Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Clínica, ética y porvenir del psicoanálisis
Teodoro Lecman

Imprimir página

Preámbulo (o por donde se ambula en una lucidez casi imposible)

Quizás este trabajo podría haberse titulado "La ética en los límites, la moral en el interior del psicoanálisis", como conclusión provisoria de todo lo que hemos elaborado. Lo cierto es que esa elaboración no deja de tener un precio, no es puramente intelectual, como señala Freud en "Una dificultad del psicoanálisis". Depende de lo que en el analista intersecta su propio análisis, su Selbstanalyse con el análisis de otros, tiene la forma de la barra de su propia escritura, de la tachadura en la que ha dejado huella su deseo y su goce. Porque no hay posibilidad de una transmisión sin resto. Aunque vale pulirla para que no sea demasiado neurótica, lo que es una condición estética de toda literatura, al fin y al cabo.

Esto nos coloca de en los límites de la ética, tangentes a ella, y referidos a ella. Hablar desde la ética sería una canallada, creerse Otro. Hablamos desde la moral. Nos referimos a la ética, pero no sabemos si ella nos referirá: ésa es una tarea de la historia.

No resulta casual que Freud haya dicho que los primeros que se iban a acercar al psicoanálisis iban a ser los perversos. Y que iban a distorsionar totalmente su dignidad y su valor moral.

Hay dos razones por las cuales los perversos son los primeros en hablar de la ética y la moral: una, porque es una poderosa manera de manejar a los otros, que es lo que más les interesa y los interesa; dos, porque cómo lo anterior es inconsciente y ellos también están sujetos a la castración, son los que más refrendan la castración y su Ley (véase el comentario de Lacan en "Kant con Sade" a la conclusión de La filosofía en el tocador de Sade: al final, se cose a la madre).

En resumen, la ética se ubica en relación con el trauma que constituye al ser humano, de la sexualidad que se le escapa, lo acosa y caotiza, de lo real que a duras penas le permite recuperarse en el símbolo del Superyó. "Pegan a un niño", es cierto. Y en silencio. Mientras trabaja la pulsión de muerte.

Filosofía

Una rápida pasada en el Diccionario de filosofía en 4 tomos de Ferrater Mora por la entrada "Ética" arroja una primera conclusión: la ética eurooccidental es una ética de la segregación. Excluye en principio la ética oriental y otras de una larga tradición y luego, pese a haber partido de la ética griega, de lo que Lacan llama la ética del amo antiguo centrado en el ocio y el eudemonismo, o sea la búsqueda de la felicidad, excluye a la felicidad. Primero porque el cristianismo la sustituye por valores religiosos, luego porque el amo hegeliano está ya totalmente centrado en el trabajo del esclavo. Al fin sólo el utilitarismo produce una vuelta de la cuestión de la felicidad. Y Freud, cómo no: el título original del Malestar (Unbehagen) en la Cultura fue "La infelicidad (Das Unglück) en la cultura". Un compilador de la ética que tomamos más adelante (Resendiz) propone que el de Freud es un eudemonismo negativo.

Todo esto quizás porque la cultura eurooccidental fue la única que produjo un individuo solitario en la muchedumbre en tal alto grado que el cielo de los imperativos categóricos es singular en vez de ser un particular de un universal, que no hay cielo compartido porque los valores solidarios son cada vez más difíciles y porque cada uno cree ver en su cielo el Universo del Otro. ¿Cómo se explica si nó que Kant haya fundado su ética formal universal y transtemporal sin haber salido nunca de su ciudad natal? ¿O que Schopenhauer diga: a nadie le importa el sufrimiento de los demás, no le llega?

Así, en el reverso, la ética existencialista, propia de la segunda posguerra, propone una ética sin ética, al decir de FM: un decidir en cada momento según la situación, ¿inventando el fundamento? El "acteísmo" propuesto una vez por Colette Soler como fin de análisis podría parecer ligado a esto. Es otro punto a dilucidar.

Sea como sea, desde Lacan , la ética del psicoanálisis aparece como ética del deseo. ¡Y lo más sorprendente es que diga que es lo que mantiene junta a la dispersa comunidad analítica (Seminario de la Ética), a la que ya había calificado de torre de Babel con ideas encontradas...!

Pero si el deseo es una "pasión inútil" (paráfrasis lacaniana de Sartre: "el hombre es una pasión inútil") y el infierno son los otros (otra vez Sartre retomado en "Respuesta a Ritter"), como el deseo aparece como deseo del Otro, ergo, la ética del psicoanálisis es una ética del infierno.

Bueno, "Acheronta movebo", decía Freud.

De cualquier modo, el coqueteo con la ética, territorio de especialistas de los que siempre esperamos nuevos esclarecimientos, como de otros territorios del saber de los que el analista debe estar aggiornado por imperio de los alcances de su oficio ("Función y campo de la palabra..."), intenta demarcar una diferencia entre la moral, como las normas y costumbres usuales en cada sociedad, y los fundamentos racionales o metafísicos de esas normas, que competerían a la ética.

Esta interesante demarcación puede ser retomada por el psicoanálisis no como el slogan sofista de una "ética" para todo uso (el "bien decir", o lo que sea), diferente de la vulgar moral, o como una "ética del psicoanálisis" superior a otras sino como el hecho de que los valores de la ética, puramente simbólicos, pertenecen a la cultura y a la vertiente social y cultural del Ideal del yo, son excéntricos pero formadores del individuo. Mientras que la moral, costumbre que lo habita y que habita en lo más íntimo, alude a su Superyó, su goce y su fantasma, lo más real que se le escapa y que lo constituye.

Es así que Freud puede hablar del psicoanálisis como un tratamiento moral, que amplia los límites de la moral común. Después de todo trata de descular lo que hay en las costumbres de cada uno y allí se topa con la imposible sexualidad, que encima hace transferencia. Y si es amor de transferencia, guarda con la sopa ("hay mujeres [sic] para las cuales la sopa es la sopa") y el sopapo.

Los rituales del psicoanálisis (diván, palabra siempre, cortesía básica, sujeción a la regla fundamental, el pacto y el tiempo analítico) son reparos simbólicos que morigeran el horror del acto y el horror de lo más íntimo de uno mismo, y permiten encararlos. Son morales, en un sentido amplio. Su manipulación siempre es peligrosa. La caída fuera de la referencia a la ética es automática: ya no se está más en el campo analítico aunque se haga la parodia.

La preocupación actual por lo "políticamente correcto" y la denuncia de abusos, si bien toda prescripción reglamentaria de los excesos está bien, no arregla el asunto. ¿O acaso no dicen que más vale prevenir que curar, o en este caso, a la inversa, sancionar lo consumado en vez de prevenir su consumación?

Dejemos aquí sólo anotado el peculiar problema del amor de transferencia, que no deja de tener dos lados, el masculino y el femenino, pero es asimétrico totalmente y obedece también al enorme problema de la sexuación (qué es el otro para cada uno), al difícil enganche de la sexualidad con la moral y a la fácil reversión de Eros en Thanatos vía imaginario.

Una rápida selección de textos filosóficos (de la Antología deÉtica, UNAM, comp. Resendiz) nos permite puntualizar algunos problemas:

Si para San Agustín el mal es sólo privación del bien, contra los maniqueos que le dan existencia independiente, para los pitagóricos el mal es infinito y el bien finito. Esto parece más aceptable desde la teoría actual de la entropía, desde Más allá del principio del placer, desde las comprobaciones de Auschwitz, Hiroshima y otras, y aún de la paráfrasis de Valéry que hace Lacan en "Subversión del sujeto": "soy el lugar donde se vocifera que el ser es un defecto en la pureza del No ser". Vociferación que toma la forma del grito de Munch, que crea el silencio. De las voces de la psicosis y de la tortura moral del neurótico o de la voz de orden de la perversión maquinal...

El problema que se plantea es sin embargo el de la acción, qué hacer. Entonces el problema pasa a ser el de los actos de los "malvados" y los "buenos" (?) ¿o mejor los angustiados?

Tomando a Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación): "Pero sea cual sea la acción de la Naturaleza y de la suerte y trátese de quien se trate y de lo que posea, no se sustraerá nunca al dolor de vivir". El compilador agrega, incluyendo a Schopenhauer y Freud dentro de la clase de los filósofos pesimistas: "dice Schopenhauer, toda vida es en su esencia mala, en cuanto que la vida es voluntad incesante de satisfacer las necesidades que le son inherentes [Not des Lebens, urgencia de la vida, dirá Freud] y en cuanto que el fundamento de esa voluntad insaciable estará siempre en la carencia de algo, en la privación, en el sufrimiento y el dolor. O, como sostiene por su parte Freud, todo parece como si el principio del placer que dirige la vida estuviese fatalmente condenado a ser obstaculizado, o a tener sentido solamente en su contraposición, en el dolor. (...) De ahí el carácter relativista e individualista, egoísta, narcisista que ambos atribuyen a la felicidad."

No comentaremos estos párrafos por una cuestión de extensión. Sólo recordaremos que, junto a la mítica experiencia de satisfacción, Freud postula otras dos: experiencia de sobresalto y experiencia de dolor, tríada que no parece separable, en tanto el mismo Lacan dice que la satisfacción se opone al placer.

Más adelante, resumiendo, vemos que Schopenhauer radica el mal en la voluntad que, por la cantidad de apetitos que implica y su imposibilidad de satsifacerlos todos produce malestar. El perverso sería el que tiene una voluntad excesiva que le produce vacío y angustia y no acepta los límites de los cuerpos, sólo piensa en el suyo y pone un abismo entre éste y los demás, buscando satisfacerse a expensas de los otros sin importarle de ellos. Pero además su voluntad excesiva le produce dolor, por lo que gozará del dolor ajeno para mitigar el propio. Aún así a la larga esta frontera que estableció se disuelve y el dolor vuelve. Y la Ley de la cultura vuelve, agregamos.

Sentimiento de culpa y necesidad de castigo

En Más allá del principio del placer, Freud establece que la reacción terapéutica negativa, o sea el que un paciente abandone el análisis justo cuando se imponía una mejoría y prefiera un mal casamiento o un destino desafortunado, obedece a la necesidad de castigo. Y agrega que si no se puede transformar esa necesidad de castigo en sentimiento de culpa el análisis no es posible.

Frase que nos queda rebotando en la memoria y en la interrogación hasta que una precisión de Lacan en su tesis de la paranoia de autocastigo nos permite articular algo: el sentimiento de culpa sería el lado social y subjetivo, la necesidad de castigo, el lado del individuo concreto.

Así, si retomamos la vertiente cultural del Ideal del yo observamos esa excentricidad de la culpa, de superyó a superyó, como anota Freud. Juicio de valor que viene del Otro y al que el sujeto sólo puede sacrificar su ser (La condena de Kafka, que comentamos en Cuerpo y símbolo). Peor todavía cuando el Otro no existe, cuando Dios ha muerto. Pero la sexualidad no sabe ni quiere saber nada de eso.

Una puntuación de textos freudianos nos permite seguir avanzando:

En contra de una pulsión de perfección (Nietszche) que llevara a una sublimación ética, Freud constata la fragmentación y el conflicto de las mociones pulsionales con las proposiciones culturales y éticas (Para una introdución del narcisismo). Su registro sólo es posible por el sentimiento de culpa inconsciente (lo más alto de lo inconsciente, pero que no se confunde con los valores éticos sociales [sino seguramente con la muerte del padre], y lo más bajo, porque no es del Yo, es inconsciente. Aporía de la introducción del símbolo como reparo moral. Wo Es war, soll Ich werden: la subjetivación como responsabilización del yo (responsabilidad moral por nuestros sueños, dice Freud, sin alegar de mala fé que se deben al cansancio, o, en argumentos más actuales, al Complejo de Edipo, a mi inconsciente o a la metáfora y la metonimia).

En la conferencia 32, "La angustia y la vida instintiva", Freud dice: "parecería que debemos destruir lo otro y al otro para no destruirnos a nosotros mismos, para deshacernos de la tendencia a la autodestrucción."

Viraje hacia la destrucción y dificultad del amor que registra la perspectiva del psicoanálisis en la subjetividad actual: desde la vuelta de los años 20 de Freud, pasando por Melanie Klein y Lacan y llegando a las preocupaciones clínicas actuales, el predominio de la transferencia negativa y la destructividad saltan a la vista. ¿Los fracasos del amor? ¿Porque ignora su fundamento de deseo y los estragos que éste produce [en su condición loca], como dice Lacan en el Seminario XX? En todo caso queda en suspenso el amor como don simbólico y cuidado del otro.

Se nos impone acá el tema del amor loco, parafraseando a Breton (es sorprendente descubrir que esa obra es posterior al Amor brujo de Roberto Arlt). Si se trata allí de un amor-pasión librado al "azar objetivo", resulta problemático lo que dice un comentador : que esa erótica se eleve a la ética, cumpliendo con un acto simbólico cuyo alcance vaya más allá de lo individual, reuniéndose con el sueño de una sociedad mejor. Primero porque Breton nunca salió de la intención de "épater le bourgeois", y lo suyo fue una "gauche caviar", una izquierda coqueta, claro que de buena obra literaria. Segundo porque las revoluciones traen contradicciones de hierro...Sea como sea, ¿puede juntarse el amor-pasión con una tarea de la cultura?

La clínica en esto resulta el fundamento de una ética y un porvenir del psicoanálisis. Si, como decimos en Cuestiones de la Clínica, la angustia encuentra su base (Inhibición, síntoma y angustia) en la díada /desamparo-cuidado del otro/, inevitable en la criatura humana, anterior a toda elección y duelo del objeto, está claro que la díada /demanda de cura-función clínica/ viene a superponerse con ella y heredar sus destinos y ambigüedades.

Si la gente acude al analista por un sufrimiento, que suele ser gozoso, ¿qué pasa con el sufrimiento?

En El problema económico del masoquismo, Freud plantea que el desencadenamiento y vencimiento del Complejo de Edipo acarrea la moral. Pero el masoquismo sexual resexualiza la moral (masoquismo moral), con la extraña consecuencia que el sentimiento de culpa y el sadismo del Superyó se hallan más cerca de la conciencia y el masoquismo más cerca del inconsciente. Extraña consecuencia que repercute en el sufrimiento y no se puede atribuir a una simple bipartición de una instancia superyoica (¿una persona interna?) sádica contrapuesta a un yo (otra persona) masoquista. Sino a la institución moral de la cultura siempre excéntrica pero íntima al individuo por la incorporación del símbolo y a la sexualidad que la objetiva, en general como abyección (a a partir del A). La distancia allí del Ideal al objeto a puede ser mortífera, en los vaivenes de la regulación de la autoestima, o porque lo Ichfremde, lo extraño al yo, se expulsa afuera y se destruye.

En todos los casos, la sexualidad es ajena a la moral, pero se refiere a ella (como al falo), y la destructividad desencadena a ambas.

El porvenir del psicoanálisis, como en el caso de Althusser, puede durar mucho tiempo, no llegar nunca o venir de pronto desde la incertidumbre. Siempre que haya lugar en esta extraña interioridad externa de la moral y las instituciones de la cultura lo faciliten. Actualmente, el cortocircuito basado en el abuso de la voluntad de poder (en lo público y en lo privado más íntimo, también cortocircuitados por el reality y el pornoshow), siguiendo a Schopenhauer y Nietszche, sólo puede generar más pánico, más vacío, más angustia y más malquerer o malquistamiento. El siglo XX fue en esto descomunalmente infinito. ¿El XXI promete equipotenciarlo?

Los rituales simbólicos siempre pueden ayudar y el psicoanálisis es una tarea exquisitamente cultural, de Versöhnung, pero del lado de la utopía y del Eros, todo lo que se aguante, hasta que no quede más que reventar del dolor de existir, y no reventar de reventar al otro/Otro y de furia del Otro.

Volver al sumario del Número 15
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
www.acheronta.org