Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Peligro, peligrosidad
Roberto V. Saunier

"Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?"
Hamlet, W. Shakespeare

"mientras la virtud no sea recompensada ya sobre la Tierra, en vano se predicará la ética"
El Malestar en la Cultura, S. Freud.

Hace ya un par de años una colega clausuró unas jornadas concluyendo, entre otras cosas, que el concepto de peligrosidad era eminentemente jurídico. En aquel entonces me pareció una obviedad que no aceptaba la más mínima reflexión. Unos cuantos años más tarde me veo obligado a empezar este texto haciendo una consideración tanto o más obvia que las de mi colega. Y ella es que, efectivamente, el concepto de peligrosidad es eminentemente jurídico, o por lo menos de la práctica jurídica, justamente en aquel punto en el que el Derecho se constituye en el Discurso del Poder.

Puedo asimismo preguntarme, entonces, ¿qué es lo que hago reflexionando sobre estas cuestiones?. En realidad esta segunda formulación me permite hacer una suerte de traspolación y acercarme así a la pregunta, ¿qué es lo que hacemos los psicólogos cuando se nos está preguntando, desde el Tribunal, cuestiones tales como si un sujeto es, ha sido o puede llegar a ser peligroso?.
En este punto considero que vale la pena recordar que Sócrates, en su época, era considerado un ser peligroso toda vez que con su permanente interrogación sobre el conocimiento perturbaba el orden.

Salvando las distancias, y para irnos al otro extremo, hoy, algunos jóvenes con cara de carátula de expediente también adquieren, a los ojos de algunos, rasgos de indubitables indicadores de peligrosidad.

Foucault dirá en "La Evolución de la noción de `individuo peligroso' en la psiquiatría legal" (Ref.) que "La maquinaria penal ya no puede funcionar simplemente con la ley, con la infracción, y con un autor responsable de los hechos. Se necesita algo más, se requiere un material suplementario. Los magistrados, los miembros del jurado, y también los abogados y el ministerio público, no pueden realmente desempeñar su papel más que si se les proporciona otro tipo de discurso: aquél que el acusado expresa sobre sí mismo, o aquel que, por mediación de sus confesiones, recuerdos, confidencias, etc., permite que se tenga sobre él.".

ALGUNAS GENERALIDADES

Una de las cuestiones de mayor dificultad que plantea el abordaje de temas como el de la peligrosidad es el de tener que vencer lo que el Dr. Enrique Marí llamó el mito de la uniformidad semántica, por el cual cualquier concepto podría ser abordado desde cualquier episteme sin temer confusión, produciendo -o partiendo de- el engaño de acotar la polisemia del término. Es más, el Dr. Marí plantea que un concepto gestado dentro de un corpus pasa fácilmente a ser apropiado por otro discurso con la pretensión, engañosa también, de mantener la misma rigurosidad de sentido.

Es así como un concepto como es el de la peligrosidad pasa a sinonimizarse con otros como locura o riesgo, y a partir de allí, a ligarse asociativamente con otros como seguridad - inseguridad, control social, peligro social, etc.. Por otro lado, un concepto con tanta pregnancia ideológica, tienta a barrer con los cuestionamientos propios de la disciplina respecto a la pertinencia o no de su uso, a la coincidencia o no de definiciones, a la unificación o no de sentidos.
Esta postura no es ingenua. La pretensión es que, conceptos como el de peligrosidad, queden encerrados en corpus teóricos tales que sea posible articular dispositivos de abordaje provenientes de "discursos productores de verdad o sea discursos de conocimiento" (Ref.) Por ahora sólo resaltemos la relación existente entre conocimiento y poder.

Por otro lado, y como ya está dicho, desde una perspectiva semántica, peligrosidad nos da la idea de un riesgo futuro por obra de un genio turbulento y arriesgado.
Se puede ligar, desde ahí, con la sensación de inseguridad, y de ahí con el concepto, de difícil definición también, de seguridad. Ya lo hemos hecho con el de riesgo.
Se trataría entonces de la pretensión de predecir la conducta. La cuestión radicaría en decodificarla. Y descodificar significa ser poseedor de las claves, de los códigos que posibiliten tal tarea. Aquí es donde el "saber" aparece ligado al "poder".

Tradicionalmente, como vemos, es posible acotar tal concepto dentro de las posturas más totalitarias, referido al plano de lo social, en el caso de aquéllos que son diferentes, tomando como referencia cierta normalidad establecida por quienes se consideran la mayoría, o bien con poder como para establecer tales pautas.
Los positivistas proponen, con esta certeza, que sería posible, y hasta conveniente, instalar salvaguardas para el poder. Se podría entonces establecer un régimen en el que se pudiera determinar los peligros con el fin de proteger tanto a los autores del posible acto como a la sociedad asegurando así un régimen de convivencia (encierro de por medio).

En realidad, si en algún momento se pensaba que se podía determinar con anticipación la conducta, era porque ésta era considerada previsible convirtiéndose ello en algo mucho más importante que el propio acto.
Esta evaluación de la peligrosidad era de todos modos post - delictual aunque es posible advertir que el pasaje a la predelictualidad es muy frágil.

EL DERECHO Y EL REVÉS DE LA PELIGROSIDAD

Quiero hacer primero una breve referencia al concepto de peligrosidad en el texto de la ley.
La peligrosidad hace su aparición en el primer inciso del artículo 34 del Código Penal para quienes no han podido, en el momento del hecho, por insuficiencia o alteración morbosa de sus facultades comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones (los inimputables).
Se debaten así las categorías de enfermo o no, más que el caso en juzgamiento y sus particularidades, asimilando alteraciones morbosas de las facultades con alteración mental.

El elemento intelectual era, en un primer tiempo, el único relevante adjudicándole un papel predominante al saber médico toda vez que era éste el que decía cuando un sujeto era alienado.
En los artículos 40 y 41 del Cód. Penal la peligrosidad permite ajustar las penas al sujeto que delinquió. Se presenta nuevamente en esta instancia como una propiedad del sujeto.
Por otra parte es posible denegar la libertad de una persona bajo palabra o bajo fianza porque se la considera peligrosa, es decir, porque se considera que puede volver a delinquir.

La condición de aplicación de la pena es entonces la peligrosidad. Su ausencia puede llegar a eximir de pena mientras que su presencia puede graduar el castigo.
Decíamos entonces que la peligrosidad se presenta como una cualidad de un sujeto, aún de un sujeto psíquicamente idóneo, aunque, no haya producido más que actos inocuos con intenciones delictivas.
Peligrosidad criminal es pues la probabilidad de que un hombre cometa un crimen, o bien el conjunto de condiciones de un hombre que hacen de él probable autor de delitos.

Es posible, por otro lado, resolver su reclusión en un establecimiento "adecuado" "
hasta que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieran peligroso".
Es así como la aparición de la peligrosidad en el Código Penal instala la participación necesaria de sus evaluadores, los peritos, que supuestamente la rastrean y evalúan, constatando luego su desaparición.

LA PELIGROSIDAD PERITADA O DEL PELIGRO DE LA PERITACIÓN

En un primer momento las enfermedades mentales estaban ligadas a un criterio demonológico según el cual no se trataba de una enfermedad sino de una posesión demoníaca del alma.
El criterio médico posterior puso el acento en una suerte de afección orgánica, más atribuible que demostrable, supuesta e inferida, pero nunca comprobable.
La Peligrosidad quedará entonces instaurada como elemento estructural de la locura. Kraepelin afirmará que todo alienado constituye un peligro permanente para su entorno y, sobre todo, para sí mismo.

El aporte psicológico permitió una mayor comprensión del fenómeno ligándolo con la historia personal del individuo pero sin poder tampoco dar cuenta cabal de este componente "peligroso".
De todos modos el advenimiento de recursos terapéuticos intentó despejar la peligrosidad, cuestionando que fuera un componente inherente a las psicosis.
Sin embargo, aún hoy, se mantiene este prejuicio que vincula al llamado alienado con un fuerte componente de peligrosidad.
Lombroso, en su época, vinculó la conceptualización del hommo delinquente con una consecuencia social inmediata. Si los hombres fatalmente delinquían como encarnaciones tardías de un pasado animal y bárbaro, entonces no se imponía castigarlos sino tratarlos, encerrarlos para seguridad y reconocerlos como enfermos. Nada más humano, nada más seguro.

El conflicto penal se diluía en el tratamiento. El ideal del paciente, no era otro que el ideal del médico. La prevención importaba más que el castigo por un acto, apenas un síntoma de una anatomía y fisiología criminales, máxime si se contaba con indicadores firmes del tipo criminal, con estigmas que lo evidenciaban, miradas torvas, orejas en asa o mandíbulas prominentes.
Para Lombroso hay una clase de sujeto humano con estigmas clínicos observables de los que se pueden inferir con certeza la comisión de conductas antisociales.

Hasta entonces el devenir humano no podía acotarse en el saber científico. Lombroso ofrece certeza con indicadores clínicos considerados verificables.
Se trata entonces de una Medicina que hace su intervención en el terreno penal, a partir de una serie de casos ocurridos entre 1800 y 1835 con características más o menos similares y de los que se hacía necesario dar alguna explicación. Medicina entonces que en el siglo XIX, creyó que establecía lo que se podría denominar las normas de lo patológico.

Curiosamente hasta entonces el tema de la locura era planteado en casos menores, con claros antecedentes patológicos que hasta llegaban a hacer innecesaria la intervención médica. Parecía no haber lugar para la locura en las cuestiones sacrílegas o de lesa majestad. Es a partir de entonces que, -nos refiere Foucault (Ref.)- por esta serie de crímenes graves, de índole doméstica, que involucra a dos generaciones distintas y en los que sus autores no responden a cuadros previamente declarados, -al decir de Foucault "el crimen surgía de lo que podría denominarse un grado cero de locura"-, que la psiquiatría hace su entrada en el marco de lo legal inaugurando "la patología de lo monstruoso" atento a que todos ellos no respondían a interés alguno aparentando haber sido cometidos sin razón.

Modelo de conocimiento, modelo moral, modelo de poder, modelo de formas de control social.
Como ideal moral los ideales del médico y la medicina se enseñoreaban sobre los del paciente.

Este modelo trasladó a los mecanismos del control social los ideales de la rehabilitación compulsiva, de la prevención del conflicto por intervención oportuna ante un pronóstico sombrío.
Recordemos el fratricidio y matricidio realizado por Pierre Rivière, publicado en los Anales de Higiene Pública y Medicina Legal en 1836, analizado luego por Foucault y retomado por Marí (Ref.). En este caso, uno de los peritos, el Dr. Vastel, dirá: "La relación de sus memorias no puede excluir en absoluto la existencia de la alienación anterior al parricidio. Finalmente, el retorno de Rivière a ideas más sanas puede no tener mucha duración, y si no es culpable, es, al menos peligroso, y debe ser secuestrado por su propio interés y, sobre todo, en el de la sociedad".

Observemos cierto deslizamiento con respecto al modelo jurídico, que ansía llegar a la verdad como consecuencia de una confrontación necesaria resuelta en base a pruebas, que destaca la igualdad entre las partes, e impulsa los ideales de autonomía y autodeterminación. Modelo entonces que provoca consecuencias sobre actos pasados y no futuros por previsibles que sean.
Sin embargo pareciera ser que un cierto diagnóstico podría justificar un determinado tratamiento, susceptible de mutar en castigo si fracasa, con límites relativamente inciertos.

Recordemos que el castigo se liga más con el criminal que con el crimen en sí, es decir sobre aquello que le da a un sujeto la calificación de criminal: sus motivaciones, su voluntad, sus tendencias, sus instintos.
Resaltemos, por otro lado, el carácter no científico de los juicios de peligrosidad y el componente "político" de los mismos.
La peligrosidad es, desde aquí, una palabra usada en forma cotidiana para legitimar encierros.
Recordemos una vez más el lazo que la medicina establece entre locura, crimen, peligro social en relación con la explosión urbana, la superpoblación, la promiscuidad, el alcoholismo, el desenfreno, etc.

Foucault plantea (Ref.) en este punto la pregunta respecto al por qué la Medicina se esfuerza por ocupar este espacio. Explica que no basta con pensar que trataba de esta manera de anexar a su práctica un nuevo territorio, ni alcanza tampoco con suponer una necesidad intrínseca de racionalizar este espacio confuso entre crimen y locura. Concluye así: "Si el crimen se convirtió entonces para los psiquiatras en un problema tan importante es porque se trataba menos de un terreno de conocimiento a conquistar que de una modalidad de poder a garantizar y justificar.".

Podían discutir respecto al origen orgánico o psíquico de las enfermedades mentales pero todos coincidían en considerarla un "peligro" social o fuente de peligros para el entorno, para sí y para la descendencia.
Es posible y necesario reiterar a esta altura la certidumbre en el uso de la palabra peligrosidad para sí y para terceros.

PELIGRO - EL PSICOANÁLISIS

Veamos ahora que dice el psicoanálisis de estas cuestiones. No pretenderemos agotar la cuestión, en todo caso bordearla.
Empecemos recordando que Edipo es arrojado a las aguas por Layo y Yocasta ya que, según el oráculo, era quien mataría al primero y casaría con la segunda. Edipo se tornaba así peligroso. Era, indudablemente el deseo de Edipo el que se convertía en amenazante para Layo. Pero recordemos también que más adelante Edipo también consultará al Oráculo y sabrá de este vaticinio. Convencido de que nada podrá hacer para vencer aquello que se le impone, el Destino, Edipo migra. Es entonces cuando abandona su tierra adoptiva y, sin saberlo, regresará al origen dando cumplimiento a la profecía. Edipo huye de la que considera su familia ya que algo en él acaba de revelársele como peligroso para sí mismo; aquel deseo que atemorizaba a Layo ahora se torna amenazante también para el propio Edipo.

Por lo pronto Freud utiliza en distintos artículos al término Peligro. Por lo general lo hace, en las cuestiones relacionadas justamente con la resolución edípica, refiriéndose a la figura paterna y lo hará para aludir a cuestiones externas, que no precisa, pero que adquieren el valor de peligrosas para la subjetividad del individuo.
En El Malestar en la Cultura, al referirse a la determinación de lo malo y lo bueno, explicará que lo malo es todo aquello que amenaza al sujeto con la pérdida del amor. Se referirá entonces a la búsqueda del castigo como manera de paliar el "mal" cometido, aclarando que este "mal" puede serlo aún cuando el sujeto no hubiera hecho nada, objetivamente, malo. La peculiaridad de malo lo dará entonces el hecho de tratarse de algo que no habría que haber hecho, ya que su concreción amenaza con la pérdida referida y con la consiguiente angustia frente a esta pérdida.

Por cierto que el concepto de peligro, en el texto freudiano no parece tener que ver con lo que hasta aquí estamos tratando. Pareciera, por otro lado, que será el concepto de agresividad el que más puede acercarse a la temática.
Veamos que dicen Laplanche y Pontalis al respecto (Ref.) Estos autores definirán la agresividad como una "tendencia o conjunto de tendencias que se actualizan en conductas reales o fantasmáticas, dirigidas a dañar a otro, a destruirlo, a contrariarlo, a humillarlo, etc. (...). El psicoanálisis ha concedido una importancia cada vez mayor a la agresividad, señalando que actúa precozmente en el desarrollo del sujeto (...). Esta evolución de las ideas ha culminado en el intento de buscar para la agresividad un sustrato pulsional único y fundamental con el concepto de pulsión de muerte.".

Es justamente en el llamado Complejo de Edipo donde el psicoanálisis tradicionalmente reconoce la coexistencia de tendencias amorosas y hostiles.
Freud reserva casi con exclusividad el concepto de "pulsión agresiva" para referirse a la parte de la pulsión de muerte que es dirigida hacia el exterior con consecuencias directas en la motilidad.

Cuando esquematizábamos exageradamente la tragedia de Edipo hicimos referencia a la cuestión del deseo. Sabemos que éste es subversivo por definición, por estructura.

Freud, por otra parte, referirá en el artículo ya citado el mandamiento cultural que aparece más identificado con el Superyó: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Esto implicaría suponer que al Yo le es posible obedecer todo aquello que se le ordene pues, al decir de Freud, "tendría un gobierno irrestricto sobre su ello". Pero pronto Freud advierte que este mandamiento es el ejemplo más apsicológico del Superyó de la cultura toda vez que se torna incumplible en la medida en que la cultura "sólo amonesta".

Si por otro lado sabemos que el neurótico fantasea aquello que el perverso actúa y sabemos también que la fantasía reconoce su estatuto en el inconsciente, por lo tanto es ingobernable a voluntad, ¿en qué medida aquella realidad a la que nos remite el deseo no puede llegar a constituir un franco peligro para sí o para terceros?. Al respecto volvamos a Edipo en el tránsito de su tragedia.
Recordemos que cuando Freud se introduce en la evocación de la sexualidad infantil de sus pacientes cree descubrir, con sorpresa, que todos ellos habrían sido seducidos, en edad infantil, por personajes relevantes (padre, madre o nodriza). Más adelante descubrirá que en realidad ese juego de temprana sexualidad inducida por un adulto, adquiría validez desde lo que pasará a llamar "realidad psíquica".

Traigo esta cuestión aquí para que podamos, igual que lo hizo Freud en su momento, cuestionarnos sobre la autenticidad material de lo producido por un sujeto frente a las técnicas administradas en una pericia. Las técnicas revelan al observador avezado aquello a lo que no se tendría acceso por otras vías ya que se trata de contenidos que permanecen ocultos aún para el propio sujeto; se trata de aquello que tiene legalidad inconsciente. Es así como tal tipo de respuesta frente a tal o cual estímulo suele ser interpretado por el técnico como presencia de carga agresiva, ausencia de ella, etc., etc. sin poder acotar que tal contenido detectado en el tal o cual protocolo revela en efecto una verdad del entrevistado que no necesariamente se corresponde unilinealmente con el criterio de verdad que desde el Derecho se busca. Dicho en otras palabras, ¿qué autenticidad tendría un pronóstico que olvide la universalidad de este componente "agresivo" o confunda el estatuto de lo inconsciente con la certeza del acto?.

No olvidemos que "nuestro universo psíquico está plagado de fantasías sádicas de asesinatos, de sueños de agresión que a veces nos sorprenden, que (otras) se pueden contar o que nos avergüenzan" (Ref.) y que hasta llegan a atemorizarnos.
En el artículo freudiano ya citado (Ref.) el autor alude al prójimo de un sujeto como un objeto sexual, como un auxiliar y también como aquel objeto que puede permitir la satisfacción de su agresión, ya sea explotándolo laboralmente, abusando sexualmente de él, humillándolo, martirizándolo y hasta matándolo.

Es así como Freud plantea que la agresividad es un componente inherente al sujeto humano, así hablará de "la inclinación constitucional de los seres humanos a agredirse unos a otros." (Ref.). Si tenemos en claro que las técnicas proyectivas permiten formular hipótesis respecto a la estructura de personalidad de un sujeto pero no aportar certezas, ¿quién podría entonces asegurar que tal o cual respuesta es prueba indubitable de tal o cual conducta? y mucho menos que tal o cual respuesta debe resultar advertencia ante eventuales peligros?.

Por otro lado, como viéramos más arriba, el concepto de agresividad sólo roza, desde la psicología el más abarcativo e impreciso de peligrosidad. ¿Cómo podríamos medir la "peligrosidad" de un banquero que se apropia de los ahorros de sus clientes?, ¿cómo la de un político?
Por último quiero terminar citando una vez más a Freud. Voy a repetir un párrafo que Freud agregó al final de El Malestar en la Cultura, en 1931, cuando ya se tornaba notoria la amenaza hitleriana. Dice Freud:

"Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que el otro de los dos "poderes celestiales", el Eros eterno, haga un esfuerzo por afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero quién puede prever el desenlace?."

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 1 - Octubre 1995
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