Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La voz y el significante (1)
Sergio Waxman

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Referiré la presencia de la voz, objeto a (2), en un caso clínico, donde la voz, en vez de cumplir la función áfona de sostén del significante (3), lo entorpece y eclipsa.

El miedo inminente a morirse predomina en Lucía, junto a una larga lista de padecimientos que no sabe explicar: se siente como vacía, el mundo le parece distante, cree que está muerta con los ojos abiertos, habla con los demás pero suponiendo que ella ya no está. Nada le interesa en el mundo, se pasa el día pensando en enfermedades, solo mira en la televisión programas de medicina. Le señala al analista cómo le tiemblan las manos. No se lo desea a nadie. Un médico le dijo usted no tiene nada, y le diagnosticó hipocondría, derivándola a una psicóloga. Refiere ansiedad, inquietud, y teme que en cualquier momento le pase algo. No disfruta de reuniones, entretenimientos, viajes, cine, paseos. Supone que los demás la ven con mal semblante, y pregunta a todos y a cada uno si está demacrada (4). Su familia le reprocha que no piensa más que en ella, y lo admite, más aun, tiene miedo de no querer a nadie.

Lucía relaciona esta descripción con un recuerdo, el del sufrimiento de sus padres cuando niña: siempre escuchaba las quejas de su madre, que lloraba por todo. Afirma: ellos sufrían como sufro yo. Pero más aun observaba a su papá, que iba y venía como un loco por la casa, de acá para allá, quejándose de fuertes dolores de cabeza, exclamaba que no quería vivir más, sus palabras eran (5): me quiero morir.

Lucía no puede precisar la época en que empezó todo, le contaron que era una niña rara, diferente a sus hermanas. Pero fue mucho después, cuando mueren sus padres, que le surge un miedo particular a la muerte: el de no superar la edad en que ellos murieron. En esa época se ponía muy nerviosa, porque se acordaba de todo lo ocurrido cuando niña, de cómo sufrían sus padres.

Habla de su vida actual, sale muy poco, salvo para concurrir a una iglesia evangélica, a dos cuadras de su casa. Le hace bien ir: el sermón del pastor es lo único que la alivia. Su marido está enfermo, padece los comienzos de un enfisema pulmonar. Se contradice: me quedo para cuidarlo, pero reconoce que no se interesa por su enfermedad, y comenta: mis problemas no me permiten pensar en él.

La característica saliente de sus narraciones consiste en repetir como un calco en cada entrevista iguales pormenores que la sesión anterior, y describe con lujo de detalles todo lo que sufre. Este psicoanálisis lleva mas de un año y no avanza, en los anteriores le pasó igual, y ya van unos cuantos, ella es la primera que lo advierte: su relato gira siempre alrededor de lo mismo.

Pero a la vez, en algunos tramos prometedores, la paciente abre una vía posible al dispositivo analítico, aportando sueños y asociaciones, estos momentos parecen propiciar la entrada a un psicoanálisis. En un sueño: está comiendo en el cementerio y le dice a la madre "por favor no me quiero morir". En otro, en medio de témpanos de hielo, asocia que no puede gozar, y se hunde. Otro sueño la lleva a un recuerdo: de niña creía que alguien se escondía a sus espaldas y la asustaba, pero ella se daba vuelta y no había nadie, se pregunta quién estaría atrás.

El momento clave en el análisis ocurre cuando de pronto Lucía establece una secuencia clara entre su miedo inminente, actual, a morirse, y la frase que siempre repetía su padre cuando era niña: «me quiero morir». Intervengo aquí y señalo el enlace. La analizante ya lo venía refiriendo, pero esta vez se aunaba la espontaneidad a la oportunidad, ningún elemento yoico, explicativo, enturbiaba los términos. Pese a la entidad del fragmento, al contexto, y a la puntualidad de mi intervención, no ocurre ninguna respuesta asociativa -para mi sorpresa, pues lo acababa de referir. Su única respuesta, como si no me hubiera escuchado, consiste en reiterar la enumeración de sus dolencias, punto fijo, real, que retorna una y otra vez como un imán. Descubro así, en esta encrucijada muy precisa, que remite por cierto al nudo de sus malestares, el advenimiento de una detención discursiva, que da lugar a un impasse. Sólo asociará, de modo certero pero inútil, que en la iglesia ya le habían dicho que ella sufre como sufría su papá: algo había escuchado. Paradójicamente confirmo, guiado por la pobreza del resultado, la exactitud ineficaz de mi intervención, establecida en el nivel de las identificaciones.

Podemos entonces situar, a partir de la introducción por Jacques Lacan del objeto a, la voz del padre, voz áfona, voz del Otro en lo real, que Lucía obedece pero no registra en lo simbólico, y que encarna en su cuerpo mortificado y su discurso sufriente. La sujeto oye la voz pero no las palabras, aunque las repite en lo real. Lucía percibe lo inaudible: la voz (objeto a), que como tal no suena -al contrario del significante- pero resuena en la sujeto más que la palabra. La voz, así, devalúa al significante, en lugar de ser su soporte. En el espacio entre dos significantes, el objeto obstruye el nexo entre un primer significante y el que le sigue, que el analista, justamente, le señala, pero se torna infructuoso (6). Lucía no escucha aquello que parece articular: sufre el miedo a morirse (porque) su padre anunciaba que se quería morir. Lo real es inaudible, al menos en la neurosis; en la psicosis lo real de la voz atrona. Lucía, interrumpido el desplazamiento proposicional, no consigue advertir lo que sin embargo pronuncia, diríase que, en posición de sacrificio, se entrega al Otro, a su objeto, la voz, apropiándose de su dolor. Comprobamos que los tres registros se anudan: el cuerpo y el discurso de la sujeto, debatidos en una encrucijada simbólico-imaginaria (sufrir y morir como el padre), hacen eco en lo real al sufrimiento del Otro. (7)

La serie correlativa de la muerte (con los ojos abiertos pero muerta, palidez, sensaciones, temblores, pensamientos funestos, enfermedades, presagios), no empalma con la secuencia discursiva, fracasa en estos tramos el trasvase de metáfora y metonima, el objeto tapona la articulación significante. Por ello, lo que resta es un dis/curso monolítico, reificado. Lucía registra una sola voz -solo voz, un solo de voz- que la abandona a la perpetuación estereotipada de su padecimiento, no advierte los significantes que refiere y que el analista le reembolsa; no son tales. La voz la signa. Sufre de la voz del Otro (que redobla), voz en/mascarada –pues parece propia- con efectos de repetición en lo real, voz signada por el dolor del Otro. Es esto lo que se define en el momento revelador del análisis: no le es posible otorgar valor significante a las palabras que emite, aunque las recibe, anilladas, del analista. Desmembrada la articulación significante, cae el valor lingüístico (psicoanalítico) (8), que determina que el significante rige el discurso por su condición negativa -el significante no es sino lo que los otros significantes no son-, y queda en Lucía sin efecto el valor de las palabras. La paciente no escucha lo que sin embargo repite, no logra simbolizar lo real del Otro, por el contrario, se identifica a su voz. Sumergida en lo real del significante, las palabras se opacan, pierden eficacia, cae el enlace entre significantes, que debería prestar el valor relativo de cada elemento.

La voz funciona así en el registro invocante –real- pero no convocable -simbólico-, invoca al Otro pero no lo convoca al nivel de la palabra (9). La sujeto queda sujetada al Otro pero en lo real; el goce del Otro la vapulea. El a contamina la carretera principal, impidiendo el acceso al Otro simbólico. Lucía no queda habilitada por el significante para escucharse y alcanzar la mención clave que remite al goce y mortificación del Otro, salvo en lo real: es ella quien teme morirse -tal como el padre se quería morir- con lo que paga el precio de haberse aferrado a la voz, que se adueñó de la sujeto. Lucía supone que la voz del Otro es su propia voz, cruce que no puede simbolizar.

En la posición que corresponde al Otro simbólico, sólo la palabra del pastor de la congregación la pacifica -pero este nivel no se presenta en el fragmento central por hallarse sustraído al engarce del discurso. El significante de la transferencia cursa por un flanco, el de los sueños, sin prosperar ni permitir un psicoanálisis, pese a los atisbos que parecían encaminarlo. La transferencia con el analista, su pertinencia en lo simbólico, hubiera dado lugar a que los síntomas se reformularan como síntomas analíticos.

Junto a esta dimensión esclavizadora de la voz, se verifica una segunda, donde el Otro real le tiende un nuevo cerco: el objeto mirada se suma al servicio de la voz: era ante la mirada fascinada, petrificada de la niña, que el padre se retorcía de dolor, eso la miraba. Condición transitiva y pasiva donde la mirada vacía del Otro la supedita; la mirada pesa en la sujeto: "Se dice que algo los atañe -los mira- cuando algo requiere vuestra atención... acerca del lugar aquí de la mirada...lo que sucede la realiza". (10). Si emprendiéramos la construcción del fantasma fundamental en Lucía, ubicaríamos el objeto mirada como un componente central. No se trata de la visión, que capta las imágenes del mundo, articuladas por el lenguaje, sino de la mirada, que afaniza a la sujeto, atrapada por el objeto, y marginada de los significantes. Lucía (es) goza(da) allí mismo donde su padre exclamaba que se quería morir, mientras iba y venía por la casa, y permanece congelada, eternizada, en aquellas escenas de la infancia (11). El objeto mirada confluye con el objeto voz para impedir el curso significante, lo enturbia, fracturando la dialéctica deseante: de hecho la paciente no consigue interesarse en nada; el deseo se desdibuja porque se desvanece la dimensión sujeto, por ausencia de significantes que la representen.

La paciente da cuenta de un automatismo que no es de la palabra sino de la voz, no automathon sino tyché, repetición en lo real, registro que da forma al texto: calcado, idéntico a sí mismo, resistente al significante; la modulación propia de la vía significante quedó subsumida por lo real (12). Se juega en Lucía un goce sin mediación del significante fálico, la paciente permanece atareada en (gozar) el goce del Otro, y no cuenta con el recurso propio de la neurosis, en que merced a la instancia fálica, es posible un goce negociado y regulado por el deseo (13).

En este caso, como en las psicosis, las que llegan a la sujeto no son palabras sino voces. Pero mientras el psicótico delata que la voz es del Otro, en Lucía, como ocurre en la neurosis, se vela esta condición, suponiendo la paciente que aquello con lo que se debate es su propia voz. En las psicosis la palabra transparenta la voz, y la voz se torna audible, cobrando preeminencia sobre el significante. "...no hay más que tomar el texto de Schreber para captar la función de la voz como tal, en la alucinación la voz no es sensorial pero no es irreal, inclusive hay movimientos fonatorios, aunque no se necesita esto para fundamentarlo" (14). En las neurosis la voz tampoco se puede no oír, pero se trata de una voz áfona en cuanto predomina el significante. La voz sustenta al significante, pero en Lucía este aspecto finalmente fracasa, no cumpliendo el rol de soporte de la palabra. Además, en la psicosis la voz no ha sido extraída del campo del Otro; en Lucía –muy por el contrario- la voz -como objeto del Otro- se ha enquistado en su metonimia inacabable impregnada de queja. El diagnóstico diferencial descarta -después de no pocas dudas- la posibilidad de psicosis: la voz que acosa a Lucía no es impuesta ni acusadora, ni le resulta ajena, sino que reina la voz del Otro no identificada como tal, pese a referirla. Tampoco se verifica certeza: la analizante se cuestiona e interroga, aunque le resulte inútil, circular. No hay autorreferencia, sino algo muy diferente y que no se confunde: en posición de sujeto de estructura neurótica que ha demandado ya varios tratamientos, no consigue articular ninguna otra palabra fuera de lo que concierne a su padecer, no existen en el mundo problemas más allá de lo que le acontece.

Diríase, como una broma lógica, que Lucía por fin tomaría en cuenta la intervención del analista si éste, en lugar de palabra, poseyera solo voz; de hecho el neurótico puede quedar encandilado escuchando la voz del analista, o de algún otro a quien ama, un líder, y no atender por momentos a la palabra ni entenderla. Sabemos que a la enamorada sub/yugada le alcanza con la voz y la mirada que la tocan, la implican. (14ª). En realidad, el caso abrió a la pregunta sobre el diagnóstico diferencial cuando Lucía dio testimonio del envés del neurótico, quien por estructura escucha la palabra y no percibe la presencia de la voz, a tal punto el hablante se encuentra tallado por el significante, no reconociendo que una pérdida hace de soporte al discurso. Por esto Lucía, al acusar la presencia de la voz, dice no poder explicar qué le pasa: la palabra allí no opera, está en menos; el caso prueba que la distinción entre voz y significante es discernible solo si se descubre el velo que cubre lo real, que en este caso no se descorre para abrir a la palabra, ni es simbolizado: obtura.

En suma, el impasse analítico se causa porque el objeto voz es al mismo tiempo omnipresente e inaccesible. Lacan define su objeto a ubicándolo en los bordes, en las partes anestésicas del cuerpo: voz, mirada, seno, excremento (15). Lucía señala sus manos que le tiemblan, o menciona que algo no consigue transmitir... ¿qué?, y trata de encontrar adjetivos que expliquen la palabra más allá de la voz. La voz no es de Lucía, y tampoco está fuera de ella, el objeto opera como una herencia que no le pertenece, pero que la grava con vigor, reafirmando el objeto su condición parásita: la paciente asegura que no puede pensar en otra cosa, realizó una captura muda en el campo del Otro y quedó capturada. Sólo escucha lo in/audible (in/audicho).

En estas condiciones la voz define el estatuto del objeto, calibrado en el caso que nos ocupa a nivel de la identificación primaria, ubicable antes de la besetzung, donde ya se despliega la articulación significante, que en el modo temporal lógico retrospectivo determina, a posteriori, la investidura (16). La sujeción de la sujeto a la voz áfona descubierta en un punto revelador del análisis, debe distinguirse de la identificación freudiana al rasgo, donde predomina el significante; en el caso Lucía la primacía le corresponde al objeto; el rasgo se empalma a lo real. Es el objeto voz, y no el rasgo significante, que la identifica al padre; y este nivel de identificación, signado por el objeto, resulta la causa del impasse; plus de goce, voz en exceso que impide que curse un psicoanálisis. Se conoce en otros casos el obstáculo que la inflación imaginaria opone al accionar significante en un análisis, mientras que en Lucía la dificultad analítica no deriva de lo imaginario sino de lo real; el inconsciente incisiona sin decirse, actúa en lo real, y no deja espacio a la sub/versión del psicoanálisis, que pretende la responsabilidad de la analizante (y también, por qué no, su culpa, para que se desprenda de la apuesta masoquista en relación al duelo por los padres, uno de los ejes de su problemática, que no corresponde aquí abordar). Se requiere ubicarla como responsable de aquello que justamente la mantiene sujetada, su inconsciente, responsabilidad paradojal e indefectible de un sujeto en análisis respecto a síntomas, olvidos, lapsus -comprobándose esta posición de responsabilidad en el instante en que deviene la respuesta asociativa. En Lucía este compromiso no se instala, apenas una vaga conciencia de culpa en cuanto todos le dicen que solo piensa en ella misma, y le proponen que se ocupe un poco de los demás. Sin embargo no es el imaginario narcisista el eje conceptual que obtura lo simbólico.

En este psicoanálisis, además, se malogra la dialéctica retroactuante del discurso en cuanto a la neurosis infantil, que Lucía refiere en su relato pero sin consecuencias analíticas; el tiempo lógico resulta impracticable, no ocurre en verdad la rememoración. Es que en un psicoanálisis el pasado no es inmóvil, dado de una vez y para siempre; se trata por cierto de un tiempo que dejó marca, pero la inscripción de las huellas mnémicas freudianas no es cronológica ni literal. Un psicoanálisis implica una operación de lectura que rectifica la escritura del pasado en el marco del discurso como referente: en Lucía el significante que le hace pregunta existe, pero no enlaza con el significante siguiente, que lleve saber a la verdad, no se constituye una y otra vez el par de significantes que representen a la sujeto; sino que se trata de un significante amo atrapado en lo real, pero atrapado afuera, congelado en un agujero del discurso.

En la hipocondría que la paciente refiere en sus menores detalles -con la fijeza emblemática del diagnóstico médico que originó su primera derivación a una psicóloga- también la voz invalida al significante, y estipula para la sujeto la dimensión oclusiva del Otro. El cuerpo ancla entre lo imaginario y lo real. Lo real, como lo imposible del lenguaje, cancela el comercio asociativo: fracasa el desplazamiento metonímico, y la ausencia de retroacción petrifica el valor de los elementos de lenguaje que podrían adquirir condición metáforica. La extracción del objeto parece una quimera en este intento de psicoanálisis, justamente por no constatarse urdimbre y text/ura de la palabra. La hiancia -el espacio inasociado- es dicha en lo impronunciable: no sé cómo explicarle lo que me pasa, ¿usted me entiende? Pero no es el deseo del Otro ni el nivel significante lo que se juega en la detención asociativa sino un real del Otro: su objeto (17).

Lucía, a los 52 años, sigue visitando psicólogos a los que pregunta si la entienden y psiquiatras que le cambian los psicofármacos.

NOTAS

(1) Este trabajo, más tarde ampliado, fue presentado en el Seminario Anual "La voz y la mirada en la clínica psicoanalítica" dictado por la Dra. Marta Gerez Ambertín, en Buenos Aires, en 1998.

(2) "...el a resulta de una operación lógica efectuada no in vivo, no sobre lo viviente mismo, no en el sentido confuso que guarda para nosotros el término cuerpo... es el seno, el escíbalo (excremento), la mirada, la voz, esas piezas separables, sin embargo profundamente religadas al cuerpo, he ahí de lo que se trata en el objeto a." Jacques Lacan - Seminario 14 – La lógica del fantasma - Clase 1, del 16/11/66.

(3) "...el significante, es decir lo que se modula en la voz..." Seminario 23 - El Sinthoma - Clase 11 - 11/5/76.

"...el discurso necesita este soporte de la voz, no se trata de la sonoridad." Jacques Lacan -Seminario 13, - El objeto del psicoanálisis - Clase 14 - 20/4/66.

"La voz se define por otra cosa que por registrarse en un disco y en una banda magnética, de la que tantos disfrutan, esto no tiene nada que ver." Jacques Lacan – Seminario 21 – Los desengañados se engañan (o Los nombres del padre) Clase 11 - 9/4/74.

(4) "...es necesario vaciar el cuerpo de goce para convertirlo en cuerpo libidinal". Semin. 1998. M. Gerez.

(5) "Lo oído está para Lacan entre lo primero que se instituye en la subjetividad". Semin.1998. M. Gerez.

(6) A diferencia del juego del carretel freudiano, acá se cancela el ida y vuelta de los dos significantes. En el Fort-Da, es para asegurarse el retorno de la madre que el niño la hace irse. En lo real, la madre se ausenta, en el juego esto se simboliza. El goce de echar el carretel consiste en jugar a que ella se va, y está especificado a posteriori por el retorno. El juego torna soportable el goce. La ausencia de la madre, de no simbolizarse, implicaría en el sujeto un goce del Otro difícil de soportar. Distancia entre goce fálico y goce del Otro. O entre simbólico y real. El niño, por gracia del juego, protagoniza los movimientos de la madre, les pone límite significante, Lucía en cambio permanece atrapada en el Otro.

(7) "...no se tiene una idea adecuada de lo que puede ser una voz más allá de su fenómeno (...) que permite en mi discurso formularlo como lo que es pequeño objeto a caído del Otro..." Jacques Lacan – Seminario 12 - Problemas cruciales del psicoanálisis - Clase 6 – 20/1/65.

"(...) Es en tanto que yo soy a, que mi deseo es el deseo del Otro, y por allí pasa toda la dialéctica de mi relación con el Otro, de alienación, y nos permite el otro modo de la relación, el de la separación de algo donde yo me instauro como caído, como reducido al rol de jirón (...) es allí por donde pasa la verdadera naturaleza de mi relación con el Otro, de su deseo, ése que he sido para el deseo del Otro." Jacques Lacan - Seminario 12 - Problemas cruciales del psicoanálisis - clase 18 - 6/6/65.

"Estos objetos (de la succión, la excreción, la mirada, la voz) son reclamados como sustitutos del Otro y convertidos en causa del deseo". Jacques Lacan - Seminario 20 - Clase 10 - 15/5/73.

"...hay algo en la voz que está más especificado topológicamente, a saber, que en ninguna parte el sujeto está más interesado en el Otro que por ese objeto a." Jacques Lacan - Seminario 16 – De otro al Otro - Clase 16 - 26/3/69

(8) Me interesa introducir un retorno a conceptos saussureanos que permitieron a Lacan establecer sus desarrollos primeros. Uno de los muchos, notable, es el de valor linguistico, que a los psicoanalistas nos falta aprovechar:

"Como la palabra forma parte de un sistema, está revestida, no sólo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente." "Curso de Lingüística General" p. 196, Editorial Losada, 1959.

"...un término sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que le sigue... " idem p. 208.

"...sería creer que se puede comenzar por los términos y construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la totalidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra." Idem. p.194.

"...ni siquiera de la palabra que significa ‘sol’ se puede fijar inmediatamente el valor si no se considera lo que la rodea..." Idem. p.197.

Como vemos, la obra de De Saussure mantiene una vigencia que debe apreciarse y se ha dejado de lado. "...la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros..." Idem. p.191.

"Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son" - Idem. p.199.

"Si la parte conceptual del valor está constituída únicamente por sus conexiones y diferencias con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material. Lo que importa en la palabra no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir esas palabras de todas las demás, pues ellas son las que llevan a la significación. " Idem. p. 200. Igual que para el significante (aspecto material), los "fonemas son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas". p. 201.

"...el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación." Idem - p. 203.

Estas citas representan solo una parte de lo que es posible encontrar en la obra del lingüista suizo-francés a poco que se emprende una lectura, con fines no linguisticos sino psicoanalíticos, de su obra.

(9) "En toda invocación, la voz está en causa, como Demanda al Otro, o como mandato superyoico, la invocación quiere tener un lugar en el Otro." Seminario M. Gerez Ambertin 1998.

(10) J. Lacan. Intervenciones y Textos. Homenaje a Margurite Duras – p. 69.

(11) Aun antes de la formulación del concepto de objeto a , Lacan dice que el yo "sólo puede identificarse con su unidad en la fascinación, en la inmovilidad fundamental con la cual viene a corresponder a la mirada bajo la que está capturado, la mirada ciega." Y agrega: "Otra imagen es la de la serpiente y el pájaro, fascinado por la mirada. La fascinación es absolutamente esencial al fenómeno de constitución del yo." J. Lacan - Seminario 2 - El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica - Clase 4 - 8/12/54.

Cuando luego desarrolla el concepto de objeto a, dice: "¿...qué sucede en la hipnosis? Que en el espejo del Otro el sujeto es capaz de leer todo... lo especularizable. No por nada el espejo... y hasta la mirada del hipnotizador son los instrumentos de la hipnosis. Lo único que no se ve en la hipnosis es, precisamente... la mirada del hipnotizador, que es la causa de la hipnosis." J. Lacan - Seminario 10 - La angustia - Clase 8 - 16/1/63.

Pero entonces ya es otro el concepto mirada: "... se nos presenta... como tope de nuestra experiencia, a saber, la falta constitutiva de la angustia de castración." " El ojo y la mirada, ésa es para nosotros la esquizia en la cual se manifiesta la pulsión a nivel del campo escópico", "...es un objeto a (...) evanescente..." que "...deja al sujeto en la ignorancia de lo que está más allá de la apariencia." J. Lacan - Seminario 11 - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis - Clase 4 - 19/2/64.

Ya no es la fascinación imaginaria, es un "...objeto desconocido..." y subraya "...la ilusión de la conciencia de verse-verse, en la que se elide la mirada." "Si la mirada es entonces este envés de la conciencia, ¿cómo intentar imaginarla?" Idem - Clase 7 - 26/2/64.

"La mirada es el objeto a en el campo de lo visible", "...la mirada opera en una suerte de descendimiento... de deseo... En él el sujeto no está del todo, es manejado a control remoto. Modificando la fórmula que doy del deseo -el deseo del hombre es el deseo del Otro- diré que se trata de una especie de deseo al Otro... " Idem - Clase 9 – 11/3/64. Es decir, "...dimensión de deseo al Otro, de abertura, de aspiración por el Otro..." J. Lacan – Seminario 13 - Clase 20 - 1/6/66.

M. Gerez, en el Seminario-1998, recuerda que "...en la psicosis la mirada tapa la visión. Los autistas son pura mirada, no pueden ver." Por lo tanto, si al niño autista el objeto mirada lo enceguece, impidiéndole ver las imágenes, pese a que la vista, el órgano del ojo, no está afectado, comprobamos entonces que, al no cumplir la mirada la función de sustentar la visión, el deseo al Otro queda obturado. La autora ejemplifica el rol de la pulsión escópica en la psicosis: "...el delirio de observación da cuenta de la mirada del Otro ..." "...las alucinaciones visuales son pura mirada". Y a nivel de la pulsión invocante, refiere: "Dick testimonia que es pura voz, al punto que no puede hablar. Resultaría necesario en estos casos desprenderse del objeto, y que el significante lleve el objeto a minúscula a los bordes. Por ello, en la neurosis, para escuchar la palabra tenemos que enmascarar la voz."

(12) "...la modulación produce las diferencias, si no hay modulación no se entiende". Idem. M. Gerez.

(13) "...todo el problema descansa en las relaciones del deseo y del goce." J. Lacan - Seminario13 – Clase 22 - 15/6/66.

(14) Idem – Clase 14 - 20-4-66.

(14ª) Ya cerrado este trabajo, encontré un ejemplo paradigmático: «Hitler asumió la jefatura del gobierno... En las escuelas alemanas ganaron protagonismo los retratos del nuevo líder y era obligatoria la transmisión diaria de sus discursos. "A pesar de su larga duración y de que no comprendíamos muy bien lo que decía, nunca nos aburrimos con ellos y nunca dejó de fascinarnos y conmovernos el sonido de su voz. Aprendimos a venerarlo" ». El que cuenta es un niño. La voz (que atrapa) es una palabra vaciada. Destined to Witness, autobiografía de Hans Jürgen Massaquoi, citado por revista Viva, del 18/11/01

(15) "...tomados en las fronteras, funcionan a nivel de los bordes del cuerpo, los conocemos bien en la dialéctica de la neurosis." J. Lacan – Seminario 14 – Clase 14 – 15/3/67

(16) "Ahora bien, como quiera que se plasme después la resistencia del carácter frente a los influjos de investiduras de objeto resignadas, los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos. Esto nos reconduce a la génesis del ideal del yo, pues tras este se esconde la identificación primera, y de mayor valencia, del individuo: la identificación con el padre de la prehistoria personal. A primera vista, no parece el resultado ni el desenlace de una investidura de objeto: es una identificación directa y no mediada, y más temprana que cualquier investidura de objeto." Sigmund Freud - El yo y el ello. T. XIX - III - Amorrortu-1979.

Lacan dirá que: "Dick ni siquiera puede lograr el primer tipo de identificación, lo cual sería un esbozo de simbolismo." "...no hay para él ni otro ni yo..." "Sin embargo, no se trata de una realidad totalmente deshumanizada. A su nivel, ella significa. Ya está simbolizada pues puede dársele un sentido. Pero como ella es ante todo movimiento de ida y vuelta, no se trata más que de una simbolización anticipada, inmovilizada, y de una sola y única identificación primaria que tiene nombre: lo vacío, lo negro. (...) El sujeto no tiene contacto si no es con esa hiancia". J. Lacan – Seminario 1 – Los escritos técnicos de Freud - Clase 6 – 17/2/54.

(17) "Si el deseo del sujeto se funda en el deseo del Otro, este deseo como tal se manifiesta a nivel de la voz. La voz no es solamente el objeto causal, sino el instrumento donde se manifiesta el deseo del Otro. Este término es perfectamente coherente y constituyente, si puedo decirlo, del punto culminante en relación a los dos sentidos de la demanda, sea al Otro, sea viniendo del Otro ". Lacan – Seminario 13 – Clase 20 – 1/6/66.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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