Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Las instituciones psicoanalíticas en México
Un análisis sobre la formación de analistas y sus mecanismos de regulación
Guadalupe Rocha

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CAPITULO II
"PSICOANÁLISIS" EN EL MONASTERIO

Si bien lo que voy a abordar en este capítulo puede considerarse como parte de la reconstrucción histórica que he venido desarrollando, me parece importante dedicarle un capítulo especial. Considero que este acontecimiento también nos permitirá reflexionar acerca de los efectos que se producen en este encuentro que es también una confrontación entre el psicoanálisis y la Iglesia en una época en la que aparentemente se hace posible cuestionar e incluso modificar las estructuras de las instituciones.

El monasterio Benedictino de Santa María de la Resurrección fue fundado el año de 1950 y su Prior, Gregorio Lemercier impuso en éste la estricta observancia de la Regla benedictina primitiva. Esta Regla - que consta de un Prólogo y 73 capítulos - presenta como un aspecto fundamental el papel del Prior como "padre espiritual" y sostiene como única condición requerida para entrar al monasterio "la búsqueda de Dios". Si bien hay muchos aspectos importantes y seguramente articulados con lo sucedido en el monasterio, como por ejemplo, el funcionamiento de la orden y su modo de implantación social; voy a retomar solo los que el mismo Lemercier señala como determinantes de los problemas que más le preocupaban relacionados con el hecho de que era un monasterio abierto a todos sin exigencias preliminares.

Estos dos aspectos que resalto de la Regla tienen implicaciones con respecto a los acontecimientos que más tarde motivaron a Gregorio Lemercier para interesarse por el psicoanálisis y solicitar ayuda a la APM pues de alguna manera, el prior percibía que la falta de restricciones severas para ingresar al monasterio, provocaba que fuera utilizado como "refugio" por algunos de los postulantes que pretendían "huir del mundo" pero que carecían de vocación.

Aunque la información respecto a los acontecimientos ocurridos en este monasterio es muy dispersa, contradictoria, y llena de lagunas, hay datos suficientes para suponer que las preocupaciones de Lemercier en torno a la vocación y el "equilibrio psicológico" de los candidatos que se presentan al monasterio - además, o quizá principalmente porque Gregorio Lemercier era un personaje muy avanzado para su época - fue lo que a finales de los cincuenta lo llevaron a enviar a dos de sus monjes a "psicoanálisis".

En un principio Lemercier consideraba estos dos casos como "excepcionales" y esto no disminuyó su confianza en el efecto equilibrante de la vida monástica; sostenía la convicción de que "gracias a la paternidad espiritual, se producía un efecto equilibrante" en los monjes, sin embargo, más tarde escribiría - aunque sin ser muy explícito -, que a pesar de las apariencias de éxito provisional de estos dos psicoanálisis, "la falta de preparación técnica rigurosa" del psicoanalista que había elegido, condujo estos psicoanálisis al fracaso. Además, señala que en el transcurso del año se fue encontrando ante un número cada vez mayor de hermanos sobre los cuales el monasterio no ejercía su efecto equilibrante como lo había esperado y manifestaban problemas psicológicos profundos.

En 1960, Lemercier redacta la experiencia de los diez primeros años del monasterio en un memorándum enviado a los abades benedictinos y ahí menciona que un "amigo psicoanalista" reforzaba algunas de sus convicciones respecto al efecto equilibrante de la vida monástica ya que, le decía, tenía el mismo efecto equilibrante que el psicoanálisis, puesto que según su punto de vista, el origen de la neurosis se debía casi siempre a un fracaso de las relaciones padre-hijo, y por lo tanto, era factible pensar que a partir de la relación que se establece en el monasterio entre el padre espiritual y su "hijo" se pudiese lograr "restablecer" el equilibrio del "hijo".

En otro documento (1965) redactado por Lemercier y retomado en su libro Diálogos con Cristo afirma que en aquella época -1960 -, el monasterio se vio sacudido por una crisis muy grave, y la plantea como un fracaso que incluso puso en peligro la existencia del monasterio.

A ésta crisis se refiere con mayor detalle en el mismo libro, páginas adelante cuando se aborda el apartado de Eunucos por el Reino de los Cielos : "Si se consideran los tres votos tradicionales de la vida religiosa, se puede observar que los monjes benedictinos no hacen voto de pobreza ni se supone que la practiquen en el sentido moderno: san Benito pide que se guarden los vestidos viejos para darlos a los pobres. Manifiesta así un espíritu extraño a la idea de la pobreza, tal como se desarrolló más tarde, y no habla sino de la comunidad de bienes. En cuanto a la obediencia, es evidente que los ermitaños, que para san Benito son los monjes perfectos, no pueden practicarla. Por lo tanto de los tres votos tradicionales modernos sólo queda la castidad. Ahora bien, san Benito no habla explícitamente de ella. ¿No será porque para él en tal forma era evidente que el único elemento constitutivo de la vida monástica era precisamente la castidad, y por lo tanto ya no era necesario repetirlo?. Con esta visión, el texto evangélico sobre los eunucos sería el texto básico de la vida monástica. Pero como la castidad ni siquiera es mencionada explícitamente por san Benito, se la estudia poco, ...Sin embargo, me parece que es el elemento esencial - el único - de la vida monástica: el monje es esencialmente un eunuco. Pero si uno presta atención al texto de los eunucos, no puede dejar de constatar que Cristo habla de tres clases de eunucos, oponiendo las dos primeras a la tercera: sólo los eunucos de la tercera clase son capaces de llegar a ser eunucos por el Reino de los Cielos".

"Ahora bien, la experiencia muestra hasta la saciedad un hecho de importancia capital: las tres clases de eunucos buscan la vida monástica y entran al monasterio. Y no es de admirar, si se piensa que la vida religiosa ofrece la única "carrera" honorable en nuestra sociedad a los eunucos de las dos primeras clases. Pero el psicoanálisis penetra en este problema con mayor profundidad de lo que podría haberlo hecho la psicología tradicional, que no veía de los fenómenos psíquicos sino su superficie. La psicoterapia permite descubrir cuántos hermanos, que se creen eunucos de la tercera clase, son, en el fondo, eunucos de las dos primeras clases. Es inútil insistir en las profundas repercusiones que tiene dicha situación en la vida de tal individuo y en la vida de la comunidad".

"El resultado es una atmósfera equívoca, llena de ambigüedad, que al menos en parte podría explicar por qué se ha escrito tan poco en la tradición monástica sobre las relaciones afectivas entre los monjes ...Contra esta situación ya había querido reaccionar en 1959-1960, como lo decía en el memorándum de 1960, y precisamente fue este esfuerzo el que provocó la crisis de 1960: El tomar conciencia cada vez más del papel que tiene el amor fraterno en el monasterio lo ha llevado a una crisis muy seria debido al desconocimiento de las realidades psicológicas profundas, recubiertas por las palabras sobre los eunucos por el Reino de los Cielos".

Todo lo anterior vuelve a hacer evidente que parte fundamental de las preocupaciones de Lemercier giraban en torno de las problemáticas sexuales de los monjes o de los postulantes y que muy posiblemente tenían que ver con las causas que provocaron la crisis a la que alude y que lo llevaron a recurrir a la terapia para los monjes.

Resulta muy poco claro cómo se dan los hechos, pero Lemercier menciona que el primer fracaso del psicoanálisis de los monjes lo llevó a buscar ayuda por el lado de la "escuela freudiana" equivocándose una vez más: "Subestimando la gravedad del problema y la dificultad de la solución, en vez de recurrir a los psicoanalistas profesionales, reconocidos por la Asociación mexicana de psicoanálisis, acepté los servicios de un aficionado y de una persona que había recibido cierta formación de analista pero que no eran ni médicos, ni miembros de la Asociación de Psicoanálisis. Estaba tanto más contento con esta solución cuanto que era mucho menos cara que si hubiese recurrido a psicoanalistas auténticos. ...Pasé ese año de 1960 con la ilusión de que había encontrado la solución y de que la psicoterapia superficial realizada por los dos aficionados era suficiente para dar a los hermanos el equilibrio requerido para vivir una verdadera vida monástica. Era incapaz de ver que esto era una ilusión porque utilizaba una técnica sin poder controlarla ni juzgarla, a causa de mi ignorancia. Estaba pues a merced de los aficionados y de todas sus limitaciones e imperfecciones."

Hay algunos indicios para suponer que el primer psicoanalista al que Lemercier recurre era uno de los médicos que pertenecían al grupo de Fromm pero en uno de los lugares en que esto es mencionado explícitamente es el libro de Mauricio González de la Garza titulado El padre Prior, en el que el analista en cuestión aparece con un nombre ficticio. Otros dos lugares en los que se menciona el asunto son el libro escrito por Gregorio Lemercier y un documento también redactado por él, en que los datos que se obtienen finalmente resultan sumamente ambiguos. Por otro lado, la Sra. Graciela Rumayor viuda de Lemercier es categórica cuando afirma que Don Gregorio nunca tuvo ninguna relación con Fromm, a pesar de que era frecuente que los relacionaran debido a que Fromm vivía en Cuernavaca. Sin embargo no podemos olvidar que ella lo conoció muchos años después de esa primer experiencia con el psicoanálisis de los dos monjes que Lemercier menciona.

Por otro lado, esos dos aficionados a los que Lemercier se refiere en su libro son Mauricio González de la Garza y Dolores M. de Sandoval, aunque debo insistir en que la forma en la que González de la Garza llegó al monasterio y lo que entonces ocurrió son hechos que resultan muy obscuros y la información al respecto esta llena de contradicciones en las diferentes versiones que pude revisar.

Se sabe que Mauricio G. estudió filosofía, era compañero de algunas clases con Dolores M. de Sandoval y ambos se analizaron con Santiago Ramírez. Asimismo, la Dra. Dolores Sandoval en entrevista, me informó que Mauricio había sido un amigo suyo muy cercano y le enviaba algunos de los casos del monasterio que no se sentía capaz de tratar. También es un hecho que las diferentes versiones obtenidas, aunque las causas atribuidas sean distintas, coinciden en que González de la Garza no tenía formación como psicoanalista y que no sólo fue "sustituido" por Gustavo Quevedo y Frida Zmud, sino que incluso fue corrido por el Prior del monasterio.

En su libro, González de la Garza escribe su versión de los hechos. Por supuesto le favorece ampliamente y en ella "Alejandro Calíz" (el personaje que lo representa) llega al monasterio y solicita albergue para hacer ahí su tesis de filosofía. Cuenta ahí como "Rodrigo Lesorcier" (el prior Gregorio Lemercier) sabía muy bien que no tenía formación como psicoanalista pero que en tanto sus "dotes" para escuchar y "ayudar" a los monjes se hicieron evidentes, después de mucho resistirse y a condición de solicitar previamente "la opinión" del "Doctor Juan Diego Ríos" (Santiago Ramírez), por fin acepta responder a los ruegos de "Lesorcier" para hacerse cargo de una terapia con los monjes.

Es imposible no sospechar que el libro está escrito principalmente con un afán destructivo y mal intencionado pues además de que resultan exagerados los detalles y el lenguaje soez para describir las "perversiones" de los monjes, hace una especie de apología de la "malignidad" y "patología" del personaje de Lemercier así como un insistente engrandecimiento de la bondad, inteligencia y buenas intenciones de "Alejandro Calíz".

Por lo mismo, resulta absolutamente dudoso lo que escribe sobre haber sido a instancias de Lemercier que habla con Santiago Ramírez y pide su aval para "analizar" a los monjes. Según esta versión González de la Garza fue despedido del monasterio por sus críticas y oposición al psicoanálisis grupal y sobre todo, por su insistencia ante Lemercier para que desistiera en su decisión de obligar a los monjes a emprender una terapia grupal dirigida por G. Quevedo. El libro, sin embargo, no deja de ser una de las versiones al respecto.

Asimismo, según la versión que se maneja en la revista Proceso, Mauricio González de la Garza fue quién estuvo a cargo de un primer análisis de grupo en el monasterio. Ahí se cita una conversación en la que un monje que vivió en Santa María de la Resurrección habla de haber participado en los inicios de la terapia grupal con González de la Garza al frente: "Me ayudó a descubrir en mí una especie de independencia. Hubo un cambio en mi interior. Luego el padre Lemercier lo sustituye por el psicoanalista Quevedo y Mauricio se enfurece. Ataca entonces a don Gregorio, salen los libros más terribles. Me asombró mucho esa personalidad de Mauricio que yo no conocía, desubicada y fuera de la realidad; salió la bestia, lo más bajo."

En esta misma revista se encuentra publicada una opinión de Santiago Ramírez en la que se lee: "De la Garza no tenía ninguna práctica psicoanalítica. Simplemente se hallaba recluido en el monasterio para hacer su tesis de literatura. Homosexual él, como casi todos los monjes, se convirtió en su psicoterapeuta". Declaración que no deja de resultar sorprendente tomando en cuenta que Santiago Ramírez fue su analista y que además hay muchos indicios de que en alguna forma tuvo mucho que ver para que Mauricio G. interviniera en el monasterio.

José Luis González Ch. refiere al respecto que la primera vez que Lemercier recurrió a Santiago Ramírez como presidente de la APM, éste no le dio importancia y tomándolo demasiado a la ligera, "mandó a Mauricio a que se hiciera cargo", que sólo después, cuando Lemercier se volvió a presentar con él a causa de haber sufrido una alucinación fue que Ramírez llevo el asunto a una junta de la APM en la que Gustavo Quevedo se interesó y aceptó hacerse cargo del análisis del Prior.

Ahora bien, Lemercier ha ofrecido también su versión de este acontecimiento: escribe que mientras se realizaba la terapia con los psicoanalistas "aficionados" sentía que él mismo debía entrar a psicoanálisis. Así, recurrió a la APM para pedir ayuda, misma que le fue negada en un principio por Santiago Ramírez, entonces director de la asociación, pero unos meses después, a raíz de su experiencia alucinatoria, lo consultó nuevamente. Fue entonces cuando el Dr. Ramírez le recomendó que iniciará un psicoanálisis individual con Gustavo Quevedo.

Al parecer, uno de los primeros efectos que provocó este análisis fue que el Prior considerara como superficial y deficiente la terapia que se realizaba con los monjes y por lo tanto tomara la decisión de interrumpirla, aunque "Esto no se llevó a cabo sin serias dificultades que influyeron en el comportamiento posterior de cierto número de hermanos sometidos a la terapia del aficionado". Asimismo, Graciela Rumayor viuda de Lemercier refiere que es entonces cuando Lemercier descubre que González de la Garza lo había engañado haciéndole creer que era psicoanalista y furioso lo corre del monasterio.

Basándonos en estos datos y en las fechas, es factible admitir la posibilidad de que la crisis del monasterio mencionada por Lemercier se deba también a los estragos dejados por González De la Garza, pues dada su intervención "terapéutica" con los monjes, seguramente había ya lazos transferenciales fuertes hacia él.

Gustavo Quevedo ofreció intentar una psicoterapia de grupo con los monjes del monasterio y fue así que él, y Frida Zmud, miembros de la APM y con formación como terapeutas de grupo en la Asociación de Grupos de Buenos Aires, Argentina, empezaron a trabajar psicoanálisis de grupo en esa comunidad en junio de 1961. A partir de entonces, la terapia se volvió una parte esencial para los monjes y, sobre todo para la fase preparatoria de los postulantes.

Ahora bien, es posible reconocer que para Don Gregorio Lemercier estaba muy claro que los psicoanalistas que trabajaban con los monjes eran objeto del escepticismo, cuando no de la franca oposición de algunos de sus colegas psicoanalistas. No obstante, esto se lo atribuía principalmente a lo que denominaba como el pecado original del psicoanálisis y que según su opinión, "redunda en la incapacidad de la mayoría de éstos para analizar el sentimiento religioso de sus pacientes". Asimismo, y para defenderse ante las acusaciones que recibía en el sentido de "obligar" a los monjes a analizarse, planteaba que este tipo de señalamientos denotaba una absoluta ignorancia al respecto, ya que resultaba imposible realizar una terapia de tipo analítico sin la libertad del paciente. Sin embargo, reconocía que esto era comprensible debido en parte a que: "las falsificaciones y la charlatanería abundan en las terapias bajo la etiqueta del psicoanálisis, cuya profesión, desgraciadamente, no está reglamentada por las autoridades civiles" .

El padre Gregorio fue entonces el primero en entrar en psicoanálisis individual el 17 de enero de 1961 con un promedio de cuatro sesiones por semana, (con tres largas interrupciones para asistir al Concilio Vaticano II) Prácticamente toda la comunidad, aproximadamente unos sesenta miembros, pasó por la experiencia del análisis grupal; se decía que para 1965 habían salido cuarenta de ellos. Sin embargo, en el libro aparecen algunas aclaraciones al respecto del padre Laurentin -- retomadas del periódico francés Le Figaro --, quién señala que el monasterio jamás tuvo sesenta miembros, y que de aquellos que salieron solamente diez ya eran monjes, además específica que las salidas fueron decreciendo: quince en 1962, dieciséis en 1963, cinco en 1964, y sólo dos en 1965.

El 16 de julio, de 1961 el tribunal del Santo Oficio de Roma dictó un monitum o advertencia, -- aparentemente suscitado justamente por las primeras salidas de los monjes -- que ponía en duda la terapia psicoanalítica como condición para el sacerdocio. Sin embargo, en opinión de Don Sergio Méndez Arceo, el psicoanálisis en realidad no era el centro del problema; "había otros aspectos por los que el monasterio creaba conflictos. Por ejemplo, la profunda renovación litúrgica, que no gustaba tal vez a las iglesias particulares de México e, inclusive, a muchos de sus hermanos benedictinos de otra congregación. No gustaba al delegado apostólico, que se empeñó en que hubiera una visita al monasterio que hizo el padre Zimmerman, prior del Tepeyac y cuyo informe fue ampliamente favorable, como lo fue también la visita del abad primado, unos meses antes".

Para poder tener una visión más amplia de estos hechos hay varias cosas que bien valen la pena de profundizar un poco más. Como por ejemplo el hecho de que fue precisamente en la diócesis de Monseñor Sergio Méndez Arceo, en esa época Obispo de Cuernavaca, donde se suceden dos experiencias de repercusión internacional: la del caso del monasterio y el trabajo del Centro de Formación Intercultural, y luego Centro Intercultural de Documentación fundado por Monseñor Iván Illich.

Méndez Arceo escandalizó a la sociedad mexicana y a los sectores conservadores de la Iglesia por sus declaraciones y su postura en lo referente a su pensamiento social así como en lo referente a la renovación litúrgica.

Desde un principio Lemercier encontró oposición sobre todo entre el alto clero mexicano, que criticaba la vida litúrgica en el monasterio. Esto se explicaba según el Prior "por el atraso de la Iglesia mexicana en materia litúrgica". En cambio, este trabajo pionero gozaba de la aprobación calurosa del Obispo de Cuernavaca, con quien los benedictinos colaboraban activamente.

En 1962 Lemercier se convirtió en asesor teológico de Méndez Arceo con vistas al Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII. El Obispo de Cuernavaca era atacado, entre otras cosas, por sus renovaciones litúrgicas, sus intervenciones al participar en el Concilio así como por sus audaces declaraciones en diferentes ámbitos en que participaba.

En su participación en el Concilio por ejemplo, pidió que en su esfuerzo ecuménico la Iglesia fuera hasta la inclusión de los judíos. En su diócesis de Cuernavaca introdujo cambios como el reacondicionamiento de la Catedral (que fue la antigua iglesia franciscana de Nuestra Señora de la Asunción, construida en el siglo XVI), y la celebración de la Misa Panamericana, con un grupo de músicos de mariachis a las once de la mañana de cada domingo en la catedral, y a las doce y media en la iglesia del pueblo de Tepoztlán con instrumentos indígenas.

En su opinión la renovación litúrgica realmente llegó a México por el monasterio benedictino y en este sentido no está de más señalar que también fue en el monasterio de Cuernavaca que la misa se cantó en español desde antes que el Concilio aceptara su dicción en la lengua del país respectivo, además, de que el diseño redondo de su capilla significó el primer altar mexicano en el que se oficio una misa de frente.

El Obispo pensaba que además de las inconformidades que pudieran suscitar tanto su postura respecto a la actividad del monasterio benedictino de Lemercier como el Centro de Formación Intercultural de Iván Illich y sus intervenciones en el Concilio, también era objeto de rechazo y ataques debido a su intención de ser fiel a la aplicación de la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI , dado que "despoja de intocabilidad la propiedad privada si lo precisa el beneficio de la comunidad y por lo tanto, entra en contradicción con la conducta de algunos católicos dotados por la vida de sobrados y superfluos bienes, ..."

Con respecto al tema que más nos puede interesar es importante señalar que, a propósito del Esquema XII que habla sobre la Iglesia y el mundo moderno, el obispo dijo: "Nuestro texto considera la mutación del mundo bajo todos sus aspectos: revolución científica, técnica, económica, etc. ¿Por qué no dice nada de la revolución psicoanalítica ligada tan de cerca al condicionamiento de la fe? Sin duda el psicoanálisis no ha alcanzado plena madurez y su utilización implica peligros que es necesario tomar en cuenta. Pero es una ciencia digna de este nombre, el descubrimiento de Sigmund Freud es genial como lo fueron el de Copérnico o el de Darwin. Querámoslo o no, es necesario tomarlo en cuenta, pues el inconsciente existe en cada uno de nosotros, y condiciona todas las actividades humanas, culturales, políticas, económicas, religiosas y pastorales. El dogmatismo anticristiano de algunos analistas ha llevado a la Iglesia a tomar posiciones que recuerdan el asunto de Galileo", Estas declaraciones datan del año 1963, cuando la experiencia psicoanalítica del monasterio de Cuernavaca había sido ya sometida a examen por parte de la Congregación Romana de Religiosos.

En agosto de 1963 visitó a Lemercier el Abad Primado, Beno Gut y así supo el Prior que su monasterio tenía un expediente relativo a la experiencia del psicoanálisis en la Congregación de Religiosos. En esta visita, el Abad se mostró contento de lo que vio en el monasterio y sugirió que, en todo caso, se practicara el psicoanálisis como terapia antes del noviciado. En cuanto a los monjes que ya estaban en análisis, dio permiso con la salvedad de que terminaran lo más pronto posible.

Esta decisión no agradó a la Congregación de Religiosos de Roma, que designó un visitador apostólico extraordinario, quien entre abril y mayo de 1964 estuvo en el convento. El 2 de mayo el visitador se despidió satisfecho, pero enfermó y no pudo mandar inmediatamente el informe a Roma. En septiembre de 1964 Lemercier fue al Concilio Ecuménico como consejero teológico del obispo de Cuernavaca. La víspera de la clausura del Concilio recibió una llamada telefónica por medio de la cual le pedían que se quedara en Roma y que no volviera al monasterio pues la congregación había dispuesto hacer una nueva visita apostólica al monasterio, en ausencia de Lemercier.

En diciembre escribió desde Bélgica tres cartas pidiendo permiso para volver a México. No recibiendo contestación, decidió volver y cuando arribó a México ya estaba el visitador en el monasterio. Lemercier se puso a su disposición y vivió temporalmente en la ciudad de México. Finalmente, el visitador envió una solicitud a la Congregación de Religiosos de que se permitiera a Lemercier volver al monasterio. La respuesta fue negativa y enérgica: "Que no sólo no vuelva al convento, sino que no tenga la más mínima relación epistolar con la comunidad".

En abril de 1965 envió Lemercier una carta a Roma ofreciendo ir para discutir su caso o volver al monasterio pero no recibe ninguna respuesta así que el 20 de mayo, desafiando los riesgos de aquella situación, volvió a su puesto de Prior conventual en el monasterio avisando de su decisión a la Congregación de Religiosos.

Posteriormente, en septiembre de 1965 salió nuevamente para Roma, como consejero-teólogo de monseñor Méndez Arceo. Fue entonces cuando el Cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, recibió a Lemercier en una entrevista el 26 de octubre, comunicándole ahí que se había tomado una decisión (el 8 de octubre precedente) confinándolo a Bélgica y reiterando la prohibición de practicar el psicoanálisis en el monasterio, con base en el monitum de 1961. Lemercier advirtió que el Cardenal no conocía un informe que había enviado a la Congregación de Religiosos a principios de ese año (1965), y utilizando estos hechos como un argumento fundamental, pidió la anulación del decreto.

Monseñor Méndez Arceo y el cardenal Ottaviani intercedieron ante el Papa Paulo VI, quien nombró una comisión especial de 3 cardenales: Roverti, italiano; Heard, escocés, y Albareda, español para juzgar el caso en última instancia. Esto significaba que todo comenzaría de nuevo.

En junio de 1966, el padre Lemercier intentando aliviar el conflicto planteado en Roma, y percibiendo que la celebridad del monasterio en psicoanálisis atraía a jóvenes "más preocupados por arreglar sus conflictos internos que deseosos de consagrarse a Dios", decide la creación de un centro de psicoanálisis que denomina Centro Psicoanalítico Emaús (CPE). Este centro se creó con el apoyo de talleres de platería, serigrafía, carpintería, marquetería, y herrería del monasterio. En primera instancia estaba planteado para los jóvenes que sufrieran de psiconeurosis. Les ofrecía la posibilidad de seguir un tratamiento de psicoanálisis de grupo y se sostenía con el trabajo de sus miembros. Se planteaba como un proyecto que Lemercier aspiraba fuera retomado como modelo en otras instituciones y que no era exclusivo para los postulantes al monasterio.

La responsabilidad médica era asumida por miembros de la APM bajo la dirección de Quevedo. Fue entonces cuando el Dr. José Luis González Chagoyán se integró al equipo. Vale la pena retomar aquí una larga cita en la que el Dr. José Luis expresa cuál era su postura cuando se integra para trabajar con los monjes pues nos da cuenta de la diferencia entre las expectativas y demanda de Lemercier y los monjes y las pretensiones de los psicoanalistas encargados de la terapia.

"En esa época, era yo un "come curas". Mi deseo consciente era sacar del "útero-monasterio" a los monjes; que elaboraran sus fantasías de regreso al seno materno y después salieran a enfrentar al mundo real. ... Este era un sentimiento compartido con el equipo. Entre bromas y veras, Quevedo veía a la iglesia como a un "león desdentado", al que sería fácil derrotar. Bordeaba lo megalomaníaco. Esto se fue acentuando con el tiempo. ...El convento era para sus miembros un refugio y, para muchos, un refugio psicótico. Eran intensas las angustias de fragmentación. ... el convento era el continente de la locura de muchos. Un continente "a reventar". La estructura psíquica de muchos era psicótica; y algunos eran psicóticos clínicos. Había alcohólicos, adictos a diferentes tipos de drogas: anfetaminas, marihuana, ácido lisérgico, hongos, inhalantes .... de todo. El objetivo era sacarlos de esa "matriz psicótica": elaborar esas ansiedades y depositaciones psicóticas".

El perfil de la terapia que aplicaban en el monasterio estaba determinado en gran medida por la influencia teórica que habían recibido de León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué.

A decir de José Luis G., trabajaban un analista con cada grupo - no había analista-observador -; y de acuerdo con la concepción teórica asumida, el grupo es considerado como una unidad, forma una Gestalt y por lo tanto se privilegia la interpretación grupal por sobre la individual, incluso es en este sentido que insiste en que se trata de psicoanálisis de grupo y no en grupo.

Desde este esquema referencial se trabaja con la concepción de paciente-grupo y se considera que existe un Yo del grupo, que es un yo débil frente al que el terapeuta brinda "el clima" propicio para que se lleve a cabo la "regresión terapéutica", en la cual "los mecanismos mentales" funcionan como los del psicótico. El terapeuta representa un Yo fuerte capaz de mantener la cohesión del grupo. Las interpretaciones siempre aluden a la transferencia y el fin es de que tomando en cuenta "la fantasía inconsciente del grupo", hacer consciente lo que está pasando "aquí y ahora al "individuo-grupo".

Volviendo al asunto del juicio, después que había quedado establecido el primer CPE, Lemercier se fue nuevamente a Roma debido a la nueva fase del litigio con la Curia. La comisión cardenalicia había revocado el decreto del Santo Oficio del 8 de octubre de 1965 que lo desterraba a Bélgica y preparaba la supresión del monasterio. Sin embargo, el tribunal especial emitió su sentencia, en la cual se le amonestaba severamente, se le imponían tres meses de penitencia con confesión diaria, se le permitía volver a su monasterio "con todos sus derechos y deberes" pero se le prohibía tanto la aplicación del psicoanálisis a los miembros de la comunidad conventual, como que él mismo se sometiera a él y más aún: no podría hablar del tema ni en público ni en privado.

En una conferencia pronunciada en Estados Unidos en abril de 1969 Lemercier diría en referencia a este juicio:

"El proceso propiamente dicho se desenvolvió durante ocho meses, de octubre de 66 a mayo 67, durante los cuales me fue asignada una residencia en Roma. Sería demasiado largo enumerar las ilegalidades del proceso mismo. La sentencia fue pronunciada el 18 de mayo. Varios miembros del tribunal me felicitaron, considerando que la sentencia era una gran victoria para mí. Nunca antes una decisión del Santo Oficio había sido anulada por otro tribunal. Para mí era la reivindicación completa de mi pasado, al cual no habían podido encontrar ningún motivo de condenación. Pero en cuanto al porvenir, el Vaticano por fin había llegado a sus fines; la supresión del psicoanálisis en el monasterio. Pero había llegado a esto por dos medios inmorales: una violación del derecho más elemental de todo hombre, el derecho de hablar de una ciencia en privado, y la fabricación de una falsa confesión.

Primero, para impedir toda posibilidad de cualquier trabajo a favor del psicoanálisis, la Comisión Cardenalicia me prohibía sostener, aún en privado, la teoría y la práctica del psicoanálisis. Segundo, en el plano legal, la Comisión no disponía más que de un solo documento: el monitum del Santo Oficio del 15 de junio de 65, que limitaba el uso del psicoanálisis propiamente dicho, y para probar esto recurrieron a un psicoanalista italiano, que se declaró incompetente. Entonces fabricaron una pretendida confesión de mi parte, que era absolutamente falsa.

Así terminaba el proceso con una mentira. ¿Qué podía hacer yo? ¿apelar otra vez al Papa? Tenía demasiados ejemplos en que la Curia romana nulifica las decisiones o intenciones del Papa. El Papa ni siquiera había podido conseguir del tribunal que me tratasen con justicia y caridad, como lo había prometido al Obispo de Cuernavaca en 1965. Por otro lado ¿qué podía yo esperar, si el Papa mismo había dicho en diciembre 65 que el psicoanálisis es una ciencia, un muy profundo examen de conciencia que revuelve todo y deja a la superficie lo que es malo, y que por lo tanto el psicoanálisis es nocivo?.

No quedaba más que una sola solución: ni la sumisión sin honor, ni la rebeldía sin amor, sino sencillamente la salida de las instituciones eclesiásticas por la dispensa de votos...".

El 28 de mayo de 1967 volvió al monasterio y el 12 de junio, Lemercier renuncia a la Iglesia por medio de un documento titulado: "Lemercier y la familia Emaús". En este documento expresa: "Para ser fieles a nuestro ideal monástico debemos, pues, renunciar a los votos monásticos y cortar los vínculos que nos atan con las estructuras monásticas actuales, de la Confederación Benedictina y de la Congregación de Religiosos, para poder crear una comunidad nueva, absolutamente original por la importancia dada a la conciencia personal. ...Superando, pues, las estructuras pasadas fundamos ahora una nueva institución que integra en una sola familia a los 40 miembros del monasterio y del Centro psicoanalítico Emaús. Los responsables de esta fundación son el Dr. Gustavo Quevedo, la Dra. Frida Zmud y un servidor. Contamos con la colaboración del Dr. José Luis González Ch., que trabaja con nosotros desde hace meses, y de varios otros analistas".

El impacto de esa decisión fue profundo en los medios católicos y el escándalo mayúsculo. Se desató el "amarillismo" en la prensa y el mismo Obispo se vio precisado a dar a conocer un texto denominado "La reflexión del señor Obispo de Cuernavaca con todo el pueblo de Dios en su Diócesis sobre el Monasterio de Nuestra Señora de la Resurrección". Incluso hubo versiones de que se produjeron "varios" suicidios de los monjes. José Luis González Ch. en un testimonio personal declara que sabe que efectivamente uno de los monjes se suicidó ingiriendo veneno para ratas, pero lo atribuye a la ya de por sí grave patología que sufría. Asimismo, Lemercier relata en la conferencia mencionada: "¿Acaso hubiera podido seguir viviendo el monasterio si el Vaticano hubiera mostrado un poco más de espíritu cristiano, de espíritu humano?. Seguramente, porque varios de los miembros del monasterio que pidieron la dispensa de los votos, no lo hicieron más que porque estaban acosados a escoger entre la vida monástica y el psicoanálisis. Consideraban necesario el sicoanálisis para ellos en este momento, como el medio de adquirir la autenticidad de su vida y su persona. Uno de ellos, unos meses después, se encontró en una situación psicológica tan crítica que después de haber abandonado el psicoanálisis para entrar nuevamente en un monasterio benedictino, donde fue admitido, se suicidó el día en que se le pidió retirarse a causa de la prohibición del Vaticano. Varios monjes seguramente hubieran podido seguir su vida monástica, hecha más auténtica gracias al psicoanálisis. En cuanto a mí, no hay ninguna duda: me hubiera separado de todos modos del monasterio para ocuparme de la nueva comunidad laica, abierta a los no-monjes, de la cual había tenido la primera intuición en 61 y que había fundado en 66 como una dependencia del monasterio".

El 1º de agosto, 21 de los 24 monjes, junto con Lemercier, solicitaron a la Santa Sede la dispensa de sus votos. Gregorio Lemercier fue privado del ejercicio de su sacerdocio, y el monasterio clausurado el 11 de agosto de 1967. El 25 de Septiembre de 1967 Luis Feder, Gustavo Quevedo, Frida Zmud y José L. González firman el acta constitutiva de la Asociación Mexicana de Psicoanálisis de Grupo A. C.(AMPG), como una institución "independiente" de la APM.

Ahora bien, alrededor de esto se entretejen una serie de situaciones importantes pero igualmente nebulosas; por ejemplo, después de la disolución del monasterio, se dice que surgió una crisis en el equipo de analistas "Quevedo decide: yo me quedo con Emaús y ustedes (Feder, González, Zmud) se quedan con la asociación".

El doctor González Ch, opina según el artículo de J. A. Carrillo que la relación entre Lemercier y Quevedo comenzó con una gran idealización mutua pero que de haberse convertido en un asesor para Lemercier, Quevedo terminó sintiéndose "dueño" del convento y en alianza con Frida intentaban convertirlo en una clínica psicoanalítica, lo cual fue generando una lucha de poderes que se incrementa con el tiempo y que él ya encuentra evidente cuando se integra al equipo. Sin embargo, en una de las entrevistas que me concedió, el Dr. González al referirse a esa crisis entre el equipo de analistas me dice que él y Frida mantenían "algunas diferencias" con Gustavo Quevedo debido a que una vez cerrado, ellos (José Luis y Frida) pretendían que el monasterio pasara a operar o convertirse en una clínica. Según esta versión Quevedo estuvo en desacuerdo. Es preciso admitir una cierta incongruencia en esta afirmación si la contrastamos con la afirmación de que él (Quevedo) y Frida habían tenido estas mismas intenciones desde mucho antes.

Ahora bien, en entrevista realizada por Marco Antonio Dupont en julio de 1975, y citada por J. Antonio Carrillo en el mismo artículo arriba mencionado, Lemercier dice que cuando termina el proceso en Roma, Quevedo y Frida, al pensar que no iba a regresar, lo dejaron fuera, "lo mataron", y el trabajo básico en los grupos en esa temporada fue "la muerte del padre". "Supongo -comenta Lemercier-, que ellos querían suplantar al padre, mientras que la institución seguiría adelante (como clínica) ...yo fuera. Mi regreso interfirió en sus planes", asimismo, opina que la experiencia no fue interrumpida por el dictamen del Vaticano, sino algo gestado dentro de la misma institución y que el diseño de Quevedo en el monasterio, correspondía a sus deseos de poder y fue mal planeado. Por lo demás, divide la experiencia de la intervención en tres etapas. En la primera habla del manejo de Quevedo y de Frida; ".. por intermedio del análisis y presiones directas, éstos tratan de quedarse con el control. En la segunda etapa, a la muerte de Quevedo "sus herederos" "su viuda" (es decir Frida) y un ex-monje ocupan su lugar y se quedan con sus grupos. Esto duró dos años y en ese lapso trataron de crear un odio de los pacientes hacia mí y mi esposa. La tercera etapa (1975) se inicia cuando termina EMAUS. En su forma actual, queda tan solo una convivencia de individuos (alrededor de doce) cuyos miembros acuden a tratamiento psicoanalítico fuera de la comunidad ...aquí ya no hay diálogo entre religión y psicoanálisis ... ya no es una institución, ya es una locura personal mía".

Por otro lado, en una entrevista realizada por Luis Suáres, (1969) Lemercier explica respecto de Emaús: "Esta es ahora una comunidad laica ciento por ciento, sin ninguna dependencia ni relación con instituciones religiosas, filosóficas o sociológicas, ... poco antes de la infortunada muerte del doctor Gustavo Quevedo el Centro Emaús operó un cambio radical en la organización y dirección. Hasta entonces había una dirección bicéfala: Quevedo y yo. Quevedo quedó únicamente responsable del aspecto del psicoanálisis y yo como único director. El Centro ahora contrata los servicios de los psicoanalistas y ellos no intervienen en la dirección". Asimismo, Luis Suárez señala que debido a que representantes latinoamericanos en la APM, y otros psicoanalistas hacían críticas a la aplicación del psicoanálisis en Emaús, pregunta a Lemercier al respecto y éste contesta: "Esas críticas se originan en una de las dos concepciones actuales del psicoanálisis. Para unos, el psicoanálisis es un técnica médica muy especializada, limitada al tratamiento de cierto tipo de enfermedades. Otros consideran el psicoanálisis no tanto como una terapia, sino como un método de autoformación por medio del autoconocimiento" ... finalmente ante la pregunta de Suárez: "¿Es que considera el psicoanálisis algo así como una especie de nueva Iglesia?", Lemercier responde: "Por desgracia a veces se encuentra entre los psicoanalistas los elementos más negativos de una Iglesia, como dogmas, sectas, anatemas, excomuniones, y el deseo de una especie de Santo Oficio que pueda dictar su fallo inapelable"

Como se menciona más arriba, a la muerte de Quevedo, Lemercier decide que es el momento de efectuar algunos cambios radicales respecto a la forma en que funcionaban las terapias y la intervención que podían tener los psicoanalistas en la vida de la comunidad. A partir de entonces, él y su esposa les proporcionaron a los integrantes de Emaús los medios para que fueran a su psicoanálisis en el D. F. dos veces por semana al consultorio de los analistas que seguían apoyando el proyecto de Emaús. Sólo que ya no permitía mayor intervención, los analistas no podían acudir al Centro ni tenían injerencia alguna con respecto a la organización o administración del mismo.

"El Sr. Lemercier se fue dando cada vez más cuenta de la importancia de dividir las dos áreas, de que el psicoanalista va a hacer el psicoanálisis, pero no va a participar de la vida diaria del Centro, el psicoanalista nada tiene que ver en su casa del muchacho. Hubo psicoanalistas en la Asociación que aceptaron y entendieron perfectamente esta decisión, otros se ponían enojados porque querían seguir dominando y se lucho muchísimo para encontrar buenas personas, pero se logró. Lo fundamental como decía siempre el Sr. Lemercier: en la medida que pasa el tiempo más confío, más creo en el psicoanálisis, pero más difícil se me hace encontrar psicoanalistas capaces, y capaces no científicamente nada más; moralmente, todo un complemento que se necesita moral y de respeto humano hacia la persona y por supuesto, la principal es el haber pasado ellos mismos por el psicoanálisis..."

El Centro Psicoanalítico Emaús fue desligándose cada vez más hasta hacerse totalmente independiente de la Institución Iglesia y de la Institución Psicoanalítica para convertirse en un centro que en palabras de la Sra. Rumayor se hizo ecuménico.

El cupo máximo era de treinta muchachos que se sometían al régimen durante un mínimo de tres años. En un tiempo se intentó recibir también mujeres pero fue una situación muy difícil, y se dieron cuenta de inmediato que era algo que los rebasaba. A los que eran recibidos se le proporcionaba un hogar, ropa, comida, y estudios hasta la Universidad. De las familias no recibían ningún dinero, el sostén principal era obtenido del taller de artesanías en el que se preparaba a los chicos para trabajar. Con el tiempo y sobre todo con los problemas económicos que nunca lograban superarse fue llegando el agotamiento del matrimonio Lemercier y terminaron por cerrar el Centro conservando sólo el taller de artesanías, mismo que llegó a tener un importante prestigio internacional.

Como Centro Psicoanalítico Emaús duró alrededor de 16 años, fue cerrado entre 1979-80. Gregorio Lemercier murió el 28 de diciembre de 1987.

Como hemos visto, la intervención de psicoanálisis grupal en el monasterio y sus vicisitudes está en íntima relación y da la pauta tanto para la creación del Centro Psicoanalítico Emaús así como para la formación de un grupo de analistas que, siendo miembros de la APM, se interesaron en practicar e institucionalizar el psicoanálisis de grupo.

Tanto Emaús como AMPAG son parte de los efectos que se producen con este "encuentro y confrontación" entre la Iglesia y el psicoanálisis que mencionaba al inicio del capítulo. Más que la propia intervención psicoanalítica al interior del monasterio, lo que aparece como punto en común y de "encuentro" es justamente el cuestionamiento de las estructuras rígidas y dogmáticas que sostienen a la Institución Iglesia y a la Institución Psicoanalítica; hecho que al mismo tiempo aparentemente genera la confrontación entre estas dos instituciones, sin embargo, más aún que los analistas que participaron directamente de la experiencia, es Lemercier el personaje que va a cuestionar estas estructuras abanderando por un lado toda la postura que se abre por la vía del Concilio Vaticano II y por el otro, estableciendo una demanda que sostiene a partir de toda una postura respecto a la subjetividad abierta por el psicoanálisis, y que a todas luces rebasa a la Institución Psicoanalítica.

Ahora bien, por el lado de la Iglesia no debemos olvidar que existe todo un proceso del que poco que sabemos ya que a pesar de que existe una copia completa del juicio mismo, pertenece a los archivos de la Sra. Rumayor y a la fecha sigue siendo inaccesible, lo que nos impide contar con elementos suficientes para tratar de analizar y entender los intereses que se pusieron en juego y que fueron determinantes tanto en la sentencia que finalmente se emite prohibiendo el psicoanálisis en el monasterio como en el porvenir de la APM y la AMPAG. Sabemos por lo poco que al respecto dijo Lemercier que fue un proceso lleno de ilegalidades y que termina con "una mentira", y la "fabricación de una falsa confesión", pero nada más.

Hay toda una vía de investigación abierta por estos sucesos, en este capítulo a lo más que se puede llegar es a la apertura de toda una cascada de interrogantes ¿Era el psicoanálisis lo que preocupaba a la Iglesia?, ¿Era la postura de Lemercier con respecto a la renovación litúrgica?, ¿Era un ataque a la diócesis de Don Sergio Méndez Arceo?, etc.. Lo que realmente merece este tema es una tesis completa.

En el siguiente capítulo, al abordar la reconstrucción histórica de las rupturas y escisiones que se producen en la APM trataré de mostrar algunas de las implicaciones que tuvieron estos hechos al interior de esta institución.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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