Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El duelo como acto frente a la desaparición forzada
Victoria Eugenia Díaz Facio Lince

Imprimir página

La pregunta por el duelo frente a la desaparición forzada

La desaparición forzada es una práctica que busca la exclusión radical del opositor o del extraño; es un procedimiento característico de la época moderna donde hay un intento de normatización de los individuos y las sociedades realizado por medio de la exclusión del otro diferente, es decir, de aquel que se opone a los ideales dominantes. Si bien la exclusión del otro es una práctica que ha subsistido en la relación entre los hombres de todas las épocas, es en la Modernidad cuando el avance científico y tecnológico facilita el auge de las prácticas de segregación. Los millones de personas muertas en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial son un claro ejemplo de cómo la exclusión del sujeto diferente ha alcanzado durante esta época dimensiones nunca antes intuidas.

La práctica de la desaparición forzada abre una importante pregunta a la teoría que el psicoanálisis tiene sobre el duelo, pues es un fenómeno que rompe la lógica interna que este proceso implica. Si se plantea que el proceso del duelo requiere una prueba de realidad que testifique que el objeto amado ya no existe, en los casos de las desapariciones esta prueba pareciera ausente ante la falta de un cadáver o de algún elemento que confronte al sujeto con la pérdida real. A diferencia de quien se enfrenta con la certeza de la muerte del otro, reafirmada por la existencia de un cadáver y de un ritual funerario, el doliente de un desaparecido se ve envuelto en el enigma que recubre la verdad Se enfrenta así al vacío de saber sobre lo sucedido que le genera la imperiosa necesidad de respuestas y lo lleva a una constante búsqueda.

Los anteriores elementos abren el interrogante sobre las consecuencias que la desaparición forzada tiene en el trabajo de duelo. Gran parte de los autores que han tratado el tema proponen que el mantenimiento de la esperanza de que el ser perdido reaparezca impide al doliente desligar la libido del objeto amado. Esto ha llevado a plantear, de forma generalizada, que frente al fenómeno de la desaparición forzada existe en los dolientes la imposibilidad de elaborar el duelo. Desde otra perspectiva, encontramos algunos pocos desarrollos sobre la posibilidad de que el duelo por la desaparición sea elaborado. Para ello, se plantea, los sujetos y las sociedades deben acudir a mecanismos particulares y colectivos que permitan que un proceso, a primera vista irresoluble, sea efectivamente tramitado.

La anterior descripción de la situación problemática sobre el duelo frente a la desaparición forzada abre las vías necesarias para avanzar en nuestro trabajo. Las dos vertientes propuestas, la imposibilidad de la elaboración del duelo tras esta práctica, o la existencia de mecanismos que facilitan este proceso, se presentan como caminos posibles de análisis. Nos centraremos en esta presentación en la propuesta del acto de duelo como posibilidad individual para que un sujeto ingrese y concluya el proceso de duelo tras una desaparición. No trataremos aquí los mecanismos colectivos que movilizan el duelo, tales como el ritual y la justicia.

El duelo como trabajo

En Duelo y melancolía, Freud se pregunta por la labor psíquica del proceso de duelo. Plantea que la pérdida de un objeto que está cargado libidinalmente implica para el aparato psíquico una conmoción interna; el duelo se activa entonces como un trabajo que busca ligar el excedente de excitación producido por este evento. La pérdida rompe la lógica que subyace al funcionamiento del aparato anímico y lo mueve a tramitar aquello que sobrepasó sus posibilidades de asimilar los estímulos. El trabajo de duelo busca hacer soportable lo insoportable del evento permitiéndole a un sujeto recuperar la energía necesaria para la vida a través de la elaboración.

En la descripción del duelo como trabajo, Freud propone que en un primer momento el examen de la realidad le evidencia al sujeto que su objeto amado ya no existe y le demanda que la libido renuncie a todas sus ligaduras con él. El principio de realidad le impone al sujeto el dato de la pérdida en la realidad material y le pide la renuncia a sus fuentes de satisfacción libidinal. A esta demanda del principio de realidad surge una resistencia del sujeto, cuya respuesta es la negación, la cual se explica por la comprobación de que el hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de la libido, aun cuando les tenga ya un objeto sustituto. En esta respuesta negativa se evidencia la porción de vida psíquica que, libre de toda confrontación con la realidad externa, queda sometida exclusivamente al principio del placer. Esta parte de la vida anímica domina en este momento el trabajo de duelo y determina que ante la confrontación con un estímulo doloroso que la invade, ella se defiende negando la realidad de la pérdida y manteniendo psíquicamente la fuente que le brinda el placer.

Pero además de entender la negación como una defensa del aparato contra el displacer, se articula aquí la conjetura freudiana de que el principio del placer está al servicio de la pulsión de muerte pues responde a la tendencia de conservar constante el montante de excitación o llevarla al punto más bajo posible. El aparato psíquico, dominado en este momento por tal principio, no quiere moverse de su fuente de satisfacción, no desea saber nada sobre la realidad de la pérdida y no quiere renunciar a su objeto, todo lo cual se dirige en la vía que el empuje de la pulsión de muerte indica; una conservación indefinida de esta respuesta negativa no le brinda al sujeto la conservación del placer anhelado sino que lo ancla en un permanente dolor en el cual Tánatos encuentra satisfacción.

El siguiente movimiento del trabajo del duelo implica que, posterior a la negación de la pérdida, es normal que la realidad material obtenga el triunfo, pero su mandato es llevado a cabo de modo paulatino con gran gasto de tiempo y energía mientras continua la existencia psíquica del objeto amado. En este momento se explica la inhibición y restricción del yo propias del trabajo de duelo. Este proceso modifica la orientación del trabajo que estaba dominado hasta ahora por el proceso primario propio del principio del placer y queda regido por el proceso secundario del principio de realidad el cual liga las cargas de energía provenientes del evento traumático mientras que el yo permanece inhibido para cualquier otra función.

Pero, si bien lo normal es que la realidad triunfe en el trabajo del duelo, persisten aún algunos movimientos económicos previos a un total apartamiento de la libido del objeto amado. Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente sobrecargado y va realizándose en él la sustracción de la libido. La representación psíquica del objeto se encuentra articulada con múltiples conexiones y la libido debe irse retirando de todas ellas.

La vertiente del dolor

En la distinción que Freud hace entre las respuestas de angustia, dolor y duelo frente a la pérdida propone que la angustia se genera ante el peligro de perder el objeto amado y el dolor se afianza en la sensación de una pérdida consumada. El duelo, por su parte, es el proceso que el aparato psíquico realiza para tramitar lo insoportable de la pérdida.

Frente a la desaparición forzada se mezclan inicialmente la respuesta de angustia con la de dolor. El no poder discernir entre lo temporal y lo definitivo de la pérdida abre en un sujeto las vías para los dos tipos de reacciones. Sin embargo, la pérdida del objeto es cada vez más una condición de dolor por la imposibilidad de satisfacer la carga de anhelo que se dirige al ser perdido. Este anhelo se convierte en el contenido principal del vínculo que sostiene el sujeto con el objeto y al permanecer insatisfecho colma esta relación con la respuesta dolorosa. El tiempo de desaparición le va señalando al sujeto como definitiva la pérdida del objeto que garantizaba su protección y su satisfacción, y el dolor se afianza como única forma de resguardar el vínculo con un ser que ya no está más en la realidad material pero que se sostiene todavía en la vida psíquica.

El dolor por el desaparecido se presenta como un afecto que el sujeto conscientemente no desea, lo que se vislumbra en su continuo lamento de que ha dedicado toda su energía a la tristeza y ha abandonado el resto de sus intereses y de su vida. Sin embargo, en el plano latente el dolor se perpetúa como la única posibilidad de satisfacción pues permite al sujeto sostener el vínculo con el objeto y no confrontarse con la renuncia. El testimonio de la madre de un desaparecido refleja lo que muchos familiares expresan de diversas formas. Afirma que desde el momento de la desaparición, hace ya cinco años, mantiene un altar con la fotografía de su hijo a la que todos los días reza y llora. El acudir diariamente al altar le genera un continuo dolor que dice ella "sigue tan intenso como el primer día". Cuenta que hay días en que se ha sentido un poco menos triste, con menos dolor, pero en esos momentos se siente terriblemente culpable y acude rápidamente al altar para "reencontrar" su dolor. "No quiero que te vayas, dolor, última forma de amar"(1). Renunciar al dolor implica para esta mujer abandonar la última forma de sostener el vínculo con su hijo idealizado y enfrentar el agujero que su pérdida causa.

El perpetuarse en el dolor permite al sujeto resguardarse de la exigencia que hace el duelo de cambiar el estatuto psíquico del objeto de desaparecido a muerto. El eterno dolor le permite evitar el encuentro con la verdad del asesinato del ser amado, el cual queda ubicado psíquicamente como desaparecido, es decir, como susceptible de volver a aparecer. Al respecto, Eugenia Weinstein, psicóloga chilena que trabajó con los afectados por la represión política en su país, muestra cómo una de las dificultades para la elaboración del duelo por los desaparecidos es precisamente que al sujeto le toca internamente dar muerte psíquica al objeto amado, acto con grandes dificultades que obstaculizan el inicio de la elaboración. Al enumerar las resistencias para este proceso, la psicóloga afirma:

El asesinato en la fantasía, deviene de la suposición o creencia de que el familiar desaparecido en realidad está muerto. Como las autoridades pertinentes no reconocen la detención y menos la muerte del ser querido, la muerte de éste pasa a ser producto de un acto de voluntad del paciente, de una decisión particular de él para su propio beneficio (acabar con la incertidumbre) Ya no es, en consecuencia, este asesinato responsabilidad de la represión política sino de su propia fantasía.(2)

El no renunciar al objeto amado desaparecido y el perpetuarse en el dolor se traduce para un sujeto en una existencia colmada de una intensa tristeza que no le deja energía para el resto de la existencia. Este afecto, llamado cada vez con más frecuencia depresión y definido por Lacan como "cobardía moral", genera en el sujeto afectado por la desaparición una imposibilidad de recuperar la libido necesaria para la vida. Este sometimiento a la tristeza es la elección de quien no asume la renuncia al objeto perdido. La opción por el dolor, aparentemente contradictoria para quien considera que el sujeto humano tiende al bienestar, remite al planteamiento psicoanalítico sobre la elección que cada sujeto hace con respecto a su forma de goce. En este sentido, el sujeto es responsable de la posición que asume frente a la pérdida, aunque élla derive de una elección inconsciente.

En su artículo Sobre las faltas morales llamadas depresión, el psicoanalista Pierre Skriabine se pregunta si por el hecho de que el ser hablante está en falta, de significante y de ser, tiene una predisposición estructural a la depresión o si más bien esta respuesta tiene que ver con la forma como un sujeto se las ve con esa falta. A sus interrogantes responde:

Un sujeto de la falta sólo tiene, en efecto, dos vías para situar su relación con el goce. La primera consiste en operar con esa falta, priorizar su función estructurante, creadora, es decir, asumir la castración y convertirse en sujeto deseante: ésta es la vía del deseo. La otra, al contrario, persiste en colmar la falta, encontrándole un taponamiento al precio de la renuncia al deseo [...] a cambio de una plenitud de goce: ésta es la vía de la depresión.(3)

El autor plantea, además, que el sujeto es "feliz" en todas las formas de reencuentro con el objeto, así sea por la vía de la tristeza que le garantiza no enfrentar la falta que la pérdida trae consigo. El sujeto que tras la desaparición del ser amado se perpetúa en el dolor, conserva con este afecto el objeto perdido y se sostiene en un ocultamiento de la falta en el que renuncia al deseo y se colma de goce.

El duelo como acto

Jean Allouch inicia su libro Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca con la propuesta: "Que el duelo sea llevado a su estatuto de acto"(4), y sugiere considerarlo ya no basado en el concepto de trabajo que leíamos en Freud, sino acudiendo a la noción lacaniana de acto. Ésta le permite afirmar que el duelo implica para el doliente una subjetivación de la pérdida y no únicamente el trabajo de su aparato psíquico.

En el seminario sobre El acto psicoanalítico, Lacan define el acto como un paso que implica un comienzo para un sujeto. Lo plantea como un inicio al que sucede una renovación y el cual se constituye como algo creador. El acto es un atravesamiento que rompe un estado previo --por eso es transgresor-- y suscita en el sujeto un nuevo deseo. Al respecto Jacques Alain Miller plantea:

Todo acto verdadero, en el sentido propuesto por Lacan es así, un "suicidio del sujeto" puesto entre comillas para indicar que él puede renacer, pero renace diferente. Es esto lo que hace un acto en el sentido propio, pues el sujeto no es el mismo antes y después. Es esto lo que justifica el término de mutación, y acá lo llevo al extremo, hasta el término de suicidio.(5)

Para avanzar en la noción de acto de duelo, Allouch demuestra que para Lacan hay una disparidad fundamental entre la situación del sujeto antes y después del duelo. Sobre esta transformación subjetiva, señala que tras el proceso de duelo no hay la posibilidad del encuentro con un objeto sustitutivo "ya que por sostenido que sea el esfuerzo de hacer de un nuevo objeto un objeto de sustitución, quedará el hecho mismo de la sustitución como diferencia ineliminable: la segunda vez nunca será la primera"(6). Para Lacan no es posible resolver el duelo por la vía del objeto libidinal sustituto porque para él el objeto de deseo no puede hallar ninguna correspondencia con un objeto de la realidad. Con base en esta tesis, Allouch formula su propuesta básica sobre el duelo como acto:

El duelo en Lacan revelará que tiene un alcance que se puede calificar de creador, de instaurador de una posición subjetiva hasta entonces no efectuada. No se trata de reencontrar un objeto o una relación con un objeto, no se trata de restaurar el gozar de un objeto en su factura particular, se trata de un trastorno en la relación de objeto, de la producción de una nueva figura de la relación de objeto.(7)

En la noción de trabajo de duelo vimos que el principio del placer empuja al sujeto a no renunciar al objeto perdido, asimismo planteamos que el goce empuja al sujeto a permanecer ligado dolorosamente a aquél. El acto, en cambio, implica una posición de renuncia al goce. El duelo llama al sujeto a optar por la vida y le exige desprenderse del objeto amado sin anhelar ya un reencuentro. Si el psicoanálisis define al sujeto por la relación particular que éste instaura con su goce, en la noción de acto de duelo encontramos que la forma de goce con relación al objeto perdido cae y el sujeto se transforma en su singularidad. Tras el acto de duelo el sujeto no tendrá ya más ganas de responder al goce que lo sume en el dolor, transforma su posición subjetiva y renace en un nuevo lugar.

En su seminario sobre el Hamlet de Shakespeare, Lacan da cuenta de su versión del duelo. Trabaja allí el síntoma de la procastinación del príncipe con relación a la venganza que el espectro de su padre, asesinado por su propio hermano, le ha impuesto. Avanza, además, en el análisis del levantamiento del síntoma, el cual se realiza tras la muerte de Ofelia. Conjetura que es la ausencia de duelo en la reina Gertrudis, madre de Hamlet, tras la muerte del rey, lo que hace que en el príncipe haya un total desvanecimiento del deseo. "Lo único que no puede hacer es precisamente el acto que está destinado a hacer, porque el deseo falta y falta por cuanto se ha hundido el ideal"(8). Las sarcásticas palabras de Hamlet a su amigo Horacio permiten vislumbrar el origen de este hundimiento del ideal suscitado por la rapidez del nuevo matrimonio de la reina tras la muerte de su esposo: "!Economía, Horacio, economía! Los manjares cocidos para el banquete de duelo sirvieron de fiambre en la mesa nupcial. ¡Quisiera haberme hallado en el cielo con mi más entrañable enemigo antes que haber presenciado semejante día!"(9).

Después de esta fractura en su deseo, éste recae aún más en el momento en que rechaza a Ofelia quien ocupaba el lugar del objeto de su deseo. Al respecto propone Allouch:

Como se ve, es según Lacan el rechazo de Ofelia el que interviene de manera decisiva en esa recaída de Hamlet frente al deseo de su madre. Ofelia es su pequeño otro, pequeño a, y su rechazo, al no permitir ya que funcione la estructura imaginaria del fantasma, la tornada entre $ y pequeño a, hace que el nivel del deseo no pueda ser mantenido [...].(10)

Es únicamente tras la muerte de Ofelia, en la escena que Hamlet protagoniza al lado de Laertes, en el cementerio, cuando el deseo de Hamlet es restaurado a partir de la visión externa de un duelo, el de Laertes con respecto a su hermana, y con quien Hamlet entra a competir. Dice Hamlet al dirigirse a su rival:

[...] Dime, ¿qué quieres hacer? ¿Quieres llorar? ¿quieres luchar? ¿quieres ayunar? ¿quieres desgarrarte?[...] Pues todo esto haré yo. ¿Vienes aquí para lloriquear, o para provocarme saltando a la tumba de Ofelia? ¡Hazte sepultar vivo con ella, que esto quiero yo; y ya que hablas de montañas deja que sobre nosotros echen fanegas a millones [...] Y si te empeñas en gritar, rugiré tanto como tú.(11)

El duelo por Ofelia adquiere la dimensión de un acto que permite al príncipe el levantamiento de la procastinación y "vuelve a poner en hora los péndulos de Hamlet con su deseo"(12). Tras esta recomposición de su deseo Hamlet podrá, no sin algunas dificultades todavía, consumar el asesinato de Claudio y cumplir así la venganza ordenada por su padre para morir luego a manos de Laertes.

El acto de duelo frente a la desaparición forzada

Hemos señalado que el duelo es el proceso que impone al sujeto la aceptación de la pérdida, la progresiva separación del objeto amado, y culmina con la recuperación de la libido que vuelve a ponerse en la vida. Por otro lado, el dolor se funda en el anhelo insatisfecho del objeto amado y no implica necesariamente la realización del duelo por él. Veíamos cómo en Hamlet es precisamente la respuesta por la vertiente del dolor y de la caída de su deseo la que se privilegia durante gran parte de la obra. Señalábamos, además, el acto de duelo como aquel en el que un sujeto, al transformar su relación con el objeto perdido, puede renunciar a su posición de goce con respecto a él y reabrir el camino de su deseo.

En este punto articulamos la noción del acto de duelo con la problemática de la desaparición forzada y proponemos que es posible que un sujeto tocado por la desaparición del ser amado ponga un límite al dolor, e ingrese y concluya la elaboración del duelo al pasar de víctima pasiva a actor de su proceso. Esta propuesta implica aceptar la tesis de que el duelo tras la desaparición depende esencialmente del movimiento psíquico del sujeto que ha perdido y no del reencuentro con el objeto amado, ni siquiera bajo la forma del hallazgo de su cadáver. Así, aunque es éste un evento que por sus características particulares impone dificultades para el inicio y el desarrollo de su elaboración, proponemos que, además de algunas opciones colectivas, como el ritual y la justicia, hay una salida posible que está del lado del sujeto.

Retornemos al planteamiento trabajado en apartado anterior de que para realizar el duelo no se trata de reencontrar un objeto, ni la relación que se tenía con él. No se trata, tampoco, de conservar ni restaurar la forma de goce particular que vincula al sujeto con el objeto. Frecuentemente los familiares y amigos de los desaparecidos hacen depender su entrada al duelo de la posibilidad de reencontrar el objeto amado o, al menos, su cadáver. La demanda que estos sujetos formulan para que les informen dónde están los cuerpos de sus seres queridos adquiere una dimensión simbólica en el orden de poder dar una sepultura con un nombre a quienes han sido asesinados. La sepultura es una forma de inscribir en el significante a un sujeto como muerto y honrado por una comunidad. En este sentido, las exigencias que se formulan para recuperar los cadáveres tienen el estatuto de un llamado al orden simbólico para responder a lo real del asesinato.

Mas, sin interrogar la eficacia simbólica que tiene la sepultura, es necesario plantear que no es la recuperación del cadáver tras este evento la que garantiza el inicio de la elaboración del duelo. Al respecto señalamos los casos de familiares de desaparecidos que tras hallar el cuerpo de su ser amado se sostienen en un dolor sin fin que no moviliza el duelo. Por otro lado, hay sujetos que sin encontrar nunca el cadáver del desaparecido logran ingresar y concluir su proceso de duelo. Esto nos confirma que la condición para el duelo por los desaparecidos no está determinada por la recuperación del ser perdido ni de su cadáver.

No se trata tampoco en el duelo de restaurar la forma particular de goce que vincula al sujeto con el objeto. El goce, en su dimensión repetitiva, dolorosa y constante, invita al sujeto a conservar esa forma específica del vínculo con el objeto perdido o con un sustituto que lo represente para no asumir la castración que la pérdida del otro pone en evidencia. El sujeto elige no renunciar a su objeto amado y sostiene el taponamiento de la falta por la vía de la perpetuación del dolor. El mantenimiento o restauración de esa particular forma de gozar deja al sujeto atrapado en una situación agobiante en la cual es "dolorosamente feliz".

Pero si no es por la vía del reencuentro con el objeto como el duelo por los desaparecidos se abre, y si conservar el anhelo por el desaparecido tampoco garantiza el inicio de la elaboración, concluimos que este proceso requiere de un cambio en la relación de objeto en donde el estatuto del objeto psíquico se modifica mientras el sujeto mismo también se transforma. La dimensión de "acto" que hemos atribuido al duelo implica que tras éste el sujeto renuncia al objeto y a la forma particular de goce que lo une a él. Es en esta transformación del sujeto con respecto a su goce donde reside el carácter creador con el que Lacan caracteriza el proceso del duelo.

Escuchamos esta dimensión del duelo como acto creador que modifica al sujeto en el testimonio de la hermana de un desaparecido. Relata que tras la desaparición de su hermano, hace ya diez años, ella y su madre hicieron todo el recorrido de llamados, búsqueda y denuncias sin ningún resultado que permitiera aclarar la verdad sobre su paradero. Al comienzo pertenecieron y lideraron un grupo de familiares de desaparecidos en los cuales, día a día, exigieron la devolución de su hermano e hijo, ya fuera vivo o muerto. Durante un tiempo mantuvieron exhibida la foto del desaparecido, motivo de permanente tristeza y esperanza. Pero llegó un día en que esta mujer se sorprendió cansada de esta búsqueda y modificada en relación con lo que el recuerdo de su hermano le producía; ya el dolor no era un sentimiento persistente y se descubrió deseando nuevos vínculos y ligada a otros intereses para su vida diferentes a la búsqueda constante. Afirma que ya los grupos de familiares de desaparecidos la "aburren profundamente" y no ha vuelto a participar en sus actividades. Ante las invitaciones a que siga activa en los movimientos de búsqueda responde que "ya no tiene ganas" de perpetuar ese dolor y que siente que ya está rehaciendo su vida. Dice además, que no sabría qué hacer si su hermano apareciera pues no tendría claro ni siquiera cómo tratarlo.

Vislumbramos en este caso que ha habido tras la desaparición del ser amado un recorrido que describe el proceso que antecede al comienzo del duelo; posteriormente el ingreso a él, y luego el desarrollo de su elaboración. Se inicia con la insistente búsqueda del reencuentro con el objeto; pasa por la conservación del vínculo por medio del anhelo y el dolor, y llega a un momento en que decae psíquicamente esta forma de perpetuar la relación y se abre de nuevo para ella la vertiente del deseo frente a la vida. El reconocimiento de que ya el anhelo se extinguió y de que no espera el regreso de su hermano la introduce por un tiempo en lo que podríamos llamar el momento del duelo. Ponerle un límite a la esperanza sobre el regreso del desaparecido implica reconocerlo como irremediablemente perdido; esto es, modificar su estatuto psíquico donde deja de inscribirse como desaparecido para asumirlo como muerto. Éste es un paso que no le brinda al sujeto la terminación del duelo; sólo le abre las vías para que empiece su elaboración que está llena de los afectos ambivalentes y dolorosos que la separación con el objeto perdido conlleva.

El "no más" que un sujeto enuncia con respecto al anhelo y al dolor produce una modificación interna en la que ya no goza de la misma manera y le genera un acto creador a partir de la falta. En esta perspectiva situamos la primera de las respuestas de la referencia a Skriabine frente a la pregunta por la relación del ser hablante con la falta en ser: "Un sujeto de la falta sólo tiene, en efecto, dos vías para situar su relación con el goce. La primera consiste en operar con esta falta, priorizar su función estructurante, creadora, es decir, asumir la castración y convertirse en sujeto deseante: ésta es la vía del deseo"(13).

Con el recorrido que hemos realizado concluimos que, aunque la lógica de la desaparición forzada empuja a que la respuesta común sea la permanencia en un dolor suspendido, existen mecanismos colectivos y particulares que pueden ayudar a que un sujeto movilice los obstáculos e ingrese en la elaboración del duelo. El planteamiento del duelo como acto creador que pone un límite al goce, concepción que toma vida en los sujetos que tras la desaparición de un ser amado deciden hablar de ello, nos permite afirmar que, además de algunas salidas colectivas, existe en lo particular la posibilidad de elaborar el duelo tras la desaparición forzada. Esta salida implica que el sujeto que ha perdido a alguien por desaparición está concernido en su proceso y es responsable de la elección, por el dolor o por el duelo, que hace tras la pérdida del objeto amado. Optar por la vertiente del duelo implica el reconocimiento de la castración que la pérdida del otro devela. Mientras que el taponamiento de la falta perpetúa al sujeto en el dolor e implica para él la vertiente del goce, el reconocimiento de ella lo moviliza hacia la elaboración del duelo tras la cual el sujeto asume una creación simbólica frente a su vida y reencuentra las vías de su deseo.

Referencias

* El texto es producto de la investigación Del dolor al duelo: límites al anhelo frente a la desaparición forzada, realizada por la autora en la Maestría en Ciencias Sociales, cohorte en Psicoanálisis, cultura y vínculo social, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia

1. Pedro Salinas, Poesía, Madrid, Alianza, 1994

2. Eugenia Weinstein, "Notas acerca del tratamiento psicoterapéutico de familiares de detenidos desaparecidos", en: Psicoterapia y represión política. México, Siglo XXI, 1984, p. 85

3. Pierre Skriabine, "Sobre las faltas morales llamadas depresión", en: El síntoma charlatán., Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 290

4. Jean Allouch, Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, París, Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, 1995, p. 9.

5. Jacques Alain Miller. "Jacques Lacan: anotaciones sobre el concepto de paso al acto". Versión establecida por F. Sauvagnat, p. 4

6. J. Allouch. Op., Cit. p. 9.

7 Ibíd., p. 211.

8. Jacques Lacan, El seminario, Libro 10. La angustia., versión electrónica.

9. William Shakespeare, "Hamlet, príncipe de Dinamarca", en: Obras Completas, traducción de Luis Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 10ª ed., 1960, p. 1325.

10. J. Allouch. Op. cit., p. 279.

11. W. Shakespeare. Op. cit.., p. 1375.

12. J. Allouch. Op. cit., p. 236.

13. P. Skriabine. Op. cit. p. 290

Bibliografía

ALLOUCH, Jean, Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, París, Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, 1995.

DÍAZ, Victoria, Del dolor al duelo: límites al anhelo frente a la desaparición forzada, Investigación realizada en la Maestría en Ciencias Sociales, cohorte en Psicoanálisis, cultura y vínculo social, Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia, 2000.

FREUD, Sigmund "Duelo y melancolía", en: Obras Completas, traducción de Luis López Ballesteros, tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981.

______________ "Inhibición, síntoma y angustia", T. III

______________ "Más allá del principio del placer", T. III

LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Argentina, Xavier Bóveda, 1989.

______________ El Seminario, Libro 10. La angustia, versión electrónica.

MILLER, Jacques Alain, "Jacques Lacan: anotaciones sobre el concepto de paso al acto". Versión establecida por F. Sauvagnat, p. 4

SALINAS, Pedro, Poesía, Madrid, Alianza, 1994

SHAKESPEARE, William, "Hamlet, príncipe de Dinamarca", en: Obras Completas, traducción de Luis Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 10ª ed., 1960.

SKRIABINE, Pierre, "Sobre las faltas morales llamadas depresión", en: El síntoma charlatán., Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 290

WEINSTEIN, Eugenia, "Notas acerca del tratamiento psicoterapéutico de familiares de detenidos desaparecidos", en: Psicoterapia y represión política. México, Siglo XXI, 1984.

Volver al sumario del Número 15
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
www.acheronta.org