación fundamental, atravesado y determinado por los registros discursivos descritos por Lacan, inserto en un espacio socio-simbólico histórico determinado. Creemos que sólo una mirada articulando aquellas reflexiones con algunos análisis sociales fundamentales, con tal de otorgarles el estatuto que vienen demandando.

El sujeto límite, el sujeto del límite es el sujeto postmoderno por excelencia, es, por decirlo de otro modo, el reverso y la caricatura del sujeto moderno, confrontado no solamente a una enfermedad social propia de la cultura, o sea al propio malestar cultural que Freud nos dió a entender en el siglo XX, sino que también enfrentado a una creciente deficiencia de significación y con ello de sentido y de valores. Esta carencia o insuficiencia simbólica abarca todas las esferas de lo cotidiano y de lo estructural, invadiendo hasta lor rincones más reservados a la intimidad del sujeto burgués. En este punto no concordamos con Lipovetsky, para quien sí hay un sentido que permanece inalterable, esto es, el sentido y el valor de la realización personal, ya que dicha realización se juega y deviene en un plano netamente imaginario, imaginarizado, y, por lo tanto, no responde al valor o sentido que representaría la función paterna en tanto dispositivo legal y simbólico.

Por el contrario, al plantear que estamos en una realidad carente o frágil en cuanto a su fundamento y sus valores, funciones, roles y regulaciones sexuales, nos estamos refiriendo a una situación en la cual la misma función paterna y el campo simbólico que ella instaura, por efecto de un debilitamiento de sus diferentes y múltiples vectores y agentes ha quedado mal ubicada y con esto malograda. Si hoy en día se habla del declive de la autoridad paterna, con ello no se está aludiendo únicamente al padre simbólico, sino, al mismo tiempo, al padre muerto, portador de la prohibición, garante del paso desde la violencia cruda y directa hacia la autoridad de la ley proscriptiva y prohibitiva. Pensamos, a su vez, que lo anterior es el punto clave en el escenario sobredeterminado en el que debemos entender y ubicar los fenómenos psicopatológicos de nuestra actualidad, ya que es sólo mediante el establecimiento de la problemática en el lugar estructural donde el sujeto se constituye, así como analizando sus respectivas dimensiones, que podremos responder a la demanda de este nuevo sujeto aún y por-venir.

Notas

1 Lacan dedicará todo un año a comentar la clásica frase freudiana que nos dice que el yo no es amo en su propia casa (1923). En este sentido Lacan criticará la primacía de la conciencia y de sus producciones psicológicas (cognición, pensamiento, afectos) establecidas desde el cogito cartesiano. Sin lugar a dudas, en este lugar Lacan nos hace entender que el yo es una imagen, un efecto de la alucinación producida por un objeto que se muestra total (esto es tema del estadio del espejo y la totalización del cuerpo fragmentado mediante el Ideal). La unidad que se forma en este espacio imaginario, es aquello en lo cual el sujeto se conoce por vez primera como unidad alienada, virtual. Este proceso es lo que entendemos por identidad, donde se constituye el yo y se realiza en virtud de la primera alienación del yo con su semejante. Baste recordar que dicha dinámica es sostenida por el universo simbólico, aquel que proporciona la imagen con la cual el yo se medirá a posteriori, con lo cual tenemos como resultado dos ideales, ya descritos por Freud, el yo-ideal y el ideal del yo. A este respecto Lacan nos dice que es preciso que en el sistema condicionado por la imagen del yo intervenga el sistema simbólico, para que pueda establecerse un intercambio, algo que no es conocimiento sino reconocimiento, mediante el cual el sujeto se plantea como humano. Más antecedentes sobre el yo como instancia imaginaria en Lacan, J.: El Seminario 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955), Buenos Aires: Paidós, 1992.

2 "Con Freud irrumpe una nueva perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra, precisamente, que el sujeto no se confunde con el individuo" (Lacan, J., op. cit., p. 29).

3 A propósito de la crisis de las significaciones en la sociedad actual, puede ser de gran interés las elaboraciones que sustenta Castoriadis en relación a lo que él denomina como imaginario social. Castoriadis apunta a la crisis de los valores en la sociedad de consumo, en las cuales el individuo encuentra como único valor el dinero, la notoriedad mediática o el poder, sumergido en una sociedad donde reina un vacío total de significación. Sobre este punto en particular véase: "La crisis de las sociedades occidentals", "El derrumbe de Occidente", entre otros en Castoriadis, C.: La Montée de l´insignifiance, Paris: Seuil, 1996 (traducción al castellano: El ascenso de la insignificancia, Madrid: Cátedra, 1998).

4 Desde cierta perspectiva, la articulación de lo social y lo individual por nosotros sostenida, también puede ser pensada como nos lo presenta Castoriadis, a saber; "El hombre es psique, alma, psique profunda, inconsciente; y el hombre es sociedad, solo es en y por la sociedad, su institución y las significaciones imaginarias sociales que hacen a la psique apta para la vida." (Castoriadis, C.: El ascenso de la insignificancia, Madrid: Cátedra, 1998, p. 112),

5 Para la concatenación del sujeto y lo social, recordamos una frase de Lacan: "[...] el inconsciente es el discurso del otro. Este discurso del otro no es el discurso del otro abstracto, del otro en la díada, de mi correspondiente, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones" (Lacan, J., op. cit., p. 141).

6 A propósito de lo límite Foucault desarrolla una interesante idea, partiendo del tratamiento de la sexualidad, como problemática discursiva; subjetiva y social. Es sobre el límite y la sexualidad, en terreno psicoanalítico, donde Foucault, sostiene de manera general que "hemos llevado a la sexualidad en la modernidad hasta el mismo límite, límite de nuestra conciencia, ya que ella dicta finalmente la única lectura posible, para nuestra conciencia, de nuestra inconsciencia; límite de la ley, ya que aparece como el único contenido absolutamente universal de lo prohibido; límite de nuestro lenguaje; diseña la línea de espuma de lo que se puede alcanzar apensa sobre la arena del silencio. No es pues mediante ella como nos comunicamos con el mundo ordenado y felizmente profano de los animales; más bien se trata de una hendidura [scissure]: no alrededor nuestro, para aislarnos o designarnos, sino para trazar el límite en nosostros y dibujarnos a nosotros mismos como límite..." (Foucault, M. "Prefacio a la transgresión" en Foucault, M.: Entre Filosofía y literatura, edición a cargo de Miguel Morey, Vol. 1, Barcelona: Paidós, p. 163-4).

7 Braunstein, N.: psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis (hacia lacan), 8a edición, México: siglo veintiuno, 1992, p. 77.

8 Véase, Freud, S.: Introducción del narcisismo (1914), Obras Completas, Vol. XIV, 6a reimpresión Buenos Aires: Amorrortu, 1995. Es en este escrito donde Freud deja establecido el carácter de superficie del yo, en relación a las pulsiones extranjeras (podemos decir provenientes de lo social) así mismo que lo invaden y lo implican a conformarse como una unidad diferenciada.

9 Castoriadis, C., op. cit., p. 132.

10 "[...] la dimensión del sujeto supuestamente transparente en su propio acto de conocimiento sólo comienza a partir de la entrada en juego de un objeto especificado, aquel que intenta circunscribir el estadio del espejo, a saber, la imagen del cuerpo propio en la medida en que el sujeto de una manera jubilosa tiene, en efecto, el sentimiento de hallarse ante un objeto que lo vuelve, a él mismo, sujeto, transparente." Véase Lacan, J.: Seminario 10. La angustia (1962-1963), inédito, clase 5 del 12 de Diciembre de 1962, p. 57.

11 Cuando hablamos de lo simbólico en este sentido, tenemos en mente que lo simbólico es un universo y por lo tanto se muestra, en el proceso de identificación, completo, y que su función reside en la ordenación del mundo, de los significados.El orden humano se caracteriza por la circunstancia de que la función simbólica interviene en todos los momentos y en todos los grados de su existencia. Cuando el símbolo aparece, dado por el Significante Uno, hay un universo de significantes que se organizarán conformando el universo significante del sujeto. Ver Lacan, J.: El Seminario 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955), Buenos Aires: Paidós, 1992, especialmente, "El universo simbólico" (1 de Diciembre de 1954), pp. 47-65.

12 Hipótesis que planteará Freud a propósito de Psicología de las masas y análisis del yo (1920) sobre el cruce entre el psiquismo y lo cultural, en tanto hay ahí una noción de sujeto que se constituye en un discurso. Por otra parte, también es posible ver esta relación, como lo hace Elliott, en el entrecruzamiento entre fantasía y cultura, análisis sustentado sobre la base de pensar que sin un concepto psicoanalítco de fantasía estamos incapacitados para captar la inseparabilidad de sociedad y subjetividad en la modernidad tardía. Elliott, A: Subject to ourselves. Social theory, Psychonalysis and Postmodernity, Oxford: Basil Blackwell, 1996 (traducción al castellano: Sujetos a nuestro propio y múltiple ser. Teoría social, psicoanálisis y posmodernidad, Buenos Aires: Amorrortu, 1997). Por otro lado, y siguiendo con la argumentación , Green pensará que ello es la manifestación de lo que nosostros consideramos como el paso desde lo biológico a lo social, pero Green lo confluye, presentando que: "Al interrogarse sobre la diferencia entre el animal y el hombre, Freud concluirá que no el yo, sino el superyó se podía señalar como rasgo diferencial por donde se inscribe todo el desarrrollo cultural. La represión, proceso psíquico (y no biológico –Freud insiste en ello-, como se podría decir de la regresión), es también efecto del desarrollo cultural. El hombre de Freud es biológico-social; social, porque biológicamente fundado, biológicamente destinado a la socialización" (Green, A: La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud. Aspectos fundamentales de la locura privada, Buenos Aires: Amorrortu, 1993, p. 43).

13 En base a un estudio social, en tanto prácticas sociales, estrategias y orientaciones modernas y posmodernas, se sostiene que la posmodernidad es una modernidad madura, la cual representa un nuevo amanecer antes que un ocaso en la generación de sentido. La posmodernidad sería una cultura que se autoconstituye y se autoimpulsa, tomando una dirección progresivamente autorrefencial. Bauman, Z.: Intimations of Postmodernity, London: Routledge, 1991

14 La teoría de Lacan nos muestra que en lo que conocemos como instancia yoica no hay ninguna clase de interioridad. El espejo es plano, así como la imágen del yo, que es tal y como Freud lo anunciaba una alucinación del deseo de completud. El espejo es superficie, y en este sentido acentuamos el paralelismo con las manifestaciones superficiales de la posmodernidad. La posmodernidad, como bien apunta Elliot y Baudrllard transmuta el mundo social en una espesura de espejos. El mismo sujeto descentrado de Lacan, introducido como representante representativo de la cultura posmoderna, es siempre una copia de otro sujeto, y éste a su vez copia de otro. Un otro de sí que no debe menos que hacernos pensar en la dialéctica hegeliana. Es por ésta razón que nada de lo que respecta a la personalidad como unidad, atañe al psicoanálisis de Lacan, y en ésto radica su diferencia con las demás corrientes psicoanalíticas. El espacio que acabamos de describir, veremos que es distinto en Winnicott, en el cual, la subjetividad humana no se conforma a través de una polarización de opuestos, sino en una zona transicional –en virtud del objeto transicional- creativa que enlaza sí mismo y otro, experiencia interna y externa, fantasía y realidad.

15 Castoriadis, C., op. cit., p. 100.

16 Sobre esta cuestión en particular véase el interesante desarrollo teórico desplegado por Aceituno, R.: Psychiatrie, psychanalyse, historie. Èléments pour une discussion historique sur le discours psychiatrique et psychanalytique. Vers une interrogation critique sur l´actualité de leurs "limites". Tesis para la obtención del Diploma de Doctor en Psicopatología Fundamental y Psicoanálisis, Universidad de Paris VII, 2000.

17 Como bien se expresa, estas patologías denuncian la "emergencia de un modo de socialización y de individualización inédito, que rompe con el instituido desde los siglos XVII y XVIII" (Lipovetsky, G.: La era del vacío, 12a edición, Barcelona: Anagrama, 2000, p. 5).

18 Ver Gauchet, M.: "A la recherche d´une autre historie de la folie" en Swain, G.: Dialogue avec l'insensé. Essais d'histoire de la psychiatrie, Paris: Gallimard, 1994.

19 Ver Lipovetsky, G., op. cit. , pp. 5-6.

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
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