Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La divinidad del texto en Steiner
José Ioskyn

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Nacido en 1929 en París, George Steiner es desde hace tiempo uno de los intelectuales de mayor prestigio e influencia en diversos campos de las humanidades. Discípulo de Levi Strauss y Maritain, continuando luego sus estudios en Estados Unidos durante la Segunda Guerra; reside actualmente en Cambridge, donde es profesor y crítico literario. Lo ha distinguido desde siempre su falta de consideración hacia las divisiones que segmentan el campo de la cultura; y en cambio ha abogado por una reunificación que le ha permitido no sólo pasear su pasión por disciplinas muy distintas, como asimismo comprometerse en un proyecto cultural amplio que vuelve a poner en el centro de la escena a la figura de un humanista diverso, erudito a ultranza, comprometido en sus opiniones, insobornable a las modas teóricas del momento. Ha sabido cosechar alrededor suyo un reconocimiento prácticamente universal, así como también ha convocado críticas y reservas explícitas, lanzando sus libros con títulos sumamente provocadores, y sosteniendo opiniones escandalosas al colocarse voluntariamente contra la corriente dominante en el terreno de la crítica y hermenéutica. Produjo debates públicos con Roman Jakobson y Noam Chomsky, y una discusión extensa con el posmodernismo, la deconstruccion y el posestructuralismo. Su carrera se inicia con poco más de treinta años de edad, cuando publica escritos acerca teoría de la traducción literaria. Posteriormente incursiona en literatura comparada, hermenéutica, teatro, reivindicando un antimoderno culto a los clásicos y al genio, alcanzando en los últimos años su más alto vuelo intelectual con sus libros Lenguaje y silencio, Presencias reales, Pasión intacta y Errata (su autobiografía). En ellos se ocupa tanto de filosofía como de semiótica, psicoanálisis, música, y sobre todo, el eslabón central de la civilización tal como él la concibe: el lenguaje como nudo hacedor del hombre y la civilización humana. En tal sentido, Steiner ha lanzado la idea de que, a partir del siglo XX, y luego de los horrores del Holocausto, el hombre vive en una civilización de "después de la palabra" en la que el lenguaje ha sufrido efectos devastadores en su capacidad de ser el eje de la elaboración y transmisión de la cultura. Su reemplazo por códigos numerados en el terreno de las ciencias del hombre y la renuncia concomitante a la dimensión explicativa así lo demuestra.

En Lenguaje y silencio: Ensayos sobre lenguaje, literatura y lo Inhumano (1967), afirma su tesis sobre el destino del lenguaje en este siglo: " el mundo de Auschwitz se encuentra más allá del habla, como se encuentra más allá de la razón. Hablar de lo Indecible es arriesgar la supervivencia del lenguaje como creador y portador de la verdad humana. Las palabras que están saturadas de mentiras o de atrocidades no recuperan facilmente la vida." Considera allí que la lengua alemana, luego de haber complido su función de sostener el aparato ideológico del nazismo, ha sufrido una destrucción casi completa que le impide reanudar su función anterior de vehículo de la racionalidad y la verdad humanas. "Todo olvida. Pero no el lenguaje. Cuando se le ha inyectado falsedad, sólo la verdad más drástica puede limpiarlo. Las lenguas tienen grandes reservas de vida, pueden absorber masas de histeria, analfabetismo y baratura, pero llegan a un punto de rompimiento. Utilícesela para hacer indicaciones sobre hornos de gas; utilícesela para deshumanizar al hombre durante doce años de bestialidad calculada. Algo le ocurrirá a las palabras. Mentiras y sadismo penetrarán en la medula del lenguaje. Imperceptiblemente, como la radiación que penetra hasta el hueso. Pero el cáncer comenzará, así como su profunda destrucción. El lenguaje no podrá crecer y renovarse. Ya no desempeñará, tan bien como antes lo hacía sus dos funciones principales: la transmisión del orden humano al que llamamos ley, y la comunicación del meollo del espíritu humano al que llamamos gracia."

Un ser significativo

Para comprender la posición de Steiner en el contexto intelectual de la segunda mitad del siglo XX, hay que mensurar su oposición a prácticamente todas las teorías de interpretación literaria y textual en boga en este siglo. El momento actual es caracterizado por Steiner como de "crisis del sentido" , la cual se pone de manifiesto en la fragmentación y vaciamiento de una verdad, considerada ésta en el sentido fuerte y consistente del término. La deconstrucción y el posmodernismo en general han atacado la existencia de este tipo de verdad fuerte, y en cambio han generado un paradigma que apunta a una verdad relativizada, no concluyente, y a la ausencia de procedimientos de decisión racionales o refutables acerca de la verdad última de lo que un texto dice. Ninguna auctoritas exterior al juego de las interpretaciones de un texto puede legislar entre las distintas alternativas de establecer la significación exacta de un texto o una obra cualquiera. Ni siquiera la estadística de las interpretaciones más usuales, la apelación al sentido común o una opinión sostenida en la profesionalidad de quien la profiere sirven para paliar el derrumbe que significa la ausencia de autoridad en materia de significación. Un lector basado en la deconstrucción puede reinterpretarlo a su arbitrio, prescindiendo de las intenciones del autor y del contexto histórico. Despedazamiento e interpretación arbitraria y brillante han sido las claves de la hermenéutica a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Aristotelismo

Frente a lo que Steiner caracteriza como una perversión hermenéutica, propone un límite a la capacidad de la interpretación sobre lo que está ya escrito. Si la crítica moderna otorga igualdad de jerarquía al texto y a las opiniones o comentarios sobre el texto, Steiner utiliza como herramienta de discusión la distinción aristotélica entre esencia y accidente. El poema (la pintura, la sinfonía, la obra en general) es anterior a su comentario, posee una anterioridad lógica sobre el mismo. El poema es un ser autónomo, y tiene como tal una necesidad ontológica que le otorga el acto mismo de la creación poética, la poiesis. Su status ontológico es la esencia. El comentario, en cambio, es un accidente del poema: podría decirse que mientras el poema es, el comentario significa –sobre la base del primero. Aquí la significación es un atributo del ser. Pero mientras el poema encarna su propia razón de ser, no se puede decir lo mismo del comentario. Ni siquiera la explicación del propio autor puede modificar lo que ha creado. Mientras la hermeneutica actual autoriza la creación de sentido que el receptor introduce a través de su lectura – ya sea la lectura hecha por el propio autor o un comentarista cualquiera – , Steiner reivindica una capacidad intacta del texto original en producir su propia significacion, inalterable a través del tiempo y ni siquiera el proceso histórico con su sedimentación de nuevos sentidos autorizaría la variación.

Un texto en el sentido steineriano mantiene su capacidad de signific ar a través del tiempo, y se muestra irreductible a los intentos de ser modificado por el receptor de un modo arbitrario. Aquí radica el carácter antimoderno de Steiner, su antirrelativismo.

Hermenéutica y religión

En 1985, invitado a dar una conferencia inaugural en el marco de un seminario en Cambridge, lee lo que será el embrión de su libro Presencias reales. Allí se produce un salto en sus concepciones, mostrando lo que será el sello de un pensamiento que lo distinguirá en adelante. Del mismo modo en que Benjamín hace del mesianismo religioso un factor de explicación necesario en su filosofía política, Steiner hace de la divinidad el factor explicativo del origen de la significación. La hermenéutica en tanto ciencia de la interpretación; y la religión en su versión más ortodoxa en cuanto sostén de la vida espiritual del hombre, se encuentran inextricablemente mezcladas en su obra. Pero las dos no están al mismo nivel, sino que la religión está en la base, posee mayor poder explicativo que las determinaciones semióticas.

El tema central de Steiner es el pasaje de la letra al espíritu, o sea, aquella operación por la cual al texto se le supone – o se le agrega – un sentido. En efecto, "si leemos, debemos hacerlo como si el texto que tenemos delante tuviera un significado", sostiene Steiner en contra de las teorías disolutorias del sentido. Postula un "salto axiomático hacia la plenitud de sentido" de un texto como un paso previo, no enunciado en la conciencia, que permite que una lectura sea posible.

Cuando leemos de verdad, cuando la experiencia que vivimos resulta ser la del significado, hacemos como si el texto encarnara – noción sacramental – la presencia real de un ser significativo. Esta presencia real, como en un ícono, como en la metáfora representada por el pan y el vino, es una singularidad en la cual el concepto y la forma constituyen una tautología, un exceso de significación situada por sobre todos los elementos discretos del código. El pan y el vino de la misa son la carne y la sangre de Cristo y no son meros representantes, y esto quiere decir que en dicho acto la metáfora y la capacidad de representación tienen un límite y al mismo tiempo un exceso: contienen una presencia real, una esencia, algo que va más allá de la significación y que es operativo por sí mismo. Así, del mismo modo, somos habitados por la presencia real que subyace al escrito.

Del mismo modo, también la humanidad fue transformada por las sagradas escrituras. En distinto nivel pero con la misma lógica, nuestra percepción de los sonidos cambia luego de la recepción de la música de Mozart, o la percepción de los colores y el paisaje luego de la incorporación de Van Gogh. La materia concreta de la letra sagrada, de las notas mozartianas o la pintura de Van Gogh son una presencia real, por lo tanto no son reemplazables por la significación que se desprende de ellas, o por comentarios acerca de la obra, revisionismos sobre los autores, determinaciones históricas, económicas, estéticas, etc. En estos casos el hecho estético y la significación que se efectúa a posteriori son derivados que nunca reemplazan suficientemente a la experiencia, que más que nunca es necesaria para la modificación de la sensibilidad del receptor y que requiere para ello del contacto con la presencia real de la obra. Por lo tanto los clásicos siguen siendo clásicos, el concepto de autor continúa vigente, y las opiniones sobre obra y autor no tienen operatividad retroactiva sobre ellos.

De manera análoga la posibilidad de interpretar un texto es una operación que se deriva del acto que hace un religioso con las Sagradas Escrituras. Esta operación no es otra que el pasaje de la letra escrita al espíritu, y tiene su basamento en la exégesis bíblica. En efecto, si podemos creer que un texto tiene algo que decirnos, suponemos un sujeto al texto escrito, por lo tanto somos teológicos: este sujeto supuesto no es otro que Dios, quien está en el origen de las sagradas escrituras. De allí en más, todos nuestros esfuerzos por pasar de la letra al espíritu, todas las teorías del símbolo, toda forma de interpretación, incluída la Ilustración racionalista y los distintos escepticismos y positivismos, toman prestado el modelo de lectura teológico. Todas las teorías del símbolo han arrastrado, aunque sea para demolerla, la Autoridad Trascendente, paterna, divina, en que la teología se basa.

Arte

El gran artista ha luchado contra el terrible precedente y el poder de la creación original. El techo de la Capilla Sixtina es un acto de contracreación, así como el poema y la sinfonía. "Yo soy Dios", dijo Matisse al terminar la capilla de Vence; "Dios, el otro artesano", desafió Picasso, en abierta rivalidad con la autoridad primera. Asimismo en esta larga y prolífica serie encuadra Steiner a Kafka, con su posicionamiento de ilegitimidad y deuda frente al Padre. De allí en más este siglo en cambio ha creado un arte que abandona a Dios como competidor, predecesor o antagonista; el adversario ahora es la forma misma, por lo cual el artista moderno es técnicamente deslumbrante pero vacío, el arte moderno es solipsista, no hace otra cosa que agotarse en una lucha contra la propia sombra.

Steiner mismo reconoce las dificultades de su hipótesis teológica, tanto lógicas cuanto demostrativas, pero al mismo tiempo la sostiene en cuanto única con suficiente poder explicativo de fenómenos creativos básicos. Quizá no podamos sentir más que la notable ausencia de Dios, dice, pero esta ausencia es el mysterium tremendum que incluso desde la oscuridad y la muerte puede devolver la promesa de una verdad. Ya poder sentir la ausencia de Dios, angustiante u odiosa, es mantenerse en relación a la presencia real, y un artista que pretenda demostrar esta ausencia o este poder vacío que abandona a la humanidad a su suerte, sostiene la completud de este Otro. Así, hasta el arte antirreligioso sigue siendolo a su pesar. Pero los formalismos, o las técnicas automáticas a lo Cage, generadoras de arte sin intervención del autor, reflejan el agujero que cava en el terreno artistíco la inexistencia del Otro. El surrealismo con su devoción hacia el inconciente como parte subyacente de la mente humana todavía quedaba a mitad de camino, no terminaba de producir la desarticulación que la técnica automática produce. Todas las formas que en música o literatura se fundan en dejar librado el acto de creación a un procedimiento automático, descubren la inexistencia de esta presencia real, revelan su presencia de artificio, de construcción, de simulacro. El arte posmoderno muestra las vías de construcción de la obra como parte activa de la misma, y la mostración del armado intenta destruir la idea de genio, de esencia, de clasicismo, dejando al desnudo el vacío original. Entonces, el procedimiento en cuanto automatismo sí es antirreligioso, en el sentido de que niega la presencia en tanto real, la presencia entonces sería solo...de semblante.

 

El caso del pueblo judío y el escrito

De la zarza ardiente a las tablas de la Ley

Steiner aplica su teoría al caso del pueblo judío y su relación a la letra escrita.

La fundación del judaísmo se remonta a aquel pacto de Abraham con Jehová, pacto que implicó entre otras cosas, vale la pena recordarlo, la paternidad de Abraham. Este pacto instituye, del lado humano, convertirse en el elegido de Dios; y del lado divino también la exclusividad. Según el análisis de Hegel, retomado por Steiner, esta relación tan particular a Jehová distingue al judío de la sensibilidad helénica, lo aleja del orden natural y pragmático que establecieron los griegos, de su creativa familiaridad con la variedad y belleza del mundo real. La proximidad a Dios funda una "extranjería ontológica" con respecto al mundo. En esta relación con Dios que define a los judíos, los conceptos de contrato y de alianza no son metafóricos. El contrato es un instrumento literal en este caso, y en la adicción a la observancia estricta de la letra escrita de la ley, en la insistencia de la tradición judía en el legalismo, en el literalismo de la reiteración y el ritual, Hegel ve un intento desesperado de mantener el mundo a raya y mantener la proximidad con Dios. El judío sera siempre, y ontológicamente, un errante con respecto al mundo de los objetos y de la realidad. La elección de Dios lo ha expulsado definitivamente de ese mundo. Se ha ganado a Dios a costa de una monumental pérdida.

Pero sin embargo en la particular modalidad de interpretación de la Ley, incluso en el modelo de lectura cabalística, combinatoria, numérica, basada en el valor de cada letra y su recombinación en otra palabra resultante, algo se ha perdido. El Dios que habla a Abraham y a Moisés ha callado, y en su lugar ha dejado el vacío impronunciable de su Nombre, lugar de la pérdida de su Voz. Los libros sagrados, al tiempo que han preservado la identidad del pueblo judío a lo largo de la historia y de las sucesivas aniquilaciones, son para Steiner el lugar del verdadero destierro, que es en la letra. El judío ha salido de la inmediatez tautológica del habla adánica para ir a habitar la casa del escrito. Esta, el habla de Adán, fue la del presente duradero, en esa lengua las cosas son como él las nombra, palabra y mundo son una sola Cosa.

El tiempo presente del verbo también es el del mañana perfecto. Fue la Caída del Hombre la que aportó al habla humana su ambigüedad, su poder – construcciones condicionales, contrafácticas, capaces de poder negar la realidad más evidente – para disentir de las oscuras coacciones de la realidad. De ahí la necesidad de releer, de recordar esos textos sagrados en los cuales el misterio de un principio, los vestigios de una evidencia perdida – el "Yo soy el que soy" de Dios – vuelven a encontrar su lugar. Allí la pérdida del objeto original es reenviada al futuro, la pérdida que lastima el pecho del religioso es pasible de recuperación, confluye con su reencuentro posible – aunque más no sea en un asintótico infinito – en la esperanza del mesianismo. Pero, por suerte para ellos, infinito no es equivalente a improbable.

Las letras del fuego con que El habló a Moisés en la zarza ardiente se han extinguido en el grave silencio de piedra de las tablas de la Ley. A partir de entonces, la ley escrita, la Torá, será el único lugar habitable para el judío, y siempre que un judío lee y medita la Torá, el retorno a Israel se vuelve a producir.

La destrucción de las tablas por parte de Moisés muestran la insoportable pérdida que implica este pasaje desde la inmediatez de una realidad virginal hacia el insatisfactorio mundo del lenguaje. Este pasaje se funda en aquella elección primera, en el pacto de Abraham con Dios, que no permite el retorno hacia el estadio anterior y primitivo. A partir de ese momento, el texto sagrado es el hogar, y cada comentario y lectura es un regreso a casa. La comunidad judía según Steiner no es otra cosa que una comunidad concéntrica de lectura, cuyo centro está ocupado por los libros sagrados, animados por los comentarios de los profetas, y así hasta el anillo exterior de la comunidad viviente, que vivifica el texto con cada acto de lectura.

 

Bibliografía

Robert Leventhal, "Lenguaje y silencio"en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica.

Charles Kraszewski, "George Steiner Biography", Salem Press, obtenido a través de Northern Light.

George Steiner, "Presencias reales", (1985), en la recopilación Pasión intacta. Ed. Siruela, Grupo Editorial Norma. 1998.

George Steiner, "El texto, tierra de nuestro hogar", (1991). Pasión intacta. Siruela-Norma. 1998.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 16 - Diciembre 2002
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